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11Jun/17

LA ORUGA. HISTORIA NATURAL. JOSÉ WATANABE

«Te he visto ondulando, bajo las cucardas, penosamente,

trabajosamente,

pero sé que mañana serás del aire.

Hace mucho supe que no eras un animal terminado

(…)

te pregunto:

¿sabes que mañana serás del aire?

¿te han advertido que esas dos molestias aún invisibles

serán tus alas?

¿te han dicho cuánto duelen al abrirse

o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación

y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?

Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire

y tal vez mirándote las alas no te reconozcas

y quieras renunciar,

pero ya no; debes ir al aire y no con nosotros.

Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.

Haz que te vea, quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para

volar.

Hazme saber

si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.»

Este precioso poema que les presento hoy pertenece a la obra «Historia natural» (1994) del gran escritor peruano José Watanabe (Trujillo 1945, Lima 2007). Watanabe fue un reconocido poeta peruano de la generación de los 70, que dejó joyas literarias como ésta. El escritor, a mi parecer, de una sensibilidad exquisita, tuvo una infancia muy pobre ya que sus padres trabajaban en una hacienda azucarera, pero el destino quiso que ganaran la lotería y la vida del escritor comenzó a cambiar. En Lima cursó estudios superiores.

El padre de Watanabe era japonés, con lo cual y desde muy pequeño, estuvo en contacto con la forma poética del haiku. Esto hizo que su poesía no se preocupase por los conflictos políticos que afectaban a su país y si por la plasmación de la naturaleza pura. Sus versos son producto de esa observación pausada que de ella hace, esa contemplación donde el escritor está en un segundo plano, sólo mira. Por eso su trabajo llega de una forma directa al lector, porque viaja a través de los sentidos. Esa sencillez y esa verdad aterriza en el papel en estado puro. Este poema que les he presentado es un claro ejemplo. Pero, por supuesto, no hay que olvidar que de su madre lleva la tradición hispana en el uso de la palabra y, como resaltan algunos estudiosos de su obra, el humor criollo. Por eso su obra es una mezcla de esas dos culturas en las que Watanabe creció.

Yo he elegido este poema «La oruga», que tiene mucho que ver con esa contemplación de la naturaleza y con la sencillez y belleza que guardan las cosas más hermosas.

20May/17

MAR DE HISTORIAS. CRISTINA PACHECO

Estaba inmersa en otras lecturas cuando, por casualidad y hace aproximadamente una semana, llegó a mi un pequeño libro titulado «Mar de historias» al que acompañaba el subtítulo: «Relatos del México de hoy». Su autora: Cristina Pacheco, nacida Cristina Romo Hernández ( San Felipe, Guanajuato, 1941), hasta entonces desconocida para mi. Comencé a leerlo y me atrapó su prosa. Cuando quise investigar más sobre la autora y su obra me di cuenta de que el maravilloso libro «Mar de historias» se trataba en realidad de una recopilación de artículos que Pacheco escribe desde 1986 en el periódico «La Jornada» más concretamente en la sección de Opinión. Artículos que son literatura de la buena, de la que merece la pena leer. Por eso les invito a abrir este libro tan interesante en el que encontrarán muchas realidades llenas de dolor y belleza. Además de una escritura fina e hilada con un excepcional dominio del lenguaje, de la palabras.

Pacheco es una de las periodistas más destacadas y más respetadas de México. Estudió la cerera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1985 obtuvo en Premio Nacional de Periodismo. Viuda del gran poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco, ha entregado su trabajo al periodismo social, a dar voz a aquellos que no la pueden alzar y escribir sobre sus vidas con dignidad, como se refleja en estos artículos que recoge el libro.

El libro recoge dieciséis artículos inmensamente bellos y desgarradores. Todos ellos hablan de lo que se vive a un lado y al otro de la frontera entre Estados Unidos y México. Los paisajes duros del desierto de Arizona, del río Bravo,.. y las gentes en esos lugares de ida y vuelta, o de ida solamente. Y Pacheco recoge con gran maestría el dolor, el sufrimiento, el anhelo, la desesperanza de esas gentes.

Como por falta de espacio tengo que hablar sólo de dos de estas impactantes historias me quedaré con: «La vuelta del emigrante» y «Golden Chicken». Estremecedoras las dos. Pero quiero resaltar aquí la belleza de otros relatos como por ejemplo: «El vuelo de Chicago», donde una niña espera siempre el regreso de su padre que nunca volverá o el increíble y enternecedor «Fantasmas del desierto», que de bello, duele. No me puedo resistir a escribirles el inicio:

«Óyeme y luego me dices si tengo razón o no en querer que venga un sacerdote: eran como las once de la noche cuando llegó Isaura a mi tungarcito. No había vuelto a tener noticias suyas y jamás pensé que volvería a verla. Me pareció más flaca. La saludé. Cuando vi la bosa que le colgaba del brazo, entendí que había regresado con el mismo propósito de su primer viaje: mandarle una muda de ropa a su hijo Gabriel. ¡Qué locura!.

Desde que Gabriel salió de Guanajuato, Isaura no había sabido nada del él. Ese silencio le daría mala espina a cualquiera; a ella no, porque su corazón de madre sigue diciéndole que su hijo vive. «¿En donde?», le pregunté la primera noche. «En el desierto. Escondido, esperando un buen momento para llegar a San Diego.» No me atreví a desanimarla diciéndole que el desierto no es amigo ni cómplice de nadie: mata, quema, enloquece a la gente, si es que antes no le agarra la delantera alguno de los cabrones que rastrean a los que pasan para quitarles el dinero y hasta la vida.»

«La vuelta del emigrante» es un relato precioso y de una estructura muy interesante. Sixto, el protagonista de la historia, huérfano desde su infancia, regresa después de varios años a Todosantos desde Oklahoma y va recordando por este orden, que a mi no me parece casual, a las personas, a los animales, a las flores y a su infancia representada en la figura del hermano perdido. En la mitad del relato, Sixto se da cuenta de algo que a todos al volver a un lugar después de muchos años nos ha ocurrido. Todo ha cambiado. Y eso nos produce cierto dolor, cierta nostalgia.

«Esa calle anhelada no se parece a la que ahora recorre. Las casas se convirtieron en edificios o en ruinas, donde había talleres y comercios, hay cortinas metálicas bajadas y remolinos de basura. La policlínica desapareció y se transformó en bodega de productos coreanos. El restaurante de don Luis cedió su espacio a una barra sushi. Del salón de belleza Malibú sólo queda el letrero.

Sixto se detiene para ver a los niño. Juegan en pleno arroyo, entre borrachos que hacen de su embriaguez una bandera, drogadictos que caminan como sonámbulos, ancianos harapientos que hurgan en los montones de basura, prostitutas que exhiben sus carnes y su hartazgo, vendedores que pregonan desde la angustia de su desesperanza.

Suspira aliviado cuando ve a lo lejos el letrero luminoso del hotel Cairo. Antes de emigrar trabajó allí como mandadero: subía cervezas y charolas de comida a los cuartos.»

Sixto recuerda a Garabato, un mendigo, parte del paisaje de su vida allí, al que apodaban así por el «retorcimiento de sus brazos y piernas»:

«Cuando, antes de las seis de la mañana, Sixto salía para trabajar en el mercado, Garabato ya estaba en el atrio con la mano extendida. Muy tarde, de vuelta a El Avispero, lo veía en la misma posición y se cruzaba la calle para no soportar el olor que a esas hora rezumaba el cuerpo del mendigo.

Lo alegra la posibilidad de que Garabato haya muerto y esté libre de aquella brutal exhibición a cambio de monedas que de seguro beneficiaban a otro. La idea le despierta un odio ciego, infantil, hacia el desconocido explotador de Garabato.»

En el relato «Golden Chicken», José, el protagonista, se enfrenta al papel en blanco. Debe escribir a su madre esa carta que le prometió pero lo demora siempre. Le duele contarle la verdad, contarle que nada de lo que soñó se cumplió, que al otro lado no le esperaba el paraíso como pensaba cuando «con las piernas envueltas en plásticos negros, tembloroso de pánico y de frío atravesó por primera vez el Bravo». Pero no quiere hacerle daño. Su sufrimiento es para él. Nunca le contará a lo que realmente se dedica. Simplemente le da vergüenza.

«Han pasado veinte minutos desde que José redactó la fecha y las primeras frases. Son idénticas a las que encabezaban las cartas que su hermano Gildardo les mandaba a Guanajuato desde la ciudad de México: «Espero que al recibir la presente se encuentren bien de salud como yo por acá, a Dios gracias…». José relee lo que escribió. Sabe que debe continuar pero no se le ocurre nada más. Golpea el papel con la punta del lápiz, como si de ella pudieran salir las palabras que necesita. Cierra los ojos. Imagina a su madre sola, parada en la puerta de su casa y mirando calle abajo con la esperanza del ver al cartero.»

Pacheco, al narrar la carta de José, llena de mentiras y de recuerdos infantiles, logra trasladar una ternura infinita a la historia. El hijo quiere proteger a la madre del dolor. Del dolor que supondría para ella saber que su hijo, de alguna manera, se fue tan lejos sólo para fracasar.

«Jefa chula. Como es domingo, la Lucy se llevó a los niños a la compra. Después irán a la casa de unos amigos que hoy tienen su parti o sea una fiesta. Aquí son medio desabridas. A los chavales les dan chocolate y donas. ¿Sabe qué se me antojó ahorita que le estaba platicando de estas cosas? Pues comerme uno de aquellos famosos churros de «El Moro». Acuérdese: cuando íbamos al centro usted me los compraba. Entonces era yo un chamaquillo y, para que vea lo que son las cosas, nunca he olvidado a qué sabían los dichosos churros. Cuando vaya a México, muy pronto, pienso invitarla al «Moro». Ha de saber que desde hace tres meses tengo una chamba muy buena. No se apure, ya no ando en los campos ni en la fábrica de bulbos; me salí porque una noche un capataz me llamó gallina y me escupió. Pensé que si volvía a hacérmelo iba a matarlo y aquí, eso de tocar a un gringo aunque sea con el pétalo de una rosa es algo muy serio… Me gusta mi trabajo: es fácil, me pagan bien y lo mejor es que para ir y volver tomo nada más dos trocas. ¿Ve cómo voy saliendo adelante? Eso se lo debemos a la Virgen porque ahorita, como están las cosas por acá en contra de todos los mexicanos, acomodarse en un trabajo es un milagro.»

Pero la realidad es otra. Y el final del relato nos destapa la verdadera vida de José, que será la de muchos otros. Este artículo nos hace reflexionar sobre muchas cuestiones :la dignidad del ser humano, el racismo, la emigración… Parece que este artículo, que escribió Pacheco en 1996, está, desgraciadamente, de nuevo de máxima actualidad.

«José pone el primer punto en la página que pretende sustituir a la conversación. Esa mancha lo atrapa, lo devora, lo atrae hacia el fondo de un pozo en cuyo fondo ve la realidad. El hombre procura destruirla y recuperar el hilo de sus pensamientos; pero no lo consigue. Cuando al fin logra levantar los ojos, José mira el uniforme de plumas amarillas que usa diariamente, a lo largo de las ocho horas en que permanece a las puertas del Golden Chicken, un restaurante especializado en pollo al horno, para atraer a la clientela infantil mediante saltos, maromas y suertes.

José aprieta las mandíbulas y sigue escribiendo, como si al convencer a su madre, pudiese convencerse a sí mismo de que su dicha y su prosperidad son ciertas y no cosas inventadas y amargas que lo empequeñecen y humillan:

Como usted podrá imaginarse tengo un jefe: mister Ferguson. Aunque aquí la gente no es tan comunicativa como nosotros, me he dado cuenta de que me estima y aprecia mi trabajo porque sabe que vale.

José interrumpe la escritura de nuevo. La mención de ese nombre, mister Ferguson, es otra fisura por donde comienzan a filtrarse ciertas risas, frases y el timbre de la voz más odiada por él: Jousé no ser una gallina sino un polluo valiente y mexicano. Jousé sonríe, levanta alas, brinca alto y más alto como volar. Jousé ponerles caras chistosas a niños tragantes. Jousé no roto el traje porque si no, I am sorry, he ll pay. Oh yes: pagarás daños o pierde las chambita y eso, no good in springtime.»

 

 

 

07May/17

THE NATURE NOTES OF AN EDWARDIAN LADY. EDITH HOLDEN

«Vi una pequeña y amarilla lagartija. Quería cazarla y llevarla a casa para mostrarla, pero se escurrió entre mis dedos y cuando la había atrapado por la cola se escapó para parar de nuevo en el final de su cola, de tal manera que enredó mis dedos.»

Estas sencillas frases pertenecen al mes de mayo. Al mes de mayo de un libro de admirable belleza que realiza un recorrido, un viaje por la naturaleza, durante un año.

Edith Holden (Kings Norton, Birmingham 1871-1920), escribió y sobre todo ilustró una obra que ha pasado a ser una de las más bellas, estéticamente hablando, de la literatura inglesa. Bajo el título de «The Nature Notes of an Edwardian Lady» encontramos un trabajo cargado de sensibilidad, no sólo por los textos que en el se encierran sino también por unas acuarelas únicas, que son, el fundamento de esta obra que permaneció escondida hasta el año 1988, año de su publicación.

Holden fue una ilustradora de cuentos y rimas infantiles durante toda su vida ya que en aquella época la sociedad inglesa no tomaba en serio las obras de las artistas y ésta tuvo que enfocar su genialidad en este trabajo para subsistir, dejando a un lado su gran talento como pintora. Llego a exponer su obra en la Academia de las Artes de Birmingham, pero este suceso pasó a ser una simple anécdota.

Muchos años después de su muerte, según se cuenta, una sobrina encontró dos libros que la pintora había escrito e ilustrado apoyando su obra también en textos de reconocidos escritores. Ésta los llevó a un editor que, claramente, vio la belleza y la originalidad de su contenido.

Estos libros eran, además del citado aquí anteriormente, «The Country Diary of an Edwardian Lady», publicado den 1977.

Con 39 años, Holden se enamoró de un escultor siete años más joven que ella llamado Ernest Smith. Las familias desaprobaban esta relación, pero ellos se casaron y se mudaron a Chelsea para participar así activamente del círculo artístico londinense.

Los padres de Holden, desde niña le habían inculcado el amor por las artes plásticas y desde temprana edad asistió a la Birmingham School of Art.

Las acuarelas que recoge el libro que les invito a abrir, 158 para ser exactos, son simplemente espectaculares. La elegancia de cada pincelada pone de manifiesto la gran artista que fue. Los textos que acompañan a las pinturas son de una simplicidad deliciosa. Y la selección de poemas que hace de grandes poetas ingleses más que acertada. Entre ellos Wordsworth, Stevenson, Shakespeare, o Milton.

En mi opinión es un libro con el que se puede disfrutar simplemente observando sus ilustraciones, leyendo las anotaciones, comentarios y textos de la autora pero también es una obra con la que tener un primer contacto con los grandes de la poesía y literatura inglesa, como los autores antes citados e incluso puede llegar a ser un libro muy interesante para leer con niños, ya que está lleno de ilustraciones que ellos pueden admirar y así ir identificando de una manera única las diferentes estaciones del año y cómo se comportan los animales en cada una de ellas y cómo se transforman las flores en este viaje por la naturaleza a lo largo de un año.

Holden tuvo un trágico final, murió ahogada. En 1920, mientras observaba unos brotes de castaño para reflejarlos en su obra, cayó al Támesis.

Mis ilustraciones favoritas son las que pertenecen a los meses que van de septiembre a febrero. ¿Y las de ustedes?

23Dic/16

LA NOCHE SANTA. SELMA LAGERLÖF

«Madonna col Bambino benedicente e cherubini«, Jacopo Bellini, 1455

«Y todo esto es tan cierto como que yo te veo y tú me ves»

Selma Lagerlöf, (Marbacka, Suecia 1858, 1940), fue la primera mujer en obtener el Premio Nobel de Literatura (1909). Gran lectora desde niña, se la asocia irremediablemente a su obra más conocida, «El maravilloso viaje de Nils Holgersson», inspirado en los cuentos de animales de Rudyard Kipling y encargado por el Consejo de Educación sueco para enseñar a los niños la geografía del país. Recuerdo haber leído este libro, en uno de esos largos veranos que el sistema escolar español establece desde mitad de junio hasta mitad de septiembre, como una de las sensaciones literarias más bellas que recuerdo. Nils, hechizado por un hada, se convierte en un niño que no levanta un palmo de altura desde el suelo y que a lomos de un ganso blanco doméstico que se une a una bandada de gansos salvajes en su migración al norte, como cada año,  viaja a Laponia y recorre toda Suecia.

Fue la sueca una feminista convencida además de una gran escritora, que dedicó gran parte de la década de 1920 a luchar por los derechos de la mujer. Durante los último años de su vida, ayudó a los escritores y pensadores a esconderse, salir del país y luchar contra la dictadura alemana que oprimía a Europa ya que la persecución nazi contra los intelectuales fue muy dura.

Su primera novela «La saga de Gösta Berling» la escribió en 1891, a esta siguieron varios cuentos y otras novelas como «Los milagros del Anticristo» o «El hogar de los Lijecrona». Pero en este post me voy a centrar en sus cuentos, y más concretamente en los de Navidad. Sobre esta temática, dejó varios escritos y como dentro de unos días estaremos celebrando estas fiestas, me gustaría que abrieran algunos de estos libros donde se esconden estos bellos relatos.

Quedarse con uno es muy difícil, pero debo hacerlo por cuestiones de espacio, así es que me he decantado por el titulado «La noche santa».

«Apenas contaba cinco años de edad cuando experimenté una gran pena. No sé si desde entonces habré tenido otra mayor.

La causa fue el triste fallecimiento de mi abuela. Hasta entonces, la bondadosa señora estuvo sentada siempre en un rincón de la estancia contando cuentos.»

Así comienza este maravilloso cuento, lleno de ternura y respeto hacia los mayores, hacia los abuelos, que espero que, el día que tengan entre sus manos, disfruten y como esa abuela, ustedes transmitan a otras personas.

«Recuerdo siempre que la pobre estaba sentada allí, refiriendo historias, de la mañana a la noche, y que nosotros, niños, sentados en torno suyo, escuchábamos silenciosos sus narraciones. ¡Magnífica vida! No había pequeñuelos que lo pasaran mejor que nosotros. De la bondadosa anciana sólo puedo recordar que tenía una hermosa cabellera blanca como un gran copo de algodón. Que caminaba muy encorvada y que sus manos jamás abandonaban la calceta.

También recuerdo que siempre que terminaba la narración de algún cuento me colocaba una mano sobre la cabeza, diciendo: «Y todo esto es tan cierto como que yo te veo y tú me ves».

(…)

De tales cuentos e  historias sólo conservo un recuerdo débil y vago, si bien de una de ellas me acurdo tan claramente que podría narrarla sin la menor dificultad. Es una leyenda breve sobre el nacimiento de Jesús.

(…)

Era un día de Navidad. Todos salieron para la iglesia, con excepción de la abuelita y yo. Creo que nos quedamos solitas en todas la casa. Nosotras no habíamos podido ir con los demás: una, por demasiado niña; la otra, por demasiado vieja. Y las dos nos hallábamos entristecidas por no poder escuchar las bellas canciones de los maitines ni ver las bonitas luces con que estaría adornada la iglesia aquel día.

Como nos hallábamos solas y en el mayor silencio, la abuelita empezó una de sus narraciones:

-Pues señor… Érase una vez un hombre que salió una noche en busca de fuego. Iba de casa en casa y, llamando a las puertas, decía: «Buena gente, socorredme; mi mujer acaba de recibir un niño y no tengo fuego para calentar a la madre y al pequeñuelo».

Pero era tan tarde y la noche tan oscura, que todos dormían y nadie respondía a sus llamadas. El hombre, caminaba, caminaba… Por fin divisó, a lo lejos, el resplandor de una fogata. Allá se encaminó apresurando el paso, y vio que la hoguera brillaba en medio del campo. Multitud de blancas ovejas dormían en torno del fuego y el viejo pastor guardaba el rebaño.

Cuando el hombre que buscaba fuego, llegó cerca de las ovejas, percibió tres enormes peros que dormían a los pies del pastor. A su llegada, se despertaron los tres y abrieron sus tremendas fauces, como si quisieran ladrar; más no se oyó ladrido alguno. El hombre vio cómo se les erizaba el pelo del lomo, cómo sus dientes agudos y blanquísimos relucían al resplandor de la hoguera, hasta que se abalanzaron sobre él. Y vio cómo uno de ellos se le lanzaba a la garganta, mordiéndole otro el pie y otro la mano, pero las quijadas y los colmillos de los perros quedaron paralizados y el hombre no sufrió daño alguno.

Entonces el hombre quiso seguir avanzando en busca de lo que necesitaba. Pero las ovejas estaban tan apretadas, lomo contra lomo, que el hombre no podía dar un solo paso. Y no tuvo más remedio que pasar por encima de las ovejas dormidas para poder acercarse a la hoguera. Y ni un sólo animal se despertó ni hizo el menor movimiento.

(…)

Cuando el hombre se hallaba ya casi junto a la hoguera, el pastor se despertó. Era éste un hombre malo, duro y sin entrañas. Cuando veía a algún extraño, empuñaba una vara larga y puntiaguda, que usaba cuando apacentaba el ganado, y se la arrojaba con violencia. Y también aquella vara silbó en el aire con dirección al hombre; más antes de que hubiera podido tocarle, se desvió y fue a caer lejos, en el campo.

(…)

Entonces el hombre se acercó al pastor y le dijo: «Buen amigo, haz del favor de prestarme un poco de fuego; mi mujer acaba de recibir un niño y necesito fuego para calentar un poquito a los dos». El pastor habría preferido negárselo, pero cuando pensó en que los perros no habían podido causarle mal alguno, que las ovejas no se habían asustado y que la vara no había podido herirlo, sintió cierto temor y no se atrevió a negar al forastero lo que pedía. «Toma todo el que necesites», le contestó.

Mas el fuego estaba casi consumido. Ya no quedaban troncos ni ramas, sino un gran rescoldo, y el forastero no llevaba pala ni cubo para recoger las ardientes ascuas.

Cuando el pastor se dio cuenta de ello volvió a repetirle: «Llévate todo el que necesites». Y se regocijaba al pensar que aquel hombre no podría llevarse nada. Pero el hombre se inclinó sobre la hoguera y con sus desnudas manos sacó los carbones encendidos de entre la cenizas y los fue colocando en su capa. Y las ascuas no quemaron ni sus manos ni la tela. Y el hombre se las llevó con la misma facilidad que si hubieran sido nueces o manzanas.

(…)

Cuando el pastor, que era muy malo y despiadado, vio aquello empezó a asombrarse. «¿Qué noche será esta en que los perros no muerden, las ovejas no se asustan, las lanzas no matean y el fuego no quema?», se decía a si  mismo. Y llamando a forastero, le preguntó: «¿Qué noche es esta? ¿A qué se debe que todas las cosas se muestren tan clementes?».

Y el pobre le contestó: «No puedo decírtelo si tú mismo no lo ves.». Y se dispuso a emprender su camino para encender cuanto antes el fuego que debía calentar a la madre y al hijo.

El pastor pensó que no debía perder de vista a aquel hombre hasta averiguar lo que significaba todo aquello. Y se levantó y lo siguió hasta el lugar donde se detuvo el forastero.

El pastor vio que el hombre no tenía ni una mala cabaña como habitación y que su mujer y el niño se hallaban en una cueva de la montaña, cuyas paredes, desnudas, eran de dura y fría piedra. Al ver que el pobre e inocente niño podría helarse en aquella gruta, se sintió conmovido y decidió hacer algo por él, no obstante su corazón fue duro. Y del zurrón que llevaba al hombro sacó una suave piel blanca de cordero y se la entregó al forastero, diciéndole que acostase al niño sobre ella. Y en el mismo instante en que demostró que era capaz también de sentir piedad, se abrieron sus ojos, y vio lo que antes no había podido ver, y oyó lo que no le había sido dado oír.

Vio cómo en torno suyo se agrupaba un gran corro de pequeños angelitos de alas de plata. Cada uno de ellos tenía una lira en la mano, y todos cantaban, con voz armoniosa y potente, que aquella noche había nacido el Redentor, el que redimiría los pecados del mundo.

Y entonces comprendió por qué aquella noche todas las cosas estaban tan contentas que no querían causar el menor daño.

(…)

La Naturaleza toda se hallaba entregada a un júbilo indefinible. Por todas partes resonaban los cánticos de los angelitos juguetones. Todo aquello lo veía y sentía el pastor en medio de las tinieblas y el silencio de la noche, aun cuando poco antes nada había podido percibir. Y su corazón se llenó de tal alegría al ver que sus ojos se habían abierto por fin a la verdad, que cayó de hinojos y dio gracias a Dios.

Cuando la abuelita llegó a este punto, se detuvo y suspiró, diciendo:

-Y todo aquello que el pastor vio lo podemos ver nosotros también si nos hacemos merecedores de ello, pues los ángeles bajan volando desde los cielos cada noche de Navidad.

Y la abuelita colocó su diestra sobre mi cabeza y dijo:

-Acuérdate bien de lo que te he contado, pues es tan cierto como que yo te veo y tú me ves. Para ello no se precisan lámparas ni luces, ni sol ni luna, sino ojos limpios de pecado para poder contemplar la magnificencia del Señor.»

 

 

 

 

 

 

18Dic/16

OBRA COMPLETA. LOS AGUINALDOS DE LOS HÚERFANOS. ARTHUR RIMBAUD

I

Está lleno de sombra el cuarto; vagamente se oye
de dos niños el triste y dulce cuchicheo.
Su frente se vence, aún cargada de sueño,
bajo la larga cortina blanca que tiembla y se levanta…
-Fuera los pájaros se arriman frioleros;
sus alas se entumecen bajo el gris de los cielos;
y con su séquito de brumas el nuevo Año,
arrastrando los pliegues de su manto de nieve,
sonríe entre sollozos y canta tiritando…

II

Y, bajo la cortina ondulante, los pequeños
hablan quedo como se hace en una noche oscura.
Escuchan pensativos como un lejano murmullo…
Los estremece a menudo la clara voz de oro
del timbre matinal, que repica incesante
su estribillo metálico en su globo de vidrio…
-Además, el cuarto está helado…ruedan por el suelo,
entre las camas esparcidas, ropas de luto:
¡el áspero cierzo invernal que en el umbral gime
aventa en la morada su aliento taciturno!
Se siente en todo esto que falta alguna cosa…
-¿No hay acaso una madre para estas criaturas,
una madre de fresca sonrisa y triunfantes miradas?
¿Es que ha olvidado, en la noche, sola y adormilada,
avivar una llama a las cenizas arrancada,
amontonar sobre ellos edredones y lanas
antes de abandonarlos gritándoles: perdón?
¿Acaso no ha previsto el frío matutino,
ni cerró bien la puerta al cierzo del invierno?…
-El sueño materno es la tibia alfombra,
el nido algodonoso donde acurrucados los niños,
cual bellos pájaros mecidos por las ramas,
¡duermen su dulce sueño lleno de cándidas visiones!…
-Pero esto, -es como un nido sin plumas ni calor,
donde los pequeños pasan frío, no duermen, tienen miedo;
un nido que ha debido de helar el cierzo amargo…

III

Vuestro corazón lo ha intuido: -no tienen madre estos niños.
¡No hay madre en el hogar!-¡y el padre está muy lejos!…
-Por eso una vieja sirvienta de ellos se ha ocupado:
en la gélida casa están solos los pequeños;
huérfanos de cuatro años, en su mente de pronto
despierta poco a poco un risueño recuerdo…
es como un rosario que al rezar se desgrana:
-¡Ah, qué bella mañana la mañana de aguinaldos!
Cada uno, en la noche, había soñado con lo suyos
en algún sueño extraño donde se veían juguetes,
caramelos vestidos de oro, centellantes joyas,
arremolinarse y bailar una danza sonora,
¡luego huir bajo las cortinas y aparecer de nuevo!
Despertaban al alba, se levantaban alegres,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, enmarañando el pelo en la cabeza,
radiantes los ojos, como en los grandes días de fiesta,
y los piececitos descalzos rozando el suelo,
a las puertas de los padres suavemente llamar…
¡Entraban!… Luego las felicitaciones… en camisón,
los besos repetidos, ¡y la alegría permitida!

IV

¡Ah, qué delicia aquellas palabras tantas veces dichas!
-Pero cómo ha cambiado el hogar de otro tiempo:
crepitaba un gran fuego, vivo, en la chimenea,
toda la vieja habitación estaba iluminada:
y los reflejos rojizos, salidos del hogar,
revoloteaban alegres sobre los muebles barnizados…
-¡El armario estaba sin llaves!… ¡sin llaves el gran armario!

(…)

-El cuarto de los padres está hoy muy vacío:
ningún reflejo rojizo bajo la puerta hay;
ya no hay padres, ni hogar, ni llaves requisadas:
¡por eso ya no hay besos, nada de dulces sorpresas!
¡Oh, qué triste para ellos será el primer día del año!
-Y, muy pensativos, mientras una amarga lágrima
de sus grandes ojos azules silenciosamente cae,
murmuran: «¿Cuándo volverá nuestra madre?»

(…)

Es enternecedor pensar que a la temprana edad de quince años, el gran poeta Arthur Rimbaud (Champaña-Ardenas, 1854, Marsella 1891), ya lo era. Estos versos, con lo que he comenzado, pertenecen a su poema «Los aguinaldos de los huérfanos»(1870). Hacía mucho tiempo que no leía algo tan estremecedor y a la vez tan bello. Quiero compartirlo con todos ustedes en estas fechas que se acercan, tan significativas para muchos, porque me parece que todos podemos aprender bastante de estas palabras que el escritor francés dejó escritas, en las que nos quería transmitir que sin amor, que sin el amor de esos padres, de esa madre que ya no está en casa, ya nada es igual, que se terminaron las cosas dulces, los besos, la habitación del cariño, el calor,… Que, en definitiva, nada tiene sentido, si no está esa madre que los niños buscan desesperadamente. Sólo los recuerdos alivian el dolor, pero ellos continúan preguntándose cuándo volverá su madre.
Por eso, en época de Navidad dónde confundimos, en muchas ocasiones, el significado de lo que celebramos, dejemos de pensar en tantas cosas materiales que nos rodean, que pensamos, nos hacen felices y disfrutemos de los que aún tenemos cerca, de nuestros seres queridos. Y sonriamos acordándonos de los que ya se fueron, pero que, de alguna manera, siguen estando a nuestro lado. Repartamos amor, besos, abrazos,…cuando aún podemos hacerlo. Que no sea demasiado tarde para luego tener que conformarnos con los sueños.
En septiembre de este año, Ediciones Atalanta volvía a sorprendernos con la edición de la obra completa bilingüe de Rimbaud, que hasta ahora se había publicado en España de forma poco rigurosa.
Como la propia editorial cita en la obra su correspondencia «sólo estaba disponible en breves antologías temáticas» y su poesía estaba incompleta porque aunque en la portada de alguna edición figura el título de «Obra poética completa», incluso las mejores versiones, a cargo de excelentes poetas «dejan de lado los veintidós poemas que conforman el llamado «Album zutique», cuyo contenido escatológico o las dificultades que plantea su complejo argot parecen haber inducido a los traductores a descartarlos.»
Ediciones Atalanta nos ofrece, definitivamente, la obra completa desde sus creaciones escolares en latín hasta sus poemarios finales.
Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 1944) ha sido el encargado de mostrar esta joya en su total esplendor. La labor de traductor de Armiño se ha centrado, sobre todo, en la cultura francesa.
El volumen, que deben conocer y abrir para adentrarse en el mundo de este fabuloso escritor, contiene además de un estupendo prólogo de Armiño, una cronología, un «diccionario Rimbaud» para conocer tanto a él como a su obra de forma más acertada, por supuesto toda su obra poética como «Una temporada en el infierno» o «Iluminaciones», la correspondencia del autor entre 1870 y 1891, así como ilustraciones y fotografías.
El prólogo comienza así:
«El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de «meteoro»; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville, que llega a París en septiembre de 1971 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, «Una temporada en el infierno» (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa. En ese año y medio su conducta devino en piedra de escándalo constante, incluso entre el círculo de poetas bohemios: por sus extravagancias, fumaba con la cazoleta de la pipa boca abajo, por su afición a la bebida, por su apariencia sucia, desharrapada y salvaje, por su carácter agresivo, hasta el punto de propinar una puñalada con un bastón-estoque al fotógrafo Carjat, o por exhibir sin demasiados tapujos su homosexualidad en compañía de Verlaine. A todo esto se añadía la insumisión en su obra poética a todos los órdenes de la sociedad: a la escuela, a la Iglesia, al orden político o impuesto por Napoleón III, a la familia, al trabajo; en resumen, a los valores que la burguesía de la época empezaba a ponderar como una posibilidad de avance social.»
Para terminar, quiero compartir con ustedes otros versos de su poema «Sensación», otro de mis preferidos, también de su juventud e igualmente bellos e inteligentes.

«En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picoteando por los trigos, pisando la hierba menuda:
soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada:
pero el amor infinito me subirá al alma,
e iré lejos, muy lejos, lo mismo que un bohemio,
por la naturaleza (…)»

 

30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER ( PARTE 1)

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Tendría unos siete u ocho años cuando leí por primera vez «Las aventuras del Barón de Münchausen». Puntualizaré que fue algo parecido ya que se trataba de un libro en formato cómic que, de alguna manera, sembró en mi el grandísimo interés por este personaje literario que me ha acompañado siempre y que no ha dejado de fascinarme desde entonces y del que después he leído todo lo que ha llegado a mis manos, diferentes ediciones de sus aventuras así como los escritos, estudios… referentes a su vida, ya que el barón de Münchausen existió, pero de eso les hablaré luego.
¿Cómo no quedar fascinado con sus aventuras? El barón montado en una bala de cañón, el barón encendiendo la mecha de un fusil gracias a su nariz, el barón viajando a la Luna, al infierno con Vulcano. El barón bailando en el estómago de una ballena o el barón cabalgando sobre un caballo cortado por la mitad, al que al beber agua se le salía por la parte de atrás al mismo tiempo. El barón matando a un oso para cubrirse con su piel y así pasar desapercibido entre otros osos, el barón sacándose a si mismo de una ciénaga tirándose de sus propia coleta o llegando a un pueblo completamente enterrado por la nieve de tal manera que un día después, cuando la nieve se derritió, y el pueblo se le mostró al noble en todo su esplendor, se da cuenta de que ha atado su caballo a la aguja más alta del campanario y que por esa razón él mismo se halla colgado allí.
Sólo ahora, muchos años más tarde, y cómo digo después de leer mucho sobre él y sobre el libro que relata sus empresas y hazañas, entiendo esta fascinación que, lejos de alejarse, cada vez me acompaña con más intensidad. Este hombre capaz de las aventuras más extravagantes y extraordinarias representa el máximo exponente de la rebeldía y por eso me gusta. Y por eso adoro a nuestro Quijote por tierras castellanas. Pero el barón alemán representa otro tipo de locura, con la que un niño se puede identificar más o más rápidamente, de ahí el éxito que el libro ha tenido en todo tipo de público, claro está, en sus ediciones más modernas. Y por que llegó a mi antes el barón que el Quijote, y además por ese toque infantil del que les hablaba, me siento en la dulce obligación sentimental de dedicarle este post hoy. Me voy a basar para ello en la edición del escritor y traductor Gottfried A. Bürger (Mulmerswende 1747, Gotinga 1794), de 1786 y cuyo título original es: «Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen » (Los maravillosos viajes por mar y tierra, campañas y aventuras del barón de Münchausen),así como en el prólogo que el dramaturgo Théophile Gautier (1811-1872) escribió en 1853 para la edición francesa de la obra, y que es una auténtica maravilla por todo el contenido excepcional que incluye en vistas a entender los orígenes y posterior evolución de una obra llena de sorpresas. Gracias al prólogo de Gautier sabemos más y mejor de dónde arranca esa locura «actual» del barón que algo tiene que ver con la personalidad que Bürger quiso imprimirle en su edición, que conocemos como, se puede decir, la definitiva.
Como cuenta Gautier, el barón fue un «personaje» que existió realmente y estas narraciones, según él, debieron de basarse, aunque remotamente, en aquellas otras que el barón Karl Friedrich Hyeronimus von Münchausen relató a sus amigos y allegados en circunstancias similares a las que se describen en la obra, en tertulia o a la luz del hogar y en el calor de un buen vino. La obra se basa en las narraciones de hechos de guerra y caza y otros sucesos de las que fue testigo a lo largo des su numerosos y arriesgados viajes.
El barón nacido en Bedenwerder (Hannover) el 11 de mayo de 1720 mandó como coronel un regimiento de húsares rojos durante la guerra de Rusia contra Turquía (1740-41) y sirvió a las órdenes del conde Burkhard Christoph von Münnich, mariscal de campo del zar Iván. Al terminar la campaña y tras algunos viajes y un matrimonio poco afortunado, el barón de Münchausen acabó por establecerse de nuevo en Hannover, donde moriría el 22 de febrero de 1797. El noble no escribió sus propias historias e incluso al conocer que éstas andaban escribiéndose puso punto y final a sus habituales tertulias. Sus historias se estaban convirtiendo en una forma de burla del vulgo hacia la nobleza y esto le disgustaba enormemente. Ya para entonces, como se apunta en otros estudios, se había convertido en mentiroso oficial. Pero lo cierto es que no fue mucho más exagerado en contar sus «batallas» que otros militares de su carrera.
La psicología ha catalogado al «Síndrome de Münchausen» como la alteración psicológica en la que el paciente finge los síntomas de diversas enfermedades, o incluso se las provoca tomado medicamentos o lesionándose el mismo, para recibir así la atención y simpatía de los demás.
Y para que se hagan una idea de la trascendencia de la obra, les diré que en el siglo XIX la historia había sufrido ampliaciones y transformaciones a manos de muchos escritores conocidos y se había traducido a muchos idiomas, hasta llegar a contar con unas 100 ediciones diferentes.
En 1785 se publicó, de forma anónima, en Oxford, algunas de estas historias del barón, historias populares, recogidas en un libro bajo el título: Barón Münchhausen s narrativa of his maravellous Travels and Campins in Russia (Historia de los maravillosos viajes y campañas de Rusia del barón de Münchausen).
Más tarde se supo, según Gautier, que el autor de esta edición será un tal Rudolf Erich Raspe (Hannover 1737, Irlanda 1794), un anticuario alemán de vida «un tanto escabrosa y chalanesca».
En 1781, cuatro años después de esta edición inglesa, un tal August Mylius había publicado en Alemania un Vade Mecum für lustigue Leute, que ya incluía historias atribuídas al barón, aunque precavidamente ya que el verdadero barón seguía vivo y andaba cerca.
El mérito de Raspe consistió, como se apunta en el prólogo de 1853, en traducir al inglés estas historias, añadir algún refrito de otras fuentes y adaptarlas al paladar sajón (a ello se debe, cuenta Gautier, la simpatía que el barón demuestra hacia los británicos durante el episodio de la defensa de Gibraltar).
El resultado nos presenta a un barón fanfarrón, borrachín,… que se entretenía tomando el pelo al prójimo a base de andar de bufonada en bufonada, esto es, las andanzas de un rufián de noble cuna.
Un años después de la primera edición de Raspe, Münchhausen vuelve a Alemania y lo traduce Gottfried August Bürger que utilizó la quinta edición inglesa. Añade nuevas historias y también se apunta en otros estudios, no lo dice Gautier,que introduce elementos del folclore popular alemán. Lo que si dice el francés es que esas historias nuevas que se introducen son, sin duda, las mejores, el viaje de ida y vuelta a lomos de un par de balas de cañón o su salvación tirándose de la coleta. Y también destaca en el prólogo que reescribió el conjunto con un estilo lleno de gracia y vitalidad. El barón tiene un nuevo carácter. Crea un nuevo género entre satírico y fantástico. Una delicia para el lector. Como consecuencia de todo esto apareció, como ya apunté al comienzo, su » Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen».
Bürger no sólo fue un excelente traductor, sino también uno de los grandes nombres de la lírica alemana y quizás el más genuino representante de aquel movimiento que dio en llamarse «Sturm und Drang» (Tormenta e ímpetu), del que les hablaré en la segunda parte de este post, pero del que ya les adelanto que el barón se empapó llevado par la mano de Bürger. Y que este movimiento tiene mucho que ver en que conozcamos al barón que conocemos y no a otro. El barón no será ajeno al espíritu de este movimiento, en principio, literario alemán. Un movimiento que abarcó los años 1767-1785 y que como se apunta en el prólogo, había comenzado tiempo atrás. En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual, y en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la ilustración. Se opone a la ilustración alemana o Aufklärung y se hizo precursor del Romanticismo. El nombre de este movimiento surge de la pieza teatral homónima del mismo nombre escrita por Friedrich Maximilian Klinger en 1776. Algunos escritores que encabezaron este movimiento son Hamann, Herder o el gran Goethe.
Fue una corriente profundamente irracionalista y emotiva dedicada a buscar signos en la naturaleza y a unificar ésta con la historia y con la cultura, aferrándose a las raíces populares germánicas frente a un racionalismo ilustrado eminentemente francés. Será este empuje irracional, como se recoge en el magnífico prólogo de la edición francesa, el que sustituirá el imperativo categórico por la categoría del imperio, el ingenio por el genio, la mesura por el caos originario, la moral por la pasión y el formalismo ilustrado por la pura libertad creadora. La vida, puesta ahora en el lugar de la razón, como vida suprema, rechaza las reglas que, aún siendo legítimas racionalmente, fijan un límite al libre desarrollo del individuo.
Y en esa atmósfera traslada Bürger al barón, y el barón es ese ser que puede representar todo lo que ellos anhelan, un personaje que representa lo que ellos no pueden ser, pero que, por eso, crean al ser, al loco, al aventurero. Así sólo el personaje será juzgado, no el escritor.
Y ese barón es el que adoramos todos aquellos lectores que amamos sus historias, sus aventuras y sus locuras.