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18Dic/16

OBRA COMPLETA. LOS AGUINALDOS DE LOS HÚERFANOS. ARTHUR RIMBAUD

I

Está lleno de sombra el cuarto; vagamente se oye
de dos niños el triste y dulce cuchicheo.
Su frente se vence, aún cargada de sueño,
bajo la larga cortina blanca que tiembla y se levanta…
-Fuera los pájaros se arriman frioleros;
sus alas se entumecen bajo el gris de los cielos;
y con su séquito de brumas el nuevo Año,
arrastrando los pliegues de su manto de nieve,
sonríe entre sollozos y canta tiritando…

II

Y, bajo la cortina ondulante, los pequeños
hablan quedo como se hace en una noche oscura.
Escuchan pensativos como un lejano murmullo…
Los estremece a menudo la clara voz de oro
del timbre matinal, que repica incesante
su estribillo metálico en su globo de vidrio…
-Además, el cuarto está helado…ruedan por el suelo,
entre las camas esparcidas, ropas de luto:
¡el áspero cierzo invernal que en el umbral gime
aventa en la morada su aliento taciturno!
Se siente en todo esto que falta alguna cosa…
-¿No hay acaso una madre para estas criaturas,
una madre de fresca sonrisa y triunfantes miradas?
¿Es que ha olvidado, en la noche, sola y adormilada,
avivar una llama a las cenizas arrancada,
amontonar sobre ellos edredones y lanas
antes de abandonarlos gritándoles: perdón?
¿Acaso no ha previsto el frío matutino,
ni cerró bien la puerta al cierzo del invierno?…
-El sueño materno es la tibia alfombra,
el nido algodonoso donde acurrucados los niños,
cual bellos pájaros mecidos por las ramas,
¡duermen su dulce sueño lleno de cándidas visiones!…
-Pero esto, -es como un nido sin plumas ni calor,
donde los pequeños pasan frío, no duermen, tienen miedo;
un nido que ha debido de helar el cierzo amargo…

III

Vuestro corazón lo ha intuido: -no tienen madre estos niños.
¡No hay madre en el hogar!-¡y el padre está muy lejos!…
-Por eso una vieja sirvienta de ellos se ha ocupado:
en la gélida casa están solos los pequeños;
huérfanos de cuatro años, en su mente de pronto
despierta poco a poco un risueño recuerdo…
es como un rosario que al rezar se desgrana:
-¡Ah, qué bella mañana la mañana de aguinaldos!
Cada uno, en la noche, había soñado con lo suyos
en algún sueño extraño donde se veían juguetes,
caramelos vestidos de oro, centellantes joyas,
arremolinarse y bailar una danza sonora,
¡luego huir bajo las cortinas y aparecer de nuevo!
Despertaban al alba, se levantaban alegres,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, enmarañando el pelo en la cabeza,
radiantes los ojos, como en los grandes días de fiesta,
y los piececitos descalzos rozando el suelo,
a las puertas de los padres suavemente llamar…
¡Entraban!… Luego las felicitaciones… en camisón,
los besos repetidos, ¡y la alegría permitida!

IV

¡Ah, qué delicia aquellas palabras tantas veces dichas!
-Pero cómo ha cambiado el hogar de otro tiempo:
crepitaba un gran fuego, vivo, en la chimenea,
toda la vieja habitación estaba iluminada:
y los reflejos rojizos, salidos del hogar,
revoloteaban alegres sobre los muebles barnizados…
-¡El armario estaba sin llaves!… ¡sin llaves el gran armario!

(…)

-El cuarto de los padres está hoy muy vacío:
ningún reflejo rojizo bajo la puerta hay;
ya no hay padres, ni hogar, ni llaves requisadas:
¡por eso ya no hay besos, nada de dulces sorpresas!
¡Oh, qué triste para ellos será el primer día del año!
-Y, muy pensativos, mientras una amarga lágrima
de sus grandes ojos azules silenciosamente cae,
murmuran: «¿Cuándo volverá nuestra madre?»

(…)

Es enternecedor pensar que a la temprana edad de quince años, el gran poeta Arthur Rimbaud (Champaña-Ardenas, 1854, Marsella 1891), ya lo era. Estos versos, con lo que he comenzado, pertenecen a su poema «Los aguinaldos de los huérfanos»(1870). Hacía mucho tiempo que no leía algo tan estremecedor y a la vez tan bello. Quiero compartirlo con todos ustedes en estas fechas que se acercan, tan significativas para muchos, porque me parece que todos podemos aprender bastante de estas palabras que el escritor francés dejó escritas, en las que nos quería transmitir que sin amor, que sin el amor de esos padres, de esa madre que ya no está en casa, ya nada es igual, que se terminaron las cosas dulces, los besos, la habitación del cariño, el calor,… Que, en definitiva, nada tiene sentido, si no está esa madre que los niños buscan desesperadamente. Sólo los recuerdos alivian el dolor, pero ellos continúan preguntándose cuándo volverá su madre.
Por eso, en época de Navidad dónde confundimos, en muchas ocasiones, el significado de lo que celebramos, dejemos de pensar en tantas cosas materiales que nos rodean, que pensamos, nos hacen felices y disfrutemos de los que aún tenemos cerca, de nuestros seres queridos. Y sonriamos acordándonos de los que ya se fueron, pero que, de alguna manera, siguen estando a nuestro lado. Repartamos amor, besos, abrazos,…cuando aún podemos hacerlo. Que no sea demasiado tarde para luego tener que conformarnos con los sueños.
En septiembre de este año, Ediciones Atalanta volvía a sorprendernos con la edición de la obra completa bilingüe de Rimbaud, que hasta ahora se había publicado en España de forma poco rigurosa.
Como la propia editorial cita en la obra su correspondencia «sólo estaba disponible en breves antologías temáticas» y su poesía estaba incompleta porque aunque en la portada de alguna edición figura el título de «Obra poética completa», incluso las mejores versiones, a cargo de excelentes poetas «dejan de lado los veintidós poemas que conforman el llamado «Album zutique», cuyo contenido escatológico o las dificultades que plantea su complejo argot parecen haber inducido a los traductores a descartarlos.»
Ediciones Atalanta nos ofrece, definitivamente, la obra completa desde sus creaciones escolares en latín hasta sus poemarios finales.
Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 1944) ha sido el encargado de mostrar esta joya en su total esplendor. La labor de traductor de Armiño se ha centrado, sobre todo, en la cultura francesa.
El volumen, que deben conocer y abrir para adentrarse en el mundo de este fabuloso escritor, contiene además de un estupendo prólogo de Armiño, una cronología, un «diccionario Rimbaud» para conocer tanto a él como a su obra de forma más acertada, por supuesto toda su obra poética como «Una temporada en el infierno» o «Iluminaciones», la correspondencia del autor entre 1870 y 1891, así como ilustraciones y fotografías.
El prólogo comienza así:
«El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de «meteoro»; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville, que llega a París en septiembre de 1971 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, «Una temporada en el infierno» (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa. En ese año y medio su conducta devino en piedra de escándalo constante, incluso entre el círculo de poetas bohemios: por sus extravagancias, fumaba con la cazoleta de la pipa boca abajo, por su afición a la bebida, por su apariencia sucia, desharrapada y salvaje, por su carácter agresivo, hasta el punto de propinar una puñalada con un bastón-estoque al fotógrafo Carjat, o por exhibir sin demasiados tapujos su homosexualidad en compañía de Verlaine. A todo esto se añadía la insumisión en su obra poética a todos los órdenes de la sociedad: a la escuela, a la Iglesia, al orden político o impuesto por Napoleón III, a la familia, al trabajo; en resumen, a los valores que la burguesía de la época empezaba a ponderar como una posibilidad de avance social.»
Para terminar, quiero compartir con ustedes otros versos de su poema «Sensación», otro de mis preferidos, también de su juventud e igualmente bellos e inteligentes.

«En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picoteando por los trigos, pisando la hierba menuda:
soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada:
pero el amor infinito me subirá al alma,
e iré lejos, muy lejos, lo mismo que un bohemio,
por la naturaleza (…)»