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02Mar/20

EL ANDÉN DE NIEVE (FRÍO DE VIVIR). CARLOS CASTÁN

Hacía mucho tiempo que no leía un relato tan bello como el que hoy les quiero presentar. Se titula El anden de nieve, de Carlos Castán (Barcelona, 1960), autor, hasta que leí esta maravilla de relato, desconocido para mi, pero que, desde ahora, quiero seguir conociendo. Su narración es de una elegancia inusual y de una gran inteligencia.

¿Cómo puede caber tanta belleza en un relato tan breve? Castán nos monta en los trenes, medio de transporte que evoca, no sé la razón, o al menos a mi me transporta, a tiempos pasados de películas antiguas y bonitas.

El relato comienza así:

«En un tren de madera siempre puedes encontrarte con un soldado alemán. Y puedes tener que saltar sobre la nieve si has olvidado tu pasaporte. Entonces te hallarías en medio de una Europa en guerra, con el tobillo torcido perdido en un bosque de niebla. Por eso ahora no los hacen así. No sería cómodo para los viajeros.»

Me parece precioso este inicio. Evocador.

Continúa así:

«(…) después de tantos años, es poco probable, a decir verdad, sufrir a bordo de un tren de nuestros días un ataque comanche o vivir una aventura con los correos del zar. (…) Hoy los perseguidores de prodigios recorren miles de kilómetros a la búsqueda de uno de ellos. Van y vienen incansables de una ciudad a otra con maletas semivacías y periódicos viejos doblados bajo el brazo. Algunos llevan sombreros de viajero, todos han perdido la esperanza varias veces bajo la lluvia de los andenes, que es la más cruel y la más fría que existe, porque el portento esquiva a los avisados y repetidores arrepentidos que, en su día, víctimas de su propio pánico ante el pasmo, dejaron huir la ocasión como locomotora que se adentra en la noche. Agotados, volverán a subir una y mil veces la escalinata del vagón, se dejarán caer pesadamente sobre su asiento y desplegarán sin mirarlo su diario a la vez que apoyan la cabeza en la ventanilla esperando el silbato que enciende a duras penas el desgastado ánimo.»

No me topé con este relato en el libro Frío de vivir, novela del autor que inicia su obra con «El andén de nieve», sino en un volumen de Quinteto titulado Viajeros donde, como se señala en la portada, se recogen los mejores relatos de viajes de varios escritores como por ejemplo, John Updike, Jose Luis Corral, Jack Kerouac o el propio Castán. Es un libro que merece la pena leer. Tiene relatos maravillosos pero éste, con el que justamente abre el volumen, me pareció el más hermoso.

El relato de Castán nos presenta al señor Segriá, obeso viajante catalán, que «vivió sobre los raíles la historia de amor que calles y hoteles, bares y jardines le habían negado». Segriá conoce a una mujer fascinante, que le es tan familiar como la Primera Sinfonía de Schumann. La ama «durante kilómetros y kilómetros». «El obeso viajante catalán hubiera querido buscarle un sitio en tierra firme, ponerle un piso o llevarla al cine, poder caminar juntos por la calle, aunque sólo fuera eso, entrar a los cafés, ver alguna película, ya se sabe, enseñarla a los amigos. Ella siempre se negó. Con una sonrisa le anunciaba su próximo viaje. Si él insistía se estropeaba todo, la mujer se ponía triste y sólo quería dormir o leer sus revistas. Cuando el asunto se daba por zanjado volvía a ser la de antes.»

Segriá podría haber seguido siendo feliz, pero un día se le ocurrirá seguirla, después de despedirse de ella, como de costumbre, en el andén. ¿Qué sucedió? No les puedo contar nada más, pero Castán nos aclara una cosa: » (…) he ido comprobando que muchos de los pasajeros de los trenes desaparecen apenas abandonan la estación, cosa que puede verificar cualquiera. Basta con seguirlos cuando se apean del vagón, conocen las calles aledañas más discretas, al margen de sus trenes, ¿conocen algo más?, y hacia allí se dirigen en precario equilibrio, nerviosos y rápidos, con gestos de ratón. Llegado el instante oportuno se esfuman. (…) Volverán a tomar forma al día siguiente en los servicios de ese mismo tren o de otro diferente. Por eso, si es que se han fijado, apenas la máquina inicia su marcha, siempre sale alguien de algún lavabo que segundos antes estaba vacío. (…) No sé de dónde surgen ni en qué pensamiento se dibuja su rostro por primera vez, si toman su aspecto de muertos de otros siglos (…) Pero sé que no nacen ni acuden a los colegios, que su lenguaje es postizo y su soledad fingida porque desconocen el drama de la vida y su memoria es difusa y cambiante como las sombras en las que se escabullen. Están hechos de carne, pero no les aguarda la sepultura alguna; ríen, pero su dicha carece de sentido porque lo ignoran todo del dolor, nadie nunca les hizo llorar ni los libró al olvido. No estoy loco. No seré yo quien niegue que en un vagón cualquiera hay mayoría de gente como usted y como yo, personas que se dirigen de una ciudad a otra para cambiar de aires, asistir a funerales, retener amores o atender a la usura de sus negocios. Es cierto. Pero los seres de quienes hablo abundan más de lo que parece y lo que parece ya es bastante si se les sabe ver, si nuestra mirada no se nos ha podrido por su cuenta entre los ojos.»

Pero aún Castán tiene un personaje más para hacernos cuestionarnos la vida. Uno monta en los trenes para soñar, para viajar o para ambas cosas. El tren es la metáfora de la huida, ¿a dónde nos lleva un tren?.¿Hasta que estación queremos llegar? El sueño puede durar lo que dura el viaje, el viaje puede ser el sueño o ese sueño el deseo inalcanzable. Y si no que se lo pregunten a un hombre, a otro personaje, Macario, apodado el ferroviario. Un viaje en tren le hará tomar una de las decisiones más importantes de su vida. ¿Por qué? Porque a través de las ventanillas a veces ve que se acerca a Chamartín, lugar de destino y observa los polígonos industriales tan característicos de la ruta, y otras tantas veces, al otro lado de la ventanilla, observa densas arboledas, cordilleras lejanas, caminos en la nieve que terminan en casa humeantes. En sus sueños Macario, ante el frenazo imprevisto del tren, ve, sobre el andén totalmente nevado lo que parece ser la estación de una pequeña aldea y allí una mujer vestida de negro que sonríe, le llama por su nombre y aguarda a que baje. «Su rostro era de una vertiginosa belleza. Supo que la conocía desde siempre porque era desde siempre la mujer de sus sueños.»

Si mira al otro lado de la ventanilla, mientras el tren sigue su camino, ve a su mujer, a sus hijos, que ya le han localizado y golpean impacientes con los nudillos en el cristal. «Unos metros más atrás su mujer les gritaba algo, probablemente que dejaran de encaramarse al vagón. En su cara se veía que estaba harta de aguantar a los niños, de sus varices y del retraso del tren.»

¿Qué hacer, envolverse en el sueño del viaje en tren y continuar la vida cogiendo uno y después otro para que el dulce sueño nunca termine o bajar en Chamartín y enfrentarse a la dura realidad de un andén donde te espera tu familia, la rutina? La realidad frente al sueño. ¿Quién vencerá? Abran el libro para averiguarlo, les encantará.

El autor les advierte:

«Y ustedes no fantaseen. Sé perfectamente por qué lado habrían bajado del tren. No es mi caso. Mis escasas posibilidades se reducen a que el ferrocarril ignore que conozco cuanto les he contado. Así que a callar. No les costará un gran trabajo guardar silencio ya que en ningún momento me han creído. Bastante difícil lo tengo y lo sé, no albergo demasiadas esperanzas. Entretanto, viajo a menudo en tren: hablo con los viajeros cuando estoy harto de escuchar a los humanos.»

01Mar/20

SANGRE MALA. SALVADOR ROBLES MIRAS

«Si, ya sé que no es lo mismo matar a tu propio perro que a los seis bípedos degenerados que tengo en cartera, aún así, me produce cierta inquietud pensar en cuál será mi actitud cuando me apreste a ejecutar a mi primera víctima.»

Obsesionado compulsivamente por el éxito, al  protagonista de Sangre mala, escritor a su vez de Sangre mala, una novela que apenas ha vendido un centenar y medio de ejemplares, dominado por el delirio, se le ocurre el maquiavélico plan de reproducir en la vida real lo que narra en la ficción y así su obra «despertará de forma consecutiva el interés de la prensa, los libreros y los lectores, quienes acudirán en masa a las librerías para comprar el libro». Todos pensarán que la novela es tan buena que hasta un depravado asesino en serie está dispuesto a imitar en la vida real los asesinatos que Casanova, así se llama el protagonista de su obra, comete en el mundo paralelo de la ficción.

Cuando hace ya algún tiempo hablé con el escritor Salvador Robles Miras (Águilas, Murcia, 1956) del argumento de su última obra, Sangre mala, que a primeros de marzo saldrá a la venta, confieso que quedé fascinada. Enseguida pensé, y quise creer también, que estaba ante la mejor novela de este género, que hasta ahora, Robles había escrito. Después de leerla, creo no haberme equivocado. Hace pocos días le dije que me lo había pasado muy bien leyéndola, que me entretenía mucho y no podía dejar de leerla, y lejos de alegrarse Salvador me contestó: «No es sólo eso lo que espero de un lector que tenga entre sus manos Sangre Mala, quiero que les haga reflexionar». Tenía razón, y es ahí justo donde reside la clave, el círculo perfecto de esta novela, que entretiene al mismo tiempo que te hace pensar, reflexionar sobre hasta dónde el ser humano puede llegar para alcanzar sus objetivos.

¿Se pueden resolver los fallos de una novela en la vida real? El escritor cumple casi escrupulosamente lo que recoge el libro. Tiene que hacer todo lo que ha escrito sobre su asesino en serie. Todo lo que pone en el libro, que será el superventas del año. ¿Qué precio está dispuesto a pagar en aras de alcanzar la fama?

«(…) una noche de sábado, después de recorrer en las horas previas las pocas librerías de Metrópoli que acogían Sangre mala, y comprobar consternado que seguían teniendo el mismo número de ejemplares que semanas atrás, o sea, que no habían vendido ni un solo libro más, concibió su maquiavélico y enloquecido plan.»

La primera víctima del escritor Saúl Rejón, será la prostituta Anastasia, pero a ésta le seguirán algunos más, entre ellos el sacerdote Herminio Olivas, implicado en casos de pederastia, con el que Rejón saldará cuentas de su infancia, o la empresaria Luz Pazos, a la que conoció tiempo atrás en el Congreso Nacional de Calzado en Madrid y que además ha rechazado mantener sexo con Rejón.

Robles Miras, uno de los autores más destacados de la novela negra actual, cuenta de nuevo en este volumen con Cecilia Fresnedo, ahora ya inspectora de Brigada contra el Crimen de Metrópoli y al mando de la investigación. Caso complicado el que tienen esta vez entre manos. El asesino es «un tipo extremadamente limpio. Mata y se marcha sin «olvidar» en el escenario del crimen nada comprometido para él, como si fuera embutido en un mono de látex.»

Todo transcurre a las mil maravillas para Rejón, su novela ha alcanzado la décima edición, sus asesinatos en la vida real son casi calcados a los que escribió para Casanova en su novela y por si fuera poco las ventas de la zapatería de la que es propietario, Guantes para el pie, han subido de forma desorbitada.

Aunque él crea que es un gran escritor, la novela adolece de una incongruencia y nada es baladí para Fresnedo. «La sangre mala de la sociedad la componen los desalmados de  toda ralea y condición, y a la cabeza de éstos debe figurar el asesino que mata por matar, porque le complace. Qué fallo más garrafal. Además, la novela habría sido mucho más redonda si Casanova, un homicida justiciero, matara a un asesino, verbigracia, un psicópata.»

El suspense de la obra está garantizado hasta el final. ¿Atraparán a Piña antes de que este ejecute hasta el final su sanguinario y macabro plan?

Les invito a que abran esta novela, editada por M.A.R Editor. Es una maravilla dentro del género negro.Espero que ocupe el lugar que merece porque, como escribe en el prólogo de la obra el escritor Klaus S. Neumann, Robles desea que empaticemos con sus personajes, que nos introduzcamos en sus mentes y almas, y eso, en mi opinión, supone un trabajo muy generoso por parte del escritor. «Para él, la comprensión del otro es la base de la futura comunicación con aquellos que son diferentes a nosotros.»

Salvador Robles Miras fue finalista del Premio Euskadi al Mejor libro del Año de Literatura con su obra La exclusiva del asesino. En este mismo blog pueden leer un post sobre esta magnífica novela.

 

 

20Feb/20

EL PORQUÉ DE LAS COSAS. QUIM MONZÓ

Érase el cuento de la Cenicienta, o el eterno cuento de la monarquía y otros muchos cuentos más que el gran Quim Monzó (Barcelona, 1952) tuvo la gentileza de escribir bajo el título  «El porqué de las cosas». Un libro de relatos cortos que les invito a abrir con el deseo de que se diviertan tanto como yo lo hice en su día. Se dice de Monzó que se ha convertido «en el indiscutible primer escritor de su generación, en lengua catalana». Anagrama ha publicado toda su obra traducida al castellano. Es un escritor que divierte y que además no deja indiferente al lector, buena combinación. Enrique Vila Matas le descibre así: «Como cuentista Monzó es buenísimo. Como persona es alguien alejado de toda solemnidad y, por tanto, un alma amiga.»

Es difícil, como suele ocurrir siempre, hacer una selección, pero en el espacio de un blog es inevitable, así es que le dejo con dos de mis cuentos preferidos. El primero se titula «La monarquía» y el segundo «La micología».

En La monarquía se presenta a la Cenicienta. Su vida ha dado un gran giro después de la pérdida de un zapato del número 36. Ha generado la envidia de sus hermanastras por ser ella la que se ha casado con un príncipe. Después la vida, como suele ocurrir en estos casos, la ha alzado hasta lo más alto, de princesa a pasado a ser reina.

«El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona? De que el rey tiene una amante no hay duda. Las manchas de carmín en las camisas siempre han sido prueba clara de adulterio.»

La reina se pregunta quién puede ser la amante de su marido, si contarle lo que ha descubierto o por el contrario disimular «como sabe que es tradición entre las reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica». El caso es que el rey tiene una amante y ella se tortura pensando que quizás ella no le satisfacía suficientemente o que quizás se la buscó porque ella se niega a realizar «prácticas que considera perversas (sodomía y ducha dorada, básicamente)».

¿Decidirá callar la reina o hablar? ¿Cómo acabará el cuento? Porque la cosa está regular. El rey llega con ojeras a las ocho de la mañana, los contactos carnales con la reina son cada vez menores,… En ocasiones, no se sabe si es mejor casarse con un príncipe, cosas del destino. «(…) habría preferido incluso que alguna de sus hermanastras calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. (…) Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.»

Una noche la reina decide seguir al rey. Para conocer el final, tienen que leerse el cuento. Es muy divertido e inesperado.

En el cuento La micología, Monzó nos presenta a un setero que llega a un pinar. En un momento de su paseo ve una amanita muscaria y le da un puntapié para que nadie la coja. » En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando en medio del suelo.»

Y como no podía ser de otra manera, resulta que el gnomo es un gnomo de la suerte e invita al setero a que formule un deseo porque él se lo concederá. El setero escéptico, le contesta que esas cosas sólo ocurren en los cuentos.

«Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales características. Si quieres mujeres, di cuáles en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya.», le advierte el gnomo.

Hay un pequeño problema, el setero sólo tiene cinco minutos para decidirse y poco antes de que acabe el cuento de Monzó sólo le quedan dos segundos. ¿Qué creen que pide el setero? Ni se lo imaginarán. Pero para saberlo tienen que leer el cuento.

«El setero duda. (…) ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea¿ ¿Elizabeth McGovern? (…) ¿El trono de un país en los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia.»

 

15Feb/20

POESÍA PREHISPÁNICA. CACAMATZIN DE TEXCOCO

«¿Con qué he de irme?

¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?

¿Cómo ha de actuar mi corazón?

(…)

Dejemos al menos flores.

Dejemos al menos cantos.»

Nezahualcóyotl (Un recuerdo que dejo)

 

Hoy quiero compartir con ustedes un blog sobre la poesía prehispánica. Hace poco tiempo que me he interesado en profundizar sobre este tema y he tenido la suerte de topar con un libro muy interesante que me ha mostrado a grandes poetas.

El libro se titula «Poesía prehispánica. Cacamatzin de Texcoco y otros», de la editorial Trillas en su colección Lluvia de Clásicos. Es un libro muy interesante donde hay una presentación que, en pocas palabras, nos sitúa en el contexto de este preciado legado literario.

«La literatura prehispánica, y por supuesto la producción poética de aquellos años, es decir, la que fue escrita en México antes de la llegada de los españoles, está documentada en textos que datan del siglo XVI, precisamente cuando ocurrió la Conquista. (…) fueron precisamente estos religiosos (frailes españoles), quienes como parte de la misión que habían venido a cumplir, recogieron y transcribieron al castellano los poemas y leyendas que entonces encontraron.»

Gran parte de lo que transcribieron pertenecía, según recoge el libro,  a la tradición oral, los relatos que se transmitían en una familia de generación en generación. Fray Bernardino de Sahagún (Sahagún, reino de León, España 1499, México 1590) en su «Historia de las cosas de la nueva España» señala, según este ejemplar que: «Todas las cosas que conferimos, me las dieron por pinturas, que era la escritura que ellos antiguamente usaban.»

Personalmente, me parece muy bello, que de una pintura nazca una poesía, que no es algo muy extraño si tomamos esto como un trabajo pictórico como fuente de inspiración para un texto literario, pero aquí hay algo que lo hace único, el creador de la pintura transmitía así su historia, su poesía, esa que llegó a nosotros.

La pregunta que uno inevitablemente se hace y que aparece en esta introducción del libro es si realmente los poemas que en este volumen se recogen, pertenecieron a los autores a los que se les atribuye, si lo que conocemos es fiel a lo que se escribió, si es un testimonio » apegado a nuestra cultura.» «No cabe duda de que cada transcriptor debió haber impreso a su trabajo por lo menos un poco de su propio sentir.» Pero lo que no cabe duda es de que este libro recoge una gran e interesante muestra de lo más representativo de poesía prehispánica que les invito a abrir y a que disfruten tanto como lo hice yo.

Al final del volumen hay una parte titulada Parte Complementaria, que recoge datos sobre el contexto histórico- cultural de las obras, además de una pequeña bibliografía, que es de gran ayuda al lector que se inicie en este tema. Viene acompañado de unas ilustraciones muy interesantes.

Los temas de estos poemas, de estos poetas, se repiten en sus versos. La muerte, lo efímero de la vida, dónde nos dirigimos después de la muerte, qué legado dejamos, el sentido de la permanencia en la tierra después de muertos, la naturaleza, los dioses,… son los temas recurrentes. En ocasiones, hay muchos versos, que por su extrema sencillez y belleza me recuerdan a los haikus japoneses. Por ejemplo estos del poeta Nezahualcóyotl titulado «Monólogo de Nezahualcóyotl»

«Ya retumba el tambor: sea el baile:

con bellas flores narcóticas se tiñe mi corazón.»

Voy a dejarles con algunos de los versos que más me han gustado. Son todos un canto a la naturaleza, a la vida, una duda sobre la muerte, temas que nos hacen reflexionar aunque los siglos pasen y pasen.

Comienzo con la poetisa Macuilxochitzin (mediados del siglo XV). Su obra es considerada, según afirma el libro, como una de las más bellas de la época, y según consta en sus versos, ella era una mujer con una refinada educación e instrucción.

De su poema Canto de Macuilxochitzin

«¿Adonde de algún modo se existe,

a la casa de Él

se llevan los cantos?

¿O sólo aquí

están vuestras flores?,

¡comience la danza!»

 

Cacamatzin de Texoco (1494-1520). Provenía de una de las familias más ilustres de texcocana, región entre la que destacaron reyes y poetas que lograron pasar a la historia.

De su poema Canto de Cacamatzin

«Amigos nuestros,

escuchadlo:

que nadie viva con presunción de realeza.

El furor, las disputas

sean olvidadas,

desaparezcan en buena hora sobre la Tierra.

(…)

Se extiende la niebla,

resuenan los caracoles,

por encima de mí y de la Tierra entera.

Llueven las flores, se entrelazan, nacen giros,

vienen a dar alegría sobre la Tierra.»

 

Nezahualcóyotl (1402-1472). Fue un ilustre gobernante prehispánico. En 1431 fue promulgado señor de Texcoco. Su nombre significa fuerza de león y coyote hambriento.

De su poema ¿A dónde iremos?

«Aquí nadie vivirá para siempre.

Aun los príncipes a morir vinieron,

Los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá para siempre.»

 

Acoyucan Cuetzpalzin (segunda mitad del siglo XVI), fue un gran poeta al que se le llamó «El sabio de Tecamachalco».

De su poema Las flores y los cantos

«Aquí en la Tierra es la región del momento fugaz.

¿También es así en el lugar

donde de algún modo se vive?

¿Allá se alegra uno?

¿Hay allá amistad?

¿o sólo aquí en la Tierra

hemos venido a conocer nuestros rostros?»

 

Poemas de escritores como Nezahualpilli, Axayácatl, Xiconténcatl el Viejo, Aquiauhtzin de Ayapanco o Fernando de Alva Ixtlixóchitl aparecen recogidos también en este precioso volumen.

 

20Dic/19

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA (PRIMERA PARTE). JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS

Descubrir a autores como José Mauro de Vasconcelos (Rio de Janeiro 1920, Sao Paulo 1984), me recuerda que amo la literatura porque nunca deja de sorprenderme. Guarda joyas literarias, autores increíbles, historias fascinantes, que tenemos fácilmente al alcance de nuestra mano. ¿Se puede pedir más?

«Mi planta de naranja-lima» llegó a mi un día cualquiera en el que entré, como muchas otras veces, en una tienda de libros de segunda mano para ver que había. En una estantería olvidada, sobresalía un libro con un título en español, cosa poco frecuente aquí en Alemania. Lo saqué, le sacudí el polvo y, confieso, que la portada tan poco atractiva, me hizo, sin darle una segunda oportunidad, volver a colocarlo donde estaba. Seguí curioseando otros libros de autores clásicos alemanes, pero algo me hizo volver a aquel libro al que había, injustamente, rechazado por su antiestética portada. Esta vez, lo abrí y topé con una pequeña foto del autor. Un hombre con semblante resignado que me produjo mucha ternura. Después, ya dispuesta a perdonar la portada, me centré en el título. Ese título tan sencillo y tan «exótico» en un día triste y gris muniqués, me hizo darle esa oportunidad que merecía. Lo compré finalmente. No podía abandonar a ese libro a su suerte. Sentí que tenía que sacarlo de allí y rescatarlo. ¿Quién se iba a fijar en él? Tenía pocas oportunidades de tener una vida mejor. Una vez limpio, podría convivir con otros libros en español en mis estanterías. Se sentiría más arropado y cómodo entre «colegas», que allí olvidado y triste entre clásicos alemanes que siempre le mirarían con cierto aire de superioridad. Y yo, dándome toda la importancia del mundo, lo metí en mi bolso, creyendo que había hecho algo grande por la novela, sin saber minutos después que la novela había estado esperándome en esa tienda, para regalarme a mi grandes momentos de lectura. Cuando, días después terminé de leerla, la coloqué en la estantería, junto con mis otros libros, la acerqué a mi, como dándole un abrazo y agradeciéndole que me estuvo esperando hasta que aquella mañana triste y gris. Sin duda, había tenido mucha suerte de haberla conocido.

Aquella mañana, entré a un Café, y la abrí. Mi orgullo de lectora quería darle «una oportunidad». Sólo fueron necesarias las cinco primeras frases de lectura para darme cuenta de que estaba ante un obra maestra de la literatura brasileña.

La novela comenzaba así:

«Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo.»

Y ya no pude parar de leer. Tres días seguidos que me sumergieron en el mundo de Zezé, el niño protagonista de cinco años, pobre, como su familia. Zezé, ese niño que con cinco años ha aprendido a leer solo, para asombro de toda su familia, sobre todo de su tío Edmundo. Ese tío que le enseña la cultura, que le engrandece sus logros. Zezé, que por ese logro irá a la escuela, que será un ángel en el aula mientras en casa creen que es el mismísimo diablo, aunque lo único que sucede es que es travieso y nada más. Zezé, el niño que tiene  muchos hermanos: Totoca, de nueve años, su hermano mayor que le enseña cosas de la vida, de fuera, cruzar carreteras por ejemplo, que sabe silbar incluso, pero que no tiene la suficiente sensibilidad para entender que también es posible «cantar para adentro», Jandira, la mayor, de 22 años, Lalá, que ya trabaja en la misma fábrica donde han echado a su padre, Gloria, de 15 años, la única que le defiende del maltrato que sufre en casa por parte de sus padres y sus otros hermanos y el pequeño Luis, al que Zezé llama cariñosamente «El Rey Luis» y al que adora.

Por supuesto Zezé tiene a su papá y a su mamá e incluso a su abuela Dindinha. Su papá, Paulo Vasconcelos, ha perdido el empleo por una pelea con el gerente de la fábrica de su pueblo. Su mamá Estefanía Pinagé, esa mujer que canta mientras tiende la ropa y que está muy orgullosa de ser hija de indios, trabaja en un telar para sacar a su familia adelante, la familia pobre.

Para buscar un futuro mejor, la familia debe mudarse a otro pueblo, y allí en esa casa nueva que les espera, Zezé va a encontrar un amigo, un amigo al que le irá contando su vida, una planta de naranja-lima que está en el jardín y al que el niño pondrá el nombre de Minguito.

«-¿Pero tú hablas de verdad?

-¿No me estás escuchando?

Y se rió bajito. Casi salí gritando por la quinta. Pero me sujetaba la curiosidad.

-¿Por dónde hablas?

-Los árboles hablan por todas partes. Por las hojas, por las ramas, por las raíces. ¿Quieres ver’ Apoya tu oído aquí en mi tronco y vas a escuchar palpitar mi corazón.

Me quedé medio indeciso, pero viendo su tamaño perdí el miedo. Apoyé la oreja y una cosa lejana hacía tic…tac…tic…tac

-¿Viste?

-Pero, dime, ¿todo el mundo sabe que hablas?

-No. Solamente tú.

-¿De verdad?

-Puedo jurarlo. Un hada me dijo que cuando un niño igual a ti se hiciera amigo mío, yo podría hablar y ser muy feliz.»

Zezé tiene sueños, como cualquier niño. «Cuando yo crezca quiero ser sabio y poeta y usar corbata de moño». Cuando demostró que podía leer, Jandira se quedó boquiabierta oyéndole leer la oración que pedía a los ciegos la bendición y protección para la casa, y que ahuyentaran los malos espíritus. El tío Edmundo asombrado fue a llamar a la abuela para explicarle que incluso leía bien la palabra farmacia. «La abuela rezongó que el mundo estaba perdido» Pero el tío le tomó de la barbilla y le dijo emocionado: «Vas a ir lejos tunante. No por nada te llamas José. Vas a ser el Sol, y las estrellas brillarán a tu alrededor.»

José Mauro de Vasconcelos recrea en este libro sus recuerdos de infancia en el barrio carioca de Bangú con una ternura, un colorido y unos diálogos prodigiosos. Les invito a abrir este libro cautivador, uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea. Este volumen forma parte de una tetralogía autobiográfica, no ordenada cronológicamente, formada por tres novelas más:

«Vamos a calentar el sol» (1974), trata sobre su traslado a Natal.

«Doidao» (1963), en el que se recogen sus vivencias de adolescente.

«Confesiones de Fray Calabaza» (1966), trata sobre su vida adulta.

«Mi planta de naranja-lima» fue publicada por primera vez en 1968, y presentada al público como la historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente. Quizás tenían razón, pero el libro presenta a un niño de principio a fin, con sus sueños, sus inquietudes, su inocencia, su ilusión por la Navidad, por los regalos. Sufre cuando su hermano Luis no tiene regalos, sufre porque su padre no tiene trabajo, sufre porque sabe que su madre no sabe ni leer ni escribir, pero en su inocencia de niño sigue siendo un niño que sueña con solventar todos esos problemas que le hacen daño en su corazón, cuando se haga mayor. Es consciente de su pobreza y no entiende que el Niño Jesús no se acuerde de él.

Un pasaje especialmente duro es de la cena de Nochebuena y la víspera de Navidad. Aunque Totoca advierte a Zezé que es mejor no esperar nada para no decepcionarse, aunque la cena ha sido un desastre, en la que todos estaban tristes y aunque año tras año nunca ha recibido nada Zezé no se da por vencido. Es la ilusión que un niño nunca pierde.

«-Voy a poner mis zapatillas al otro lado de la puerta.

-No las pongas. Es mejor.

-Las voy a poner, sí. A lo mejor sucede un milagro. ¿Sabes una cosa Totoca? Quisiera un regalo. Uno solo. Pero que fuese algo nuevo. Sólo para mí…

(…)

Abrí la puerta del dormitorio y, para decepción mía, las zapatillas estaban vacías. Totoca se acercó, limpiándose los ojos.

-¿No te lo había dicho?

Diversas sensaciones, entremezcladas, se acumularon en mi alma. Era odio, rebelión y tristeza. Sin poder contenerme exclamé:

-¡Qué desgracia es tener un padre pobre!…

(…)

Papá se hallaba de pie, mirándonos. La tristeza había hecho enorme sus ojos. (…) Había en sus ojos una tristeza dolorida, tan fuerte, que aún queriendo llorar no lo hubiera logrado. Se quedó un minuto, que no acababa nunca, mirándonos, después pasó a nuestro lado, en silencio. Estábamos paralizados, sin poder decir nada. Tomó el sombrero que estaba sobre la cómoda y se fue de nuevo para la calle.»

Totoca le tacha de malvado a Zezé. Pero Zezé no se había dado cuenta de que el padre les estaba mirando.

«Tuve ganas de salir corriendo por la calle y agarrarme llorando a las piernas de papá. Decirle que había sido muy malo, realmente malo. Pero continuaba quieto, sin saber qué hacer. Necesité sentarme en la cama. Y desde allí miraba mis zapatillas, siempre en el mismo rincón, vacías. Vacías como mi corazón, que fluctuaba sin gobierno.»

La vida en la escuela cambia a Zezé. La profesora, Cecilia Paim, le tiene en alta estima, le dice que es él el que mejor lee de clase. Zezé está orgulloso de si mismo. Su mamá trabajará horas extras para comprarle un traje, un traje que el llama de poeta. Paim está viendo toda la bondad que guarda dentro el chiquillo. Y eso refuerza al niño, su autoestima, aunque le cuesta creérselo aún.

 > SEGUNDA PARTE

20Dic/19

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA (SEGUNDA PARTE) JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS

< PRIMERA PARTE

«Los años pasaron, mi querido Manuel Valadares. Hoy tengo cuarenta y ocho años y, a veces, en mi nostalgia, siento la impresión de que continúo siendo una criatura. Que en cualquier momento vas a aparecer trayéndome fotos de artistas de cine o más bolitas. Tú fuiste quien me enseñó la ternura de la vida, mi Portuga querido. Hoy soy yo el que tiene que distribuir las bolitas y las figuritas, porque la vida sin ternura no vale gran cosa. A veces soy feliz en mi ternura, a veces me engaño, lo que es más común.»

A Minguito, Xururuca cuando le habla con más cariño, Zezé se lo cuenta todo, los cuentos que no le gustan, las historias que le apasionan, las peleas en la escuela, el juego del «murciélago», su amistad inesperada y entrañable con un rico portugués, Manuel Valadares, que siente mucha lástima por el chiquillo… Todo. La vida continúa y su árbol cada vez crece más, como una metáfora de él y de sus experiencias.

«Minguito había dado un gran estirón y pronto, muy pronto, estaría dando flores y frutos para mí. Los otros naranjos demoraban mucho. Mi planta de naranja-lima era «precoz», como tío Edmundo decía de mí. Después, él me explicó lo que eso significaba: era cuando las cosas sucedían mucho antes de que otras ocurrieran. Finalmente, me parece que no supo explicarlo muy bien. Lo que quería decir, simplemente era que algo se adelanta… Entonces yo tomaba trozos de cordón, sobre hilos y agujereaba un montón de tapitas de botellas para ir a enjaezar a Minguito. ¡Había que ver lo lindo que quedaba! El viento, golpeándolas, hacía chocar una tapita contra otra y parecía que estaba usando las espuelas de plata de Fred Thompson cuando montaba su caballo «Rayo de Luna».

En esta segunda parte del libro, la amistad de Zezé con el rico portugués hace que reflexionemos sobre una cosa muy importante, como la figura de una persona puede calar en el corazón y en la cabeza de un niño, transformándolo, en este caso, para bien. Y también que la amistad no entiende de edades y que la vida sin cariño y sin ternura, no tiene mucho valor, como muy acertadamente apunta el autor brasileño.

Zezé está cansado de su pobreza, de las palizas que le propina su padre, de escuchar una y otra vez que es un diablo. Por eso se apoya en el portugués. A él incluso le llega a decir que quiere suicidarse. A él le llega a decir, incluso, que le compre como hijo.

«Y si no me quieren dar, tú me compras. Papá está sin ningún dinero. Seguro que me vende. Si pide muy caro puedes comprarme a crédito, así como hace don Jacobo cuando vende…»

Zezé también se desahoga con Minguito. Le confiesa que significa Portuga para él. Y aquí queda de manifiesto, como la conducta de unos padres hacia los hijos, es algo que puede marcar para siempre, en este caso de la forma más triste posible. Al igual que una situación de pobreza, le hará al niño, soñar con un futuro mejor.

«…después de que él apareció en mi vida mi padre quedó convertido en una lechuza. Todo lo que hago él encuentra que está bien. Pero lo encuentra así, de un modo diferente. No es como otros, que dicen: «Ese chico va a ir lejos». ¡Ay, muy lejos, pero nunca salgo de Bangu!

Miré a Minguito con ternura. Ahora que había descubierto lo que era ternura la ponía en todo lo que me gustaba.

-Mira Minguito quiero tener doce hijos y otros doce. ¿Entiendes? Los primeros serán todos chicos y nunca van a recibir palizas. Los otros doce van a hacerse hombres. Y les voy a preguntar: «¿Qué quieres ser, hijo? ¿Leñador? Entonces, listo; aquí están el hacha y la camisa a cuadros. ¿Quieres ser domador de circo? Listo: aquí están el látigo y el uniforme…»

-Y en Navidad, ¿cómo vas a hacer con tantas criaturas?

¡También Minguito tenía cada cosa! Interrumpir en un momento así…

-En Navidad voy a tener mucho dinero. Compraré un camión de castañas y avellanas. Nueces, higos y pasas. Y tantos juguetes que hasta ellos van a tener que prestárselos a los vecinos pobres… Y voy a tener mucho dinero, porque de ahora en adelante quiero ser rico, muy rico, y además voy a ganar en la lotería…»

Pasará el tiempo y el padre intentará recomponer todo lo dañado, restituir todo lo perdido. Pero ya es tarde.

«¿Qué quiere ese hombre que me sienta en sus rodillas? Él no era mi padre. Mi padre había muerto. El Mangaratiba lo mató.»

Para saber a quién se refiere Zezé, tienen que leer este bello libro cargado de dolor y de poesía, de lecciones de vida y sobre todo y a pesar de todo, de esperanza, de ilusión, de ternura.