LOS BAROJA. JULIO CARO BAROJA (PARTE 3) CURIOSIDADES SOBRE PÍO BAROJA


Su carácter:

«Aunque nunca tuvo ideas filosóficas optimistas, mi tío Pío, de los cincuenta años para arriba, en la vida cotidiana era el hombre malhumorado, hosco y grosero que han pintado algunos aficionados al chafarrinón. En su existencia larga debió cambiar algo de carácter, con arreglo a un proceso que es relativamente común.

Según decía mi madre de joven, sí, había sido huraño, áspero e insociable. Era la época, sin duda, en que su personalidad como literato tenía que desenvolverse y en la que todo son luchas internas y externas. Lucha con la gente de alrededor, obsequiosa y servil con las personalidades consagradas y cruel con el joven orgulloso; lucha con las propias inexperiencias, ignorancias, lagunas, con los descorazonamientos prematuros, con las ilusiones excesivas, con los rivales. Mi tío no estaba contento con nada: ni la política, ni la literatura, ni el arte, ni las costumbres de la gente que bullía cuando él era joven le producían agrado. Pensaba en el pasado o en el porvenir. Su carrera de médico había sido un fracaso y al borde de los treinta años aún no había hecho nada notable, que estuviera a la altura de lo que él sentía, sin duda, que llevaba dentro. Pero de los veintiocho a los cuarenta y dos años, de 1900 a 1914, fue una maravilla lo que produjo.

Una tras otra salieron de su cabeza diez o quince novelas estupendas, que causaron asombro, incluso en un país tan poco aficionado a leer como es España. Probablemente con esta producción y con el relativo éxito literario, ya que no económico, el carácter de mi tío cambió algo. Se hizo más tranquilo al tener conciencia de su valer.»

Su dedicación:

«La parte íntima de su vida era la de un hombre de letras dedicado al trabajo, de modo absorbente. Lo que no tenía ya casi era vida pública del hombre de letras. Vivía como un señor aficionado a la lectura, con una vida familiar fuerte y sin demasiada preocupación ya por círculos o cenáculos. Era en esto, como en otros muchos rasgos, lo contrario a Valle-Inclán. Aún menos conexión podía tener con hombres como Gómez de la Serna, precursor de los planificadores modernos, porque llegó a planificar la tertulia del café de una manera despótica, como puede ser la de un planificador del día.

Yo creo que parte de la hostilidad que sentían algunos escritores hacia mi tío, provenía de esta indiferencia que manifestaba a los gestos del hombre de letras. Hay o ha habido muchos que dominaban mejor el gesto que la obra y aún en el Madrid de 1920 se podía sentar plaza de poeta si se llevaba bien colocado un sombrero de ala ancha, chalina y algún aditamento más. La obra podía ser una colección de sonetos de cartón piedra. Bastaba.»

Sus gustos literarios:

«La poesía española, en conjunto, no le interesaba, salvo la muy antigua. Tampoco estimaba mucho a los prosistas y novelistas de su época o algo anteriores, con la excepción de Azorín y Ortega. Había tenido amistad con Juan Valera, al que recordaba con simpatía y de los románticos admiraba a Bécquer. (…)

La novela de su época, en conjunto, le interesaba poco, porque creía que la novela la hace tanto un tipo de sociedad como el novelista y creía que la sociedad del siglo XIX en sí era más novelesca o novelable que la del XX, técnica, pedantesca, teorizante en todo, dominada por la receta, es decir, el «ismo».

Sus escritores favoritos seguían siendo, así, Dostoyevski, Dickens y sus filósofos algunos que en España no eran gustados por la gente de cátedra. (…) Freud le produjo irritación, Proust le aburrió. Gide le causó una mezcla de admiración y repugnancia. (…) Al final estimaba sobremanera a Colette y a J. Green entre los contemporáneos. (…) Las obras antiguas de Bernard Shaw le divertían: las más modernas no. Ni Wells, por un lado, ni Chesterton, por otro, le producían mucho entusiasmo. Creo que estimaba más a Conan Doyle que a estos doctrinarios: y sobre todo a Stevenson. (…) Después de haber leído a los clásicos rusos del siglo XIX continuó interesado por Rusia como productora de novelistas. Pero Gorki le aburría. (…) Para los movimientos que entre 1920 y 1930 tuvieron mucha boga, como el dadaísmo, el futurismo, etc., no tenía voluntad ni siquiera de prestarles algo de atención.

Había leído algo de Apollinaire, Marinetti le parecía un bufón y las novelas escritas por este tiempo, de acuerdo con el «ismo» correspondiente, le aburrían.

Su colaboración en la Revista de Occidente:

«(…) aunque desde que apareció el primer número, mi tío colaboraba en la Revista de Occidente, en conjunto, el espíritu de esta revista dirigida por Ortega, fuera completamente ajeno a lo que él podía escribir. Allí se distinguieron una porción de prosistas y poetas que pretendían llegar a una gran perfección formal y que preferían el análisis al sistema directo, rápido, que para mi tío era el ideal.»

Su interés por las personas:

«Mas para mi tío lo principal no eran ya ni los libros, ni los pueblos, ni las regiones, ni las naciones, ni las ideas: lo principal eran las personas, los individuos, hombres o mujeres como tales. Lo mismo le daba que fueran ricas que pobres, cultas que incultas. La cuestión era que tuvieran algún rasgo enérgico o característico. Y era maestro en encontrarlos o destacarlos en el lugar más insignificante en apariencia. Vera fue el laboratorio donde yo le vi moverse mejor, ante una serie de individuos que, desde luego, llamaban la atención, incluso al que no era novelista ni literato. Los personajes estaban. El autor, también. No necesitaban ir a buscarle, aunque es cierto que a la última hora de mi tío se encontró rodeado de personajes barojianos. Unos parecían decirle: «Somos tus hijos, tú nos has formado tal como somos, porque de leerte hemos salido así. Justo es que ahora nos atiendas.» Otros, en cambio, parecían responder a este pensamiento: «Ya es hora de que me incluyas en una de tus novelas.»

Su constancia:

«(…) vivía con una regularidad de monje, casi al dictado del reloj (…) Todos los días hacía las mismas o muy parecidas cosas.»

Su soledad:

«Mi tío no se aburría en la soledad, pero temía aburrirse en compañía.»

Su opinión política:

«Las discusiones surgidas en la época de la llegada de la República hicieron que mi tío dejara de concurrir a aquella tertulia que había sido monárquica y antiprimorriverista y desde el año 30 al 36 su aislamiento fue mayor, porque si por un lado dejó de tratar con el «ala monárquica» de sus amistades, tampoco cultivó la republicana y con la artística hacia tiempo que había roto.»

Sus gustos pictóricos:

«En Madrid fue entusiasta del Greco y de Goya, siempre más que de Velázquez, que era el ídolo de los técnicos. (…) las violencias de Solana no le producían más que antipatía y si por Picasso tenía una especie de atracción, por considerarlo más como taumaturgo o mago que por otra razón, por Juan Gris y otros pintores famosos que había tratado no tenía ninguna.»

Su idea sobre la vida:

«En su vejez mi tío tuvo una sensación mayor que nunca de que la vida no tiene objeto, ni fin concreto, que el hombre es un barco mal gobernado en un mar tempestuoso y que nada valía la pena de tantas luchas y maldades como aquellas de que había sido testigo del año 30 en adelante. Pero no por eso se le agrió más el carácter. Vivió mal muchos años. Vio hundirse casi todo lo que estaba a su derredor y tuvo serenidad. La serenidad del que ha perdido todo y piensa que al final no hay más que una misma meta, morir: de la muerte no hablaba. Sin duda le parecía una cosa vil de la que tampoco vale la pena ocuparse demasiado.»

Su anticlericalismo:

«Pero los curas y las monjas sabían, por referencia, que se trataba de un escritor anticlerical. (…) circuló bastante un libro del padre León de Guevara, S.J., en que se clasifica a miles de obras y cientos de autores, desde un punto de vista piadoso, y allí estaba mi tío definido como «impío, clerófobo y deshonesto.»

Su idea del hombre:

«(…) para el cual los republicanos españoles eran «gente mediocre» en general y por definición. (…) se defendía como gato panza arriba, diciendo que los hombres son más importantes que las ideas cuando se trata de cambiar un país.

Esto no quiere decir que no se interesara por lo que ocurría. Como siempre, anduvo observando, hablando con unos y con otros; moviéndose en rincones poco visibles.»

Su interés por Unamuno:

(…) mi tío gustaba de leer los artículos que escribía en Ahora y decía que eran lo mejor de su obra. Los problemas religiosos de don Miguel, las actuaciones políticas, los versos, las novelas, le parecían una cosa extraña.»

Su posicionamiento:

«Mi tio en la guerra de 1939-1945 era sobre todo anglófilo, admirador de Churchill, tenía un asco terrible a Mussolini y repulsión profunda por Hitler. Como en otra época había sido más bien germanófilo, los que le veían en esta actitud se irritaban y le reprochaban el que hubiera renegado de sus ideas juveniles, de su nietzscheanismo antiguo, etc. »

Su admiración a Dostoiewski:

«Mi tío murió siendo nortemaricanófilo. Las grandezas de Rusia le dejaban frío: y yo creo que su antipatía al régimen comunista estribaba, en gran parte, en las reservas que ha puesto siempre éste a la obra literaria de Dostoiewski. Cada cual tiene sus dioses y Dostoiewski era uno de los de mi tío, de viejo igual que de joven.»

Su anécdota con Zuloaga:

«(…) Zuloaga, que, poco antes de morir, parecía un hombre rebosante de salud y que no se distinguía por su actitud versallesca precisamente. (…) Mi tío no le tenía demasiada simpatía, sobre todo desde que estuvieron en Francia al comienzo de la guerra, y se dio cuenta de que Zuloaga, en San Juan de Luz, se hacía el sueco cuando le veía. Más tarde, al volver a Madrid, Zuloaga procuraba estar amable y hasta quiso hacerle un retrato; pero entonces el que se hizo el sueco fue mi tío. Zuloaga tenía como una corte de amigos y admiradores, que como él comía bien, con la diferencia de que él pagaba.»

Su respeto a las mujeres:

«La fama de misógino de mi tío es una de las muchas bobadas que corrieron en torno suyo(…) El caso es que las mujeres tenían por mi tío una atracción evidente y que ya casi octogenario producía sentimientos de simpatía muy particulares a casadas, solteras y niñas.»

Su senectud:

«Mi tío Pío había perdido casi la memoria. Tenía una arterioesclerosis que le impedía trabajar y había que vigilarle mucho para que no hiciera cosas peligrosas. Por lo demás era un viejo jovial, con magnífica vista, oído finísimo, olfato exageradamente sensible y apetito estupendo. Para reír y para comer estaba siempre dispuesto, aunque desde un punto de vista intelectual siguiera siendo pesimista y dijera que todo era una m…»

Su encuentro con Hemingway:

«Mi tío no se enteró de la visita, como tampoco de que Hemingway dejó una botella de whisky y una labor de punto.»

Su entierro:

«Al fin se bajó el ataúd al coche. Cela, Pérez Ferrero, el editor del tío Alberto Machimbarrena y otros lo bajaron. Se organizó una comitiva como se pudo, con Val y Vera y conmigo a la cabeza. Detrás iba el ministro de Educación, Rubio; una representación de la Academia y gente heteróclita: estudiantes, mujeres, algún obrero. (..) Hacía un tiempo húmedo, no muy frío; nada de vendavales, cataclismos y desórdenes atmosféricos mayores, como alguien ha dicho y escrito. Llegamos mucha menos gente que la que salió de casa al cementerio civil. Unos jóvenes de San Sebastián traían tierra de Guipúzcoa para la tumba.»

 

 

 

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