Archivos de la categoría: LO MÁS VISTO

30Oct/16

PABLO, EL GUERRERO DE VERDAD

banco-vacio

Para Pablo Guerrero Jiménez,
porque aunque aún no lo sepa,
ganará todas las batallas
a las que se enfrente en su vida.

Era tarde, o al menos eso le pareció a Pablo cuando abrió los ojos esa mañana. Volvió a cerrarlos un poco para ver si así se hacía aún más tarde. De esa manera, quizás, ya se hubiese hecho demasiado tarde para todo, para ir a por el pan y tener que aguantar los comentarios de la panadera, para ir a la escuela, para encontrarse con ese amigo que ya no era tan amigo, para saludar al vecino que le sonreía todas las mañanas….Sólo de pensarlo, ya le entraba un cansancio…, un agobio… ¿Por qué tenía él que hacer todas estas cosas si no se sentía bien haciéndolas? Si, ya sabía, sus padres le habían dicho, que uno se tiene que enfrentar todos los días a cosas que no le gustan, pero…, él era un niño, y…, bueno, eso, y…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Bajó las escaleras, convencido de que su madre estaría ya en la cocina charlando con su padre mientras preparaban el desayuno para él y Luisa. Pero no, no había nadie. Miró por la ventana del salón y no vio a nadie caminando por la calle, ni se escuchaba bullicio alguno de furgonetas, repartidores, vecinas, niños.. «¿Qué estaba ocurriendo?», se preguntó. Pero fue una pregunta que Pablo se hizo con una leve sonrisa de satisfacción en su rostro. Aquel silencio le agradaba mucho, a decir verdad, le encantaba. Era un día normal, pero vacío, un día en el que él no debería enfrentarse a todas aquellas situaciones cotidianas que le desagradaban. Así es que se colocó su chaqueta encima del pijama, sus botas y salió a la calle. En el parque sólo se encontró con los árboles, los bancos vacíos y el quiosco de chucherías de Mary cerrado. Se dirigió a los columpios y los probó todos, aunque los conocía, por supuesto de memoria. Pero, en soledad, todo le parecía mucho mejor.

Gritó algunos nombres de personas que conocía, pero allí no apareció ni siquiera un gato asustado. La felicidad que experimentaba era incomparable. A él le gustaba estar con gente, claro que si, le gustaban sus amigos, claro que si, incluso la escuela, claro que si. Claro que si. Todos los «claros que sí» que uno pueda imaginar, pero todo le gustaba a su manera y eso era lo que poca gente entendía. Cada día tenía que ponerse su traje de guerrero, su escudo y su espada imaginaria para enfrentarse al mundo tal y como uno parece que se tiene que enfrentar a él. Y él no quería menos a su amigo por decirle la verdad y enfadarse un día, o no le gustaba menos la escuela por no querer hacer los deberes u olvidar un cuaderno, o no sentía menos cariño por sus vecinos por saludarlos tímidamente. No. Por supuesto que no. Pero su piel de guerrero era ya tan dura que nadie podía ver lo que se escondía allá adentro. Pero…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Sin darse cuenta, había pasado una hora. Decidió volver a casa. Cuando entró, sus padres estaban preparando el desayuno y Luisa lo miró perpleja, porque estaba claro que nadie esperaba encontrárselo abriendo la puerta, sino bajando por las escaleras.

-¿De dónde vienes a estas horas Pablo?,¿dónde has estado?, le preguntó su madre entre asombrada y asustada.

-Me desperté muy pronto y…, bueno creí que hoy era un día vacío, respondió Pablo.

-¿Vacío?, ¿qué quieres decir con eso?, dijo el padre.

-No me gustan los días en los que tengo que hacer todo lo que hay que hacer, respondió Pablo enérgico y algo enfadado. Me aburre tener que repetir las mismas cosas y que los demás piensen que si no hago las cosas como ellos quieren esas cosas ya no sirven, ni tienen importancia, ni les quiero, ni…, ni…, da igual, añadió.

Entonces sus ojos se le llenaron un poquito de lágrimas pero sin llorar, y quiso gritar pero se contuvo. Se quitó la chaqueta como el guerrero que se quita su armadura, sus botas las tiró como el guerrero que se deshace de su escudo y miró a sus padres con sus ojos grandes ojos claros clavándoles una espada imaginaria, de guerrero, por supuesto, pero de guerrero con ternura, que eso es lo que él llevaba dentro, mucha ternura y mucha bondad.

-¿Tengo que ser cómo los demás, mamá?, preguntó contrariado. Porque yo no quiero hacer daño a nadie pero quiero hacer las cosas a mi manera. Quiero querer a mi manera y saludar a mi manera, y tener mis amigos a mi manera, y comprar el pan a mi manera y aprender a mi manera.

Sus padres le miraron con cariño. Se acercaron a el y le dijeron que tenía razón, que aunque se habían dado cuenta un poco tarde, porque los padres también cometen errores, debía hacer las cosas a su manera. Le prometieron que nunca más le recriminarían un comportamiento y que intentarían entenderlo y apoyarlo porque ellos también se habían dado cuenta de que el traje de guerrero se le había quedado ya, afortunadamente pequeño. Que los demás también tendrían que aprender a entenderlo y quererlo así, tal y como era.

Pablo subió las escaleras con su madre hasta el cuarto del niño. Sacó la ropa del armario, la que se debía poner para el colegio.

-Toma, quítate el pijama y ponte la ropa Pablo.

Pablo se vistió. Guardó el pijama debajo de la almohada y después se acercó a su madre y con sus manos vacías pero llenas de sentido común, de bondad y ternura, le dijo a su madre:

-Quería guardar también el traje de guerrero aquí, debajo de la almohada, pero mejor lo guardas tú en otro sitio para que no me lo pueda poner más.

Su madre lo abrazó muy fuerte y le contestó:

-Lo vamos a tirar, ¿vale? porque ya no lo necesitas. Eres suficientemente fuerte  para poder con todas las batallas que te ponga la vida en tu camino. Sin corazas, sin escudos, sin espadas. No necesitas todas esas cosas. No lo dudes nunca Pablo. Nunca.

Bajaron las escaleras juntos, Pablo delante de su madre, sonriendo. Con fuerzas para enfrentarse a un nuevo día que se le presentaba maravilloso. Estaba feliz. Todo le pesaba menos. Su mamá bajaba detrás con las manos vacías pero, a la vez, llenas de cosas que utilizan los guerreros y también sonriendo.

Sin duda, a los cuatro se les presentaba por delante un gran día.

¿Quién duda de que las personas únicas son las más difíciles de entender? ¿Quién puede dudar de que las batallas más importantes se ganan con buenas dosis de bondad y de ternura?

 

 

 

24Sep/16

LUISA, EL AMOR, LA MAGIA Y UN ARCO IRIS

arco-iris

A Luisa Guerrero Jiménez,
que es mágica,
para que nunca deje de soñar.

Si alguna vez visitáis un pueblecito blanco que descansa sobre una sierra muy alta, conoceréis a una niña que se llama Luisa. Luisa es mágica. Sí, sí, habéis leído bien, mágica quise decir. Luisa tiene sólo cuatro años y ya es mágica. ¿Sabéis la razón?. Luisa es mágica porque es especial y es especial porque es única y es única porque ante todo cree en si misma. Así es que si ella con cuatro años ya sabe todo esto, vosotros que, seguramente, seréis un poco más mayores, deberíais seguir su ejemplo. Deberíais creer en vosotros mismos, para ser únicos, especiales y mágicos a ojos de los demás.
Os contaré algo más de ella. Luisa tiene un hermano mayor, que en diciembre cumplirá siete años, al que adora. Le defiende a capa y espada cuando a éste se le presenta alguna dificultad. No se acobarda Luisa, no. ¿Sabéis por qué? ¿no? Pues es muy fácil. Luisa sabe, aunque sólo tiene cuatro años, que las cosas que uno hace con el corazón siempre son las correctas y eso le da la fuerza para llevarlas a cabo. Deberíais tomar este ejemplo también y utilizarlo durante toda vuestra vida. Pero todo esto, aunque Luisa tiene mucho talento, también se lo enseñaron sus padres, a los que adora, y que han hecho de ella un niña mágica también. Os lo resumiré así: «Sus papás le tocaron con la varita mágica del cariño y ella se hizo fuerte. Por cada abrazo, por cada beso, por cada sonrisa, Luisa iba cargándose de seguridad y esta seguridad la transformó en magia». Así es que si algún padre está leyendo ahora mismo este cuento, debería seguir este ejemplo de los papás de Luisa. Vuestros niños podrían ser entonces tan mágicos como Luisa. Yo si fuese ustedes lo probaría. ¿Qué cuesta dar abrazos, besos y regalar sonrisas? Piénsenlo.
Pero vamos a lo nuestro. Y lo nuestro es contaros a todos lo que hizo en una ocasión Luisa.
Una mañana, cuando Luisa iba a la escuela, los demás niños se quejaban de que todo estaba muy gris y muy feo. Era invierno y el sol no había salido aún, quedaban algunos pequeños charcos del día anterior y los barrenderos aún no habían limpiado la calle. Pues bien, ella, simplemente sonrió, fijó sus ojos azules en el camino asfaltado y de repente, por donde Luisa iba pisando, flores de todos los colore iban naciendo, iban brotando sin orden llenando ese espacio de la calle de colores y perfumes que alegraban a los demás niños. De este modo, todos llegaron a la escuela contentos y con una sonrisa. Y sólo porque Luisa sonrió.
Esa misma tarde, justo después de hacer los deberes, comenzó a llover a cántaros. Pablo, el hermano de Luisa, miraba triste a través de la ventana. Luisa también estaba triste porque no podrían salir un rato al parque a jugar. Su mamá les pidió que tuviesen paciencia porque, seguramente, la lluvia no tardaría mucho en irse, pero pasaban las horas y la lluvia no cesaba. Luisa, cansada de esperar, miró al cielo, concentró sus preciosos ojos azules en ellos, y de repente de detrás de una nube apareció tímido el sol que se resistía a salir. Pero cuando lo hizo, los niños salieron veloces a la calle, sin perder un minuto.
Nadie se dio cuenta de algo, pero Luisa si. El arco iris no había salido. Y eso a Luisa le entristeció.
-¿No os dais cuenta de que el arco iris no ha salido?, preguntó Luisa a los demás niños.
-Si, pero no podemos hacer nada, sonrió su amiga algo resignada.
Así eran los niños, pensó Luisa, a la primera de cambio se conformaban, o iban corriendo a lloriquear a las faldas de sus madres o a los pantalones de sus padres.
-¡Bah!, os da igual todo. ¡Vaya clase de niños que sois!, protestó Luisa mirándolos desafiantes con sus grandes ojos.
Pablo, que la conocía bien, sabía que algo estaba tramando su hermana. Cuando abría aún más sus ojos, los entornaba de esa manera, ponía sus manos en jarra y se quedaba pensativa, estaba claro que algo pasaba por su cabeza.
Sin decir nada, Luisa sacó una tiza muy gorda del bolsillo y comenzó a dibujar los peldaños de una escalera. Una escalera que pronto atravesó el parque. Y después, y ante el asombro de todos los niños, a excepción de su hermano, que conocía su magia mejor que nadie, la escalera se despegó del suelo y se convirtió en una escalera de verdad, rosa como el color de la tiza que Luisa había utilizado. Los peldaños eran esponjosos como si estuvieran hechos de algodón de azúcar. Y por cada sonrisa que Luisa lanzaba, un peldaño se iba levantando hasta que la escalera llegó al cielo. Luisa subió por ella hasta descansar en una nube, justo en una nube que aún estaba un poco gris y a la que el sol estaba haciendo cosquillas con un rayo. Unas pequeñas gotitas mojaron a Luisa, las suficientes para darse cuenta de que allí mismo tenía que dibujar el arco iris para que sus amigos los vieran. Entonces sacó otra tiza, esta vez azul y dibujó encima de la nube y rozando un poco el sol siete huecos para los siete colores del arco iris. A cada sonrisa de Luisa, aquellos caminos imaginarios iban llegando hasta la siguiente nube y de allí tocaron el pico de la sierra. Pero había un problema, al arco iris le faltaban los colores.
Pablo gritó desde abajo advirtiendo a su hermana de que el arco iris no tenía colores.
-¿Y a qué estáis esperando?, ¿es que lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa a sus amigos desde la nube.
Los niños, nuevamente desconcertados, no sabían qué era lo que Luisa deseaba realmente. Pero pronto fueron informados.
-¡Los colores!, ¡eso es lo que quiero!, ¿qué es lo que voy a querer si estoy intentando hacer un arco iris? ¿Es que acaso los niños pueden vivir sin arco iris?
-¡Claro que no!, gritó Pablo.
-¡Claro que no!, gritaron después los demás.
-Pues eso, a lo vuestro. ¡Venga deprisa!, antes de que el sol se vaya. Me queman ya las manos de tenerlo cogido. No creo que aguante mucho más aquí a mi lado.
Pero los niños, tengo que confesaros, no se enteraban de nada. ¿Cómo iban a conseguir los colores?
Y en eso tenían razón. ¿Cómo los iban a conseguir si no creían en la magia? ¿Si no creían en las cosas imposibles? Está muy claro que sólo los niños que creen en las cosas imposibles, en los sueños, en la magia, consiguen todo lo que se proponen.
Así es que a Luisa no le quedó más remedio que bajar otra vez al parque y arreglarselas ella sola.
Y una vez abajo se dijo así misma:
-Haré un montón de zumo de naranja para la estela naranja, y mamá no se enfadará porque es para algo bonito.
-Cogeré un trozito de río para el color azul, y los peces no se enfadarán porque a ellos también les gusta mirar para arriba de vez en cuando.
-A la sierra le arrancaré toda la hierba verde que encuentre, y no se enfadará porque también se la comen a veces las cabras.
-Todos los plátanos de la merienda de Pablo para la parte amarilla, y Pablo no se enfadará conmigo porque es el mejor hermano del mundo.
-Pétalos de rosa para el camino rosa, y las flores no me pincharán con sus espinas porque son tan presumidas que quieren estar en todas partes, también en el cielo.
-Cartulina de la escuela para conseguir el color lila, y la profesora no me castigará porque es para la manualidad más hermosa del mundo.
Y allá subió Luisa decidida por la escalera de tiza hasta el cielo otra vez. Por suerte el sol no se había escapado aún y ella ya tenía todo lo que necesitaba.
Poquito a poco fue rellenando aquellos caminos de tiza que ella misma había trazado con todo lo que había conseguido.
Los niños, desde abajo, sonreían, hasta que una amiga de Luisa dijo lo siguiente:
-¡Falta el color rojo!
Luisa se ofendió mucho, muchísimo. Ni de eso se habían dado cuenta. ¡Qué desastre!, pensó.
-El color rojo es el del cariño, el del amor. ¡Ese lo ponéis vosotros desde abajo!, ¿acaso lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa.
-¿Pero cómo lo hacemos Luisa?, preguntaron sus amigos.
-Abrazad a vuestros padres, que vuestros padres os abracen a vosotros, dadles besos a los viejitos que están sentados en los bancos, sonrisas a los que están enfadados…, ¡qué se yo!, todo eso. ¿Es qué no sabéis lo que es el amor?
Y yo, que estoy contando este cuento y que vi cómo Luisa hacía toda esta fantasía, le diré cuando me la encuentre la próxima vez, que no, que no todo el mundo sabe lo que significa el amor. Que no todo el mundo podría rellenar los colores del arco iris, que por eso llueve muchas veces en el corazón de muchas personas y pocas veces sale el sol. Pero que de eso ella, afortunadamente, no sabe nada, de nada, de nada. Porque recordad que Luisa es mágica por muchas cosas pero sobre todo por el amor que lleva dentro de ella que la hace ser tan mágica, tan mágica, tan mágica, como para conseguir, si fuese necesario, que el arco iris atravesara cualquier sierra del mundo.
Y el arco iris apareció en el pueblecito blanco, descansando en la sierra. Y los niños, emocionados e incluso algo asustados, lo miraban asombrados. Nunca habían visto ningún arco iris igual.
Luisa agarró con una mano a su madre y con la otra a su hermano y les dijo:
-Ya nos podemos ir a casa. Papá, seguramente, ya habrá llegado y así podremos mirar los cuatro el arco iris por la ventana.
Y así lo hicieron. Los cuatro, abrazados, miraron el arco iris desde la ventana hasta que el sol se puso en la sierra.

30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER ( PARTE 1)

800px-Münchhausen-AWille

Tendría unos siete u ocho años cuando leí por primera vez «Las aventuras del Barón de Münchausen». Puntualizaré que fue algo parecido ya que se trataba de un libro en formato cómic que, de alguna manera, sembró en mi el grandísimo interés por este personaje literario que me ha acompañado siempre y que no ha dejado de fascinarme desde entonces y del que después he leído todo lo que ha llegado a mis manos, diferentes ediciones de sus aventuras así como los escritos, estudios… referentes a su vida, ya que el barón de Münchausen existió, pero de eso les hablaré luego.
¿Cómo no quedar fascinado con sus aventuras? El barón montado en una bala de cañón, el barón encendiendo la mecha de un fusil gracias a su nariz, el barón viajando a la Luna, al infierno con Vulcano. El barón bailando en el estómago de una ballena o el barón cabalgando sobre un caballo cortado por la mitad, al que al beber agua se le salía por la parte de atrás al mismo tiempo. El barón matando a un oso para cubrirse con su piel y así pasar desapercibido entre otros osos, el barón sacándose a si mismo de una ciénaga tirándose de sus propia coleta o llegando a un pueblo completamente enterrado por la nieve de tal manera que un día después, cuando la nieve se derritió, y el pueblo se le mostró al noble en todo su esplendor, se da cuenta de que ha atado su caballo a la aguja más alta del campanario y que por esa razón él mismo se halla colgado allí.
Sólo ahora, muchos años más tarde, y cómo digo después de leer mucho sobre él y sobre el libro que relata sus empresas y hazañas, entiendo esta fascinación que, lejos de alejarse, cada vez me acompaña con más intensidad. Este hombre capaz de las aventuras más extravagantes y extraordinarias representa el máximo exponente de la rebeldía y por eso me gusta. Y por eso adoro a nuestro Quijote por tierras castellanas. Pero el barón alemán representa otro tipo de locura, con la que un niño se puede identificar más o más rápidamente, de ahí el éxito que el libro ha tenido en todo tipo de público, claro está, en sus ediciones más modernas. Y por que llegó a mi antes el barón que el Quijote, y además por ese toque infantil del que les hablaba, me siento en la dulce obligación sentimental de dedicarle este post hoy. Me voy a basar para ello en la edición del escritor y traductor Gottfried A. Bürger (Mulmerswende 1747, Gotinga 1794), de 1786 y cuyo título original es: «Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen » (Los maravillosos viajes por mar y tierra, campañas y aventuras del barón de Münchausen),así como en el prólogo que el dramaturgo Théophile Gautier (1811-1872) escribió en 1853 para la edición francesa de la obra, y que es una auténtica maravilla por todo el contenido excepcional que incluye en vistas a entender los orígenes y posterior evolución de una obra llena de sorpresas. Gracias al prólogo de Gautier sabemos más y mejor de dónde arranca esa locura «actual» del barón que algo tiene que ver con la personalidad que Bürger quiso imprimirle en su edición, que conocemos como, se puede decir, la definitiva.
Como cuenta Gautier, el barón fue un «personaje» que existió realmente y estas narraciones, según él, debieron de basarse, aunque remotamente, en aquellas otras que el barón Karl Friedrich Hyeronimus von Münchausen relató a sus amigos y allegados en circunstancias similares a las que se describen en la obra, en tertulia o a la luz del hogar y en el calor de un buen vino. La obra se basa en las narraciones de hechos de guerra y caza y otros sucesos de las que fue testigo a lo largo des su numerosos y arriesgados viajes.
El barón nacido en Bedenwerder (Hannover) el 11 de mayo de 1720 mandó como coronel un regimiento de húsares rojos durante la guerra de Rusia contra Turquía (1740-41) y sirvió a las órdenes del conde Burkhard Christoph von Münnich, mariscal de campo del zar Iván. Al terminar la campaña y tras algunos viajes y un matrimonio poco afortunado, el barón de Münchausen acabó por establecerse de nuevo en Hannover, donde moriría el 22 de febrero de 1797. El noble no escribió sus propias historias e incluso al conocer que éstas andaban escribiéndose puso punto y final a sus habituales tertulias. Sus historias se estaban convirtiendo en una forma de burla del vulgo hacia la nobleza y esto le disgustaba enormemente. Ya para entonces, como se apunta en otros estudios, se había convertido en mentiroso oficial. Pero lo cierto es que no fue mucho más exagerado en contar sus «batallas» que otros militares de su carrera.
La psicología ha catalogado al «Síndrome de Münchausen» como la alteración psicológica en la que el paciente finge los síntomas de diversas enfermedades, o incluso se las provoca tomado medicamentos o lesionándose el mismo, para recibir así la atención y simpatía de los demás.
Y para que se hagan una idea de la trascendencia de la obra, les diré que en el siglo XIX la historia había sufrido ampliaciones y transformaciones a manos de muchos escritores conocidos y se había traducido a muchos idiomas, hasta llegar a contar con unas 100 ediciones diferentes.
En 1785 se publicó, de forma anónima, en Oxford, algunas de estas historias del barón, historias populares, recogidas en un libro bajo el título: Barón Münchhausen s narrativa of his maravellous Travels and Campins in Russia (Historia de los maravillosos viajes y campañas de Rusia del barón de Münchausen).
Más tarde se supo, según Gautier, que el autor de esta edición será un tal Rudolf Erich Raspe (Hannover 1737, Irlanda 1794), un anticuario alemán de vida «un tanto escabrosa y chalanesca».
En 1781, cuatro años después de esta edición inglesa, un tal August Mylius había publicado en Alemania un Vade Mecum für lustigue Leute, que ya incluía historias atribuídas al barón, aunque precavidamente ya que el verdadero barón seguía vivo y andaba cerca.
El mérito de Raspe consistió, como se apunta en el prólogo de 1853, en traducir al inglés estas historias, añadir algún refrito de otras fuentes y adaptarlas al paladar sajón (a ello se debe, cuenta Gautier, la simpatía que el barón demuestra hacia los británicos durante el episodio de la defensa de Gibraltar).
El resultado nos presenta a un barón fanfarrón, borrachín,… que se entretenía tomando el pelo al prójimo a base de andar de bufonada en bufonada, esto es, las andanzas de un rufián de noble cuna.
Un años después de la primera edición de Raspe, Münchhausen vuelve a Alemania y lo traduce Gottfried August Bürger que utilizó la quinta edición inglesa. Añade nuevas historias y también se apunta en otros estudios, no lo dice Gautier,que introduce elementos del folclore popular alemán. Lo que si dice el francés es que esas historias nuevas que se introducen son, sin duda, las mejores, el viaje de ida y vuelta a lomos de un par de balas de cañón o su salvación tirándose de la coleta. Y también destaca en el prólogo que reescribió el conjunto con un estilo lleno de gracia y vitalidad. El barón tiene un nuevo carácter. Crea un nuevo género entre satírico y fantástico. Una delicia para el lector. Como consecuencia de todo esto apareció, como ya apunté al comienzo, su » Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen».
Bürger no sólo fue un excelente traductor, sino también uno de los grandes nombres de la lírica alemana y quizás el más genuino representante de aquel movimiento que dio en llamarse «Sturm und Drang» (Tormenta e ímpetu), del que les hablaré en la segunda parte de este post, pero del que ya les adelanto que el barón se empapó llevado par la mano de Bürger. Y que este movimiento tiene mucho que ver en que conozcamos al barón que conocemos y no a otro. El barón no será ajeno al espíritu de este movimiento, en principio, literario alemán. Un movimiento que abarcó los años 1767-1785 y que como se apunta en el prólogo, había comenzado tiempo atrás. En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual, y en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la ilustración. Se opone a la ilustración alemana o Aufklärung y se hizo precursor del Romanticismo. El nombre de este movimiento surge de la pieza teatral homónima del mismo nombre escrita por Friedrich Maximilian Klinger en 1776. Algunos escritores que encabezaron este movimiento son Hamann, Herder o el gran Goethe.
Fue una corriente profundamente irracionalista y emotiva dedicada a buscar signos en la naturaleza y a unificar ésta con la historia y con la cultura, aferrándose a las raíces populares germánicas frente a un racionalismo ilustrado eminentemente francés. Será este empuje irracional, como se recoge en el magnífico prólogo de la edición francesa, el que sustituirá el imperativo categórico por la categoría del imperio, el ingenio por el genio, la mesura por el caos originario, la moral por la pasión y el formalismo ilustrado por la pura libertad creadora. La vida, puesta ahora en el lugar de la razón, como vida suprema, rechaza las reglas que, aún siendo legítimas racionalmente, fijan un límite al libre desarrollo del individuo.
Y en esa atmósfera traslada Bürger al barón, y el barón es ese ser que puede representar todo lo que ellos anhelan, un personaje que representa lo que ellos no pueden ser, pero que, por eso, crean al ser, al loco, al aventurero. Así sólo el personaje será juzgado, no el escritor.
Y ese barón es el que adoramos todos aquellos lectores que amamos sus historias, sus aventuras y sus locuras.

 

30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER (PARTE 2)

800px-Münchhausen-AWille2

El genio en el movimiento alemán «Sturm und Drang», del que hablaba en el anterior post, será un individuo capaz de saltarse las reglas impuestas por la sociedad de mediocres, como el barón Münchausen. Pero también será como apunta Gautier, ese ser que a través de las experiencias de su libertad creadora es capaz de expresar, en su voz particular, el sentido del todo y el sentir de todos, que se identifica ahora con el sentido popular.
La comunión de Bürger con los principios del movimiento, fomentados en su mayor parte por Hamann, Herder y Goethe, será la causa de que , entre la aparente intrascendencia de las aventuras del barón, habite una decidida voluntad de atropellar a la razón ordinaria, una reacción de la fantasía frente a una realidad inhabitable, absurda y gris, un cierto anticlericalismo y, en fin, esa genialidad del «barón» para crear con la magia de sus narraciones un mundo que es tan de verdad como ese otro mundo que hay quien imagina real.
El escritor intenta dinamitar, mediante la sátira, la exageración y la mentira de guante blanco, la más peligrosa de las mentiras: la verdad envenenada (que suele coincidir con la verdad más comúnmente aceptada por cada época). Contra esa «verdad» se revela la naturalidad con que el barón se sube a lomos de una bala de cañón o trepa hasta la luna por el tallo de un guisante turco; contra quienes la sostienen, caciques, pedantes, conserjes, mediocres, clérigos de vida disipada o filósofos ilustradamente restriñidos, el barón dirigirá todas sus sátiras, su socarronería y alguna que otra blasfemia.
Y ese es el encantador, loco y aventurero barón que ha llegado a nosotros. El que conocemos después de este periplo de ediciones, influencias,… Y es, llegados a este punto, cuando les invito a abrir este libro, que como sucede con otros como por ejemplo con «El principito» de Antoine de Saint- Exupéry o «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll, por citar dos ejemplos, se puede leer desde el análisis de un adulto, teniendo en cuenta todo lo que les he ido contando a lo largo de estos dos posts o desde la inocencia de un niño que sólo quiere pasarlo bien y participar de las aventuras de un loco estupendo y simpático, que existió pero que, parece ser, ni fue tan fanfarrón, ni tan loco ni tan mentiroso, pero que a los lectores que nos fascina, lo queremos así, tan quijotesco, tan loco, tan mentiroso y tan simpático. Sencillamente encantador.
Y ahora me enfrento al momento más difícil, elegir una de sus aventuras para que a ustedes, si no conocen la obras, le entren unas ganas locas de abrirla. Una obra que se acerca mucho al lector y lo envuelve al estar escrita en primera persona. Difícil empresa esta de escoger unas y dejar otras aventuras, porque todas ellas son igual de fascinantes. Así es que les dejo con el segundo viaje a la Luna por lo extraordinario y humorístico de su relato, del capítulo XVI titulado : Décima aventura por mar (Segundo viaje a la Luna).

«Ya os he hablado, señores, de un viaje que hice a la Luna a buscar mi hacha de plata. Después tuve ocasión de volver a ella, pero de una manera mucho más agradable, permaneciendo allí bastante tiempo para hacer varias observaciones, que voy a comunicaros tan exactamente como mi memoria me lo permita.
A uno de mis parientes lejanos se le metió en la cabeza que debía haber absolutamente alguna parte un pueblo igual en tamaño al que Gulliver pretende haber hallado el reino de Brobdingnag, y resolvió partir en busca de este pueblo, rogándome que lo acompañara. Por mi parte, yo había considerado siempre que la narración de Gulliver no era sino un cuento de niños, y no creía más en la existencia de Brobdingnag que en la del El Dorado; pero como este honorable pariente me había instituido su heredero universal, y a comprenderéis que le debía algunos miramientos.
Llegamos felizmente a los mares del Sur sin encontrar nada digno de mención, a no ser algunos hombres y mujeres volantes que danzaban en minué por los aires.
Dieciocho días después de haber pasado a Otaiti, se desencadenó un huracán que arrebató nuestro barco a cerca de mil leguas sobre el nivel del mar y nos mantuvo en esta posición durante mucho tiempo.
Por último, un viento favorable infló nuestra vela y nos llevó con rapidez extraordinaria.
Viajábamos hacía seis semanas por encima de las nubes, cuando descubrimos una vasta tierra, redonda y brillante, semejante a una espléndida isla. Entramos en un excelente puerto, saltamos a la Tierra que habíamos dejado.
En la Luna, porque la Luna era la isla resplandeciente que acabábamos de arribar, vimos grandes seres montados en buitres de tres cabezas. (…)
Cuando nosotros llegamos, el rey de aquel país estaba en guerra con el Sol, y me ofreció despacho de oficial; pero yo no acepté el honor que me ofrecía Su Majestad.
Todo en aquel mundo era extraordinariamente grande: una mosca ordinaria, por ejemplo, es casi tan grande como un carnero de los nuestros. Las armas usuales de los habitantes de la Luna son rábanos silvestres que manejan como jabalinas y dan muerte a los que alcanzan.
Cuando la estación de los rábanos ha pasado, emplean los espárragos con el mismo éxito.
Por escudos usan grandes hongos.
(…) no consagran tiempo a sus comidas; tienen en el costado izquierdo una ventanilla, por donde introducen en el estómago el alimento; después cierran la ventana, hasta que pasado un mes repiten la operación. No hacen, pues, más que doce comidas al año, combinación que todo hombre sobrio debe hallar superior a la usada entre nosotros.
Los goces del amor son completamente desconocidos en la Luna, porque así entre los seres racionales como entre los brutos, no hay más que un solo sexo. Todo nace en árboles que difieren al infinito unos de otros, según el fruto que producen. Los que producen seres racionales u hombres son mucho más bellos que los otros; tienen grandes ramas rectas y hojas de color carne, consistiendo su fruto en nueces de cáscara purísima y de seis pies, lo menos, de longitud. Cuando se quiere sacar lo que hay dentro se echan en una gran caldera de agua hirviendo; ábrese entonces la cáscara y sale una criatura viva.
Antes de venir al mundo, ha recibido ya su espíritu un destino determinado por la naturaleza.
De una cáscara sale un soldado, de otra un filósofo, de otra un teólogo, de otra un jurisconsulto, de otra un agricultor, de otra un ganapán, y así sucesivamente, y cada uno se pone desde luego a practicar lo que conoce teóricamente. La dificultad consiste en juzgar con certeza lo que contiene cada cáscara; en la época de mi estancia allá, afirmaba un sabio del país, que poseía este este secreto.
Pero no se hacía caso de él, teniéndolo por loco.
Cuando los habitantes de la Luna llegan a viejos, no mueren como nosotros, sino que se disuelven en el aire y se desvanecen en humo. (…)
Llevan la cabeza debajo del brazo derecho, y cuando van de viaje o tienen que ejecutar algún trabajo que exija mucho movimiento, suelen dejársela en casa, como quiera que pueden pedirle consejo en la distancia. (…)
Pueden a su grado quitarse y ponerse los ojos, y cuando los tienen en la mano ven igualmente que cuando los tienen en la cara. Si por casualidad pierden uno, pueden alquilar o comprar otro que les hace el mismo servicio. Así es que en la Luna se encuentran en cada esquina gentes que venden ojos, teniendo el más variado surtido, porque la moda cambia con frecuencia: ora los ojos azules, ora los negros, son los que se estilan.
Comprendo, señores, que todo esto deber parecerles extraño; pero ruego a los que duden de mi veracidad, se sirvan pasar a la Luna a comprobar los hechos y a convencerse de que he respetado la verdad tanto como cualquier otro viajero.»

15May/16

LA NIEVE. UN CUENTO DE TERROR. SIR HUGH WALPOLE

«La señora Ryder miraba a lo largo del pasillo, pero no estaba segura de si la mujer estaba allí o no. ¡Qué absurdo! Sabía que no podía haber nadie. Pero entonces, ¿cómo era que distinguía claramente una anticuada capa gris, un pelo gris y descuidado y el contorno anguloso de unas mejillas pálidas y una barbilla puntiaguda? Y más aún: la larga caída del vestido gris formando pliegues hasta el suelo, el destello de un anillo de oro en una mano blanca. No. No. NO. Esto era una locura. Allí no había nadie. Una alucinación…»

En 2013, Ediciones Atalanta, publicó un libro titulado «Antología universal del relato fantástico» con prólogo de Jacobo Siruela. Si aún no conocen el libro, les invito a que lo compren inmediatamente porque es una maravilla de volumen, cargado de grandes autores con sus grandes relatos. Magnífica obra que no se cansarán de leer.

Entre esos relatos, hoy quiero destacar «La nieve» de Sir Hugh Walpole (Nueva Zelanda 1884, 1941). Este relato es una obra brillante en la que se trata un tema que, casualmente, diez años después, la fabulosa escritora londinense Daphne du Maurier (Londres 1907, Cornualles 1989) tocaría en su libro «Rebecca» publicado en 1938, obra que llevó al cine el maestro Alfred Hitchcock con el mismo título en 1940.

Walpole alcanzó un gran reconocimiento como escritor, logrando que todas sus obras fuesen muy populares. Además, trabajó en varios géneros: cuentos, novelas infantiles, novelas de terror, biografías y obras de teatro. «La nieve», incluido en sus cuentos de terror fue publicado en 1928.

Desconozco si conocen antes la novela «Rebecca» que la película, pero les pongo en antecedentes. Maxim de Winter, tras enviudar, realiza un viaje a Montecarlo con el propósito de olvidar su pasado. Allí, el destino le tiene preparada una sorpresa. Conoce a una mujer más joven que él y deciden casarse. Una vez finalizada la luna de miel, regresan a la mansión de campo del señor Winter, donde antes había convivido con su primera esposa.  En Manderley, nombre de la casa, todo es perfecto hasta que la memoria de la fallecida empieza a minar la relación entre la pareja. Rebeca comienza a hacerse presente como una patología, nunca como una realidad en la mente de la recién casada. La joven está convencida de que jamás podrá competir con Rebeca, de la que todos dicen en la casa que era una mujer muy bella.

Esta enfermedad que se conoce como «Síndrome de Rebeca», atiende a un sentimiento de celos que adquiere una dimensión patológica cuando aparece sin fundamento, por ejemplo hacia una ex pareja que ha muerto y cuando adquiere tales dimensiones que afecta al comportamiento normal de la persona que lo sufre. Se llama así en homenaje a la novela de Maurier.

Este tema ha servido de inspiración a escritoras tan interesantes como Carmen Posadas, que publicó un libro titulado «El síndrome de Rebeca: guía para conjurar fantasmas amorosos». Posadas ha declarado en alguna de sus entrevistas que el libro sirve para «mandar por fin al olvido a ese o esa ex que aún nos pesa en el recuerdo y, lo que es peor, en el presente.» Según la escritora uruguaya, Rebeca es el espectro del pasado sentimental que nunca termina de evaporarse.

Pero antes de que todo esto ocurriera en la literatura, ya Walpole en «La nieve», nos presenta a la segunda señora Ryder. Es una joven guapa, con salud,… que, sin embargo, vive en continuo desasosiego y llena de celos, ya que tiene que oír por boca de su marido, las constantes alusiones a la grandeza de su primera esposa, Elinor. En este caso, podemos decir que los celos son fundamentados ya que el hombre insiste en el tema del ensalzamiento de Elinor.

La joven va perdiendo la ilusión en su matrimonio por culpa de este «fantasma» que vive en casa y que no es otro que  la primera esposa de su marido. Y aunque sean celos fundamentados, en la protagonista comienza a surgir el germen de esa temida «sombra», «fantasma». Odia a Elinor, que además juró a Herbert, su marido, que le cuidaría hasta que se reuniera con ella en la otra vida, apoyada en la gran fe religiosa que profesaba.

«Elinor me comprendía mejor, querida. ¡Arrojar a la primera mujer contra la segunda! ¿No era la falta de tacto más grande que un hombre podía cometer? (…) Era cierto que Elinor había sido abnegada, que había estado tan completamente dedicada a Herbert que había vivido sólo para él. La gente siempre le estaba recordando su entrega, lo que no dejaba de ser una grosería y una falta de tacto.»

En el relato, la joven esposa, está dentro de la casa en todo momento, hasta el fatal desenlace fuera, en la nieve. En la nieve tan blanca como el fantasma. Es Nochebuena. Fuera, los copos no para de caer. Eso la agobia, la ahoga, y crea en el cuento una sensación de   claustrofobia. Es una metáfora de la frialdad y la falta de comunicación que, desgraciadamente, tiene con su marido. La mujer entra en un círculo de desesperación que puede con ella, que le arranca las ilusiones que había depositado en su relación y hasta le consume la fuerza para seguir luchando. El «fantasma» quiere acabar con ella.

«La segunda señora Ryder era una mujer joven que no se asustaba fácilmente; pero ahora permanecía en la oscuridad del pasillo con la espalda pegada a la pared y la mano en le corazón, mirando hacia la ventana gris, al otro lado de la cual la nieve caía sin cesar frente a la luz de la farola.»

Les invito a leer este relato, con final tan sorprendente como brillantemente elaborado.

 

01May/16

MAPA DEL MUNDO PERSONAL. JULIÁN MARÍAS

El excelente filósofo Julián Marías (Valladolid 1914, Madrid 2005), discípulo de Ortega y Gasset, escribió en 1993 el libro  «Mapa del mundo personal» obra que les invito a abrir hoy. Trata muchos temas interesantes como son el amor, la amistad, el descubrimiento de la persona,… Pero en este post sólo me voy a centrar en un par de capítulos que hablan sobre los niños y los adolescentes, porque quizás les pueda servir como orientación a padres que lean mi blog.

Del tercer capítulo titulado «Génesis de la persona», me gustaría destacar el apartado «La caricia y el cuerpo personal» y los siguientes fragmentos:

«Respecto al niño, es esencial que sea acariciado, y pronto responde del mismo modo. La caricia es el gran instrumento de personalización, que despierta, acelera, completa la constitución de la persona. De ella depende en alto grado la prontitud y perfección de algo que, como todo lo humano, es variable e inseguro. La importancia de la caricia es grande, y afecta a la vida entera; pero aquí me refiero exclusivamente a la que afecta al niño. No sólo la caricia con la mano, sino el contacto en general, el beso, por supuesto la lactancia. Todo esto contribuye a la instalación corpórea, desde la cual, no se olvide, se llega a la instalación mundana.

La frecuencia, intensidad y calidad de las caricias que recibe el niño son factores esenciales de su posesión de personalidad ajena y de la propia. En casos favorables, siente a los demás como personas y se siente tal al ser acariciado. La condición amorosa del hombre, que tendrá despliegues muy distintos en la edad adulta, se despierta y constituye en la niñez, desde los primeros días de la vida. ¿Hasta cuándo? Esto depende de las formas sociales, tan variables, y de las condiciones singulares. (…)

Y no se olvide que junto a la caricia física, de contacto corporal, hay otra de no menos importancia: la caricia verbal. Al niño se le habla, se le dicen cosas, se le canta. La voz es particularmente importante, porque en ella aparece el elemento de expresión del lenguaje. Imagínese la diferencia entre el niño a quien se habla con aspereza o despego y aquel a quien se acaricia con la voz y la palabra.»

Me parece precioso como Marías nos quiere hacer entender la importancia de la caricia. Seguro que muchos de nosotros lo damos por hecho, pero imagínense ustedes todos los niños del mundo que crecen sin ser acariciados.

También destaca la importancia de la lectura y el momento en el que el niño va a demandar los cuentos.

» (…)el niño suele pedir cuentos, y ese deseo es satisfecho en uno u otro grado. El desarrollo de la imaginación, y por tanto de la facultad proyectiva, depende en buena medida de esto. La aprehensión de las conexiones se logra más allá de la experiencia real y directa, en la comprensión de la narración. Pocas cosas contribuyen al uso de la razón como los cuentos, el mundo ficticio, narrativo, biográfico, que puede envolver al niño desde su primera edad.»

En otro apartado de este mismo capítulo, titulado «La presión de las vigencias sociales» habla de un tema no menos interesante, la escolarización del niño, cuando se debería dar y cómo se desarrolla:

«Me parece evidente que la constitución del núcleo personal se interrumpe antes de tiempo. Si la escuela no es enteramente acertada, se advierten deterioros que pueden ser graves; en todo caso, el niño pierde en parte el carácter puramente personal que tenía al comienzo de su vida, resulta menos «único» su espontaneidad queda recubierta por una capa de vigencias en cierto modo impersonales.»

En el capítulo sexto titulado «Relieve del mundo personal», me gustaría destacar el apartado «Entre padres e hijos» y dejarles aquí unas reflexiones del filósofo. Y algo que me ha llamado mucho la atención y que el destaca especialmente, como en un principio cuando recibimos a nuestro bebé en casa es lo más importante en nuestras vidas, todo gira en torno a el, y a medida que el niño va creciendo sentimos menos curiosidad porque hay factores que nos van alejando de esa relación, horas de escuela, personas nuevas. Se sigue amando al hijo pero se pierde este interés inicial:

«Los padres creen conocer mejor a sus hijos: los han visto nacer, han asistido a sus vidas día tras día, los han cuidado en todos los sentidos, se han preocupado por ellos; pero no siempre han sido capaces de imaginar quiénes empiezan a ser, hacia dónde se orientan, cuáles son los proyectos que van germinando en ellos. Es decir, su condición rigurosamente personal puede escapárseles.

La pubertad es un momento decisivo. El muchacho o la muchacha experimentan una escisión del círculo familiar y sus ampliaciones. Vive desde sí mismo, al menos lo cree así. Se desinteresa de sus afectos tradicionales: experimenta la primera gran variación de su mundo personal. Los padres, unas veces no lo advierten y creen que es «el de siempre»; otras, se percatan de ello y lo deploran, porque lo interpretan como «desvío», de ellos mismos y de lo que parece su mundo transmitido y compartido.

En realidad, el adolescente no vive desde sí mismo sino desde su grupo juvenil, probablemente inspirado o manipulado por algunos adultos influyentes.»