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25Dic/17

PIO BAROJA. CUENTOS

Es Pío Baroja un escritor que, aún teniendo yo con sus ideas profundas diferencias de fondo sobre la vida, digámoslo así, me atrae enormemente. Empecé como casi todos los jóvenes de mi edad con las lecturas que, por entonces, se exigían en los institutos sobre su obra «Las inquietudes de Shanti Andía», «El árbol de la ciencia» o «Zalacaín el aventurero». Recuerdo que me gustó mucho el primero, sobre todo porque reflejaba el ambiente de los pueblos pesqueros vascos como Lekeitio. Se cree ver la inspiración de Lekeitio en el imaginario «Lúzaro» de esa novela.También me abrumaron los conocimientos que sobre la vida marinera tenía en general Baroja. Pero como muchas veces he señalado al hablar de otros autores, creo que la mejor manera de acercarnos a ellos, a su obra, muy vasta en este caso, es, si los hubiera, por sus narraciones breves, por sus cuentos, porque casi siempre son éstos la semilla de las novelas posteriores, como es el caso de algunas narraciones breves de Baroja. En los cuentos quedan reflejadas, de manera excepcional y a mi parecer, la sensibilidad lírica barojiana y la capacidad que éste tenía para crear personajes tan diversos.

Su primer libro, precisamente, fue «Vidas sombrías» (1900), donde recopiló cuentos inéditos o algunos que habían aparecido en diversas revistas, escritos entre 1892 y 1896 durante el tiempo que vivió en Valencia, Cestona y Madrid, pues tuvieron los Baroja una vida con muchos cambios de domicilio, cosa que enriquecería su obra enormemente y de donde, seguramente, nacieron muchos de sus personajes. Los diferentes oficios que ejerció Baroja, como médico rural o industrial madrileño así como sus servicios en una tahona, y su época de estudiante contienen los elementos esenciales de su mundo ficticio. Sin olvidar sus lecturas tanto las filosóficas (Schopenhauer, Nietzsche), como las literarias (Poe, Dostoievski) que como se suele decir, cuentan y mucho.

Entre sus cuentos de ambiente vasco, esos que debió de escribir en sus comienzos, cuando fue médico en Cestona, me parece delicadísimo «Mari Belcha» del que les hablaré aquí por ser uno de mis preferidos. Es de una belleza insultante, precioso, conmovedor y misterioso. En general, de Baroja me encanta cómo describe cualquier personaje con el mínimo de tinta. Parece que lo captamos íntegramente a la primera con sólo cuatro trazos (¡y pensar que ha llegado a ser un tópico lo de que no dominaba el lenguaje…!), aunque a veces me parece desigual la calidad de sus novelas.

Este cuento está recogido en una antología titulada «Cuentos» de la editorial Alianza Editorial.

Mari Belcha

«Cuando te quedas sola a la puerta del negro caserío con tu hermanillo en brazos ¿en qué piensas, Mari Belcha, al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?

Te llaman Mari Belcha, María la Negra, porque naciste el día de los Reyes, no por otra cosa; te llaman Mari Belcha, y eres blanca, como los corderillos cuando salen del lavadero, y rubia como las mieses doradas del estío…

Cuando voy por delante de tu casa, en mi caballo, te escondes al verme, te ocultas de mí, del médico viejo que fue el primero en recibirte en sus brazos aquella mañana fría en que naciste.

¡Si supieras cómo la recuerdo! Esperábamos en la cocina, al lado de la lumbre. Tu abuela, con lágrimas en los ojos, calentaba las ropas que habías de vestir y miraba el fuego, pensativa; tus tíos, los de Aristondo, hablaban del tiempo y de las cosechas; y yo iba a ver a tu madre a cada paso a la alcoba, una alcoba pequeña, de cuyo techo colgaban, trenzadas, las mazorcas de maíz, y mientras tu madre gemía y el buenazo de José Ramón, tu padre, la cuidaba, yo veía por las ventanas el monte lleno de nieve y las bandadas de tordos que cruzaban el aire.

Por fin, tras de hacernos esperar a todos, viniste al mundo, llorando desesperadamente. ¿Por qué llorarán los hombres cuando nacen? ¿Será que la nada, de donde llegan es más dulce que la vida que se les presenta?

Como te decía, te presentaste chillando rabiosamente, y los Reyes, advertidos de tu llegada pusieron una moneda, un duro, en la gorrita que había de cubrir tu cabeza. Quizá era el mismo que me habían dado por asistir a tu madre…

¡Y ahora te escondes cuando paso, cuando paso con mi viejo caballo! ¡Ah! Pero yo también te miro ocultándome entre los árboles; y ¿sabes por qué?… Si te lo dijera, te reirías…, Yo, el medicuzarra, que podría ser tu abuelo; sí, es verdad. Si te lo dijera, te reirías.

¡Me pareces tan hermosa! Dicen que tu cara está morena por el sol, que tu pecho no tiene relieve; quizá sea cierto; pero, en cambio, tus ojos tienen la serenidad de las auroras tranquilas del otoño, y tus labios, el color de las amapolas de los amarillos trigales.

Luego, eres buena y cariñosa. Hace unos días, el martes, que hubo feria, ¿te acuerdas?  Tus padres habían bajado al pueblo, y tú paseabas por la heredad con tu hermanillo en brazos.

El chico tenía mal humor, tú querías distraerle, y le enseñabas las vacas, la Gorriya y la Beltza que pastaban la hierba, resoplando con alegría, (…)

Tú le decías al condenado del chico:

-Mira a la Gorriya…, a esa tonta…, con esos cuernos; pregúntale tú, maitía: ¿por qué cierras los ojos, esos ojos tan grandes y tan tontos?…

No muevas la cola.

Y la Gorriya se acercaba a ti y te miraba con su mirada triste de rumiante, y tendía la cabeza, para que acariciaras su rizada testuz.

Luego te acercabas a la otra vaca, y, señalándola con el dedo decías:

-Esta es la Beltza… ¡Hum!…¡Qué negra!… ¡Qué mala!… A ésta no la queremos. A la Gorriya, sí.

Y el chico repitió contigo:

-A la Gorriya, sí.

Pero luego se acordó de que tenía mal humor, y empezó a llorar.

Y yo también empecé a llorar no sé por qué. Verdad es que los viejos tenemos dentro del pecho corazón de niño.

Y para acallar a tu hermano, recurriste al perrillo alborotador; a las gallinas que picoteaban en el suelo, precedidas del coquetón del gallo; a los estúpidos cerdos que corrían de un lado a otro.

Cuando el niño callaba, te quedabas pensativa. Tus ojos miraban los montes azulados de la lejanía, pero sin verlos; miraban las nubes blancas, que cruzaban el cielo pálido, las hojas secas que cubrían el monte, las ramas descarnadas de los árboles y, sin embargo, no veían nada.

Veían algo; pero en el interior del alma, en esas regiones misteriosas donde brotan los amores y los sueños…

Hoy, al pasar, te he visto aún más preocupada. Sentada sobre un tronco de árbol, en actitud de abandono, mascabas, nerviosa, una hoja de menta.

Dime, Mari Belcha, ¿en qué piensas al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?»

09Nov/17

W. SOMERSET MAUGHAM. EL IMPULSO CREATIVO Y OTROS CUENTOS

Ediciones Atalanta ha vuelto a darnos una gran alegría con la publicación del libro «El impulso creativo y otros cuentos», dentro de su colección Ars brevis, donde, nuevamente, se recogen narraciones del extraordinario escritor W. Sommerset Maugham (París 1874, Niza 1965). «Lluvia y otros cuentos» fue el primer volumen que editaron, y con éste último volvemos a disfrutar del escritor británico. Les invito a que abran el volumen porque en él se van a encontrar con doce relatos únicos, pequeñas obras literarias magníficas de un escritor con una vida muy interesante, marcada por la muerte de sus padres a muy temprana edad y por ciertos complejos estéticos que hicieron de él un hombre tosco y huraño, y a la vez a uno de los dramaturgos y novelistas más reputados del Reino Unido a principios del siglo XX.

Como siempre apunto, es aquí imposible hablar de todos ellos, pero como ya viene siendo habitual haré mi propia selección. Me ha llamado mucho la atención que la mitad de los personajes de estos relatos sean mujeres. ¡Y qué mujeres! Tenemos a La Falterona en el relato «La voz de la tórtola», a una actriz retirada y frustrada en «Pecios», a una mujer que encarna el egoísmo puro en «Louise», una joven modelo tan encantadora como mentirosa en «Apariencia y realidad» y también a una escritora que sabe realmente lo que quiere «El sentido social» y otra autora abandonada en «El impulso creativo». Por supuesto que los doce relatos me han encantado pero el cuento que más me ha gustado se titula «Pecios» y de ese les quiero hablar. Es un cuento muy recomendable para que las mujeres lo lean, ya que trata de un problema atemporal.

Norman Grange es un plantador de caucho amargado, siniestro y arruinado al que los acreedores le persiguen quitándole todo lo que gana. Vive junto a su esposa en una finca, ya hipotecada, en Borneo. Grange se ha nacido allí pero su esposa es una actriz que no gozó de fortuna en su carrera y decidió casarse con Grange. Lo que creía que la salvaría de una vida ruin y desdichada, se convirtió en una gran pesadilla para ella. Un matrimonio de dónde no podrá salir nunca, que la ha desquiciado física y psicológicamente. El autor nos va introduciendo en este relato angustioso, en un paraje decadente y asfixiante, donde es muy sencillo sentirnos cerca de la protagonista. Un suceso inesperado, la visita del señor Skelton, cambiará por unos pocos días la monótona y frustrada vida de la señora Grange. En ese momento y como ella misma explica llevaba dos años «sin hablar con un hombre blanco».

Ella le explica a su invitado la razón por la cual se casó:

«Yo estaba desesperada, no me importa decírselo, y fue entonces cuando Norman me hizo su proposición. Lo curioso es que apenas le conocía. Me llevó a dar una vuelta alrededor de la isla, tomamos el té dos o tres veces en el Europe y bailamos. Los hombres no suelen hacer algo por ti sin querer nada a cambio, y pensé que esperaría un poco de diversión, pero yo tenía mucha experiencia y me dije que debería ser muy listo para convencerme. Cuando me pidió que me casara con él, bueno, me sorprendió tanto que apenas podía dar crédito a mis oídos. Me dijo que tenía una finca en Borneo, que sólo había que tener un poco de paciencia y ganaría una fortuna. Estaba a orillas de un hermoso río, rodeado por la jungla. Hizo que pareciera un lugar muy romántico. Yo me estaba haciendo mayor, ¿sabe?, tenía treinta años, cada vez me sería más difícil encontrar trabajo, y me tentaba tener una casa propia y todo eso, no depender nunca más de los agentes, dejar de pasarme las noches en blanco pensando en cómo pagaría el alquiler de la semana siguiente. En aquel entonces él era bastante apuesto, moreno, corpulento y viril…»

Vesta Blaise, nombre artístico de la protagonista, vive en el pasado, en su pasado de actriz mediocre. Sus fotografías y recortes de periódicos la transportan a esa vida ahora añorada de la que tuvo que salir.

«¿Sabe que edad tengo? Cuarenta y seis. Aparento sesenta, lo sé. Por eso le he enseñado estas fotos, para que pudiera ver que no siempre he sido así. ¡Ah, Dios mío, cómo he desperdiciado mi vida! Hablan del romanticismo de Oriente. Que se lo queden. Preferiría ser ayudante de camerino en un teatro provinciano, preferiría ser una de sus limpiadoras, antes que lo que soy ahora. Hasta que vine aquí, jamás en mi vida había estado sola, siempre había convivido con mucha gente. No sabe usted lo que es no tener a nadie con quien hablar desde un fin de año a otro, verte obligada a reprimirlo todo. ¿Le gustaría no ver a nadie, una semana tras otra, un día tras otro, durante dieciséis años, excepto al hombre al que más odia en el mundo? ¿Le gustaría vivir durante dieciséis años con un hombre que te odia tanto que no soporta mirarte?»

La señora Grange fue por un pequeño periodo feliz y así se lo hace saber al joven Skelton:

«Pero entonces todo le encantaba. La vida junto al río y la jungla, la vegetación compacta, las aves con sus plumajes de colores vivos y las brillantes mariposas. (…) No amaba a Norman, pero le gustaba; y era muy agradable estar casada, como lo era no tener nada que hacer de la mañana a la noche, excepto escuchar el gramófono o jugar al solitario y leer novelas. También era agradable pensar que no tenía que preocuparse por su futuro. Desde luego, a veces notaba la soledad, pero Norman le decía que ya se acostumbraría, y le había prometido que al cabo de un año o dos como mucho irían a pasar tres meses en Inglaterra. Sería muy divertido y podría presumir de su marido entre sus amigos. Tenía la sensación de que lo que había impresionado a Norman era el atractivo del escenario, y ella le había hecho creer que su éxito había sido muy superior al real. Quería que él comprendiera que había hecho un sacrificio al abandonar su carrera para convertirse en la esposa de un plantador.»

Pero Norman nunca cumplió la promesa de ir a Inglaterra. ¿Qué les hacía continuar juntos? ¿Qué es lo que verdaderamente ocurría entre ellos? No les puedo desvelar más. Para eso tienen que sumergirse en el libro, en este relato fascinante, que por supuesto encierra mucho más que todo lo que les acabo de contar. Hay otro hombre en la vida de la señora Grange, hubo otro hombre en su vida, Jack Carr. Esta es la única pista que les daré.

«Se llamaba Jack Carr y era un hombre totalmente distinto a Norman: para empezar, era un caballero, había ido a una escuela privada y a la universidad; tenía unos treinta y cinco años, era alto, no robusto como Norman sino delgado, con la clase de figura que hace que un hombre resulte encantador vestido de etiqueta, de cabello crespo y ojos risueños. Precisamente su tipo. A ella le gustó enseguida. Era muy grato tener a alguien con quien poder hablar de Londres y del teatro, un hombre alegre y de trato fácil. Contaba la clase de chistes que uno podía entender. En una o dos semanas se sentía más a gusto con él que con su marido al cabo de dos años de vida en común. Siempre había habido algo en Norman que se le escapaba.»

Ediciones Atalanta describe los cuentos de Somerset Maugham diciendo que en ellos se encuentran «las finas dotes de observación psicológica por las que lo ensalzó la crítica, un estilo limpio y mordaz como lúcido cronista tanto de la vida mundana como de la esfera literaria, y una sobresaliente capacidad para sintetizar los dilemas a los que se enfrentan sus personajes.»

«En El impulso creativo y otros cuentos, se recopilan doce relatos en los que Maugham explora la complejidad de la condición humana: la pugna entre lo que uno es y lo que desea ser, la sutil línea que separa la realidad del sueño, pero sobre todo el embaucador poder de las apariencias y los oscuros impulsos que esconden las acciones del ser humano», continúan explicando.

Aprovecho hoy, en el octavo aniversario de este blog que realizo con tanta ilusión y que me proporciona tantas alegrías, para daros las gracias a todos los que me seguís, los que paseáis por aquí en algunas ocasiones y los que muy amablemente me dejáis vuestros comentarios. Es un honor para mi que me acompañéis en este proyecto. Muchísimas gracias a todos de corazón.

 

 

03Nov/17

DON JUAN TENORIO. JOSÉ ZORRILLA

La víspera de Todos los Santos o días posteriores, es tradición representar la gran obra de José Zorrilla (Valladolid 1817, Madrid 1893) «Don Juan Tenorio», escrita en 1844. Es una obra que siempre me fascinó. El lenguaje que se emplea, la maestría de la prosa y el verso y la rapidez con la que una obra así  fue escrita, es algo que no deja de impresionarme. El escritor castellano la compuso en tan sólo tres semanas cuando tenía 27 años. Les invito a que abran esta obra que les fascinará si es que aún no la conocen. Aquí les dejo un fragmento, exactamente la carta que el seductor Don Juan, le entrega a Brígida, la alcahueta que se encarga de vigilar a la novicia Doña Inés, para que la joven llegue a leerla y así poder conquistarla para ganar la apuesta ante su gran rival de escándalos y amoríos, Don Luis Mejía. Me parece una carta muy bella. También me fascina el fragmento donde los dos conquistadores se citan en la Hosteria del Laurel de Buttarelli y comienzan a desgranar sus aventuras y sus conquistas.

La acción de la obra transcurre en  Sevilla en 1545, en los últimos años del reinado de Carlos I de España. Es un drama religioso y fantástico estructurado en dos partes. Constituye, junto con «El burlador de Sevilla y convidado de piedra» (1630), atribuida a Tirso de Molina y de la que este Tenorio de Zorrilla es deudora, una de las dos principales manifestaciones literarias en lengua española del mito de Don Juan.

El amor fue una pieza clave en la obra de Zorrilla. Él mismo llevó una vida aventurera y llena de amores.

Doña Inés del alma mía.
Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma
privada de libertad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir, acabad.
Nuestros padres de consuno
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.
Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz:
y esta llama que en mí mismo
se alimenta inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz.
En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés.
Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar:
si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan.
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!
que me estoy viendo morir?
Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.
Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma:
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van:
y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura… don Juan.

En el año 1966 Televisión Española dentro del programa «Estudio 1» acercó a todos los espectadores una excelente versión, insuperable me atrevería a decir, de la obra bajo la dirección del genial director ya fallecido Gustavo Pérez Puig. Paco Rabal glorioso en su papel de Don Juan, demostrando ser un fuera de serie en esos primeros planos que sólo él podía aguantar, con esa mirada seductora digna del mejor Tenorio. Concha Velasco, apuntando ya la gran actriz dramática que siempre fue en su papel de Doña Inés, dotando a su personaje de una sencillez y una cercanía extraordinaria. Velasco está gloriosa en esta interpretación. Y no quiero olvidarme de Tota Alba en el papel de Brígida, no hay palabras para describir esta puesta en escena, magnífica, increíble. Sus gestos, sus miradas,… grandísima Tota Alba en este papel secundario que ella lleva hasta lo más alto. Así como Juanjo Menéndez, en el papel de Ciutti, con qué delicadeza dota al criado de gracia y parsimonia, haciendo de él un tontorrón que se quiere desde el primer momento que entra en escena. Y, por supuesto, un Fernando Guillén Cuervo, dando a Don Luis Mejía esa contención de gran caballero para que Don Juan brille aún más. Elegante su interpretación, sin duda.

30Oct/17

WISLAWA SZYMBORSKA. FIN Y PRINCIPIO

«Una vez encontró en los arbustos una jaula de palomas.

Se la llevó

y para eso la tiene,

para que siga vacía.»

 

En el último post hablaba del gran poeta Adam Zagajewski, y fue él, y más concretamente su discurso, el que me recordó que hacía mucho tiempo que no leía a mi gran admirada escritora Wislawa Szymborska (Polonia, Kórnik 1923, Cracovia 2012) y que, cómo no, merecía un lugar en mi blog, por única, exquisita e insuperable. De ellas son los versos que encabezan este comentario, más concretamente un fragmento del poema «Alguien a quien observo desde hace tiempo».

De la premio Nobel (1996), a la que conoció, Zagajewski comentó que fue una persona profundamente honesta. «En la segunda mitad de los años 50 escribía poemas en la desesperación que le había provocado haber traicionado la verdad de la poesía y haberse aliado con un sombrío sistema político cuando era joven.»

Obtuvo el Nobel por «una poesía que con precisión irónica logra que pasajes de la realidad humana salgan a la luz en su contexto histórico o ideológico.»

Dejando políticas e ideología a un lado, la única verdad es que si abren alguna obra de esta autora verán como los detalles cotidianos, los más simples se convierten en un hermoso carruaje, al modo del cuento de Cenicienta. ¡Qué belleza de lo simple, de lo triste, de lo de siempre! . Ella es, sin ninguna duda, una de las poetas más importantes del siglo XX. Crea versos en apariencia sencillos e incluso coloquiales pero hay en ellos una red compleja de vida, de ideas, de sentimientos.

La escritora contó en alguna ocasión que comenzó escribiendo relatos cortos para ella misma y que éstos se fueron haciendo cada vez más cortos hasta convertirse en poemas.

Y los convirtió, como el hada madrina de Cenicienta, en obras de arte como estos que a continuación, por ser algunos de mis preferidos, les presento. Los dos primeros los pueden encontrar en la obra «Fin y principio» (1993). Les van a impresionar, seguro.

«Amor a primera vista»

Ambos están convencidos de que los ha unido un sentimiento

repentino.

Es hermosa esa seguridad,

pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían

no había sucedido nada entre ellos.

Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos

en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles

si no recuerdan

quizá un encuentro frente a frente

alguna vez en una puerta giratoria,

a algún «lo siento»

o el sonido de «se ha equivocado» en el teléfono,

pero conozco su respuesta.

No recuerdan.

Se sorprenderían

de saber que ya hace mucho tiempo

que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada

para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,

que se interponía en su camino

y que conteniendo la risa

se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,

pero qué hacer si no eran comprensibles.

(…)

Hubo algo perdido y encontrado.

Quién sabe si alguna pelota

en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres

en los que un tacto

se sobrepuso a otro tacto.

Maletas, una junto a otra, en una consigna.

Quizá una cierta noche el mismo sueño

desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio

no es más que una continuación,

y el libro de los acontecimientos

se encuentra siempre abierto a la mitad.»

«Posibilidades»

Prefiero el cine.

Prefiero los gatos.

Prefiero los robles a orillas del Warta.

Prefiero Dickens a Dostoievski.

Prefiero que me guste la gente

a amar a la humanidad.

(…)

Prefiero lo ridículo de escribir poemas

a lo ridículo de no escribirlos.

Prefiero en el amor los aniversarios no exactos

que se celebran todos los días.

Prefiero a los moralistas

que no me prometen nada.

Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.

Prefiero a la tierra vestida de civil.

Prefiero los países conquistados que conquistadores.

(…)

Prefiero a los perros con la cola sin cortar.

Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.

(…)

Prefiero el cero solo

al que hace cola en una cifra.

Prefiero el tiempo insectil al estelar.

Prefiero tocar madera.

Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.

Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad

de que el ser tiene su razón.

 

Los poemas que les sugiero leer a continuación son otro tipo de poemas pero igualmente bellos. «Un gato en un piso vacío» es estremecedor, y fue escrito tras la pérdida del ser amado. «La habitación del suicida», insuperable y duro. «Despedida de un paisaje», enternecedor.

«Un gato en un piso vacío»

«Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque qué puede hacer un gato

en un piso vacío.

Trepar por las paredes.

Restregarse entre los muebles.

Parece que nada ha cambiado

y, sin embargo, ha cambiado.

Que nada se ha movido,

pero está descolocado.

Y por la noche la lámpara ya no se enciende.

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son ésos.

La mano que pone el pescado en el plato

tampoco es aquella que lo ponía.

Hay algo aquí que no empieza

a la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

como debería.

(…)

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado

Incluso se ha roto la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

Ya verá cuando regrese,

ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Irá hacia él

como si no quisiera,

despacito,

con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio.»

 

«La habitación del suicida»

«Seguramente crees que la habitación estaba vacía.

Pues no. Había tres sillas firmes.

Una lámpara buena contra la oscuridad.

Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.

Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.

Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.

¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

(…)

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,

al menos por la puerta,

o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.

Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.

Y si yo te dijera que no había ninguna carta.

Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos

en un sobre vacío apoyado en un vaso.»

 

«Despedida de un paisaje»

«No le reprocho a la primavera

que llegue de nuevo.

No me quejo de que cumpla

como todos los años

con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza

no frenará la hierba.

Si los tallos vacilan

será sólo por el viento.

(…)

Me doy por enterada

de que, como si vivieras,

la orilla de cierto lago

es tan bella como era.

No le guardo rencor

a la vista por la vista

de una había deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme

que otros, no nosotros,

estén sentados ahora mismo

sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho

a reír, a susurrar

y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso

que los une el amor

y que él la abraza a ella

con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,

comienza a gorgotear entre los juncos.

Sinceramente les deseo

que lo escuchen.

No exijo ningún cambio

de las olas a la orilla,

ligeras o perezosas

pero nunca obedientes.

Nada le pido

a las aguas junto al bosque,

a veces esmeralda,

a veces zafiro,

a veces negras.

Una cosa no acepto.

Volver a ese lugar.

Renuncio al privilegio de la presencia.

Te he sobrevivido suficiente

como para recordar desde lejos.»

 

 

25Oct/17

ADAM ZAGAJEWSKI. MÍSTICA PARA PRINCIPIANTES

En los últimos premios Princesa de Asturias, fue galardonado el gran poeta Adam Zagajewski (Leópolis, Ucrania, 1945). El novelista y ensayista es miembro de la Generación del 68 en su país. Sería injusto e impreciso calificar a Zagajewski solamente como un poeta político que lucha contra un régimen dictatorial porque su extensa obra y la delicadeza de ella pondrían en evidencia que sus poemas son mucho más que todo eso.

En declaraciones al periódico El Mundo señaló que, en su opinión, hay una cultura común europea. «Vengo a España y nada me parece ajeno», apuntó este amante de Antonio Machado, su poeta favorito.

Durante la ceremonia de entrega, parte de su discurso me pareció un gran poema. El gran poema que, sin ser declamado, podría haber sido colocado en versos.

Comenzó diciendo que la poesía es, de entre la artes, la menos técnica, «no surge del taller, o de la teórica, no surge de la ciencia, sino que surge de la emoción de la mente y del corazón». «Los poetas no se conocen a sí mismos, suelen vivir en la inseguridad, esperando pacientemente la hora en la que se abren las puertas de la lengua», aseguró. Según el poeta, cada generación crea su propia visión de la poesía, aunque «conserve a la vez una fidelidad hacia una formas tradicionales sin interrumpir así la continuidad de un proceso que había empezado aún antes de Homero y que perdura hasta nuestros días, pasando por Antonio Machado y Zbigniew Herbert y siguiendo adelante».

Su precioso discurso seguía avanzando, cuando percibí la poesía que, a mi parecer, había dentro y que yo trasladaría así al papel:

«La poesía no está de moda.

Las novelas policíacas,

las biografías de los tiranos,

las películas americanas

y las series de televisión británicas

están de moda.

La política está de moda.

La moda está de moda.

Las relaciones están de moda,

la sustancia no está de moda.

Los pantalones entubados,

los vestidos con estampados de flores,

las perlas en la ropa,

los jerséis rojos,

los abrigos a cuadros,

los botines plateados

y los pantalones vaqueros con apliques

están de moda.

Las bicicletas y los patinetes

están de moda.

Los maratones y los medio maratones,

la marcha nórdica están de moda.

No está de moda

detenerse en medio de un prado primaveral

ni la reflexión.

La falta de movimiento es nociva para la salud,

nos dicen los médicos.

Un momento de reflexión

es peligroso para la salud,

hay que correr,

hay que escapar de uno mismo.»

Y cuando ya creía que un discurso no podía encerrar más belleza ni más verdad, el poeta volvió a hacer poesía, que yo de nuevo, me permito la licencia de escribir así:

«Descubrimos la dualidad del mundo,

por una parte, la imaginación;

por otra, la obstinada realidad de una mañana de noviembre

cuando ya han caído las hojas de los árboles.

Durante mucho tiempo, no sabía qué era más importante,

lo que existe o lo que no existe,

la gente que va al trabajo temprano por la mañana,

los hombres soñolientos que leen

los grandes titulares de los periódicos deportivos

y siguen las derrotas

y las victorias de sus clubes favoritos de fútbol

y las mujeres que dormitan en el autobús;

o antes bien las cosas escondidas,

la música y la luna,

las ciudades que ya no existen,

los cuadros de los grandes maestros,

actuales y antiguos,

en los museos.

Y necesité muchos años

para entender

que hay que tener en consideración

ambas caras de este dualismo desigual,

puesto  que vivimos en una ambivalencia eterna,

no podemos olvidarnos del sufrimiento de la gente

y de los animales,

del mal,

que es mucho más tenaz y astuto

que los sueños que perseguimos.

No podemos olvidarnos del mal,

de la injusticia

que continuamente cambia de forma.

de las cosas que perecen,

pero tampoco de la felicidad,

de las experiencias extáticas

que los gruesos manuales

de teoría política o de sociología

no han llegado a prever.»

Hacía tiempo que no quedaba tan admirada por un discurso. Es verdad lo que se dice de Zugajewski, eso de que transforma la sencillez más absoluta en una suma de profundidades. Es verdad que esta poeta, que se formó en Cracovia, es uno de los más grandes autores de su tiempo y lo será para siempre.

Y ahora si. Ahora les invito a que abran cualquier poemario del autor, con sus poesías «de verdad». Aquí les dejo con dos de mis poesías favoritas tituladas «Escribía en la oscuridad» y «Autorretrato», que pueden encontrar en el libro «Mística para principiantes» (1997).

´»Escribía en la oscuridad»

Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs

trabajaba por las noches con una luz apagada

para no despertar a su madre enferma.

Escribía en la oscuridad.

La desesperación le dictaba palabras

tan pesadas como colas de cometa.

Escribía en la oscuridad,

en silencio, que sólo interrumpía

el reloj de la pared con sus suspiros.

Hasta las letras eran soñolientas,

sus cabezas caían en las hojas.

La oscuridad escribía

tras coger esta mujer ya no joven

como si fuese su pluma.

(…)

Cuando se dormía ella

los mirlos ya despertaban

y no hubo ninguna pausa

en la tristeza y el canto.»

 

«Autorretrato»

«Entre el ordenador, el lápiz y la máquina de escribir

se me va medio día. Un día será medio siglo.

Vivo en ciudades extrañas y hablo a veces

con extraños sobre cosas extrañas.

(…)

Leo poetas, vivos y muertos, que me enseñan

tenacidad, fe y orgullos. Trato de entender

a los grandes filósofos, pero usualmente sólo capto

rasguños de sus bellos pensamientos.

Me gusta dar largas caminatas por las calles de Paris

y ver a las criaturas, mis semejantes, aceleradas por la envidia,

la rabia, el deseo; seguirle la pista a una moneda de plata

que pasa de mano en mano mientras, despacio.

pierde su forma redonda (y el perfil del emperador se borra).

(…)

Pájaros negros dan vueltas por los campos,

esperando con paciencia de viudas españolas.

Ya no estoy joven, pero siempre hay alguien que es más viejo.

(…)

Me encanta mirar el rostro de mi esposa.

Todos los domingos llamo a mi padre.

Cada dos semanas me veo con mis amigos

para así probar mi fidelidad.

(…) »

 

17Sep/17

MARCO GIARDINELLI. LUNA CALIENTE

«Araceli resucitara o lo que fuere. Sentido común… ¿qué era eso? Sólo tenía sentido del pavor. ¿No le había pasado, antes, con muchas mujeres? Caray, con todas, si cada mujer que había conocido en su vida había significado un minuto de terror, de pánico insoluble. Quizás eso era el machismo, ese segundo de espanto que sentimos cuando enfrentamos a la mujer. El instante de terror que nos produce reconocer su sensatez, su aparente fragilidad (lo que nosotros queremos ver como fragilidad), su intrínseca posibilidad de anclaje en una estabilidad que los hombres no tenemos. Porque, quizá, lo que nos diferencia no es sólo la tenencia de un miembro unos y de vaginas otras; lo que nos diferencia es la imposibilidad de aceptar y reconocer la diferencia. He ahí lo que rechazamos en el otro sexo.»

 

«Sabía que iba a pasar, lo supo en cuanto la vio. Hacía muchos años que no volvía al Chaco y en medio de tantas emociones por los reencuentros, Araceli fue un deslumbramiento.Tenía el pelo negro, largo, grueso, y un flequillo altivo que enmarcaba perfectamente su cara delgada, modiglianesca, en al que resaltaban sus ojos oscurísimos, brillantes, de mirada lánguida pero astuta. Flaca y de piernas muy largas, parecía a la vez orgullosa y azorada por esos pechitos que empezaban a explotarle bajo la blusa blanca. Ramiro la miró y supo que habría problemas. Araceli no podía tener más de trece años.

Durante la cena, sus miradas se cruzaron muchas veces, mientras él hablaba de los años pasados, de sus estudios en Francia, de su casamiento, de su divorcio, de todo lo que habla una persona que los demás suponen trashumante porque ha recorrido mundo y ha vivido lejos, cuando regresa a su tierra después de ocho años y tiene apenas treinta y dos. Ramiro se sintió observado toda la noche por la insolencia de esa niña, hija del ahora veterano médico de campaña que fuera amigo de su padre, y que lo había invitado con tanta insistencia a su casa de Fontana, a unos veinte kilómetros de Resistencia.»

 

Del primer párrafo que abre este post al segundo distan 66 páginas exactamente. El primero, claro está, es el escrito en la página 66. Porque primero el gran escritor Mempo Giardinelli (Resistencia, Chaco, Argentina, 1947) nos presenta a Araceli, la niña que va a cambiarlo todo. Y a Ramiro ese hombre que se obsesiona con Araceli. Todo bajo una luna caliente en los límites del Chaco paraguayo. «Luna caliente» es el título de esta obra breve. Una breve obra redonda, espectacular, que mantiene al lector en una angustia hasta el final de la misma. En la que se habla del deseo y se da una definición de machismo tan perfecta que hasta este momento no había leído nunca.

El médico, el papá de Araceli, ha invitado a cenar a casa a Ramiro, ya que el papá de Ramiro y el de la niña habían sido amigos. Pero Araceli es irresistible, tanto como el calor húmedo y sofocante de esta noche. Una noche en la que ocurrirán muchas cosas, donde se perderá la razón y habrá que huir.

Les invito a abrir esta obra, un libro clásico contemporáneo de la literatura hispanoamericana. Con prosa clara y directa nos vamos sumergiendo en una trama oscura y negra. En una obsesión de sexo y sangre.

Esta obra le valió al autor el Premio Nacional de Novela de México en 1983.