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24Sep/16

LUISA, EL AMOR, LA MAGIA Y UN ARCO IRIS

arco-iris

A Luisa Guerrero Jiménez,
que es mágica,
para que nunca deje de soñar.

Si alguna vez visitáis un pueblecito blanco que descansa sobre una sierra muy alta, conoceréis a una niña que se llama Luisa. Luisa es mágica. Sí, sí, habéis leído bien, mágica quise decir. Luisa tiene sólo cuatro años y ya es mágica. ¿Sabéis la razón?. Luisa es mágica porque es especial y es especial porque es única y es única porque ante todo cree en si misma. Así es que si ella con cuatro años ya sabe todo esto, vosotros que, seguramente, seréis un poco más mayores, deberíais seguir su ejemplo. Deberíais creer en vosotros mismos, para ser únicos, especiales y mágicos a ojos de los demás.
Os contaré algo más de ella. Luisa tiene un hermano mayor, que en diciembre cumplirá siete años, al que adora. Le defiende a capa y espada cuando a éste se le presenta alguna dificultad. No se acobarda Luisa, no. ¿Sabéis por qué? ¿no? Pues es muy fácil. Luisa sabe, aunque sólo tiene cuatro años, que las cosas que uno hace con el corazón siempre son las correctas y eso le da la fuerza para llevarlas a cabo. Deberíais tomar este ejemplo también y utilizarlo durante toda vuestra vida. Pero todo esto, aunque Luisa tiene mucho talento, también se lo enseñaron sus padres, a los que adora, y que han hecho de ella un niña mágica también. Os lo resumiré así: «Sus papás le tocaron con la varita mágica del cariño y ella se hizo fuerte. Por cada abrazo, por cada beso, por cada sonrisa, Luisa iba cargándose de seguridad y esta seguridad la transformó en magia». Así es que si algún padre está leyendo ahora mismo este cuento, debería seguir este ejemplo de los papás de Luisa. Vuestros niños podrían ser entonces tan mágicos como Luisa. Yo si fuese ustedes lo probaría. ¿Qué cuesta dar abrazos, besos y regalar sonrisas? Piénsenlo.
Pero vamos a lo nuestro. Y lo nuestro es contaros a todos lo que hizo en una ocasión Luisa.
Una mañana, cuando Luisa iba a la escuela, los demás niños se quejaban de que todo estaba muy gris y muy feo. Era invierno y el sol no había salido aún, quedaban algunos pequeños charcos del día anterior y los barrenderos aún no habían limpiado la calle. Pues bien, ella, simplemente sonrió, fijó sus ojos azules en el camino asfaltado y de repente, por donde Luisa iba pisando, flores de todos los colore iban naciendo, iban brotando sin orden llenando ese espacio de la calle de colores y perfumes que alegraban a los demás niños. De este modo, todos llegaron a la escuela contentos y con una sonrisa. Y sólo porque Luisa sonrió.
Esa misma tarde, justo después de hacer los deberes, comenzó a llover a cántaros. Pablo, el hermano de Luisa, miraba triste a través de la ventana. Luisa también estaba triste porque no podrían salir un rato al parque a jugar. Su mamá les pidió que tuviesen paciencia porque, seguramente, la lluvia no tardaría mucho en irse, pero pasaban las horas y la lluvia no cesaba. Luisa, cansada de esperar, miró al cielo, concentró sus preciosos ojos azules en ellos, y de repente de detrás de una nube apareció tímido el sol que se resistía a salir. Pero cuando lo hizo, los niños salieron veloces a la calle, sin perder un minuto.
Nadie se dio cuenta de algo, pero Luisa si. El arco iris no había salido. Y eso a Luisa le entristeció.
-¿No os dais cuenta de que el arco iris no ha salido?, preguntó Luisa a los demás niños.
-Si, pero no podemos hacer nada, sonrió su amiga algo resignada.
Así eran los niños, pensó Luisa, a la primera de cambio se conformaban, o iban corriendo a lloriquear a las faldas de sus madres o a los pantalones de sus padres.
-¡Bah!, os da igual todo. ¡Vaya clase de niños que sois!, protestó Luisa mirándolos desafiantes con sus grandes ojos.
Pablo, que la conocía bien, sabía que algo estaba tramando su hermana. Cuando abría aún más sus ojos, los entornaba de esa manera, ponía sus manos en jarra y se quedaba pensativa, estaba claro que algo pasaba por su cabeza.
Sin decir nada, Luisa sacó una tiza muy gorda del bolsillo y comenzó a dibujar los peldaños de una escalera. Una escalera que pronto atravesó el parque. Y después, y ante el asombro de todos los niños, a excepción de su hermano, que conocía su magia mejor que nadie, la escalera se despegó del suelo y se convirtió en una escalera de verdad, rosa como el color de la tiza que Luisa había utilizado. Los peldaños eran esponjosos como si estuvieran hechos de algodón de azúcar. Y por cada sonrisa que Luisa lanzaba, un peldaño se iba levantando hasta que la escalera llegó al cielo. Luisa subió por ella hasta descansar en una nube, justo en una nube que aún estaba un poco gris y a la que el sol estaba haciendo cosquillas con un rayo. Unas pequeñas gotitas mojaron a Luisa, las suficientes para darse cuenta de que allí mismo tenía que dibujar el arco iris para que sus amigos los vieran. Entonces sacó otra tiza, esta vez azul y dibujó encima de la nube y rozando un poco el sol siete huecos para los siete colores del arco iris. A cada sonrisa de Luisa, aquellos caminos imaginarios iban llegando hasta la siguiente nube y de allí tocaron el pico de la sierra. Pero había un problema, al arco iris le faltaban los colores.
Pablo gritó desde abajo advirtiendo a su hermana de que el arco iris no tenía colores.
-¿Y a qué estáis esperando?, ¿es que lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa a sus amigos desde la nube.
Los niños, nuevamente desconcertados, no sabían qué era lo que Luisa deseaba realmente. Pero pronto fueron informados.
-¡Los colores!, ¡eso es lo que quiero!, ¿qué es lo que voy a querer si estoy intentando hacer un arco iris? ¿Es que acaso los niños pueden vivir sin arco iris?
-¡Claro que no!, gritó Pablo.
-¡Claro que no!, gritaron después los demás.
-Pues eso, a lo vuestro. ¡Venga deprisa!, antes de que el sol se vaya. Me queman ya las manos de tenerlo cogido. No creo que aguante mucho más aquí a mi lado.
Pero los niños, tengo que confesaros, no se enteraban de nada. ¿Cómo iban a conseguir los colores?
Y en eso tenían razón. ¿Cómo los iban a conseguir si no creían en la magia? ¿Si no creían en las cosas imposibles? Está muy claro que sólo los niños que creen en las cosas imposibles, en los sueños, en la magia, consiguen todo lo que se proponen.
Así es que a Luisa no le quedó más remedio que bajar otra vez al parque y arreglarselas ella sola.
Y una vez abajo se dijo así misma:
-Haré un montón de zumo de naranja para la estela naranja, y mamá no se enfadará porque es para algo bonito.
-Cogeré un trozito de río para el color azul, y los peces no se enfadarán porque a ellos también les gusta mirar para arriba de vez en cuando.
-A la sierra le arrancaré toda la hierba verde que encuentre, y no se enfadará porque también se la comen a veces las cabras.
-Todos los plátanos de la merienda de Pablo para la parte amarilla, y Pablo no se enfadará conmigo porque es el mejor hermano del mundo.
-Pétalos de rosa para el camino rosa, y las flores no me pincharán con sus espinas porque son tan presumidas que quieren estar en todas partes, también en el cielo.
-Cartulina de la escuela para conseguir el color lila, y la profesora no me castigará porque es para la manualidad más hermosa del mundo.
Y allá subió Luisa decidida por la escalera de tiza hasta el cielo otra vez. Por suerte el sol no se había escapado aún y ella ya tenía todo lo que necesitaba.
Poquito a poco fue rellenando aquellos caminos de tiza que ella misma había trazado con todo lo que había conseguido.
Los niños, desde abajo, sonreían, hasta que una amiga de Luisa dijo lo siguiente:
-¡Falta el color rojo!
Luisa se ofendió mucho, muchísimo. Ni de eso se habían dado cuenta. ¡Qué desastre!, pensó.
-El color rojo es el del cariño, el del amor. ¡Ese lo ponéis vosotros desde abajo!, ¿acaso lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa.
-¿Pero cómo lo hacemos Luisa?, preguntaron sus amigos.
-Abrazad a vuestros padres, que vuestros padres os abracen a vosotros, dadles besos a los viejitos que están sentados en los bancos, sonrisas a los que están enfadados…, ¡qué se yo!, todo eso. ¿Es qué no sabéis lo que es el amor?
Y yo, que estoy contando este cuento y que vi cómo Luisa hacía toda esta fantasía, le diré cuando me la encuentre la próxima vez, que no, que no todo el mundo sabe lo que significa el amor. Que no todo el mundo podría rellenar los colores del arco iris, que por eso llueve muchas veces en el corazón de muchas personas y pocas veces sale el sol. Pero que de eso ella, afortunadamente, no sabe nada, de nada, de nada. Porque recordad que Luisa es mágica por muchas cosas pero sobre todo por el amor que lleva dentro de ella que la hace ser tan mágica, tan mágica, tan mágica, como para conseguir, si fuese necesario, que el arco iris atravesara cualquier sierra del mundo.
Y el arco iris apareció en el pueblecito blanco, descansando en la sierra. Y los niños, emocionados e incluso algo asustados, lo miraban asombrados. Nunca habían visto ningún arco iris igual.
Luisa agarró con una mano a su madre y con la otra a su hermano y les dijo:
-Ya nos podemos ir a casa. Papá, seguramente, ya habrá llegado y así podremos mirar los cuatro el arco iris por la ventana.
Y así lo hicieron. Los cuatro, abrazados, miraron el arco iris desde la ventana hasta que el sol se puso en la sierra.