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22Dic/14

NOCHEBUENA. NIKOLÁI GÓGOL

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«Era la víspera de Navidad; atardecía, y al fin llegó la noche; una noche de estas de invierno, clara, espléndida. Comenzaron a salir las estrellas, y la Luna se mostró majestuosa, como si quisiese iluminar aún más que de ordinario la Tierra, dando así más brillantez a las coliadky que glorificaban a Jesucristo. Helaba más intensamente que durante el día y reinaba tal silencio que el crujido de la nieve bajo las pisadas podía irse a distancia. (…)
De pronto, de la chimenea de una de las cabañas salió una humareda que se extendió a modo de nubarrón en el firmamento, y por ella se vio subir a una bruja cabalgando en su escoba. (…)
La bruja, mientras tanto, subió a tal altura, que al poco rato sólo parecía allá arriba un punto negro. Y lo que es más particular: por donde pasaba aquel punto o manchita, se veía desaparecer una estrella, y así, fueron desapareciendo una tras otra. Ella se las iba metiendo en una manga, y cuando la tuvo llena, sólo quedaron tres o cuatro que relucían más. En esto de, improviso, apareció otro punto o marchita por el lado opuesto; fue desplegándose, creciendo, hasta que tomó forma. (…) Sólo por sus barbas de chivo, por los cuerpecitos que le apuntaban en la frente y porque todo él era más negro que un tizón, se podía deducir que no era ni alemán ni empleado, sino sencillamente el demonio en persona, a quien le quedaba la última noche para poder errar por el mundo y hacer pecar a los incautos. Al amanecer, cuando sonase el repique llamando a misa, correría a su ratonera sin mirar hacia atrás y escondiendo el rabo entre las piernas. Mientras tanto, se acercó con mucho sigilo a la Luna; y ya alargaba la mano para cogerla, cuando tuvo que retirarla rápidamente como si se hubiese quemado. Chupóse los dedos, sacudió un pie y corrió a intentar cogerla por otro lado; pero otra vez hubo de quemarse. No cejó, sin embargo, a pesar de la mala suerte que tuvo en sus intentonas y, volviendo de nuevo, la cogió de repente con ambas manos, y haciendo mohines y soplando, la pasó de una a otra, del mismo modo que hacen los mujiks con la brasa que sacan del fuego para encender la pipa. Por fin, con un gesto rápido se la metió en una bolsa que llevaba, y con toda naturalidad echó a andar.
Nadie supo en Dimanad cómo el diablo robó la Luna.»

Así comienza una de mis novelas favoritas desde que era niña y que hoy les traigo hasta aquí para que la abran y la disfruten en estos días. Llega la Nochebuena, la Navidad y esta novela titulada «Nochebuena» es la perfecta historia para leer en familia, reunidos y celebrar así la más bonito de estos días, la unión familiar en paz. Y que mejor que unirnos todos en torno a un precioso relato como este del genial Nikolái Gógol (Gubernia de Poltava (ahora Ucrania antes Imperio Ruso), 1809- Moscú, Imperio Ruso, 1852).
Esta historia que, como digo, me fascinó desde niña, tiene todos los ingredientes para hacer de ella una novela imprescindible y única, que adoro. Gógol era un experto en mezclar humor, realismo social, elementos fantásticos y tradiciones o pasajes costumbristas en sus trabajos y todo eso y mucho más está en «Nochebuena» uno de los ocho relatos que conforman la novela titulada «Veladas en un caserío de Dikanda». Los ocho relatos son una delicia pero este es mi preferido.
Toda esta mezcla hace de esta novela un relato perfecto aunque no es tan conocida como otras obras de Gógol como por ejemplo «Almas muertas», considerada como la primera novela rusa moderna, o «Taras Bulba».
Es un relato delicado y simpático cargado de fantasía. El diablo quiere hacer de las suyas el último día antes de la Navidad, mientras todas las gentes del distrito disfrutan del ambiente navideño y de sus tradiciones. ¿Por qué se la ha ocurrido robar la luna justo cuando los jóvenes más contentos están cantando de casa en casa, los viejos se reúnen en las tabernas y las mujeres preparan todo en sus casas? Por venganza. Por vengarse del joven herrero Vakula, que además es un gran pintor y que ha osado plasmar imágenes religiosas para la iglesia. Eso el demonio no lo puede consentir. Así es que ha robado la luna para que el padre de la bella Oksana, el viejo Chub, no pueda reunirse con sus colegas esa noche y así el herrero, que a su vez está enamorado de Oksana, no pueda ir a visitarla. El padre de la bella joven, piensa el diablo, sentirá pereza de abandonar su casa para irse de juerga en una noche tan oscura, Oksana no se quedará sola y así el tonto del herrero se comerá las ganas de ir a visitarla. Pero no todo le sale tan bien al demonio ni siquiera a la bruja, su gran amiga.
De todas maneras, Oksana no quiere a Vakula, ella engreída, presumida y segura de su belleza, cree que el joven no está a su altura y se pavonea delante de otros e incluso le pide lo imposible para conseguir su amor. Asegura al joven herrero que si es capaz de traerle desde San Petersburgo los zapatos de la zarina se casará con él.
Es una tarea difícil, casi imposible, pero… ¿se puede llegar a pactar con el mismísimo diablo para conseguir el amor? o lo que sería aún mejor ¿se puede llegar a engañar al diablo? Tarea aún más difícil que conseguir los zapatos de la zarina. Todo eso y mucho más se cuenta en el libro. Se van a reír mucho con las historias de la bruja, una casquivana de armas tomar que deja en evidencia a varios hombres del pueblo. Pero hasta aquí puedo llegar, bueno les dejaré con un trocito del viaje a San Petersburgo pero prometo no desvelar nada más para que ustedes la disfruten con los suyos. Esta joya de la literatura les cautivará. Rica en imágenes, cargada de fantasía y humor nos hace transportarnos, una vez más, a ese especial universo literario que tanto admiro en los escritores rusos. Sencillamente inalcanzable y lleno de belleza.

«Al principio Vakula se asustó de verse elevar tan alto y de ir perdiendo de vista a la Tierra, hasta el extremo de no poder distinguir casi nada de ella. Voló con rapidez de mosca, llegando hasta la Luna que hubiese rozado con su gorro de no haberse inclinado ligeramente. Poco a poco fue desimpresionándose y cobrando ánimo, y terminó por estar de humor hasta para darle broma al demonio. Se divertía extraordinariamente oyéndole estornudar cada vez que se quitaba la crucecita de ciprés y se la acercaba al hocico para hacérsela oler. Otras veces levantaba, alardeando en la acción, la mano para rascarse la cabeza, y el diablo, creyendo que intentaba hacer la señal de la cruz, volaba con más rapidez aún. Todo era lúcido en las alturas: la atmósfera, parecida a una fina niebla plateada, era sumamente transparente. Veía todo tan claro, que pudieron distinguir a un mago que sentado sobre un puchero pasó vertiginosamente por su lado. Las estrellas, cogidas de la mano unas con otras, jugaban a la gallina ciega. Mas allá veía un enjambre de espíritus que se extendía a modo de nube. Un diablejo que bailaba cerca de la Luna, se quitó el gorro al ver pasar al herrero montado a caballo sobre el demonio. Una escoba tornaba a su destino al quedar abandonada por su dueña, la bruja que la dejó después de servirse de ella para su viaje. Mucha chusma encontraron aún. Al ver pasar al herrero, todos se paraban unos segundos para mirarle; luego seguían adelante, yendo cada cual a lo suyo.»

18Dic/14

EL BOSQUE DE LOS CUENTOS. UN CUENTO DE NAVIDAD

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1. EL VIEJO QUE BUSCABA LA MAGIA

La pobreza se había instalado desde hacía un par de años en El Pinar un pueblecito que, como su nombre indica, estaba rodeado de un bosque hermoso y espeso de pinos.La pobreza era, desgraciadamente, una situación normal en los tiempos que corrían y los habitantes de este pequeño municipio sabían lo que era pasar hambre. Ya nadie quería su madera. Las serrerías estaban cerradas. Los muebles no se vendían en las grandes ciudades. ¿Entonces?, ¿quién iba a comprar la madera que ellos tenían? Estaba claro que nadie.
Los vecinos se ayudaban unos a los otros como podían. Se cambiaban huevos por leche, mantequilla por chacinas, leña por lana,… y así, a duras penas, iban saliendo adelante.
Tres días antes de la Nochebuena ya de sobra sabían los niños que no recibirían regalos y no esperaban nada ni a nadie. Papá Noel hacía cinco años que no les visitaba e incluso fantaseaban pensando en lo afortunados que serían si en esta noche, a la que se llamaba mágica, tendrían algo especial que llevarse a la boca.
En la pequeña plaza del pueblo, los niños, como cada tarde, correteaban alrededor de la fuente jugando al escondite y a pillarse los unos a los otros. Hacia frío, mucho frío, porque un viento helado, desde hacía unos días, estaba soplando sin parar y sin piedad como queriendo ponerlo todo más triste.
Una de esas tardes, los niños se quedaron casi mudos cuando vieron aparecer en la plaza a un señor viejo, muy viejo, con una barba blanca abundante pero limpia y bien recortada, vestido con ropas verdes de lana y botas de cuero. Su cara era amable y enseguida les sonrió.
Los más pequeños, dejados llevar por su fantasía, creyeron que era el mismísimo Papá Noel, pero los más mayores se encargaron de decirles la verdad inmediatamente, eso de que este año tampoco vendría en su trineo a traerles regalos ni oirían su campanilla tintinear.
-¿Alguno de vosotros sabe donde se podría hospedar un viejo como yo?, preguntó a los niños según se iba acercando a ellos.
Juan, el más mayor, le explicó que su pueblo era tan pequeño que no tenía ni siquiera una fonda para los visitantes. Pero le invitó a llevarle hasta su casa. Allí siempre era bien recibido todo el mundo.
Los niños siguieron a Juan y al viejo, contentos porque, al fin, sucedía algo diferente en el pueblo.
Al entrar en la casa, la madre de Juan se quedó sorprendida y algo asustada de la visita que le llevaba su hijo. El anciano se percató del miedo de la señora y pronto la tranquilizó.
-No se preocupe señora, sólo soy un viejo trotamundos, explicó para calmarla. Escuché decir una vez a un viejo tan viejo como yo que el pinar que rodea este pueblo es mágico y quise venir para comprobarlo por mi mismo.
A la vez que le invitó a pasar, la madre de Juan hizo un mohín con la cara como dejándole claro a aquel señor que todo lo que le habían contado era una gran mentira.
-¿Cree usted buen hombre que si este bosque fuera mágico como le han contado estaríamos pasando hambre?
-No sabía de su situación, apuntó el viejo entristecido.
-Es la situación de todo el pueblo desde hace muchos años. Nadie quiere nuestra madera. Nadie la compra y sobrevivimos como podemos. ¿Cree que si la magia existiese de verdad los niños del pueblo no tendrían juguetes el día de Navidad?
La mujer le acercó una taza de leche caliente y un trozo de pan con mantequilla.
-Tiene usted razón señora.
Los niños escuchaban atentamente a la madre de Juan y al viejo muy viejo pero incluso algo ajenos a lo que hablaban. Los niños, aún en los peores momentos, siempre tienen un lugar donde refugiarse, su fantasía.
El viejo los miró. Aquellos eran los niños de los que hablaba la mujer, los niños del pueblo que, a pesar de todo, no perdían la sonrisa. Porque el viejo lo sabía, sabía muchas cosas, y de entre todas esas cosas que había aprendido a lo largo de su vida y en sus múltiples viajes, sabía que los niños nunca se rinden porque la fantasía les hace seguir adelante.
La madre de Juan le invitó a ir al bosque.
-¡Vaya! ¡vaya!, por favor. Y si encuentra la magia venga rápidamente por lo que más quiera y regálenos un trocito a los que vivimos en el pueblo, que falta nos hace.
-Iré, dijo el viejo, mientras apuraba el tazón de leche.
-Perfecto. Y si quiere posada para esta noche puede usted quedarse aquí. Si tiene algo con lo que ayudarme se lo agradeceré, en caso contrario de pobres no vamos a salir así es que se puede quedar de todas maneras.
El viejo le agradeció profundamente su hospitalidad y partió para el bosque con los niños siguiéndole como en aquel cuento seguían las ratas al flautista de Hamelin.
Mientras tanto, la madre de Juan fue avisando por todas las casas de la presencia en el pueblo de «aquel viejo chalado pero sin maldad», como ella lo definió.
-¿Que va buscando magia?, dijo Celia, una de las vecinas. ¡Otro loco! ¡Lo que nos faltaba!
-¡Imagina que encuentra algo!, exclamó un vecino.
-¡Qué inocente eres!, le respondió Rosario.
-Por soñar…., soñar no cuesta dinero, apuntó Roberto.
Los vecinos ya habían hecho un corrillo en el portal de uno de ellos y cada uno tenía una opinión, como suele suceder en estos casos.
-¿Pero…, qué es lo que quiere?, preguntó María a la madre de Juan. ¿Cómo has dejado a los niños ir sólos al bosque con él?
-Mujer, tranquila, que no es un ogro. Además, los niños son más de veinte y conocen el bosque mejor que él. No les va a hacer nada.
-Eso ya se sabe, aseguró Arturo, pero también se sabe que la magia no la va a traer.
-Pues claro que no, aseveró Miguel, incluso de mal humor. Que magia, ni magia,…
-¡Lo que hay que escuchar por tener orejas!, dijo Elena.

Pero dejemos ahora a los mayores con sus charlas y sus discusiones y vayamos con los niños y el viejo al bosque, pues se va haciendo tarde.
¿Encontrarán la magia antes de llegar a casa?
Eso es algo que aún no podemos saber

2.CUANDO SE ABRAZA A UN ÁRBOL NACE LA MAGIA

-¿Por qué abrazas a los árboles?, preguntó Juan.
-¿No os habéis dado cuenta de que están muy solos?, preguntó el viejo a los niños.
-¿Solos?, dijo Celia, una niña de diez años, con ironía. Si están apelotonados aquí, todos juntos.
-Si, tienes razón le respondió el viejo, pero…. ¿no te has dado cuenta de que no se pueden tocar los unos a los otros? Quizás tengan muchas ganas de abrazarse pero no pueden. No pueden moverse. ¡Imagina que contentos se pondrían si les diéramos un abrazo!
Los niños rieron, pero inmediatamente le siguieron al viejo, en lo que ellos tenían por un juego, y fueron abrazando a los árboles sin pausa, con una algarabía y una pasión como nunca antes había visto el viejo.
De pronto un niño se paró y le preguntó al anciano:
-¿Cómo sabemos que les está gustando?
-¿Tú lo pasas bien? ¿Te sientes mejor después de haberlos abrazado?
-Si, contesto rotundamente el chiquillo.
-Pues ellos también. Te lo aseguro. Tu tienes la respuesta en tus brazos.
No sabemos si el niño entendió algo de lo que le dijo el trotamundos pero sin duda se sentía mejor y siguió abrazando a los árboles y después a sus amigos, y hasta al viejo cuando se cruzó por su camino.
Los niños y las niñas estaban locos de contentos. Abrazaban, cantaban y bailaban sin parar por el bosque, como si nunca antes lo hubieran hecho.
Por el sendero que llevaba de vuelta al pueblo, el viejo les preguntó si no habían ido nunca al bosque a jugar, pues le había sorprendido mucho lo felices que los niños habían sido aquella tarde en un lugar, que él creía suficientemente conocido para ellos. Juan le respondió que no.
-No venimos nunca a jugar aquí, ¿para qué?
-Pues lo habéis pasado bien, ¿no os dais cuenta? No os olvidéis de esto que ahora mismo os voy a decir:
-Todos los bosques son mágicos si uno quiere que lo sean. Y todos los niños del mundo que yo he conocido quieren encontrar un bosque mágico, incluso hay muchos que pasan toda su vida buscando uno.
-Si, pero… pero el bosque… es eso el bosque. Es el lugar donde trabajaban nuestros padres antes, dijo Carolina algo triste. Ahora no sirve para nada.
El viejo la miró fijamente a la cara y algo dolorido con ella le contestó:
-¿De verdad crees que no sirve para nada? Te ha hecho feliz esta tarde mientras corrías y saltabas entre sus árboles. Eso es algo mágico.
Los niños le miraron algo contrariados y también bastante decepcionados. No les parecía a ellos aquello algo mágico. Se lo habían pasado bien, pero nada más.
Cada uno volvió a su casa y Juan con el viejo a la suya. Allí la madre los estaba esperando y lo primero que preguntó con cierta sorna fue si había encontrado la magia.
El viejo calló unos segundos y asintió con la cabeza.
La mujer soltó una carcajada.
-¿La tiene usted en el bolsillo de su pantalón?, le preguntó con desdén.
-No, en realidad, le tengo que decir que siempre la llevo conmigo.
– ¡Caramba!, pues ya sabe, deje un trozo antes de irse.
– Gustosamente les dejaría un trozo antes de irme, pero ese trozo se acabaría. Tengo que ser capaz en estos tres días, antes de que llegue la Navidad, de que ustedes encuentren la magia y así nunca se les agote.
-¡Pues eso no está mal!, exclamó la mujer mientras pensaba para sus adentros que el viejo estaba más chiflado de lo que ella había pronosticado en un principio. Pero aún así le dio cobijo y le aseguró que se podía quedar el tiempo que quisiera a cambio de esa magia que prometía.
Y el viejo, antes de irse a dormir aquella noche, le prometió a la madre de Juan que así sería.
Y la madre de Juan se acordó de aquello de no dar los peces sino la caña para pescar y las enseñanzas para llevarlo a cabo pero…. era solo un viejo chiflado, sólo eso, un viejo chiflado.

3. CUANDO SE CUENTA UN CUENTO NACE LA MAGIA

Los niños volvieron con el viejo al bosque porque no tenían otra cosa mejor que hacer, pero ya no creían las cosas que decía. En dos días no había conseguido encontrar la magia en el bosque aunque el aseguraba que ellos eran los que no la habían encontrado aún.
-Este bosque es mágico y hasta que vosotros no os deis cuenta no podréis hacerlo saber a los demás. Nadie os creerá sino lo creéis vosotros mismos.
-¡Nosotros aún no hemos visto nada mágico!, exclamó enojada Patricia. ¡Díganos donde ve usted la magia!
-¡Yo también me estoy cansando de esperar!, espetó otro chiquillo. Aquí no hay magia, ni vendrá Papá Noel ni nada. Y se echó a llorar.
Entonces el viejo para calmarles empezó a contarles historias de sus viajes y eso les gustó bastante a los niños.
Les habló de piratas sin dientes que robaban oro a los reyes, de princesas encerradas en cuevas de fantasmas que eran rescatadas por ranas que se convertían en príncipes, de ogros buenos a los que nadie quería pero que se querían mucho entre ellos, de arañas que tejían los días y las noches con agujas de plata, de astronautas que iban al espacio a robar estrellas y de una luna que las rescataba a todas, de brujas que utilizaban pócimas para castigar a los malos y de malos que se volvían buenos, de islas con tesoros, y de tesoros sin plata, oro ni diamantes, de castillos embrujados con pasadizos secretos y de alfombras que volaban por el cielo.
Todo eso les contó hasta que cayó la noche. Los niños estaban fascinados con las historias del trotamundos y no querían irse del bosque. El bosque se había convertido en un lugar un poco mágico y especial donde poder escuchar esas historias tan interesantes, pero como ya había oscurecido y el viejo pensó que los padres podían estar preocupados les prometió que por la noche, alrededor del fuego y de la cena de Nochebuena les seguiría contando historias mágicas.
Y así sucedió. Aquella noche los vecinos se reunieron juntos para comer y beber y compartir la cena de Nochebuena. Consistía en lo de siempre pero intentaron hacer de la normalidad algo especial. Los niños esperaban con mucha ansia los cuentos del anciano y este comenzó a contarlos. Al de un rato, los mayores fascinados también por las historias mágicas se acercaron a los niños para poder escuchar al viejo.
Porque os diré algo, por si aún no lo sabéis, la magia es contagiosa. Os lo aseguro.
Entonces el viejo les contó un cuento de un bosque de pinos donde de las ramas colgaban cuentos. En ese bosque había hadas y duendes que escribían esos cuentos y princesas y príncipes que los leían, y brujas que intentaban poner finales tristes, y niños buenos que los corregían para que tuvieran finales felices. Un cuento de un bosque en un pueblo pequeño donde la gente no sabía que ese bosque era mágico, pero donde una vez vino un viejo a ver que sucedía y encontró esa magia. Entonces el viejo lo fue contando por todo el mundo donde le llevaban sus zapatos. La historia del bosque mágico corrió tan rápido como la pólvora. En los cinco continentes del mundo se sabía que en un pueblecito pequeño y remoto había un bosque lleno de pinos mágicos y que de las ramas de esos pinos colgaban cuentos y que hasta las ardillas abrazaban todos los días los troncos de esos árboles para darles las gracias de darles piñones y cuentos. Y todo el mundo que visitaba aquel bosque acababa abrazando a los árboles y siendo felices.
Los mayores tragaban saliva y a los niños les pareció un relato precioso.
-¡Qué felices seríamos si ese bosque fuese nuestro bosque!, dijo de pronto una de las niñas.
-Si, eso sería genial, apuntó Juan.
Su madre asintió con la cabeza, y los mayores rieron, y algunos dijo que se acabó ya de cuentos y que se acercaran a la mesa para seguir comiendo.
Pero Juan se quedó pensando en todo lo que había dicho el viejo, y fue a su casa corriendo. Cogió todo el papel que tenía, sus lapiceros y sus pinturas y les dijo a los niños que empezaran a escribir cuentos. Los niños jugaron durante toda la noche a escribir cuentos a imaginar historias, a soñar, a hacer la magia realidad. Al final, agotados de su propia imaginación, de sus dibujos y de sus ilusiones fueron donde el viejo y le dijeron lo siguiente:
-Cuando te vayas querido anciano di por el mundo que aquí hay un bosque mágico, donde de las ramas de los pinos cuelgan cuentos que escriben duendes y hadas. Que en el viven príncipes y princesas que adoran leerlos, que hay alguna que otra bruja que intenta poner finales tristes, pero que los niños que vivimos aquí los corregimos todos porque no queremos nunca finales tristes. Y que hasta las ardillas abrazan a los árboles para darles las gracias por darles piñones y cuentos. Por favor, di todo esto, así el mundo entero vendrá a visitarlo, porque los niños, como tu dijiste, se pasan la vida buscando bosques mágicos.
La gente vendrá, leerán los cuentos, disfrutarán del bosque, comprará nuestra leche, nuestra mantequilla, nuestro pan y nuestra lana y nunca más seremos pobres. Y creerán en la magia para siempre. ¿Lo harás?, preguntó Juan. ¿Contarás todo esto al mundo cuando te vayas?
El viejo le abrazó muy fuerte. El resto de los niños y los mayores estaban en silencio. Emocionados.
-Por supuesto que lo haré querido, respondió el viejo con una gran sonrisa, pero ahora que la magia está aquí ya con todos vosotros me tengo que ir. Hay más gente que necesita encontrar la magia en su vida. Vosotros ya la tenéis pero ahora escuchad todos atentamente mi último consejo, por favor, nunca la perdáis.

Estas fueron sus últimas palabras. Y desapareció. Si así. Tal y como os lo cuento. Como por arte de magia. Mientras sonreía se desvaneció en el aire de aquella habitación donde se celebraba la Nochebuena. Eso sí, lo único que se oyó fueron unas campanitas repiquetear de forma graciosa y cuando abrieron la puerta los vecinos vieron que todo estaba cubierto de nieve y sobre la nieve había unas huellas de trineo y por el cielo vieron, ya a lo lejos, a unos renos y a un hombre vestido de verde que decía adiós con su mano mientras sonreía.

07Dic/14

A HOLE IS TO DIG. RUTH KRAUSS

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A dream is to look at the night and see things

Recorriendo librerías antiguas por Múnich, encontré el otro día un libro precioso de la escritora americana Ruth Krauss (Baltimore, Maryland, 1901-1933).
Había oído hablar de él y allí estaba, esperándome. Era incluso más bonito de lo que imaginaba e ilustrado por el genial Maurice Sendak, ¿qué mas se puede pedir?.
«A Hole List to Dig: A First Book of First Definitions» es el título de la obra que data del año 1952 y el libro está publicado por HARPER & BROTHERS Publishers. En la contraportada se dice algo que define muy bien a esta gran escritora. «Miss Krauss has a wonderful imagination, and she always manages to find a focal point which comes right out of the real life of a young child.»
Y esa realidad que transmite mezclada con tanta ternura, ironía y humor hacen de ella una autora irresistible no sólo para los más pequeños sino para todos los que amamos la literatura infantil.
«The Carrot Seed» (1945) es una de sus obras más conocidas, ilustrada por su marido el también escritor de libros infantiles, Crockett Johnson.
Sendak dijo de ella que era un gigante dentro de la literatura infantil y no hay más que abrir uno de sus trabajos para afirmarlo una y otra vez.

Aquí les dejo algunas de las frases que se recogen en «A Hole List to Dig». Simplemente maravilloso, con una ternura desbordante.

Dogs are to kiss people
A hand ist to hold up when yo want your turn
The ground is to make a garden
A party ist to say how-do-you-do and shake hands
A party ist to make little children happy
A dream is to look at the night and see things
The sun is to tell you when it is every day
Little stones are for little children to gather up und put in little piles
Children are to love
A brother is to help you
A mountain is to go to the top
A mountain is to go the bottom
A mustache is to wear on Halloween
A hat is to wear on a train
Toes are to dance on
Eyebrows are to go over your eyes
A sea shell is to hear the sea
A hole is to plant a flower
Cats are so you can have kittens
Mice are to eat your cheese
A hole is for a mouse to live in
A hole is to look through
Steps are to sit on
Hands are to make things
A package is to look inside
The sun is so it can be a great day

Me gustaría destacar dos libros de la autora, entre muchos otros, y que, casualmente, también están ilustrados por Sendak:
«Open House for Butterflies» (1960)
«Charlotte and the White Horse» (1955)

06Sep/14

LOS CLÁSICOS. JULIO LLAMAZARES

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«Tengo un amigo alemán que se extraña de que en España cada vez más la corrupción sea la norma y no la excepción y yo lo comprendo: mientras nosotros leíamos «El lazarillo», el «Guzmán de Alfarache» o «La pícara Justina», ellos, los alemanes, se aburrían como ostras leyendo a Goethe y a Thomas Mann.
Lo que me sorprende a mí es que aún haya españoles que se extrañen de lo mismo que mi desconcertado amigo alemán. Salvo que no hayan leído un libro en su vida. Porque el famoso patio de Monipodio, la escuela de ladrones de Sevilla a la que acuden los pícaros cervantinos Rinconete y Cortadillo, como la fabulosa tierra de Jauja, «donde se come y se bebe y no se trabaja», que inmortalizó su paisano Lope de Rueda, o la pensión segoviana del Cabra quevedesco en la que las comidas no tenían principio ni fin porque el avaro dómine les hurtaba el tocino y la carne de la olla a sus pupilos, se diferencian muy poco de la España que hoy conocemos. Cambian los nombres de los ladrones y de los pícaros, pero es la misma en esencia.»

Ayer, les presenté uno de los artículos de opinión que este verano más me habían gustado y este, del que les acabo de escribir el principio, es otro de ellos. También está publicado en El País, concretamente el jueves 14 de agosto. Es de mi admirado escritor Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) y se titula «Los clásicos».
Como ven, en el principio lo dice todo. Explica muy bien quienes somos y de dónde venimos. Y como, la literatura ya lo había dicho todo antes. Por cierto, no puedo dejar pasar la ocasión de invitarles a leer, ahora en septiembre, dos joyas de la literatura española, «La lluvia amarilla» de Llamazares y «La vida del Buscón» de Francisco de Quevedo. Aquí, unidos en el artículo y unidos por la maravilla de obras que son.
Pero siguiendo con lo que me ocupa en el post, les diré que, en mi opinión, Llamazares tiene, como se suele decir, toda la razón del mundo.
Además añade que para los que se sorprenden de lo que está ocurriendo en España les recomienda leer a nuestros clásicos y cita a Cervantes, a Quevedo, a Fernando de Rojas, al Padre Isla y a Valle-Inclán. Y también nos remite a la historia de la literatura. Y así explica lo siguiente:

«Mientras que los alemanes daban a luz el romanticismo, los italianos el renacimiento, los franceses la ilustración y los ingleses la tragedia moderna, nosotros, los españoles, hemos aportado al mundo dos géneros literarios característicos: la picaresca y el esperpento. Digo yo que será por algo.»

Esta columna me parece muy interesante, la verdad. Es así, como la vida misma. Y no es algo de lo que avergonzarse pero es algo que destacar que nosotros siempre nos hemos movido por esos territorios vitales y literarios. Yo misma he disfrutado mucho más leyendo a Cervantes que a Thomas Mann o a Valle-Inclán que a Goethe. Como diría Llamazares, por algó será, digo yo.

05Sep/14

BICICLETAS. MANUEL VICENT

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En verano disfruto mucho de, sobre todo, la tranquilidad que da estar desconectado a internet, teléfonos,…y demás aparatos que invaden nuestra vida. Vuelvo a los periódicos de papel, al libro que se lee en la mecedora del salón mientras todos duermen la siesta, al dejar pasar el tiempo controlando muy bien los recuerdos, que pueden ser peligrosos, y observando, simplemente los muebles, las fotografías, los cuadros, las alfombras,…en definitiva los objetos que hay en nuestras casas familiares, de alguna manera llenas de imágenes que se apelotonan en nuestra mente. Imágenes alegres de tiempos pasados e incluso olores que nos transportan a nuestra niñez o adolescencia. Es un lujo el silencio, el tiempo, el pensar en cosas bonitas solamente mientras, como digo, todos duermen.
De este verano me quedo con dos artículos aparecidos ambos en El País que me han hecho uno reflexionar y otro dibujar una sonrisa en mi cara. Y que quiero compartir con todos ustedes.
El primero es del gran escritor Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936), y se titula «Bicicletas». De ese hablaré hoy. Es muy tierna esta columna, publicada el domingo 17 de agosto, y dice algo en lo que yo siempre he creído, que los juguetes de nuestra infancia tienen alma. Cada vez que vuelvo a España y entro a mi habitación, siento como si todas esas muñecas que están en las estanterías se alegraran al verme como yo me alegro, y lo digo muy en serio, de verlas a ellas. Me dicen tantas cosas…
El artículo de opinión comienza así:

«Las bicicletas también tienen alma, como la tenían todos los juguetes de nuestra infancia, el caballo de cartón, el rompecabezas, el mecano, la máquina de cine Nic, los primeros tebeos. Una vez rotos o abandonados su alma se fue a su propio paraíso y puede que desde allí nos recuerde siempre. ¿Se acordará de ti aquella bicicleta Orbea con la que ibas a la playa cuando tenías 15 años?»

La bicicleta de su infancia, el recuerdo de ella, le trae otros enlazados, la vida misma. El primer amor.

«Si existe un cielo que acoge a los juguetes rotos de la infancia, aquella primera bicicleta desde su paraíso habrá seguido todos los avatares de tu vida porque desde entonces ha formado parte de tu conciencia. Sin duda habrá anotado todas tus otras caídas.»

¿Qué bonito lo que dice Vicent, no? La bicicleta habrá anotado todas tus otras caídas. Y, casi siempre, mucho más dolorosas que las que padecíamos subidos de niños a nuestras adoradas bicis. Yo tenía una BH azul y caí alguna vez, pocas, después he caído bajada y subida a la vida, a la realidad muchas veces más. Ahora, por Munich voy siempre en bicicleta, pero aquella BH azul me llevaba a lugares imaginarios, incluso a la luna, lo juro. Me daba libertad. Con mi bicicleta de adulta voy donde tengo que ir, y llego a donde tengo que llegar. Pero no la juzgo, no, porque soy yo la que maneja sus ruedas.

Y esas muñecas, que están en las estanterías, me miran si, me miran, y yo a ellas. Ellas lo saben todo, me han visto reir, llorar, sufrir, amar, odiar, pedir, suplicar, casi morir, casi nacer, discutir, bailar, cantar, estudiar,… Lo han visto todo. Y ahora ven como mi hijo duerme en esa misma habitación. ¿Qué pensarán ellas de él? ¿Se habrían imaginado alguna vez tenerle allí? Quizás, incluso, antes que yo.
La mayoría de esas muñecas me las compró mi madre, que ahora ya no está, y cuando las miro y charlamos un rato, se que ella se alegra. Se que ella está en esa conversación de la vida. Y seguramente, también le diga buenas noches a Max.
Y se que alguna vez, a esa casa familiar, llena de objetos, recuerdos, imágenes y olores, como destacaba al principio, va a ser difícil volver. Aún queda papá, que es el que mantiene todo vivo, pero… cuando se vaya con ella.. ¿cómo resistiremos el vacío aunque todo esté lleno de recuerdos?
Miro a mi hijo y recuerdo cuando yo también iba a casa de mis abuelos en verano. Ellos ya no vivían y solo estaba una tía, la mayor, la que se había quedado con la casa. No entendía que a mi madre le costase subir al desván donde yo lo pasaba genial revolviendo las cosas estupéndas que encontraba en los baúles. No entendía que se le derramase alguna lágrima cuando se sentaba en las mecedoras a la hora de la siesta. No entendía que suspirase cada vez que buscaba un poquito de fresquito en el patio de la casa, al llegar la noche. O que se quedase embelesada mirando cualquier foto o tocando cualquier objeto. Ahora lo entiendo todo. Ahora entiendo la razón por la cual no quería ir allí y todo lo hacía por nosotros, por nuestras vacaciones, aunque ella sufriese por ello en muchas ocasiones.
Y ahora entiendo que el olor a jazmínes del patio le hacía soñar como ahora ese olor me hace soñar a mí. Todo tiene alma.

02Ago/14

TU ME LLAMAS, AMOR… LUIS GARCÍA MONTERO

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TÚ ME LLAMAS, AMOR…

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir, pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.

Esta es una poesia, que como a muchas personas les ocurre con alguna canción, guardo muy dentro de mi. Forma parte de la banda poética de mi vida, junto con otros muchos versos, y me transporta inmediatamente a cierta historia lejana y cercana a la vez.
Es un precioso poema del gran escritor granadino Luis García Montero (Granada, 1958), que ya cité en el primer post del blog, cuando comencé esta aventura. Y si ya lo cité por algo será, como se suele decir.
Me gusta bastante que un poema nos hable de amor sin decir la palabra amor. Porque es muy corta la palabra amor y no sirve para mucho así sola. Es una palabra
más del diccionario hasta que se la da un sentido, se la intenta sacar sus aristas y se transforma en poema. Y este es uno de tantos ejemplos.
Disfruten de la obra de García Montero. Pueden comenzar por estos versos. Les aseguro que lo que viene después es aún más sorprendente.