Archivos de la categoría: LO MÁS VISTO

07Ene/19

ÉRASE UN HOMBRE, ÉRASE UNA MUJER. SANDRA CISNEROS

«Cómo será que , cuando un hombre y una mujer se aman, a veces ese amor se agria. Pero el amor de un padre por un hijo, el de un hijo por sus padres, es otra cosa muy distinta.»

Esta es la historia de Cleófilas. Pero puede ser la historia de muchas mujeres que luchan cada día por su libertad, en silencio, sufriendo, angustiadas porque nadie las escucha, con miedo a denunciar una situación denigrante, de malos tratos. Ocultando a sus hijos la dura historia, regalándoles las mejores de las sonrisas para evitarles cualquier dolor. A ellas va dedicada esta historia, este cuento que tiene mucho de verdad y que escribió mi admirada autora Sandra Cisneros (Chicago, Illinois, 1954), y que se recoge en su libro «Érase un hombre, érase una mujer». Gritad, recuperad vuestra libertad, siempre hay algo mejor esperando.  Sigue leyendo

30Dic/18

HISTORIA DE SIMBAD EL MARINO (PARTE II)

¿Por qué he elegido el segundo viaje de Simbad? Aunque todos los cuentos de Simbad son especiales, preciosos e interesantes, no tenía ninguna duda de que sería el segundo viaje el que os invitaría a abrir para leer. Es el primer viaje que leí de niña, cuando aún los cuentos troquelados eran mis únicas lecturas. Entre ese montón de cuentos troquelados uno de mis favoritos era ese que se titulaba sin más, «Simbad el marino» y en el que un precioso dibujo en la portada de la gran ilustradora María Pasqual i Alberich (Barcelona 1933- 2011), presentaba a un marinero guapo y joven, sentado con las piernas cruzadas, un gran turbante rojo y una gran esmeralda en su mano. Ese fue el principio de mi idilio con los cuentos de «Las mil y una noches» que aún dura y que me ha llevado hasta la magnífica edición que ha publicado Ediciones Atalanta, una joya para todos los que amamos estas historias.  Sigue leyendo

29Dic/18

HISTORIA DE SIMBAD. LAS MIL Y UNA NOCHES (PARTE I)

«Siete viajes hice y cada uno entraña una curiosa historia que aturde el pensamiento, pero cada uno de ellos fue determinado por el destino y la fatalidad, pues no podemos huir ni evadirnos de lo que está escrito».

Creo que no hay mejor plan que empezar el año leyendo un buen libro. Es algo reconfortante, relajante. La lectura nos hace sentirnos mejor. ¿Y si empezamos con aventuras? La experiencia se convierte, sin duda, en algo apasionante. Por eso, quiero recomendarles uno de los relatos que más me han fascinado desde niña y que lo sigue consiguiendo cada vez que vuelvo a abrir el libro y me encuentro de nuevo con este cuento apasionante incluido en la obra «Las mil y una noches». Les hablo del relato «Historia de Simbad» más conocido como «Simbad el marino».

El legendario cuento no pertenecía en origen a «Las mil y una noches», se introdujo entre los siglos XVII y XVIII. Parece ser que lo que conocemos por las aventuras de Simbad nacieron de «Historia del marinero naufrago», narración escrita en Egipto alrededor del 2200 a.C. durante el Imperio Nuevo. Dicen los expertos que después se incorporó al relato elementos de la «Odisea» de Homero, epopeya griega traducida al árabe en el siglo VII de.C y datos de diversas obras más.

Lo que parece claro es que la primera edición impresa en árabe de «Las  mil y una noches», que se realizó en Calcuta entre 1814 y 1818 incluía ya las aventuras del marino.

Simbad realizó siete aventuras, todas ellas fascinantes. Y estas maravillosas aventuras están recogidas en uno de los tres volúmenes de «Las mil y una noches» que Ediciones Atalanta editó en noviembre de 2014 en su colección Memoria mundi,  más concretamente en el segundo volumen. Es la versión más perfecta que ha caído en mis manos hasta ahora y dudo de que exista una mejor en español. De niña leía la versión castellana que tenía mi padre del hebraísta, traductor y escritor  R. Cansinos Assens, siempre preocupado según he leído y ahora he podido apreciar comparando el relato de Simbad que el tradujo con el de esta edición, por la literalidad de los textos y por la búsqueda tanto de vocabulario como expresiones en castellano que se ciñeran al tiempo que le había tocado vivir para que la verosimilitud literaria fuera mayor.

En el excelente prólogo de Manuel Forcano, para la edición de Atalanta, en el que se dan unos datos tan enriquecedores como curiosos, cita a Cansinos Assens, señalando que el erudito fue el que realizó la primera traducción directa del árabe al castellano en 1954. La edición que yo tengo de mi padre data del 69 pero supongo que será la misma.

No quiero pasar por alto como finaliza el prólogo, dejando claro que la edición no incorpora cuentos «de origen más que dudoso, como los célebres «Alí Babá y los cuarenta ladrones» o» Aladino y la lámpara maravillosa» que Galland inmortalizó en su edición francesa» no ateniéndose Ediciones Atalanta ni a los imperativos de la tradición ni a las leyes del mercado, sino tan sólo » a la coherencia y a la fidelidad del original.»

La editorial nos explica que en Occidente, «Las mil y una noches» es el clásico más celebrado de la literatura oriental. «Compendio de leyendas exóticas, cuentos fantásticos, mitos y relatos moralizantes, este conjunto de narraciones tradicionales escritas en «árabe medio» tiene un enorme éxito en Europa ya desde su primera traducción al francés de Antoine Galland en 1704-1706, que inaugura una moda orientalista en Francia que poco a poco se irá extendiendo por todo el continente europeo», apuntan. Las dos traducciones pioneras fueron la inglesa de E.W.Lane, que data de 1840, y la alemana de Gustav Weil, de 1841. En España habría que esperar hasta finales del siglo XIX para tener una primera versión de la obra, basada en la edición alemana antes citada.

La primera versión íntegra del árabe al español fue la realizada en 1965, una magnífica traducción a manos de  los arabistas de la Universidad de Barcelona, Juan Antonio Gutiérrez-Larraya y Leonor Martínez. Fue muy elogiada por la crítica en su momento por su esmerado trabajo filológico, pero cayó injustamente en el olvido, como señalan desde Ediciones Atalanta, los mismos que la han rescatado para que llegue hasta nosotros este «laberinto de narraciones que salvó la vida de Sahrazad gracias a su inigualable encanto».

Por eso, les invito a abrir estos tres volúmenes si quieren disfrutar, de verdad, de estos relatos y para que se embarquen con Simbad en sus siete aventuras.

La «Historia de Simbad» comienza con una introducción de la que a continuación les muestro algunos párrafos y continúa con un relato perfectamente ordenado de los siete viajes, para terminar de esta sencilla manera:

«-Ya ves, oh, Simbad el Terrestre, lo que me sucedió, y las cosas que me ocurrieron y pasaron.

-¡Por Alá!, le dijo Simbad el Terrestre a Simbad el Marino.

No te enfades conmigo por lo que dije de ti.

Y desde entonces vivieron amistosa y felizmente en medio de la dicha, la alegría y la tranquilidad, hasta que llegó aquella que destruye las dulzuras y separa a las multitudes, la que destruye los palacios y construye las tumbas, o sea, la muerte. Alabado sea Aquel que siempre vive, el Inmortal».

Pero comencemos por el inicio del relato, el preludio de la narración posterior de cada uno de los viajes y que comienza así:

«Ha llegado a mi conocimiento que, en tiempos del Harún al- Rashid, Príncipe de los Creyentes, había en la ciudad de Bagdad un hombre llamado Simbad, que era mozo de cuerda. Se trataba de un hombre pobre que se ganaba la vida transportando bultos en la cabeza. Y sucedió, un buen día que llevaba una pesada carga, que, como hacía mucho calor, le fatigaba y se puso a sudar agobiado por el bochorno. Al pasar junto a la puerta de un comerciante ante la cual el suelo estaba barrido y regado, notó que el aire era fresco. A uno de los lados de la puerta había un ancho banco en el que el mozo depositó la carga para poder descansar y aspirar el aire…

El alba sorprendió a Sherezade, que se calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando llegó la 537 noche

Dijo:

Ha llegado a mi conocimiento, ¡oh, rey feliz!, que después de colocar su carga sobre el banco para reposar un rato, al faquín le llegó de aquella puerta un fresco airecillo y un agradable olor. Al faquín le gustó y se sentó en el extremo del banco. Entonces oyó el melodioso sonido de cuerdas de laúdes, voces que embelesaban y encantadoras tonadas. Oyó también voces de pájaros que gorjeaban alabando a Alá, ensalzado sea. Sus cantos eran diversos, ya que había tórtolas, oropéndolas, mirlos, ruiseñores, palomas torcaces y codornices. Maravillado y profundamente conmovido, entró en la casa y encontró en su interior un gran jardín, donde vio a muchachos y esclavos, servidores y eunucos, y cosas que no se hallan sino entre los reyes y sultanes. Después percibió el olor de magníficos y aromáticos manjares de diferentes clases y excelentes vinos. Levantó la mirada del cielo y exclamó…

-Oh, Señor, ¡alabado seas! ¡Oh, Creador y providente, que das beneficios sin cuenta a quien te place! ¡Oh, Dios mío! Te pido perdón por todos mis pecados y  me arrepiento ante Ti de mis faltas. ¡Oh, Señor, no hay quien se oponga a  Ti en tu juicio y poder, pues nadie puede pedirte cuenta de lo que haces! Tu eres omnipotente, loado seas. Enriqueces a quien quieres, y a quien quieres empobreces; enalteces a quien deseas, y a quien deseas humillas. No hay más Dios que Tú. ¡Qué grande es tu dignidad, qué firme tu poder, qué bueno tu imperio! Colmas de favores a quien escoges de entre tus esclavos; por eso el amo de esta morada se halla en el colmo del bienestar y goza del places de aromas agradables, comidas deliciosas y vinos excelentes de todas clases. Tú has determinado en tu creación lo que quieres y lo que concedes. Entre tus criaturas, unas están fatigadas, descansadas otras, unas son felices mientras otras, como yo, viven en la aflicción y la miseria.

(…)

Habiendo recitado Simbad el Faquín estos versos, se dispuso a tomar la carga y continuar su camino.Mas he aquí que salió a su encuentro por aquella puerta un muchacho de corta edad, hermoso rostro, buena estatura y lujosamente vestido. Cogiéndole de la mano, le dijo:

-Entra a hablar con mi señor, pues él te llama.

El faquín quiso negarse a entrar con el mancebo, pero no pudo, y, después, de dejar su carga en el vestíbulo de la casa, pasó al interior de ésta.

(…)

-Debes saber, oh, faquín, dijo sonriendo el amo de la casa,  que te llamas como y, ya que soy Simbad el Marino; pero ahora deseo oír los versos que recitaste cuando estabas en la puerta.

Avergonzado, el Faquín respondió:

-Por Alá, te ruego que no te enfades conmigo. El cansancio, las penalidades y las manos vacías sólo enseñan malos modales e ignorancia a los hombres.

Mas el anfitrión le contestó:

-No te avergüences, pues tú eres ahora mi hermano. Vuelve a recitar los versos. Cuando los entonaste a la puerta de mi casa, me gustaron.

Al recitarlos de nuevo el faquín, el señor se maravilló y dijo emocionado:

-Oh, Faquín, has de saber que mi historia es extraordinaria. Voy a contarte todo lo que me ha sucedido, todo lo que ocurrió antes de llegar a este desahogo y a poseer esta casa en la que me ves, pues no he conseguido todo esto sino después de haber sufrido grandes fatigas, inmenso penar y muchos terrores. ¡Cuántas dificultades y desgracias en mis primeros tiempos! Siete viajes hice y cada uno entraña una curiosa historia que aturde el pensamiento, pero cada uno de ellos fue determinado por el destino y la fatalidad, pues no podemos huir ni evadirnos de lo que está escrito.»

La historia de Simbad es uno de los cuentos que narra, como ya hemos visto, la bella doncella Sahrazad. Cada cuento tenía el objetivo de captar el interés del rey Sharyar, para que quisiera escucharlo a la tarde siguiente, ya que el sultán tenía por costumbre estar con una dama virgen cada noche y que a la mañana siguiente ésta fuera ejecutada. Creía que no podría encontrar una mujer buena y por eso lo hacía. En el fin de la noche 536, Sahrazad relata los cuentos de Simbad. En el tiempo del califa de Bagdad, Harún al -Rashid, un porteador, se sienta para descansar en un poyete de la casa de un rico comerciante, donde se queja a Alá de la injusticia de un mundo donde hay ricos y pobres, como él, que debe trabajar y aún así no consigue salir de su estatus social. El propietario de la casa lo escucha, lo llama y le hace entrar a casa. Los dos se llaman Simbad. El rico Simbad, el marino, le cuenta a través de la narración de sus siete viajes cómo llegó  a ser el hombre que es en ese momento. Esto es lo que conocemos hasta ahora. ¿Tienen ganas de viajar con Simbad? Les espero en el próximo post para vivir alguna de esas siete aventuras.

22Dic/18

ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER QUE QUERÍA MATAR AL BEBÉ DE SU VECINA. LIUDMILA PETRUSHÉVSKAIA (PARTE II)

«Por más que uno trabaje y sea previsor, no hay forma de salvarse del destino que no aguarda a todos: lo único que nos puede salvar es la suerte»

Este post lo quiero, como dije en el anterior, dedicar enteramente al relato «Los nuevos Robinson» incluido en el libro «Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina», de la escritora rusa Liudmila Petrushévskaia, porque de entre todos los que componen el libro es el que más me gustó y, también, es muy diferente del resto. Espero que cuando se decidan a abrir el libro, editado por Ediciones Atalanta, disfruten tanto de él como a mí me ocurrió.

Una familia se traslada a una aldea casi deshabitada, donde sólo viven tres ancianas, una enfermera «delincuente», una pensionista sin pensión que ha de labrar su tierra para no morir de hambre y otra vieja que ya no tiene ni para encender la estufa de su isba. En ese ambiente desolador transcurre la vida de la narradora, una muchacha de dieciocho que se enfrenta a una realidad sórdida, fría y dura. Petrushévskaia, sin embargo, como un hada encantada, dota al relato de una gran elegancia y belleza dentro de esa miseria. Y eso, a mi parecer, es lo que hace tremendamente único a este maravilloso cuento.

Comienza así:

«Papá y mamá estaban decididos a tomar la delantera y cuando empezó todo nos marchamos los tres, con un cargamento de comida, a una aldea perdida y olvidada, pasado el río Mora. Habíamos comprado una casa por poco dinero y allí estaba: íbamos todos los años a finales de junio, a coger fresas, pensando en mi salud, y luego volvíamos en agosto, cuando ya era tiempo de recoger manzanas, endrinas, grosellas negras en los huertos abandonados, y ya había frambuesas y setas en los bosques. La casa estaba prácticamente en ruinas cuando la compramos; nosotros íbamos y la utilizábamos, pero no hicimos ninguna reforma, hasta que un buen día mi padre se puso de acuerdo con un transportista, y en primavera, cuando los caminos ya estaban transitables, nos dirigimos a la aldea cargados hasta arriba de alimentos, como unos Robinson, con todo tipo de útiles de horticultura. Teníamos también una escopeta y un galgo llamado Bonito, capaz, eso pensábamos todos, de cazar liebres en otoño.»

En la aldea perdida, hostil, el padre de la narradora, un muchacha de 18 años, comienza a «desplegar su actividad frenética». Cava el huerto, siembran tres sacos de patatas entre los tres, el padre trae a casa todo lo que encuentra por las casas vecinas ya cerradas y abandonadas: clavos, tablas viejas, hojalata, cubos, cristales de ventanas, ruecas o relojes de pesas, pucheros viejos, portezuelas, tapas de estufas, hornillos…

Los únicos habitantes de la aldea son tres ancianas: Anisia, «que estaba hecha una salvaje», según la describe la chica. Anisia sabe criar cabritillos y ya que no tiene pensión corta leña y trabaja su huerto para sobrevivir y hacer frente a un futuro desolador.»Intentaba así salvarse de morir de hambre, ése era el final que le esperaba si se quedaba de brazos cruzados, como Márfukta, que tenía ochenta y cinco años y ya no encendía la estufa de su isba, y las pocas patatas que, mal que bien, había conseguido reunir, se le habían congelado durante el invierno y ahora formaban una masa podrida y húmeda. De todos modos, a lo largo del invierno se las había arreglado para comer un poco y no quería separarse de aquellas patatas podridas , que era lo único que tenía.» Tania «la pelirroja, que era la única que tenía familia. Era enfermera y tenía hijos y nietos. Sus hijos le traían de la ciudad latas de conserva, queso, mantequilla y dulces, y ellos se llevaban «pepino en salmuera, repollos y patatas.» Pero Tania es descrita como una delincuente.

La supervivencia depende del trueque, se cambian leche y cabritos por latas de conserva y pastillas de jabón o sal. En verano, cuando las reservan se acaban, lo único que tienen son las ensaladas de diente de león y las sopas de ortigas.

«…luego afrontamos la dura rutina estival: la siega, la escarda del huerto, la apocadura de patatas, y todo esto al ritmo de Anisia… habíamos acordado con ella que nos quedaríamos la mitad de las cagarrutas de las cabras, y de ese modo, mejor o peor, pudimos abonar el terreno, pero nuestra cosecha fue pobre y escasa.»

Este paraje desangelado, triste, en mi opinión guarda una gran belleza, por lo salvaje de la vida que allí se vive. La escritora lo narra con una delicadeza y elegancia inusuales. Es un cuento que llega como pocos. El argumento es simple pero aterrador.

El padre cojo, y ellas convertidas en rudas campesinas, «con gruesos dedos, uñas bastas y gruesas, comidas por la tierra y, lo más llamativo de todo, unas callosidades en la base de las uñas, como una especie de abultamiento o excrecencias.»

Y por si la vida en sí no fuera suficiente dura ya, el destino aún les tenía otra sorpresa preparada. La pastora Verka se suicida dejando un hija pequeña que tampoco tenía padre. La abuela a cargo de la criatura bebía, así es que «al día siguiente mamá apareció con un viejo cochecito infantil donde traía a la niña, la cual, a sus tres años, ya estaba medio grillada. Mamá siempre tenía que quedar por encima de todo el mundo, y mi padre se enfadó mucho, porque la niña se hacía pis en la cama, no decía nada, se comía los mocos, no entendía una palabra y de noche se pasaba las horas llorando. Muy pronto aquellas lloreras nocturnas nos hicieron la vida imposible y mi padre se fue a vivir al bosque. No había nada que hacer, no nos quedaba más remedio que devolverle la niña a su descarriada abuela, Faína, pero en esas se presentó y, tambaleándose, empezó a pedir dinero por la niña y por el cochecito. Por toda respuesta mi madre le llevó a la pequeña Lena, lavada, peinada, descalza pero con un vestidito. De repente, Lena se arrojó al suelo, sin soltar un solo grito, como un adulto, se aovilló y se aferró a los pies de mi madre. La abuela se echó a llorar y se marchó sin la niña y sin el cochecito; parecía estar ya en las últimas.»

Después un bebé abandonado, al que llaman Encontrado, formará parte de la familia y también Anisia. Una metáfora de la vida, que nos viene a decir que las personas, unidas, afrontan los problemas mejor, aunque estas mismas personas sean el problema al principio. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros para que en el paraje frío de la vida, podamos encender la chimenea de nuestra Isba con el calor de estar los unos con los otros.

«Anisia siguió siendo útil durante una buena temporada, pastoreaba las cabras, cuidaba de Encontrado y de Lena. Así hasta que llegaron las primeras heladas. A partir de entonces, se quedaba todo el rato pegada a la estufa, con los niños, y sólo se movía de ahí cuando no tenía más remedio que salir al exterior. El invierno había cubierto de nieve todos los caminos que llevaban hasta allí, teníamos setas, bayas secas y en confitura, patatas del huerto de mi padres, un desván completo de heno, manzanas en conserva (las manzanas procedían de huertos abandonados), y hasta un barrilete de pepinos y tomates en salmuera. En una pequeña parcela, bajo la nieve, crecía nuestro trigo invernal. Teníamos un niño y una niña para preservación del género humano; un gato que ocasionalmente traía ratones del boque; un perro, Bonito, que se negaba a comerse esos ratones, pero con el que mi padre contaba para salir pronto a cazar liebres. (…) También teníamos una abuela: un pozo de ciencia y sabiduría tradicional. En torno a nosotros sólo había extensiones heladas.»

Quiero agradecerles un año más su presencia en el blog, todas sus aportaciones y sus comentarios. Desearles a todos unas felices fiestas y un próspero año 2019.

Muchas gracias de todo corazón por seguir ahí. Un abrazo con todo mi cariño.

21Dic/18

ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER QUE QUERÍA MATAR AL BEBÉ DE SU VECINA. LIUDMILA PETRUSHÉVSKAIA (PARTE I)

«Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina», es el sugerente título con el que Ediciones Atalanta editó un volumen de narraciones extraordinarias de la escritora, pintora y cantante rusa Liudmila Petrushévskaia (Moscú 1938), Premio Mundial de Fantasía 2010. Me fascina esta escritora rusa porque además de sorprendente es irónica y con una ternura y delicadeza a la vez difíciles de imaginar. ¡Excelente!

«Fiel a la rica tradición oral de su país, donde las mujeres tienen un talento natural para contar historias, Liudmila Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chejov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño», señalan desde la editorial.

El libro está estructurado en cuatro partes y cada parte contiene diversos relatos. Relatos que les animo a leer estas Navidades, en familia, disfrutando de la fantasía de esta gran escritora.

De «Canción de los esclavos orientales», me decanto por el cuento titulado «Venganza» por lo angustioso de la narración y porque uno se da cuenta de hasta donde puede llegar tanto la envidia, los celos y la maldad, como la bondad desmedida, de «Alegorías» me gustaría recomendarles «Los nuevos Robinson», un cuento a mi parecer de una gran belleza y sensibilidad. Conmovedor y que se ha convertido en mi preferido de todo el libro. De «Réquiems» me quedo con » El dios Poseidón», por su final tan extraño como inesperado, y de la cuarta parte titulada «Cuentos de hadas» escojo a «El secreto de Marialena» porque es de una fantasía desbordante, con una mujer convertida en dos, un brujo, el hada bocadilla, espectáculos de circo y muchas sorpresas más en este delirante y fascinante cuento de hadas.

Quiero aclarar que dado la belleza del cuento «Los nuevos Robinson» y por falta de espacio, el post irá dividido en dos y en la segunda parte les hablaré de esta estupenda narración.

El cuento «Venganza» habla de dos mujeres, vecinas. Las dos han tenido una relación extraordinaria hasta que una de ellas se queda embarazada y tiene a su bebé que pasa, claro está a convivir en el apartamento que comparten. El final es extraordinario e inesperado, por este motivo les invito a que abran este maravilloso libro y disfruten de los extraordinarios cuentos de esta autora rusa, una de las grandes de su país y de su generación. Como no les puedo desvelar el final ni de este cuento ni de ninguno de los cuatro que he seleccionado, les dejaré con algunos fragmentos de ellos.

Venganza

«Había una mujer que odiaba a su vecina, una madre que vivía sola con un bebé. A medida que la criatura iba creciendo y aprendía a gatear, a la mujer le daba por dejar en el suelo, como por descuido, tanto un cazo de agua hirviendo como una lata con una disolución de sosa caústica; cuando no tiraba una caja de agujas en medio del pasillo. La pobre madre no sospechaba nada, porque su pequeña apenas caminaba aún y, como era invierno, no la sacaba a gatear por el pasillo. Pero no tardaría en llegar el momento en que el bebé pudiera salir de su cuarto y moverse a sus anchas por allí. La madre avisaba a su vecina de que había un recipiente en medio del pasillo, o le comentaba: «Ráiechka, se le han vuelto a caer las agujas», ante lo cual ella fingía reparar en ello y se lamentaba del descuido. En otros tiempo habían sido amigas. Normal: aquellas dos mujeres solas en un apartamento con dos habitaciones tenían mucho en común, e incluso compartían amistades que venían a verlas a ambas y se hacían regalos en sus respectivos cumpleaños. Además, no tenían secretos la una para la otra. Hasta que Zina se quedó embarazada y Raia descubrió que la odiaba a muerte. Era el suyo un odio enfermizo; empezó a llegar tarde a casa y no lograba conciliar el sueño por las noches. Continuamente creía oír una voz de hombre que le llegaba de la habitación de su vecina; le parecía que estaban hablando y haciendo ruido, cuando lo cierto es que Zina siempre estaba sola. A ésta le ocurría todo lo contrario: se sentía más unida a Raia que nunca, y llegó a decirle en una ocasión que era una inmensa suerte tener una vecina como ella, prácticamente una hermana mayor que nunca la dejaría en la estacada. Y, efectivamente Raia ayudó a Zina a coser el ajuar del bebé y, llegado el momento, la acompañó a la maternidad, si bien es verdad que luego no pudo ir a recogerla tras el parto, de modo que Zina se vio obligada a quedarse un día más en la clínica, sin la ropita para la recién nacida, y al final tuvo que llevársela a casa envuelta en una manta toda rota del hospital, con la promesa de devolverla. Raia alegó que había estado enferma, y esa misma excusa le dio en los días siguientes, en los que no bajó ni una sola vez a la tienda a hacerle la compra a Zina ni la ayudó a bañar a la niña, sino que se quedó todo el tiempo en casa, con unas compresas en los hombros. Al bebé no quería ni mirarlo, y eso que Zina no paraba de llevarlo al baño o a la cocina, o lo sacaba a dar un paseo; y además tenía la puerta de su cuarto siempre abierta, como invitándola a pasar. (…)

Mientras la niña fue muy pequeña, Zina pudo ir sola a llevar los trabajos y a cobrar, dejando a la cría dormida, pero cuando su hija creció un poco y empezó a dormir menor horas, se presentaron los problemas. Zina no tenía más remedio que llevársela consigo. Raia seguía quejándose de las articulaciones de los hombros y estuvo una temporada de baja, pero Zina no se atrevía a pedirle que se quedara con su pequeña. A todo esto, Raia estaba empezando a planear el asesinato de la niña.»

El dios Poseidón

En este cuento, de nuevo, volvemos a encontrarnos con dos amigas, y con algo de envidia, por cierto, también. Nina ha dejado atrás una vida miserable y ahora vive con todas las comodidades y lujo que uno pudiera desear. No es envidia exactamente lo que siente su otra amiga, pero hay algo que no comprende. Sólo lo sabrán si abren el libro y leen el cuento. Les dejo el principio.

«Estando una vez de vacaciones en la costa, me encontré casualmente con mi amiga Nina, que era madre, y no precisamente joven, de un adolescente. Nina me invitó a su casa, y lo que vi allí me pareció bastante insólito. La entrada, sin ir más lejos, tenía un techo abovedado y una escalinata de mármol. Y luego estaba el propio piso, enmoquetado de felpa gris, donde predominaban las maderas oscuras y las tapicerías en tono bermellón. Tenía el aspecto deslumbrante de uno de esos reportajes fotográficos de la revista L art de la décoration; el cuarto de baño, en particular, era impresionante, con el suelo también enmoquetado de gris, espejos y un lavabo de porcelana azul celeste; ¡era como un sueño! Me costaba creer lo que veía. Después, Nina, con su sempiterno aire de sufrimiento y resignación, me condujo al dormitorio, con sus tres puertas abiertas de par en par: era un poco sombrío, pero aun así muy elegante, y había en él un número sorprendente de camas deshechas. «¿Te has casado?», le pregunté; pero ella se limitó a salir por una de las puertas con cara de preocupación, como un ama de casa atareada, aunque procurando no tocar nada. (…) ¿De dónde le habrían llovido todas esas riquezas a la pobre Nina, que nunca había podido permitirse siquiera llevar ropa interior decente, y que tenía, por todo tener, tres vestidos, a cual más viejo y un abrigo que no se cambiaba en todo el invierno?» (…) Muy bien, se habría casado, pero resultaba que Nina, además, había cambiado su pequeño apartamento de Moscú, en cuya habitación había malvivido hasta entonces con su hijo, por ese piso, y encima con todos los muebles incluidos ¡y hasta la ropa de cama!»

El secreto de Marilena

De nuevo dos mujeres, perdón o una, ¿una o dos? Aquí está la magia del cuento, del que les dejaré con la miel en los labios ya que sólo les transcribiré el mágico inicio.

«Había una mujer tan gorda que no cabía en los taxis y en el metro ocupaba todo el ancho de las escaleras mecánicas.

Necesitaba tres sillas para sentarse, dormía en dos camas y trabajaba en el circo como levantadoras de pesas.

Era una mujer muy desgraciada, y eso que hay muchas personas gordas que viven felices. Se distinguen por su carácter afable y su buen corazón, y a la gente le suelen caer bien los gordos.

Pero nuestra gorda Marilena guardaba un secreto: tan sólo de noche, cuando llegaba a su habitación en el hotel (el circo, ya se sabe, siempre está de gira), conde tenía tres sillas y dos camas a su disposición, podía ser ella misma, es decir, se convertía en dos muchachas de aspecto normal, muy guapas, que inmediatamente se ponían a bailar.

El secreto de la gorda Marilena obedecía a que, tiempo atrás, se había dedicado a bailar en los escenarios como dos bailarinas gemelas: una de ellas era rubia, de cabellos dorados, y la otra con rizos negros como la pez. Esa diferencia las hacía más interesantes, y evitaba que sus respectivos admiradores se hicieran un lío a la hora de mandarles flores.

Y, como es natural, un brujo se enamoró de la rubia, e inmediatamente, se propuso transformar a la otra hermana, la morena, en una tetera eléctrica, de esas que pitan. Así que los recién casados podrían llevarla consigo a todas partes y sus pitidos les recordarían que aquella hermana, nada más ver al brujo, había tratado de impedir que la otra entablara relaciones con él.»

14Nov/18

FRANCISCA AGUIRRE. TESTIGO DE EXCEPCIÓN

«Recuerdo que una vez, cuando era niña,

me pareció que el mundo era un desierto.

Los pájaros nos habían abandonado para siempre:

las estrellas no tenían sentido,

y el mar no estaba ya en su sitio,

como si todo hubiera sido un sueño equivocado»

Hace tiempo

 

 

Una gran noticia, la gran Paca Aguirre (Alicante, 1930) ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas y yo digo, ya era hora. Es la sexta mujer en obtener este galardón después de Rosa Chacel, Carmen Riera, Carmen Martín Gaite, Ana Maria Matute y Rosa Montero, y yo me pregunto el porqué, el porqué de tan pocas mujeres. Ha declarado que es una alegría recibirlo y más en tiempos como éstos, en estos tiempos de mujeres. Pues tiene razón. En el diario ABC leo las siguientes declaraciones de la poetisa: «Este mundo no está bien organizado porque a muchas mujeres que piensan muy bien no les dejan pensar». Pide equiparación y libertad para ellas.Ya está dicho todo o por lo menos mucho dicho. Asegura tener dos temas en su vida importantes, Antonio Machado y las mujeres.

Poeta de la generación del 50, obtiene el premio casi medio siglo después de su obra «Itaca». Lo escribió cuando contaba con 42 años y fue su primer poemario. Consiguió con él el premio de poesía Leopoldo Panero.Otras obras imprescindibles de ella son «Espejo y espejito» y «Que planche Rosa Luxemburgo». ambos libros en prosa.

Me fascina la poesía de Francisca Aguirre. Abran sus obras, les llegará dentro por su belleza y sencillez. Aquí les dejo algunos de mis poemas favoritos de la gran escritora valenciana.

Antes de mostrárselos les quiero dar un bienvenidos con todo mi cariño de nuevo y disculpas a todos los seguidores de Un libro abierto después de tanto tiempo de ausencia en mi blog. Ausencia que se ha producido por la dedicación exclusiva que me ha supuesto un proyecto. Este quizás nunca vea la luz pero con él  he aprendido mucho, he disfrutado  y he sido muy feliz. Mi única espinita clavada era el dolor que me producía tener mi blog, «desatendido». Ya estoy aquí de nuevo. Si alguna vez esa aventura me da aún más alegrías de las que ya me ha dado, lo comentaré aquí, en mi blog, por supuesto. Gracias por la paciencia, por seguir ahí y por seguir recibiendo vuestros comentarios.

Pero vamos ya con los bellos poemas de Aguirre. Preciosa forma de comenzar, de nuevo, con el blog.

Testigo de excepción

Un mar, un mar es lo que necesito.

Un mar y no otra cosa, no otra cosa.

Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.

Un mar, un mar es lo que necesito.

No una montaña, un río, un cielo.

No. Nada, nada,

únicamente un mar.

Tampoco quiero flores, manos,

ni un corazón que me consuele.

No quiero un corazón

a cambio de otro corazón.

No quiero que me hablen de amor

a cambio del amor.

Yo sólo quiero un mara:

yo sólo necesito un mar.

Un agua de distancia,

un agua que no escape,

un agua misericordiosa

en que lavar mi corazón

y dejarlo a su orilla

para que sea empujado por las olas,

lamido por su lengua de sal

que cicatriza heridas.

(…)

Última nieve

Una hermosa mentira te acompaña,

pero no llega a acariciarte.

Sólo sabes de ella lo que dicen,

lo que te explican los libros enigmáticos

que narran una historia fabulosa

con las palabras llenas de significación,

llenas de claridad y peso exactos,

y que tú no comprendes sin embargo.

Pero tu fe te salva, te mantiene.

Una hermosa mentira te vigila,

aunque no puede verte, y tú lo sabes.

Lo sabes de esa forma inexplicable

en que sabemos lo que más nos hiere.

(…)

Una hermosa mentira te acompaña;

a infinitos millones de años luz,

intacta y compasiva, se extiende la nevada.