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18Dic/16

OBRA COMPLETA. LOS AGUINALDOS DE LOS HÚERFANOS. ARTHUR RIMBAUD

I

Está lleno de sombra el cuarto; vagamente se oye
de dos niños el triste y dulce cuchicheo.
Su frente se vence, aún cargada de sueño,
bajo la larga cortina blanca que tiembla y se levanta…
-Fuera los pájaros se arriman frioleros;
sus alas se entumecen bajo el gris de los cielos;
y con su séquito de brumas el nuevo Año,
arrastrando los pliegues de su manto de nieve,
sonríe entre sollozos y canta tiritando…

II

Y, bajo la cortina ondulante, los pequeños
hablan quedo como se hace en una noche oscura.
Escuchan pensativos como un lejano murmullo…
Los estremece a menudo la clara voz de oro
del timbre matinal, que repica incesante
su estribillo metálico en su globo de vidrio…
-Además, el cuarto está helado…ruedan por el suelo,
entre las camas esparcidas, ropas de luto:
¡el áspero cierzo invernal que en el umbral gime
aventa en la morada su aliento taciturno!
Se siente en todo esto que falta alguna cosa…
-¿No hay acaso una madre para estas criaturas,
una madre de fresca sonrisa y triunfantes miradas?
¿Es que ha olvidado, en la noche, sola y adormilada,
avivar una llama a las cenizas arrancada,
amontonar sobre ellos edredones y lanas
antes de abandonarlos gritándoles: perdón?
¿Acaso no ha previsto el frío matutino,
ni cerró bien la puerta al cierzo del invierno?…
-El sueño materno es la tibia alfombra,
el nido algodonoso donde acurrucados los niños,
cual bellos pájaros mecidos por las ramas,
¡duermen su dulce sueño lleno de cándidas visiones!…
-Pero esto, -es como un nido sin plumas ni calor,
donde los pequeños pasan frío, no duermen, tienen miedo;
un nido que ha debido de helar el cierzo amargo…

III

Vuestro corazón lo ha intuido: -no tienen madre estos niños.
¡No hay madre en el hogar!-¡y el padre está muy lejos!…
-Por eso una vieja sirvienta de ellos se ha ocupado:
en la gélida casa están solos los pequeños;
huérfanos de cuatro años, en su mente de pronto
despierta poco a poco un risueño recuerdo…
es como un rosario que al rezar se desgrana:
-¡Ah, qué bella mañana la mañana de aguinaldos!
Cada uno, en la noche, había soñado con lo suyos
en algún sueño extraño donde se veían juguetes,
caramelos vestidos de oro, centellantes joyas,
arremolinarse y bailar una danza sonora,
¡luego huir bajo las cortinas y aparecer de nuevo!
Despertaban al alba, se levantaban alegres,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, enmarañando el pelo en la cabeza,
radiantes los ojos, como en los grandes días de fiesta,
y los piececitos descalzos rozando el suelo,
a las puertas de los padres suavemente llamar…
¡Entraban!… Luego las felicitaciones… en camisón,
los besos repetidos, ¡y la alegría permitida!

IV

¡Ah, qué delicia aquellas palabras tantas veces dichas!
-Pero cómo ha cambiado el hogar de otro tiempo:
crepitaba un gran fuego, vivo, en la chimenea,
toda la vieja habitación estaba iluminada:
y los reflejos rojizos, salidos del hogar,
revoloteaban alegres sobre los muebles barnizados…
-¡El armario estaba sin llaves!… ¡sin llaves el gran armario!

(…)

-El cuarto de los padres está hoy muy vacío:
ningún reflejo rojizo bajo la puerta hay;
ya no hay padres, ni hogar, ni llaves requisadas:
¡por eso ya no hay besos, nada de dulces sorpresas!
¡Oh, qué triste para ellos será el primer día del año!
-Y, muy pensativos, mientras una amarga lágrima
de sus grandes ojos azules silenciosamente cae,
murmuran: «¿Cuándo volverá nuestra madre?»

(…)

Es enternecedor pensar que a la temprana edad de quince años, el gran poeta Arthur Rimbaud (Champaña-Ardenas, 1854, Marsella 1891), ya lo era. Estos versos, con lo que he comenzado, pertenecen a su poema «Los aguinaldos de los huérfanos»(1870). Hacía mucho tiempo que no leía algo tan estremecedor y a la vez tan bello. Quiero compartirlo con todos ustedes en estas fechas que se acercan, tan significativas para muchos, porque me parece que todos podemos aprender bastante de estas palabras que el escritor francés dejó escritas, en las que nos quería transmitir que sin amor, que sin el amor de esos padres, de esa madre que ya no está en casa, ya nada es igual, que se terminaron las cosas dulces, los besos, la habitación del cariño, el calor,… Que, en definitiva, nada tiene sentido, si no está esa madre que los niños buscan desesperadamente. Sólo los recuerdos alivian el dolor, pero ellos continúan preguntándose cuándo volverá su madre.
Por eso, en época de Navidad dónde confundimos, en muchas ocasiones, el significado de lo que celebramos, dejemos de pensar en tantas cosas materiales que nos rodean, que pensamos, nos hacen felices y disfrutemos de los que aún tenemos cerca, de nuestros seres queridos. Y sonriamos acordándonos de los que ya se fueron, pero que, de alguna manera, siguen estando a nuestro lado. Repartamos amor, besos, abrazos,…cuando aún podemos hacerlo. Que no sea demasiado tarde para luego tener que conformarnos con los sueños.
En septiembre de este año, Ediciones Atalanta volvía a sorprendernos con la edición de la obra completa bilingüe de Rimbaud, que hasta ahora se había publicado en España de forma poco rigurosa.
Como la propia editorial cita en la obra su correspondencia «sólo estaba disponible en breves antologías temáticas» y su poesía estaba incompleta porque aunque en la portada de alguna edición figura el título de «Obra poética completa», incluso las mejores versiones, a cargo de excelentes poetas «dejan de lado los veintidós poemas que conforman el llamado «Album zutique», cuyo contenido escatológico o las dificultades que plantea su complejo argot parecen haber inducido a los traductores a descartarlos.»
Ediciones Atalanta nos ofrece, definitivamente, la obra completa desde sus creaciones escolares en latín hasta sus poemarios finales.
Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 1944) ha sido el encargado de mostrar esta joya en su total esplendor. La labor de traductor de Armiño se ha centrado, sobre todo, en la cultura francesa.
El volumen, que deben conocer y abrir para adentrarse en el mundo de este fabuloso escritor, contiene además de un estupendo prólogo de Armiño, una cronología, un «diccionario Rimbaud» para conocer tanto a él como a su obra de forma más acertada, por supuesto toda su obra poética como «Una temporada en el infierno» o «Iluminaciones», la correspondencia del autor entre 1870 y 1891, así como ilustraciones y fotografías.
El prólogo comienza así:
«El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de «meteoro»; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville, que llega a París en septiembre de 1971 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, «Una temporada en el infierno» (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa. En ese año y medio su conducta devino en piedra de escándalo constante, incluso entre el círculo de poetas bohemios: por sus extravagancias, fumaba con la cazoleta de la pipa boca abajo, por su afición a la bebida, por su apariencia sucia, desharrapada y salvaje, por su carácter agresivo, hasta el punto de propinar una puñalada con un bastón-estoque al fotógrafo Carjat, o por exhibir sin demasiados tapujos su homosexualidad en compañía de Verlaine. A todo esto se añadía la insumisión en su obra poética a todos los órdenes de la sociedad: a la escuela, a la Iglesia, al orden político o impuesto por Napoleón III, a la familia, al trabajo; en resumen, a los valores que la burguesía de la época empezaba a ponderar como una posibilidad de avance social.»
Para terminar, quiero compartir con ustedes otros versos de su poema «Sensación», otro de mis preferidos, también de su juventud e igualmente bellos e inteligentes.

«En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picoteando por los trigos, pisando la hierba menuda:
soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada:
pero el amor infinito me subirá al alma,
e iré lejos, muy lejos, lo mismo que un bohemio,
por la naturaleza (…)»

 

30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER ( PARTE 1)

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Tendría unos siete u ocho años cuando leí por primera vez «Las aventuras del Barón de Münchausen». Puntualizaré que fue algo parecido ya que se trataba de un libro en formato cómic que, de alguna manera, sembró en mi el grandísimo interés por este personaje literario que me ha acompañado siempre y que no ha dejado de fascinarme desde entonces y del que después he leído todo lo que ha llegado a mis manos, diferentes ediciones de sus aventuras así como los escritos, estudios… referentes a su vida, ya que el barón de Münchausen existió, pero de eso les hablaré luego.
¿Cómo no quedar fascinado con sus aventuras? El barón montado en una bala de cañón, el barón encendiendo la mecha de un fusil gracias a su nariz, el barón viajando a la Luna, al infierno con Vulcano. El barón bailando en el estómago de una ballena o el barón cabalgando sobre un caballo cortado por la mitad, al que al beber agua se le salía por la parte de atrás al mismo tiempo. El barón matando a un oso para cubrirse con su piel y así pasar desapercibido entre otros osos, el barón sacándose a si mismo de una ciénaga tirándose de sus propia coleta o llegando a un pueblo completamente enterrado por la nieve de tal manera que un día después, cuando la nieve se derritió, y el pueblo se le mostró al noble en todo su esplendor, se da cuenta de que ha atado su caballo a la aguja más alta del campanario y que por esa razón él mismo se halla colgado allí.
Sólo ahora, muchos años más tarde, y cómo digo después de leer mucho sobre él y sobre el libro que relata sus empresas y hazañas, entiendo esta fascinación que, lejos de alejarse, cada vez me acompaña con más intensidad. Este hombre capaz de las aventuras más extravagantes y extraordinarias representa el máximo exponente de la rebeldía y por eso me gusta. Y por eso adoro a nuestro Quijote por tierras castellanas. Pero el barón alemán representa otro tipo de locura, con la que un niño se puede identificar más o más rápidamente, de ahí el éxito que el libro ha tenido en todo tipo de público, claro está, en sus ediciones más modernas. Y por que llegó a mi antes el barón que el Quijote, y además por ese toque infantil del que les hablaba, me siento en la dulce obligación sentimental de dedicarle este post hoy. Me voy a basar para ello en la edición del escritor y traductor Gottfried A. Bürger (Mulmerswende 1747, Gotinga 1794), de 1786 y cuyo título original es: «Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen » (Los maravillosos viajes por mar y tierra, campañas y aventuras del barón de Münchausen),así como en el prólogo que el dramaturgo Théophile Gautier (1811-1872) escribió en 1853 para la edición francesa de la obra, y que es una auténtica maravilla por todo el contenido excepcional que incluye en vistas a entender los orígenes y posterior evolución de una obra llena de sorpresas. Gracias al prólogo de Gautier sabemos más y mejor de dónde arranca esa locura «actual» del barón que algo tiene que ver con la personalidad que Bürger quiso imprimirle en su edición, que conocemos como, se puede decir, la definitiva.
Como cuenta Gautier, el barón fue un «personaje» que existió realmente y estas narraciones, según él, debieron de basarse, aunque remotamente, en aquellas otras que el barón Karl Friedrich Hyeronimus von Münchausen relató a sus amigos y allegados en circunstancias similares a las que se describen en la obra, en tertulia o a la luz del hogar y en el calor de un buen vino. La obra se basa en las narraciones de hechos de guerra y caza y otros sucesos de las que fue testigo a lo largo des su numerosos y arriesgados viajes.
El barón nacido en Bedenwerder (Hannover) el 11 de mayo de 1720 mandó como coronel un regimiento de húsares rojos durante la guerra de Rusia contra Turquía (1740-41) y sirvió a las órdenes del conde Burkhard Christoph von Münnich, mariscal de campo del zar Iván. Al terminar la campaña y tras algunos viajes y un matrimonio poco afortunado, el barón de Münchausen acabó por establecerse de nuevo en Hannover, donde moriría el 22 de febrero de 1797. El noble no escribió sus propias historias e incluso al conocer que éstas andaban escribiéndose puso punto y final a sus habituales tertulias. Sus historias se estaban convirtiendo en una forma de burla del vulgo hacia la nobleza y esto le disgustaba enormemente. Ya para entonces, como se apunta en otros estudios, se había convertido en mentiroso oficial. Pero lo cierto es que no fue mucho más exagerado en contar sus «batallas» que otros militares de su carrera.
La psicología ha catalogado al «Síndrome de Münchausen» como la alteración psicológica en la que el paciente finge los síntomas de diversas enfermedades, o incluso se las provoca tomado medicamentos o lesionándose el mismo, para recibir así la atención y simpatía de los demás.
Y para que se hagan una idea de la trascendencia de la obra, les diré que en el siglo XIX la historia había sufrido ampliaciones y transformaciones a manos de muchos escritores conocidos y se había traducido a muchos idiomas, hasta llegar a contar con unas 100 ediciones diferentes.
En 1785 se publicó, de forma anónima, en Oxford, algunas de estas historias del barón, historias populares, recogidas en un libro bajo el título: Barón Münchhausen s narrativa of his maravellous Travels and Campins in Russia (Historia de los maravillosos viajes y campañas de Rusia del barón de Münchausen).
Más tarde se supo, según Gautier, que el autor de esta edición será un tal Rudolf Erich Raspe (Hannover 1737, Irlanda 1794), un anticuario alemán de vida «un tanto escabrosa y chalanesca».
En 1781, cuatro años después de esta edición inglesa, un tal August Mylius había publicado en Alemania un Vade Mecum für lustigue Leute, que ya incluía historias atribuídas al barón, aunque precavidamente ya que el verdadero barón seguía vivo y andaba cerca.
El mérito de Raspe consistió, como se apunta en el prólogo de 1853, en traducir al inglés estas historias, añadir algún refrito de otras fuentes y adaptarlas al paladar sajón (a ello se debe, cuenta Gautier, la simpatía que el barón demuestra hacia los británicos durante el episodio de la defensa de Gibraltar).
El resultado nos presenta a un barón fanfarrón, borrachín,… que se entretenía tomando el pelo al prójimo a base de andar de bufonada en bufonada, esto es, las andanzas de un rufián de noble cuna.
Un años después de la primera edición de Raspe, Münchhausen vuelve a Alemania y lo traduce Gottfried August Bürger que utilizó la quinta edición inglesa. Añade nuevas historias y también se apunta en otros estudios, no lo dice Gautier,que introduce elementos del folclore popular alemán. Lo que si dice el francés es que esas historias nuevas que se introducen son, sin duda, las mejores, el viaje de ida y vuelta a lomos de un par de balas de cañón o su salvación tirándose de la coleta. Y también destaca en el prólogo que reescribió el conjunto con un estilo lleno de gracia y vitalidad. El barón tiene un nuevo carácter. Crea un nuevo género entre satírico y fantástico. Una delicia para el lector. Como consecuencia de todo esto apareció, como ya apunté al comienzo, su » Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen».
Bürger no sólo fue un excelente traductor, sino también uno de los grandes nombres de la lírica alemana y quizás el más genuino representante de aquel movimiento que dio en llamarse «Sturm und Drang» (Tormenta e ímpetu), del que les hablaré en la segunda parte de este post, pero del que ya les adelanto que el barón se empapó llevado par la mano de Bürger. Y que este movimiento tiene mucho que ver en que conozcamos al barón que conocemos y no a otro. El barón no será ajeno al espíritu de este movimiento, en principio, literario alemán. Un movimiento que abarcó los años 1767-1785 y que como se apunta en el prólogo, había comenzado tiempo atrás. En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual, y en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la ilustración. Se opone a la ilustración alemana o Aufklärung y se hizo precursor del Romanticismo. El nombre de este movimiento surge de la pieza teatral homónima del mismo nombre escrita por Friedrich Maximilian Klinger en 1776. Algunos escritores que encabezaron este movimiento son Hamann, Herder o el gran Goethe.
Fue una corriente profundamente irracionalista y emotiva dedicada a buscar signos en la naturaleza y a unificar ésta con la historia y con la cultura, aferrándose a las raíces populares germánicas frente a un racionalismo ilustrado eminentemente francés. Será este empuje irracional, como se recoge en el magnífico prólogo de la edición francesa, el que sustituirá el imperativo categórico por la categoría del imperio, el ingenio por el genio, la mesura por el caos originario, la moral por la pasión y el formalismo ilustrado por la pura libertad creadora. La vida, puesta ahora en el lugar de la razón, como vida suprema, rechaza las reglas que, aún siendo legítimas racionalmente, fijan un límite al libre desarrollo del individuo.
Y en esa atmósfera traslada Bürger al barón, y el barón es ese ser que puede representar todo lo que ellos anhelan, un personaje que representa lo que ellos no pueden ser, pero que, por eso, crean al ser, al loco, al aventurero. Así sólo el personaje será juzgado, no el escritor.
Y ese barón es el que adoramos todos aquellos lectores que amamos sus historias, sus aventuras y sus locuras.

 

15May/16

LA NIEVE. UN CUENTO DE TERROR. SIR HUGH WALPOLE

«La señora Ryder miraba a lo largo del pasillo, pero no estaba segura de si la mujer estaba allí o no. ¡Qué absurdo! Sabía que no podía haber nadie. Pero entonces, ¿cómo era que distinguía claramente una anticuada capa gris, un pelo gris y descuidado y el contorno anguloso de unas mejillas pálidas y una barbilla puntiaguda? Y más aún: la larga caída del vestido gris formando pliegues hasta el suelo, el destello de un anillo de oro en una mano blanca. No. No. NO. Esto era una locura. Allí no había nadie. Una alucinación…»

En 2013, Ediciones Atalanta, publicó un libro titulado «Antología universal del relato fantástico» con prólogo de Jacobo Siruela. Si aún no conocen el libro, les invito a que lo compren inmediatamente porque es una maravilla de volumen, cargado de grandes autores con sus grandes relatos. Magnífica obra que no se cansarán de leer.

Entre esos relatos, hoy quiero destacar «La nieve» de Sir Hugh Walpole (Nueva Zelanda 1884, 1941). Este relato es una obra brillante en la que se trata un tema que, casualmente, diez años después, la fabulosa escritora londinense Daphne du Maurier (Londres 1907, Cornualles 1989) tocaría en su libro «Rebecca» publicado en 1938, obra que llevó al cine el maestro Alfred Hitchcock con el mismo título en 1940.

Walpole alcanzó un gran reconocimiento como escritor, logrando que todas sus obras fuesen muy populares. Además, trabajó en varios géneros: cuentos, novelas infantiles, novelas de terror, biografías y obras de teatro. «La nieve», incluido en sus cuentos de terror fue publicado en 1928.

Desconozco si conocen antes la novela «Rebecca» que la película, pero les pongo en antecedentes. Maxim de Winter, tras enviudar, realiza un viaje a Montecarlo con el propósito de olvidar su pasado. Allí, el destino le tiene preparada una sorpresa. Conoce a una mujer más joven que él y deciden casarse. Una vez finalizada la luna de miel, regresan a la mansión de campo del señor Winter, donde antes había convivido con su primera esposa.  En Manderley, nombre de la casa, todo es perfecto hasta que la memoria de la fallecida empieza a minar la relación entre la pareja. Rebeca comienza a hacerse presente como una patología, nunca como una realidad en la mente de la recién casada. La joven está convencida de que jamás podrá competir con Rebeca, de la que todos dicen en la casa que era una mujer muy bella.

Esta enfermedad que se conoce como «Síndrome de Rebeca», atiende a un sentimiento de celos que adquiere una dimensión patológica cuando aparece sin fundamento, por ejemplo hacia una ex pareja que ha muerto y cuando adquiere tales dimensiones que afecta al comportamiento normal de la persona que lo sufre. Se llama así en homenaje a la novela de Maurier.

Este tema ha servido de inspiración a escritoras tan interesantes como Carmen Posadas, que publicó un libro titulado «El síndrome de Rebeca: guía para conjurar fantasmas amorosos». Posadas ha declarado en alguna de sus entrevistas que el libro sirve para «mandar por fin al olvido a ese o esa ex que aún nos pesa en el recuerdo y, lo que es peor, en el presente.» Según la escritora uruguaya, Rebeca es el espectro del pasado sentimental que nunca termina de evaporarse.

Pero antes de que todo esto ocurriera en la literatura, ya Walpole en «La nieve», nos presenta a la segunda señora Ryder. Es una joven guapa, con salud,… que, sin embargo, vive en continuo desasosiego y llena de celos, ya que tiene que oír por boca de su marido, las constantes alusiones a la grandeza de su primera esposa, Elinor. En este caso, podemos decir que los celos son fundamentados ya que el hombre insiste en el tema del ensalzamiento de Elinor.

La joven va perdiendo la ilusión en su matrimonio por culpa de este «fantasma» que vive en casa y que no es otro que  la primera esposa de su marido. Y aunque sean celos fundamentados, en la protagonista comienza a surgir el germen de esa temida «sombra», «fantasma». Odia a Elinor, que además juró a Herbert, su marido, que le cuidaría hasta que se reuniera con ella en la otra vida, apoyada en la gran fe religiosa que profesaba.

«Elinor me comprendía mejor, querida. ¡Arrojar a la primera mujer contra la segunda! ¿No era la falta de tacto más grande que un hombre podía cometer? (…) Era cierto que Elinor había sido abnegada, que había estado tan completamente dedicada a Herbert que había vivido sólo para él. La gente siempre le estaba recordando su entrega, lo que no dejaba de ser una grosería y una falta de tacto.»

En el relato, la joven esposa, está dentro de la casa en todo momento, hasta el fatal desenlace fuera, en la nieve. En la nieve tan blanca como el fantasma. Es Nochebuena. Fuera, los copos no para de caer. Eso la agobia, la ahoga, y crea en el cuento una sensación de   claustrofobia. Es una metáfora de la frialdad y la falta de comunicación que, desgraciadamente, tiene con su marido. La mujer entra en un círculo de desesperación que puede con ella, que le arranca las ilusiones que había depositado en su relación y hasta le consume la fuerza para seguir luchando. El «fantasma» quiere acabar con ella.

«La segunda señora Ryder era una mujer joven que no se asustaba fácilmente; pero ahora permanecía en la oscuridad del pasillo con la espalda pegada a la pared y la mano en le corazón, mirando hacia la ventana gris, al otro lado de la cual la nieve caía sin cesar frente a la luz de la farola.»

Les invito a leer este relato, con final tan sorprendente como brillantemente elaborado.

 

01May/16

MAPA DEL MUNDO PERSONAL. JULIÁN MARÍAS

El excelente filósofo Julián Marías (Valladolid 1914, Madrid 2005), discípulo de Ortega y Gasset, escribió en 1993 el libro  «Mapa del mundo personal» obra que les invito a abrir hoy. Trata muchos temas interesantes como son el amor, la amistad, el descubrimiento de la persona,… Pero en este post sólo me voy a centrar en un par de capítulos que hablan sobre los niños y los adolescentes, porque quizás les pueda servir como orientación a padres que lean mi blog.

Del tercer capítulo titulado «Génesis de la persona», me gustaría destacar el apartado «La caricia y el cuerpo personal» y los siguientes fragmentos:

«Respecto al niño, es esencial que sea acariciado, y pronto responde del mismo modo. La caricia es el gran instrumento de personalización, que despierta, acelera, completa la constitución de la persona. De ella depende en alto grado la prontitud y perfección de algo que, como todo lo humano, es variable e inseguro. La importancia de la caricia es grande, y afecta a la vida entera; pero aquí me refiero exclusivamente a la que afecta al niño. No sólo la caricia con la mano, sino el contacto en general, el beso, por supuesto la lactancia. Todo esto contribuye a la instalación corpórea, desde la cual, no se olvide, se llega a la instalación mundana.

La frecuencia, intensidad y calidad de las caricias que recibe el niño son factores esenciales de su posesión de personalidad ajena y de la propia. En casos favorables, siente a los demás como personas y se siente tal al ser acariciado. La condición amorosa del hombre, que tendrá despliegues muy distintos en la edad adulta, se despierta y constituye en la niñez, desde los primeros días de la vida. ¿Hasta cuándo? Esto depende de las formas sociales, tan variables, y de las condiciones singulares. (…)

Y no se olvide que junto a la caricia física, de contacto corporal, hay otra de no menos importancia: la caricia verbal. Al niño se le habla, se le dicen cosas, se le canta. La voz es particularmente importante, porque en ella aparece el elemento de expresión del lenguaje. Imagínese la diferencia entre el niño a quien se habla con aspereza o despego y aquel a quien se acaricia con la voz y la palabra.»

Me parece precioso como Marías nos quiere hacer entender la importancia de la caricia. Seguro que muchos de nosotros lo damos por hecho, pero imagínense ustedes todos los niños del mundo que crecen sin ser acariciados.

También destaca la importancia de la lectura y el momento en el que el niño va a demandar los cuentos.

» (…)el niño suele pedir cuentos, y ese deseo es satisfecho en uno u otro grado. El desarrollo de la imaginación, y por tanto de la facultad proyectiva, depende en buena medida de esto. La aprehensión de las conexiones se logra más allá de la experiencia real y directa, en la comprensión de la narración. Pocas cosas contribuyen al uso de la razón como los cuentos, el mundo ficticio, narrativo, biográfico, que puede envolver al niño desde su primera edad.»

En otro apartado de este mismo capítulo, titulado «La presión de las vigencias sociales» habla de un tema no menos interesante, la escolarización del niño, cuando se debería dar y cómo se desarrolla:

«Me parece evidente que la constitución del núcleo personal se interrumpe antes de tiempo. Si la escuela no es enteramente acertada, se advierten deterioros que pueden ser graves; en todo caso, el niño pierde en parte el carácter puramente personal que tenía al comienzo de su vida, resulta menos «único» su espontaneidad queda recubierta por una capa de vigencias en cierto modo impersonales.»

En el capítulo sexto titulado «Relieve del mundo personal», me gustaría destacar el apartado «Entre padres e hijos» y dejarles aquí unas reflexiones del filósofo. Y algo que me ha llamado mucho la atención y que el destaca especialmente, como en un principio cuando recibimos a nuestro bebé en casa es lo más importante en nuestras vidas, todo gira en torno a el, y a medida que el niño va creciendo sentimos menos curiosidad porque hay factores que nos van alejando de esa relación, horas de escuela, personas nuevas. Se sigue amando al hijo pero se pierde este interés inicial:

«Los padres creen conocer mejor a sus hijos: los han visto nacer, han asistido a sus vidas día tras día, los han cuidado en todos los sentidos, se han preocupado por ellos; pero no siempre han sido capaces de imaginar quiénes empiezan a ser, hacia dónde se orientan, cuáles son los proyectos que van germinando en ellos. Es decir, su condición rigurosamente personal puede escapárseles.

La pubertad es un momento decisivo. El muchacho o la muchacha experimentan una escisión del círculo familiar y sus ampliaciones. Vive desde sí mismo, al menos lo cree así. Se desinteresa de sus afectos tradicionales: experimenta la primera gran variación de su mundo personal. Los padres, unas veces no lo advierten y creen que es «el de siempre»; otras, se percatan de ello y lo deploran, porque lo interpretan como «desvío», de ellos mismos y de lo que parece su mundo transmitido y compartido.

En realidad, el adolescente no vive desde sí mismo sino desde su grupo juvenil, probablemente inspirado o manipulado por algunos adultos influyentes.»

 

15Abr/16

QUERIDO LUIS. ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Como ya he apuntado en comentarios anteriores, en vacaciones, bien sean de verano, Semana Santa o Navidad, aprovecho para leer, entre otras cosas, columnas de opinión. Siempre busco los artículos que firman los escritores, para así conocerles un poco mejor. Estas vacaciones (que para mí duraron hasta el lunes día 4, de ahí que lo introduzca como artículo «vacacional» aunque esté fechado el domingo 3 de abril en el periódico El País), me quedo con el escrito por Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén 1956) titulado «Querido Luis«.

El autor andaluz comienza su columna con una cita de la autora Emily Dickinson que ella escribió en una carta y dice así: «De nuestras mejores acciones no llegamos a enterarnos». Y bajo esta, a mi parecer, certeza,  continúa el escritor argumentando:

«Afortunadamente tú y yo volvimos a vernos 20 años después de que yo dejara la escuela en la que había sido alumno tuyo, y tuve la oportunidad de recordarte y agradecerte algo que hiciste por mi, y que podías haber olvidado. Volvimos a vernos cuando yo acababa de publicar mi primera novela. En ella hay una escena que tenía mucho que ver contigo. En torno a 1910, el padre del protagonista, un hortelano, va a la escuela para avisarle al maestro de que su hijo ya no volverá más. El niño tiene 11 o 12 años, y a esa edad ya hace falta que se ponga a trabajar junto a su padre en el campo. El maestro le pide que no lo haga, al menos todavía, que lo deje seguir estudiando. El padre accede, quizás más por falta de carácter ante la autoridad que por convicción, y eso hace que la vida de su hijo cambie de dirección para siempre.» Con este párrafo ya deja claro que nos pretende explicar Muñoz Molina, que él, siendo un chaval, vivió la misma situación. Que su padre visitó a aquel «querido Luis» en la escuela La Sagrada Familia de Úbeda para decirle que su hijo, y al igual que el muchacho de su novela,  iba a dejar la escuela porque debía ponerse a trabajar en la huerta.

«Mi padre había comprado con mucho esfuerzo y mucha ilusión aquella huerta que era su vida, y que podía ser también la mía cuando yo fuera haciéndome mayor. Era una huerta con buena tierra y mucha agua, y cada día sacábamos de ella una gran carga de hortaliza que luego mi padre vendía en el mercado. (…) Mi padre había conocido de niño el hambre de la posguerra: la huerta era para él una garantía de que si trabajábamos mucho no nos faltaría de nada.»

Qué bonito encuentro rendir un homenaje, como el escritor ha hecho en este artículo, a todos aquellos profesores que se preocuparon por nosotros, que nos dieron sus lecciones con una sonrisa, queriéndonos hacer mejor personas, enseñando con cariño, con ilusión, con alegría, con entusiasmo. Yo tuve muchos de esos y desde aquí, y valiéndome de este artículo les rindo homenaje a ellos también. Muchas gracias por todo. Gracias por enseñarme tanto y no sólo lo que está en los libros.

«Tú le aseguraste a mi padre que yo «valía para estudiar», y que podría conseguir becas. Él te hizo caso. Te prometió que al menos me dejaría estudiar unos años, a ver qué pasaba. Y así cambió mi vida. (…) cada vida es única, y está gobernada por azares irrebatibles. Si yo no dejé la escuela a los 11 años fue gracias a ti, y al respeto que te tenía mi padre.»

«El mundo en el que vivimos ahora no tiene nada que ver con el de entonces, como si nos separaran de él no décadas, sino siglos. Es fácil mirar o imaginar el pasado con un sentimentalismo que encubre la condescendencia, quizás con el exotismo de lo pintoresco. Pero tú sabes mejor que yo lo que significaba una escuela en la que los hijos de los trabajadores éramos tratados exactamente igual que los demás, y en la que a pesar de los pesares, lo himnos patrióticos, la misa, el rosario, gente como tú se las arreglaba para contagiarnos el amor por el conocimiento y la lectura»

Y acaba el artículo el gran escritor diciendo lo siguiente:

«El tiempo se va tan rápido que no conviene postergar nunca los agradecimientos. El mío hacia ti me durará mientras viva.»

El mío hacia todos ustedes, mis maestros, mis profesores, también durará mientras viva. Muchas gracias.

20Mar/16

LA BIBLIA. UNA ADAPTACIÓN DE MARIE-HELENE DELVAL

Montado en un borriquillo

«Jesús volvió a Jerusalén. Cuando llegó al monte de los Olivos, dijo a sus compañeros:

-Id a la entrada del pueblo. Allí encontraréis un borriquillo. Cogedlo y traédmelo.

Los compañeros de Jesús le trajeron el borriquillo, echaron sus mantos sobre él y montaron a Jesús.

Según iban andando, la gente tiraba enramadas y extendía sus mantos en el camino.

Y todos marchaban en cortejo, gritando:

-¡Hosanna, gloria a Dios!

(…)

En 1996, la editorial Bruño editó un libro de la escritora francesa Marie- Hélene Delval (Nantes,1944) titulado: «La Biblia. Las historias más maravillosas del Antiguo y el Nuevo Testamento». Después de citado el título, sabemos muy bien con que libro nos encontramos. Sin embargo, quiero invitarles a abrirlo porque es una de las mejores adaptaciones que he encontrado, hasta ahora, del libro más famoso y más vendido del mundo, traducido a más de mil doscientas lenguas o dialectos. Es una adaptación infantil y juvenil donde, como la misma autora escribe en el prefacio, se recogen «algunos de los relatos más maravillosos de la Biblia». Y termina aclarando que las páginas escritas pretenden «llegar tanto al corazón como a la mente» y que se han escrito tanto para mayores como para pequeños. Y aquí es donde quiero incidir. En muchas ocasiones, los adultos se enfrentan a la lectura de la Biblia con un prejuicio, la dificultad que les ocasionará la lectura de la misma. Quieren leer el libro, por curiosidad, por creencia o por la razón que sea pero no es tan sencillo enfrentarse a todos esos diversos libros que conforman la Biblia. No es tarea fácil. Por eso, cada vez más, los adultos con curiosidad por la lectura de la misma, recurren a ediciones juveniles e incluso infantiles, y para todos estos va dirigido el post de hoy. Ya que esta es, como apuntaba antes, una de las mejores adaptaciones literarias que he encontrado. Y por tanto, su lectura es amena y sencilla.

Yo, que estudié diez años en un colegio de monjas, me enfrenté, muchas tardes a sus textos, por obligación, claro está. El Nuevo Testamento es sencillo pero el Antiguo Testamento puede ser más complicado. Y una lectura por capítulos, como si de una novela se tratase, es tarea que no les recomiendo. Todos conocemos algún que otro pasaje de la Biblia, pero apostaría a decir que para muchos nos sería muy complicado hacer un resumen de un libro tan complejo, y más aún destacar los relatos que nos parecieron más interesantes. Todo esto lo hace Delval en su adaptación, con ilustraciones de Ulises Wensell, de una manera excepcional.

El libro cuenta con un apartado muy interesante titulado «Cómo leer este libro con los niños», donde la propia autora explica  que se recogen los relatos bíblicos «más susceptibles de dejar huella en la memoria y la imaginación del niño, debido a las emociones, las imágenes, los símbolos y el misterio que encierran.» «Los niños guardarán en la memoria pasajes, que luego volverán a escuchar con ocasión de las fiestas de Pascua o Navidad, de la eucaristía del domingo o de alguna boda o bautizo. Las palabras que oyeron la primera vez les parecerán entonces familiares y podrán utilizarlas como referencias si desearan más adelante adentrarse con mayor profundidad en el conocimiento de la Biblia.»

La escritora francesa recalca la dificultad de la lectura de una Biblia clásica. «Es un libro difícil de leer, porque está formado por muchas y diversas partes: relatos, oraciones, profecías, proverbios, textos de moral y de leyes, aparte de que en ellos se mezclan todos los géneros literarios. (…) También por esta razón los evangelios deben leerse no como reportajes, sino como testimonios que no excluyen los relatos de tipo simbólico, como es el de la adoración de los Magos.»

Y para los lectores que quieran hacer de este libro un libro para leer a sus hijos, Delval se hace una pregunta y se la traslada a todos ustedes. «Los niños van a preguntar sin duda: ¿todo esto es verdad? Y es una buena pregunta. Porque la Biblia recoge indiscutiblemente muchos acontecimientos que no pueden ser más reales. Pero no todos los relatos que contiene son páginas de historia. Así, por ejemplo, hoy todos lo sabemos, e incluso los niños lo saben, que el universo tal como lo conocemos no se formó en siete días, y que Adán y Eva no han existido nunca. En este sentido, pues, no es «verdad».»

Y por eso, quizás, también me guste bastante esta adaptación, por su libertad. Por la libertad con la que se presenta. Porque, en mi opinión, en caso de que el niño sienta curiosidad por este libro, que en principio lo dudo, si es que los padres no se lo presentan, pero si una vez presentado sienten curiosidad, se debería, repito, desde mi opinión, llevarlo hasta el niño como un cuento más. Y dejar así la puerta abierta a la «investigación» por parte de ellos. Quizás les interese saber aún más sobre «ese cuento», quizás no. Pero nunca presentarlo como una verdad absoluta coartando así sus propias opiniones y aplastando con metáforas la verdad científica de algunos hechos que aquí se describen como realidades y que nunca hubiesen podido ser tales.

Así es que invito a los mayores a abrir este libro si ustedes quieren tener una visión conjunta y muy rápida de lo que les espera en la lectura de la Biblia. Esbozos de las historias que allí se recogen y que si ustedes creen interesantes trasladaran a sus hijos. Los niños conocerán a través de estos relatos a personajes del Antiguo Testamento como Noé, Jonás, David, Moisés o Salomón y en los relatos del Nuevo Testamento escucharan las «aventuras» de Jesús y aquello que quiso transmitir al mundo a través de sus palabras.

Aquí les dejo con un relato del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento. Del primero me quedo con «La historia de Jonás»  y del segundo con el titulado «Unos magos venidos de muy lejos»,  por ser ambas mis preferidas de este libro ya que me remiten a esos pasajes de la Biblia que leía en el colegio de niña y que ya entonces eran, también y entre muchos otros, mis preferidos.

«La historia de Jonás»

«Existía en aquel tiempo una ciudad tan grande que se necesitaban tres días para cruzarla de parte a parte. Se llamaba Nínive y la maldad de sus habitantes llegó a ser tal que Dios decidió destruirla.

Dios habló a Jonás y le dijo:

-Ve a Nínive, la gran ciudad, y anuncia a todos sus habitantes que su maldad ha colmado mi paciencia.

Pero Jonás tuvo miedo y se embarcó en una nava para huir lejos de Dios. Entonces Dios hizo que soplara sobre el mar un viento tan terrible que parecía que el barco iba a romperse.

Jonas dijo a los marineros;

-Es culpa mía si se ha levantado esta tempestad, porque he huido delante de Dios, mi Señor. Pero tiradme al mar y se calmará la cólera de las olas.

Los marineros tiraron a Jonás al mar y de inmediato se calmó la tempestad. Dios hizo entonces que viniese un gran pez para que se tragara a Jonás.

Durante tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del gran pez, y entretanto le rezaba así al Señor (…)

Entonces Dios habló al gran pez y éste vomitó a Jonás en una playa. Jonas se levantó y se encaminó hacia Nínive, la gran ciudad. Y, llegado a ella, fue recorriendo las calles y anunciando:

-¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruída!

(…) todos se cubrieron de cenizas para mostrar su arrepentimiento y prometieron que nunca más harían el mal.

Entonces Dios se arrepintió también de la maldición que había lanzado sobre los habitantes de Nínive. Y no mandó sobre ellos el mal que había previsto para castigarlos.»

«Unos magos venidos de muy lejos»

«Por aquel tiempo, Herodes era el rey de los judíos. Y desde Oriente llegaron a Jerusalén unos magos. Y preguntaron:

-¿Dónde está el rey de los judíos, el que acaba de nacer? Hemos visto aparecer y brillar en el cielo su estrella y venimos a adorarle.

Herodes sintió una gran inquietud. Reunió a los sumos sacerdotes y a los sabios de su reino y les preguntó si sabían dónde debía nacer el Mesías.

Ellos contestaron:

-En Belén, de Judea, como anunció el profeta.

Herodes mandó llamar a los magos en secreto y les dijo:

-Id a Belén y encontrad a ese niño. (…)

Los magos emprendieron la marcha. Y mientras caminaban, la estrella que habían visto en Oriente avanzaba delante de ellos mostrándoles el camino. Hasta que se detuvo justo encima del lugar en el que se encontraba el niño recién nacido. Los magos sintieron una gran alegría en sus corazones. Entraron en la casa y vieron al niño en los brazos de María, su madre.

Se arrodillaron ante él y le ofrecieron oro, incienso y mirra.»

Carmen Posadas, autora a la que admiro enormemente, ha declarado en varias ocasiones, que entre sus libros predilectos se encuentra La Biblia. Según ella es el libro más completo y con los más bellos pasajes que se han escrito. Y me gusta con que naturalidad aclara que dentro de esta obra hay poesía, crónica, novela de aventuras, ciencia ficción y hasta novela negra. Razón no le falta.