28Feb/20

ADOLFO BIOY CASARES. UNA MAGIA MODESTA

Bioy, tú lo sabías y por eso lo escribías, las cosas bonitas, los encuentros casuales, pasan en los momentos más inesperados. Un día coges un ascensor porque tus amigos te han invitado a una cena, unos amigos que viven en el octavo piso pero tú llegas al noveno, tocas y te encuentras con ella. Si, una equivocación, ahí no viven los Roemer, pero qué más da si ha servido para conocerla, bendita equivocación, bendita coincidencia. Ella está feliz también e insiste en que te quedes y te advierte de que no la volverás a ver, y tú nada, tan correcto, tan elegante, le aseguras que volverás. Pero, como se suele decir, esa clase de trenes, pasan sólo una vez. ¿En qué estabas pensando Bioy?

«-No seas malo, exclamó.

-No soy malo. ¡Qué más querría que no dejarte nunca!, pero me esperan para comer.

-Bueno, si preferís la comida no insisto. Has de tener mucha hambre.

-No tengo hambre- protesté, pero prometí que llegaría antes de las nueve y media. Los Roemer estarán esperándome.

-Perfectamente. Corra abajo. No lo retengo aunque le aclaro: no creo que vuelva a verme.

-Volveré, dije. Le prometo que volveré»

Precioso cuento, breve, elegante, reflexivo del genio Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) que se encuentra dentro del volumen Una magia modesta, donde podemos disfrutar de muchos más relatos cortos de este genio argentino de las letras. Maravillosos cuentos que nos hacen reflexionar sobre las pequeñas cuestiones de la vida a través de esa fantasía irónica que hay en ellos. Así nos encontramos caserones con fantasmas, un vendedor de pianos que habla con una gota de agua o un hombre que se da cuenta de que quizás las personas somos un puro entretenimiento de los dioses, de la misma manera que los personajes de una película lo son para nosotros.

En este caso, mi post comienza con el titulado El último piso, uno de mis favoritos, el escritor quiere decirnos que no dejemos pasar la oportunidad de ser felices, da igual lo que esté esperando. Lo bonito, la felicidad, siempre tiene excusa, todo el mundo entiende y perdona el amor. Con final inesperado les invito a que lo abran y lo disfruten. Es una delicia. Por lo menos Bioy fue feliz durante toda la cena, pensando en que luego, la volvería a ver.

Bioy el gran escritor de la fantasía, de la parodia de lo fantástico, al que todo el mundo identifico con su gran obra «La invención de Morel», prologada por Borges,  nos sorprende con otros cuentos como Una competencia.

Un hombre quiere vivir eternamente y un día visita a un tal Eufemio Benach que tiene 104 años. Éste le recibe en su biblioteca abarrotada de libros y el hombre que quiere vivir eternamente le cuestiona si los ha leído todos. Benach confirma que casi todos.

«(…)¡usted exprimió el jugo de la vida! Para mí, quien lea del principio al fin este montón de libros, hará de cuenta que viaja por infinidad de países, todos diferentes y todos maravillosos.»

Benanch se da cuenta de que lo que el hombre quiere saber es el secreto de su longevidad y así le cuenta que en su biblioteca, que le vendería a un precio justo, se encuentra el secreto de haber llegado a viejo. «Recuerde que en uno de estos volúmenes usted encontrará la revelación del secreto; yo no le diré en cuál.»

El hombre compra la biblioteca y decide emprender la lectura. Pero al ponerse al quehacer se da cuenta de algo muy revelador. Sabia reflexión.

«Para conseguir algo bueno hay que pagarlo. Hoy empieza la gran competencia. Veremos qué llega antes…la revelación del secreto o mi muerte.»

¿Qué títulos había en esa biblioteca? Les dejo algunos por si alguien persigue la idea de vivir largamente- ¿Se imaginan que el secreto está en alguno de ellos?

Sermones y discursos del Padre Nicolás Sancho.

Esperando a Godot de Samuel Beckett.

Ser y tiempo de Heidegger.

La nueva tormenta de Bioy Casares.

Cartas a un escéptico de Balmes.

Ulysses de James Joyce.

El museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernández.

El hombre sin cualidades de Musil.

 

20Feb/20

EL PORQUÉ DE LAS COSAS. QUIM MONZÓ

Érase el cuento de la Cenicienta, o el eterno cuento de la monarquía y otros muchos cuentos más que el gran Quim Monzó (Barcelona, 1952) tuvo la gentileza de escribir bajo el título  «El porqué de las cosas». Un libro de relatos cortos que les invito a abrir con el deseo de que se diviertan tanto como yo lo hice en su día. Se dice de Monzó que se ha convertido «en el indiscutible primer escritor de su generación, en lengua catalana». Anagrama ha publicado toda su obra traducida al castellano. Es un escritor que divierte y que además no deja indiferente al lector, buena combinación. Enrique Vila Matas le descibre así: «Como cuentista Monzó es buenísimo. Como persona es alguien alejado de toda solemnidad y, por tanto, un alma amiga.»

Es difícil, como suele ocurrir siempre, hacer una selección, pero en el espacio de un blog es inevitable, así es que le dejo con dos de mis cuentos preferidos. El primero se titula «La monarquía» y el segundo «La micología».

En La monarquía se presenta a la Cenicienta. Su vida ha dado un gran giro después de la pérdida de un zapato del número 36. Ha generado la envidia de sus hermanastras por ser ella la que se ha casado con un príncipe. Después la vida, como suele ocurrir en estos casos, la ha alzado hasta lo más alto, de princesa a pasado a ser reina.

«El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona? De que el rey tiene una amante no hay duda. Las manchas de carmín en las camisas siempre han sido prueba clara de adulterio.»

La reina se pregunta quién puede ser la amante de su marido, si contarle lo que ha descubierto o por el contrario disimular «como sabe que es tradición entre las reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica». El caso es que el rey tiene una amante y ella se tortura pensando que quizás ella no le satisfacía suficientemente o que quizás se la buscó porque ella se niega a realizar «prácticas que considera perversas (sodomía y ducha dorada, básicamente)».

¿Decidirá callar la reina o hablar? ¿Cómo acabará el cuento? Porque la cosa está regular. El rey llega con ojeras a las ocho de la mañana, los contactos carnales con la reina son cada vez menores,… En ocasiones, no se sabe si es mejor casarse con un príncipe, cosas del destino. «(…) habría preferido incluso que alguna de sus hermanastras calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. (…) Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.»

Una noche la reina decide seguir al rey. Para conocer el final, tienen que leerse el cuento. Es muy divertido e inesperado.

En el cuento La micología, Monzó nos presenta a un setero que llega a un pinar. En un momento de su paseo ve una amanita muscaria y le da un puntapié para que nadie la coja. » En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando en medio del suelo.»

Y como no podía ser de otra manera, resulta que el gnomo es un gnomo de la suerte e invita al setero a que formule un deseo porque él se lo concederá. El setero escéptico, le contesta que esas cosas sólo ocurren en los cuentos.

«Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales características. Si quieres mujeres, di cuáles en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya.», le advierte el gnomo.

Hay un pequeño problema, el setero sólo tiene cinco minutos para decidirse y poco antes de que acabe el cuento de Monzó sólo le quedan dos segundos. ¿Qué creen que pide el setero? Ni se lo imaginarán. Pero para saberlo tienen que leer el cuento.

«El setero duda. (…) ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea¿ ¿Elizabeth McGovern? (…) ¿El trono de un país en los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia.»

 

15Feb/20

POESÍA PREHISPÁNICA. CACAMATZIN DE TEXCOCO

«¿Con qué he de irme?

¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?

¿Cómo ha de actuar mi corazón?

(…)

Dejemos al menos flores.

Dejemos al menos cantos.»

Nezahualcóyotl (Un recuerdo que dejo)

 

Hoy quiero compartir con ustedes un blog sobre la poesía prehispánica. Hace poco tiempo que me he interesado en profundizar sobre este tema y he tenido la suerte de topar con un libro muy interesante que me ha mostrado a grandes poetas.

El libro se titula «Poesía prehispánica. Cacamatzin de Texcoco y otros», de la editorial Trillas en su colección Lluvia de Clásicos. Es un libro muy interesante donde hay una presentación que, en pocas palabras, nos sitúa en el contexto de este preciado legado literario.

«La literatura prehispánica, y por supuesto la producción poética de aquellos años, es decir, la que fue escrita en México antes de la llegada de los españoles, está documentada en textos que datan del siglo XVI, precisamente cuando ocurrió la Conquista. (…) fueron precisamente estos religiosos (frailes españoles), quienes como parte de la misión que habían venido a cumplir, recogieron y transcribieron al castellano los poemas y leyendas que entonces encontraron.»

Gran parte de lo que transcribieron pertenecía, según recoge el libro,  a la tradición oral, los relatos que se transmitían en una familia de generación en generación. Fray Bernardino de Sahagún (Sahagún, reino de León, España 1499, México 1590) en su «Historia de las cosas de la nueva España» señala, según este ejemplar que: «Todas las cosas que conferimos, me las dieron por pinturas, que era la escritura que ellos antiguamente usaban.»

Personalmente, me parece muy bello, que de una pintura nazca una poesía, que no es algo muy extraño si tomamos esto como un trabajo pictórico como fuente de inspiración para un texto literario, pero aquí hay algo que lo hace único, el creador de la pintura transmitía así su historia, su poesía, esa que llegó a nosotros.

La pregunta que uno inevitablemente se hace y que aparece en esta introducción del libro es si realmente los poemas que en este volumen se recogen, pertenecieron a los autores a los que se les atribuye, si lo que conocemos es fiel a lo que se escribió, si es un testimonio » apegado a nuestra cultura.» «No cabe duda de que cada transcriptor debió haber impreso a su trabajo por lo menos un poco de su propio sentir.» Pero lo que no cabe duda es de que este libro recoge una gran e interesante muestra de lo más representativo de poesía prehispánica que les invito a abrir y a que disfruten tanto como lo hice yo.

Al final del volumen hay una parte titulada Parte Complementaria, que recoge datos sobre el contexto histórico- cultural de las obras, además de una pequeña bibliografía, que es de gran ayuda al lector que se inicie en este tema. Viene acompañado de unas ilustraciones muy interesantes.

Los temas de estos poemas, de estos poetas, se repiten en sus versos. La muerte, lo efímero de la vida, dónde nos dirigimos después de la muerte, qué legado dejamos, el sentido de la permanencia en la tierra después de muertos, la naturaleza, los dioses,… son los temas recurrentes. En ocasiones, hay muchos versos, que por su extrema sencillez y belleza me recuerdan a los haikus japoneses. Por ejemplo estos del poeta Nezahualcóyotl titulado «Monólogo de Nezahualcóyotl»

«Ya retumba el tambor: sea el baile:

con bellas flores narcóticas se tiñe mi corazón.»

Voy a dejarles con algunos de los versos que más me han gustado. Son todos un canto a la naturaleza, a la vida, una duda sobre la muerte, temas que nos hacen reflexionar aunque los siglos pasen y pasen.

Comienzo con la poetisa Macuilxochitzin (mediados del siglo XV). Su obra es considerada, según afirma el libro, como una de las más bellas de la época, y según consta en sus versos, ella era una mujer con una refinada educación e instrucción.

De su poema Canto de Macuilxochitzin

«¿Adonde de algún modo se existe,

a la casa de Él

se llevan los cantos?

¿O sólo aquí

están vuestras flores?,

¡comience la danza!»

 

Cacamatzin de Texoco (1494-1520). Provenía de una de las familias más ilustres de texcocana, región entre la que destacaron reyes y poetas que lograron pasar a la historia.

De su poema Canto de Cacamatzin

«Amigos nuestros,

escuchadlo:

que nadie viva con presunción de realeza.

El furor, las disputas

sean olvidadas,

desaparezcan en buena hora sobre la Tierra.

(…)

Se extiende la niebla,

resuenan los caracoles,

por encima de mí y de la Tierra entera.

Llueven las flores, se entrelazan, nacen giros,

vienen a dar alegría sobre la Tierra.»

 

Nezahualcóyotl (1402-1472). Fue un ilustre gobernante prehispánico. En 1431 fue promulgado señor de Texcoco. Su nombre significa fuerza de león y coyote hambriento.

De su poema ¿A dónde iremos?

«Aquí nadie vivirá para siempre.

Aun los príncipes a morir vinieron,

Los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá para siempre.»

 

Acoyucan Cuetzpalzin (segunda mitad del siglo XVI), fue un gran poeta al que se le llamó «El sabio de Tecamachalco».

De su poema Las flores y los cantos

«Aquí en la Tierra es la región del momento fugaz.

¿También es así en el lugar

donde de algún modo se vive?

¿Allá se alegra uno?

¿Hay allá amistad?

¿o sólo aquí en la Tierra

hemos venido a conocer nuestros rostros?»

 

Poemas de escritores como Nezahualpilli, Axayácatl, Xiconténcatl el Viejo, Aquiauhtzin de Ayapanco o Fernando de Alva Ixtlixóchitl aparecen recogidos también en este precioso volumen.

 

20Dic/19

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA (PRIMERA PARTE). JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS

Descubrir a autores como José Mauro de Vasconcelos (Rio de Janeiro 1920, Sao Paulo 1984), me recuerda que amo la literatura porque nunca deja de sorprenderme. Guarda joyas literarias, autores increíbles, historias fascinantes, que tenemos fácilmente al alcance de nuestra mano. ¿Se puede pedir más?

«Mi planta de naranja-lima» llegó a mi un día cualquiera en el que entré, como muchas otras veces, en una tienda de libros de segunda mano para ver que había. En una estantería olvidada, sobresalía un libro con un título en español, cosa poco frecuente aquí en Alemania. Lo saqué, le sacudí el polvo y, confieso, que la portada tan poco atractiva, me hizo, sin darle una segunda oportunidad, volver a colocarlo donde estaba. Seguí curioseando otros libros de autores clásicos alemanes, pero algo me hizo volver a aquel libro al que había, injustamente, rechazado por su antiestética portada. Esta vez, lo abrí y topé con una pequeña foto del autor. Un hombre con semblante resignado que me produjo mucha ternura. Después, ya dispuesta a perdonar la portada, me centré en el título. Ese título tan sencillo y tan «exótico» en un día triste y gris muniqués, me hizo darle esa oportunidad que merecía. Lo compré finalmente. No podía abandonar a ese libro a su suerte. Sentí que tenía que sacarlo de allí y rescatarlo. ¿Quién se iba a fijar en él? Tenía pocas oportunidades de tener una vida mejor. Una vez limpio, podría convivir con otros libros en español en mis estanterías. Se sentiría más arropado y cómodo entre «colegas», que allí olvidado y triste entre clásicos alemanes que siempre le mirarían con cierto aire de superioridad. Y yo, dándome toda la importancia del mundo, lo metí en mi bolso, creyendo que había hecho algo grande por la novela, sin saber minutos después que la novela había estado esperándome en esa tienda, para regalarme a mi grandes momentos de lectura. Cuando, días después terminé de leerla, la coloqué en la estantería, junto con mis otros libros, la acerqué a mi, como dándole un abrazo y agradeciéndole que me estuvo esperando hasta que aquella mañana triste y gris. Sin duda, había tenido mucha suerte de haberla conocido.

Aquella mañana, entré a un Café, y la abrí. Mi orgullo de lectora quería darle «una oportunidad». Sólo fueron necesarias las cinco primeras frases de lectura para darme cuenta de que estaba ante un obra maestra de la literatura brasileña.

La novela comenzaba así:

«Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo.»

Y ya no pude parar de leer. Tres días seguidos que me sumergieron en el mundo de Zezé, el niño protagonista de cinco años, pobre, como su familia. Zezé, ese niño que con cinco años ha aprendido a leer solo, para asombro de toda su familia, sobre todo de su tío Edmundo. Ese tío que le enseña la cultura, que le engrandece sus logros. Zezé, que por ese logro irá a la escuela, que será un ángel en el aula mientras en casa creen que es el mismísimo diablo, aunque lo único que sucede es que es travieso y nada más. Zezé, el niño que tiene  muchos hermanos: Totoca, de nueve años, su hermano mayor que le enseña cosas de la vida, de fuera, cruzar carreteras por ejemplo, que sabe silbar incluso, pero que no tiene la suficiente sensibilidad para entender que también es posible «cantar para adentro», Jandira, la mayor, de 22 años, Lalá, que ya trabaja en la misma fábrica donde han echado a su padre, Gloria, de 15 años, la única que le defiende del maltrato que sufre en casa por parte de sus padres y sus otros hermanos y el pequeño Luis, al que Zezé llama cariñosamente «El Rey Luis» y al que adora.

Por supuesto Zezé tiene a su papá y a su mamá e incluso a su abuela Dindinha. Su papá, Paulo Vasconcelos, ha perdido el empleo por una pelea con el gerente de la fábrica de su pueblo. Su mamá Estefanía Pinagé, esa mujer que canta mientras tiende la ropa y que está muy orgullosa de ser hija de indios, trabaja en un telar para sacar a su familia adelante, la familia pobre.

Para buscar un futuro mejor, la familia debe mudarse a otro pueblo, y allí en esa casa nueva que les espera, Zezé va a encontrar un amigo, un amigo al que le irá contando su vida, una planta de naranja-lima que está en el jardín y al que el niño pondrá el nombre de Minguito.

«-¿Pero tú hablas de verdad?

-¿No me estás escuchando?

Y se rió bajito. Casi salí gritando por la quinta. Pero me sujetaba la curiosidad.

-¿Por dónde hablas?

-Los árboles hablan por todas partes. Por las hojas, por las ramas, por las raíces. ¿Quieres ver’ Apoya tu oído aquí en mi tronco y vas a escuchar palpitar mi corazón.

Me quedé medio indeciso, pero viendo su tamaño perdí el miedo. Apoyé la oreja y una cosa lejana hacía tic…tac…tic…tac

-¿Viste?

-Pero, dime, ¿todo el mundo sabe que hablas?

-No. Solamente tú.

-¿De verdad?

-Puedo jurarlo. Un hada me dijo que cuando un niño igual a ti se hiciera amigo mío, yo podría hablar y ser muy feliz.»

Zezé tiene sueños, como cualquier niño. «Cuando yo crezca quiero ser sabio y poeta y usar corbata de moño». Cuando demostró que podía leer, Jandira se quedó boquiabierta oyéndole leer la oración que pedía a los ciegos la bendición y protección para la casa, y que ahuyentaran los malos espíritus. El tío Edmundo asombrado fue a llamar a la abuela para explicarle que incluso leía bien la palabra farmacia. «La abuela rezongó que el mundo estaba perdido» Pero el tío le tomó de la barbilla y le dijo emocionado: «Vas a ir lejos tunante. No por nada te llamas José. Vas a ser el Sol, y las estrellas brillarán a tu alrededor.»

José Mauro de Vasconcelos recrea en este libro sus recuerdos de infancia en el barrio carioca de Bangú con una ternura, un colorido y unos diálogos prodigiosos. Les invito a abrir este libro cautivador, uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea. Este volumen forma parte de una tetralogía autobiográfica, no ordenada cronológicamente, formada por tres novelas más:

«Vamos a calentar el sol» (1974), trata sobre su traslado a Natal.

«Doidao» (1963), en el que se recogen sus vivencias de adolescente.

«Confesiones de Fray Calabaza» (1966), trata sobre su vida adulta.

«Mi planta de naranja-lima» fue publicada por primera vez en 1968, y presentada al público como la historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente. Quizás tenían razón, pero el libro presenta a un niño de principio a fin, con sus sueños, sus inquietudes, su inocencia, su ilusión por la Navidad, por los regalos. Sufre cuando su hermano Luis no tiene regalos, sufre porque su padre no tiene trabajo, sufre porque sabe que su madre no sabe ni leer ni escribir, pero en su inocencia de niño sigue siendo un niño que sueña con solventar todos esos problemas que le hacen daño en su corazón, cuando se haga mayor. Es consciente de su pobreza y no entiende que el Niño Jesús no se acuerde de él.

Un pasaje especialmente duro es de la cena de Nochebuena y la víspera de Navidad. Aunque Totoca advierte a Zezé que es mejor no esperar nada para no decepcionarse, aunque la cena ha sido un desastre, en la que todos estaban tristes y aunque año tras año nunca ha recibido nada Zezé no se da por vencido. Es la ilusión que un niño nunca pierde.

«-Voy a poner mis zapatillas al otro lado de la puerta.

-No las pongas. Es mejor.

-Las voy a poner, sí. A lo mejor sucede un milagro. ¿Sabes una cosa Totoca? Quisiera un regalo. Uno solo. Pero que fuese algo nuevo. Sólo para mí…

(…)

Abrí la puerta del dormitorio y, para decepción mía, las zapatillas estaban vacías. Totoca se acercó, limpiándose los ojos.

-¿No te lo había dicho?

Diversas sensaciones, entremezcladas, se acumularon en mi alma. Era odio, rebelión y tristeza. Sin poder contenerme exclamé:

-¡Qué desgracia es tener un padre pobre!…

(…)

Papá se hallaba de pie, mirándonos. La tristeza había hecho enorme sus ojos. (…) Había en sus ojos una tristeza dolorida, tan fuerte, que aún queriendo llorar no lo hubiera logrado. Se quedó un minuto, que no acababa nunca, mirándonos, después pasó a nuestro lado, en silencio. Estábamos paralizados, sin poder decir nada. Tomó el sombrero que estaba sobre la cómoda y se fue de nuevo para la calle.»

Totoca le tacha de malvado a Zezé. Pero Zezé no se había dado cuenta de que el padre les estaba mirando.

«Tuve ganas de salir corriendo por la calle y agarrarme llorando a las piernas de papá. Decirle que había sido muy malo, realmente malo. Pero continuaba quieto, sin saber qué hacer. Necesité sentarme en la cama. Y desde allí miraba mis zapatillas, siempre en el mismo rincón, vacías. Vacías como mi corazón, que fluctuaba sin gobierno.»

La vida en la escuela cambia a Zezé. La profesora, Cecilia Paim, le tiene en alta estima, le dice que es él el que mejor lee de clase. Zezé está orgulloso de si mismo. Su mamá trabajará horas extras para comprarle un traje, un traje que el llama de poeta. Paim está viendo toda la bondad que guarda dentro el chiquillo. Y eso refuerza al niño, su autoestima, aunque le cuesta creérselo aún.

 > SEGUNDA PARTE

20Dic/19

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA (SEGUNDA PARTE) JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS

< PRIMERA PARTE

«Los años pasaron, mi querido Manuel Valadares. Hoy tengo cuarenta y ocho años y, a veces, en mi nostalgia, siento la impresión de que continúo siendo una criatura. Que en cualquier momento vas a aparecer trayéndome fotos de artistas de cine o más bolitas. Tú fuiste quien me enseñó la ternura de la vida, mi Portuga querido. Hoy soy yo el que tiene que distribuir las bolitas y las figuritas, porque la vida sin ternura no vale gran cosa. A veces soy feliz en mi ternura, a veces me engaño, lo que es más común.»

A Minguito, Xururuca cuando le habla con más cariño, Zezé se lo cuenta todo, los cuentos que no le gustan, las historias que le apasionan, las peleas en la escuela, el juego del «murciélago», su amistad inesperada y entrañable con un rico portugués, Manuel Valadares, que siente mucha lástima por el chiquillo… Todo. La vida continúa y su árbol cada vez crece más, como una metáfora de él y de sus experiencias.

«Minguito había dado un gran estirón y pronto, muy pronto, estaría dando flores y frutos para mí. Los otros naranjos demoraban mucho. Mi planta de naranja-lima era «precoz», como tío Edmundo decía de mí. Después, él me explicó lo que eso significaba: era cuando las cosas sucedían mucho antes de que otras ocurrieran. Finalmente, me parece que no supo explicarlo muy bien. Lo que quería decir, simplemente era que algo se adelanta… Entonces yo tomaba trozos de cordón, sobre hilos y agujereaba un montón de tapitas de botellas para ir a enjaezar a Minguito. ¡Había que ver lo lindo que quedaba! El viento, golpeándolas, hacía chocar una tapita contra otra y parecía que estaba usando las espuelas de plata de Fred Thompson cuando montaba su caballo «Rayo de Luna».

En esta segunda parte del libro, la amistad de Zezé con el rico portugués hace que reflexionemos sobre una cosa muy importante, como la figura de una persona puede calar en el corazón y en la cabeza de un niño, transformándolo, en este caso, para bien. Y también que la amistad no entiende de edades y que la vida sin cariño y sin ternura, no tiene mucho valor, como muy acertadamente apunta el autor brasileño.

Zezé está cansado de su pobreza, de las palizas que le propina su padre, de escuchar una y otra vez que es un diablo. Por eso se apoya en el portugués. A él incluso le llega a decir que quiere suicidarse. A él le llega a decir, incluso, que le compre como hijo.

«Y si no me quieren dar, tú me compras. Papá está sin ningún dinero. Seguro que me vende. Si pide muy caro puedes comprarme a crédito, así como hace don Jacobo cuando vende…»

Zezé también se desahoga con Minguito. Le confiesa que significa Portuga para él. Y aquí queda de manifiesto, como la conducta de unos padres hacia los hijos, es algo que puede marcar para siempre, en este caso de la forma más triste posible. Al igual que una situación de pobreza, le hará al niño, soñar con un futuro mejor.

«…después de que él apareció en mi vida mi padre quedó convertido en una lechuza. Todo lo que hago él encuentra que está bien. Pero lo encuentra así, de un modo diferente. No es como otros, que dicen: «Ese chico va a ir lejos». ¡Ay, muy lejos, pero nunca salgo de Bangu!

Miré a Minguito con ternura. Ahora que había descubierto lo que era ternura la ponía en todo lo que me gustaba.

-Mira Minguito quiero tener doce hijos y otros doce. ¿Entiendes? Los primeros serán todos chicos y nunca van a recibir palizas. Los otros doce van a hacerse hombres. Y les voy a preguntar: «¿Qué quieres ser, hijo? ¿Leñador? Entonces, listo; aquí están el hacha y la camisa a cuadros. ¿Quieres ser domador de circo? Listo: aquí están el látigo y el uniforme…»

-Y en Navidad, ¿cómo vas a hacer con tantas criaturas?

¡También Minguito tenía cada cosa! Interrumpir en un momento así…

-En Navidad voy a tener mucho dinero. Compraré un camión de castañas y avellanas. Nueces, higos y pasas. Y tantos juguetes que hasta ellos van a tener que prestárselos a los vecinos pobres… Y voy a tener mucho dinero, porque de ahora en adelante quiero ser rico, muy rico, y además voy a ganar en la lotería…»

Pasará el tiempo y el padre intentará recomponer todo lo dañado, restituir todo lo perdido. Pero ya es tarde.

«¿Qué quiere ese hombre que me sienta en sus rodillas? Él no era mi padre. Mi padre había muerto. El Mangaratiba lo mató.»

Para saber a quién se refiere Zezé, tienen que leer este bello libro cargado de dolor y de poesía, de lecciones de vida y sobre todo y a pesar de todo, de esperanza, de ilusión, de ternura.

14Dic/19

UN RECUERDO NAVIDEÑO. TRUMAN CAPOTE

«En cuanto a mí, podría dejar este mundo con un día como hoy en la mirada.»

 

¿Se imaginan estar durante todo el año intentando ganar dinero de las formas más inverosímiles posible para, en noviembre, tener el dinero suficiente para hacer treinta tartas de Navidad y regalarlas? Buddy, de tan solo siete años y su prima lejana de setenta y tantos, lo hacen cada año.  Viven juntos en una casa, seguramente en Alabama, una casa donde conviven con otros familiares, que además de no tenerles en estima, tampoco les proporcionan mucho dinero «ellos creen que una moneda de diez centavos es una fortuna». Pero los amigos no se vienen abajo, organizan tómbolas de cosas viejas, venden baldes de zarzamoras que ellos mismos recolectan, tarros de mermelada casera y de jalea de manzana y de melocotón en conserva, recogen flores para funerales y bodas, y hasta ponen en marcha una museo de monstruos en una leñera. Todo está destinado al Fondo para Tartas de Frutas.  «Pero entre unas cosas y otras vamos acumulando casa año nuestros ahorros navideños (…) Sólo sacamos el monedero de su seguro escondrijo para hacer un nuevo depósito, o, como suele ocurrir los sábados, para algún reintegro; porque los sábados me corresponden diez centavos para ir al cine. Mi amiga no ha ido jamás al cine, ni tiene intención de hacerlo;

-Prefiero que tú me cuentes la historia, Buddy. Así puedo imaginármela mejor. Además, las personas de mi edad no deben malgastar la vista. Cuando se presente el Señor, quiero verle bien».

Y aquí estamos con ellos, en una mañana de finales de noviembre, en una cocina de una viejo caserón de pueblo. Si, con ellos, contando el dinero que tienen guardado con celo debajo de la cama de la entrañable y encorvada anciana. Estamos con Buddy, su prima y su perrilla Queenie. Se necesitan muchas cosas y dinero para comprarlas. Cerezas, cidras, jengibre, vainilla, piña hawaiana en lata, pacanas, pasas, nueces, whisky, esencias, montones de harina, mantequilla y muchísimos huevos.

Y estamos con ellos gracias a Truman Capote (Nueva Orleans, Luisiana, Estados Unidos, 1924, Bel-Air, Los Ángeles, California, Estados Unidos, 1984), el genial Capote, que con su maestría recogió en este bello cuento de Navidad la que debería ser la esencia de estas celebraciones, la sencillez y la generosidad. Desde la humildad y la belleza de su prosa literaria, increíble como siempre en el autor norteamericano, este cuento titulado «Un recuerdo navideño», narrado en primera persona por Buddy, se hace imprescindible de abrir, de leer en estas fechas. Es magnífico, único y bello como pocos. Advierto, que el final del cuento, irremediablemente les hará llorar. Ahí se refleja la grandeza del escritor, la verdad de la historia y la nobleza de estos personajes que nunca podrán olvidar, entrañables y encantadores.

Después de cuatro días de arduo trabajo al lado de la estufa negra cargada de carbón y leña, este par de amigos acaban sus tartas. «Treinta y una tartas, ebrias de whisky, se tuestan al sol de los estantes y los alféizares de las ventanas.

¿Para quién son?

Para nuestros amigos. No necesariamente amigos de la vecindad: de hecho, la mayor parte las hemos hecho para personas con las que quizás sólo hemos hablado una vez, o ninguna. Gente de la que nos hemos encaprichado. Como el presidente Roosevelt. Como el reverendo J.C. Lucey, y señora, misioneros baptistas en Borneo, que el pasado invierno dieron unas conferencias en el pueblo. O el pequeño afilador que pasa por aquí dos veces al año. O Abner Packer, el conductor del autobús de las seis que, cuando llega de Mobile, nos saluda con la mano cada día al pasar delante de casa envuelto en un torbellino de polvo. O los Wiston, una joven pareja californiana cuyo automóvil se averió una tarde ante nuestro portal, y que pasó una agradable hora charlando con nosotros (el joven Wiston nos sacó una foto, la única que nos han sacado en nuestra vida).»

Es enternecedor conocer los destinatarios de estas tartas, pero hay una razón que es aún más enternecedora.

«¿Es debido a que mi amiga siente timidez ante todo el mundo, excepto los desconocidos, por lo que esos desconocidos, y otras personas a quienes apenas hemos tratados, son para nosotros nuestros amigos más auténticos? Creo que sí. Además, los cuadernos donde conservamos las notas de agradecimiento con el membrete de la Casa Blanca, las ocasionales comunicaciones que nos llegan de California y Borneo, las postales de un centavo firmadas por el afilador, hacen que nos sintamos relacionados con unos mundos rebosantes de acontecimientos, situados muy lejos de la cocina y de su precaria vista de un cielo recortado.»

«Estamos en la ruina», aclara Buddy a los lectores. Han pagado los envíos y los sellos. «Es una situación que me deprime notablemente, pero mi amiga está empeñada en que lo celebremos; con los dos centímetros de whisky que nos quedan en la botella de Jajá.» Y así lo hacen, lo celebran, y cantan y bailan, hasta que los otros parientes regañan a la vieja y Buddy se apiada de ella cuando llora, mientras la familia asegura que es una mala influencia para el niño, el niño la abraza y le asegura que es divertida, más divertida que nadie.

Los preparativos para recibir la Navidad no han acabado. Los primos están dispuestos a conseguir el mejor árbol para decorar en estas fiestas. La anciana sabe donde encontrarlo.

La descripción de este pasaje es de una gran belleza.

«De mañana. La escarcha helada da brillo a la hierba; el sol, redondo como una naranja y anaranjado como una luna de verano, cuelga en el horizonte y bruñe los plateados bosques invernales. Chilla un pavo silvestre. Un cerdo renegado gruñe entre la maleza. (…) Dos kilómetros más: de espinas, erizos y zarzas que se nos enganchan en la ropa: de herrumbrosas agujas de pino, y con el brillo de los coloridos hongos y las plumas caídas. Aquí, allá, un destello, un temblor, un éxtasis de trinos nos recuerdan que no todos los pájaros han volado hacia el sur. El camino serpentea siempre entre los charcos alimonados de sol y sombríos túneles de enredaderas. Hay que cruzar otro arroyo: una fastidiada flota de moteadas truchas hace espumear el agua a nuestro alrededor, mientras unas ranas del tamaño de platos se entrenan a darse panzadas; unos obreros castores construyen un dique. En la otra orilla, Queenie se sacude y tiembla. También tiembla mi amiga; no de frío, sino de entusiasmo. (…)

-Casi hemos llegado. ¿No lo hueles, Buddy?, dice, como si estuviéramos aproximándonos al océano. Y, en efecto, es como cierta clase de océano. Aromáticas extensiones ilimitadas de árboles navideños, de acebos de hojas punzantes. Bayas rojas tan brillantes como campanillas sobre las que se ciernen, gritando, negros cuervos.»

Quieren un árbol alto, para que ningún chico pueda robarle la estrella. «El que elegimos es el doble de alto que yo. Un valiente y bello bruto que aguanta treinta hachazos antes de caer con un grito crujiente y estremecedor.» Y la día siguiente es el momento de adornarlo. Aprendamos, por favor, de este relato, porque en cada una de estas misiones familiares, hay un mensaje, la felicidad a través de la sencillez de la vida.

«Un baúl que hay en la buhardilla contiene: una caja de zapatos llena de colas de armiño (procedentes de la capa que usaba para ir a la ópera cierta extraña dama que en tiempos alquiló una habitación de la casa), varios rollos de gastadas cenefas de oropel que el tiempo ha acabado dorando, una estrella de plata, una breve tira de bombillas en forma de vela, fundidas y seguramente peligrosas. Adornos magníficos, hasta cierto punto, pero que no son suficientes: mi amiga quiere que el árbol arda «como una vidriera de una iglesia baptiste», que se le doblen las ramas bajo el peso de una copiosa nevada de adornos. Pero no podemos permitirnos el lujo de comprar los esplendores made-in- Japan que venden en la tiene de baratijas. De modo que hacemos lo mismo que hemos hecho siempre; pasarnos días y días sentados a la mesa de la cocina, armados de tijeras, lápices y montones de papeles de colores. Yo trazo los perfiles, y mi amiga los recorta: gatos y más gatos, y también peces (porque es difícil dibujarlos), unas cuantas manzanas, otras tantas sandías, algunos ángeles alados hechos con las hojas de papel del estaño que guardamos cuando comemos chocolate. Utilizamos imperdibles para sujetar todas esas creaciones al árbol; a modo de toque final, espolvoreamos por las ramas las bolitas de algodón (recogidos para este fin el pasado agosto). Mi amiga, estudiando el efecto, entrelaza las manos.

-Dime la verdad, Buddy. ¿No está para comérselo?.»

La última misión son los regalos que pondrán debajo del árbol de Navidad. Buddy sueña con regalar a su amiga una navaja con inscrustraciones de perlas en el mango, una radio o cerezas recubiertas de chocolate. Su amiga sueña con regalarle una bicicleta. «Si pudiera Buddy. La vida ya es bastante malas cuando tienes que prescindir de las cosas que te gustan a ti; pero, demontres, lo que más me enfurece es no poder regalar aquello que les gusta a los otros. Pero cualquier día te la consigo, Buddy. Te localizo una bici. Y no me preguntes cómo. Quizá la robe». Pero nada de esto ocurre. Como ya ha sucedido otros años se regalan unas cometas.

«Hay viento, Buddy.

Hay viento, y nada importará hasta el momento en que bajemos corriendo al prado que queda cerca de casa (…) Una vez allí, nadando por la sana hierba, que nos llega hasta la cintura, soltamos nuestras cometas, sentimos sus tirones de peces celestiales que flotan en el viento. Satisfechos, reconfortados por el sol, nos despertamos en la hierba y pelamos mandarinas y observamos las cabriolas de nuestras cometas. (…)

-¡Pero que tonta soy»!, exclama mi amiga, repentinamente alerta, como la mujer que se ha acordado demasiado tarde de los pasteles que había dejado en el horno.

-¿Sabes que había creído siempre?, me pregunta en tono de haber hecho un gran descubrimiento, sin mirarme a mí, pues los ojos se le pierden en algún lugar situado a mi espalda. Siempre había creído que para ver al Señor hacía falta que el cuerpo estuviese enfermo, agonizante. Y me imaginaba que cuando Él llegase sería como contemplar una vidriera baptista (…) Pero apuesto a que no es eso lo que suele ocurrir. Apuesto a que, cuando llega al final, la carne comprende que el Señor ya se ha mostrado. Que las cosas, tal como son- su mano traza un círculo, en un ademán que abarca nubes y cometas y hierba, y hasta a Queenie, que está escarbando la tierra en la que ha enterrado el hueso, tal como siempre las ha visto, eran verle a Él. En cuanto a mí, podría dejar este mundo como un día como hoy en la mirada.»