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17Mar/20

EL TIGRE. JOËL DICKER

 

 

 

 

Joël Dicker (Suiza, 1985) se presentó, con tan solo diecinueve años, a un concurso literario con su primer gran relato El tigre. El jurado tomó por plagio su obra y decidió no premiarla ya que no podían creer que un muchacho de su edad pudiera escribir de una manera tan magistral. «Si usted es realmente el autor, le consoló la presidenta del jurado, le garantizo que antes de los treinta recibirá un galardón importante». Y así fue. A los veintisiete años, el suizo obtuvo el Gran Premio de la Academia Francesa y el Goncourt des Lycéens con La verdad sobre el caso Harry Quebert, que lo convirtió en un fenómeno literario con cerca de seis millones de lectores.

Este precioso relato que hoy les invito a abrir, editado por Alfaguara e ilustrado con las bellas imágenes del reconocido artista plástico e ilustradoe de David de las Heras (Bilbao, 1984), nos lleva hasta la lejana Siberia de 1903. Como nos cuentan en la contraportada, una aldea «ha sido masacrada por un tigre de tamaño descomunal y el Zar ha ofrecido una recompensa para quien acabe con la fiera. Joven e inexperto, Iván Levovitch acepta un desafío que se revela aterrador, pues no se sabe quién es el cazador y quién la víctima.»

En Moscú y en San Petersburgo no se habla de otra cosa, la aldea de Tibié, donde solo habitan mujiks ha sido asolada por un tigre. Dos monjes, que viajaban por el país y se detuvieron en el pueblo, han dado fe de el suceso. Han podido ver cadáveres por doquier tanto de personas como de animales y todos presentaban las mismas señales. «parecían haber sido degollados y desgarrados violentamente.» El Zar está preocupado por lo que sucede en la otra punta del país en la «intrigante Siberia». Los religiosos no se explican aún, como el tigre les ha perdonado la vida.

La situación es insostenible y el Zar hace saber que aquel que traiga al Palacio Real los despojos de aquel Tigre devorador de hombres que atemoriza Siberia recibirá, una vez confirmado, claro está, que se trate de la fiera en cuestión «el peso del animal en moneda de oro.»

Para el joven petersburgués Iván Levovitch, de unos veinte años y procedente de una modesta familia de la capital, la oferta es muy atractiva, se presenta tentadora ante sus ojos. El decreto real le ofrecía «la inesperada ocasión de hacerse rico y famoso, y de poder atravesar el profundo foso que le separaba del lujo de la alta sociedad rusa.» Ambicioso y fuerte, el muchacho compra un fusil con sus ahorros y decide embarcase en medio del invierno ruso «en un tren que lo llevaría hacia el Este.»

Iván comienza su aventura con dudas, con miedo y con recelo. «Para darse un máximo de posibilidades, Iván decidió buscar al Tigre como se busca a un criminal.» Un vagabundo le guía hasta el pueblo de Skolkele, en medio de una llanura nevada. Allí unos campesinos le aseguran que el Tigre es enorme. «Sus dientes son como sables y sus ojos como cañones. Tiene la potencia de un caballo y la agilidad de un águila. Nos lo ha enviado el diablo… ¡por nuestros pecados!»

El joven atraviesa Siberia durante cuatro semanas, «trazando minuciosamente la progresión criminal del Tigre.» «Por el camino se cruzó con decenas de cazadores, en muchos casos mejor equipados y entrenados que él.» Los habitantes que aún quedan en las aldeas siempre se muestran hospitalarios con el muchacho, ayudándole en su hazaña en la medida de sus posibilidades, con comida y cobijo. Iván comienza a tener dudas, ha pasado mucho tiempo, entra la primavera y piensa que puede ser lógico que el Tigre ya haya sido cazado y entregado al Zar porque él no tiene ninguna posibilidad de recibir noticias allá donde se encuentra. Así es que pesaroso decide ir a la estación de Kadachka, vender su montura y abandonar la empresa, pero entonces sucede algo que estaba, de alguna manera esperando, quizás como si se revelase ante él una señal del destino. «Se estaba formando un remolino de gente alrededor de un carro que transportaba el cuerpo mutilado y destrozado de un hombre que milagrosamente seguía con vida. De las puertas de las casas salía gente armada. El Tigre había atacado de nuevo.» Ahora Iván lo tiene claro, continuará hasta alcanzar su objetivo.

«Todos los rumores que circulaban coincidían en decir que el Tigre era enorme, y que sus ojos, de fuego, no se separaban de su presa hasta haberla degollado. Solo mataba por el placer de arrancar vidas y no tenía piedad con el que caía en sus garras.» Además, parecía que las gentes ya conocían las tretas del animal. «Su método es siempre el mismo. Ataca a la gente indefensa y a los grupos desarmados.»

Al fin sucede, Iván encuentra al Tigre por primera vez. El animal le salta encima. «Entonces el Tigre, con un bufido amenazante, soltó su presa y salió corriendo. No se internó en el bosque para esconderse, sino que se lanzó a través de una vasta llanura. (…) El felino le había dejado con vida y, más que un gesto magnánimo, Iván lo consideró una afrenta personal. En su cabeza resonaban aún las palabras del anciano que había conocido en la procesión vengativa: «El Tigre solo ataca a los débiles», le había dicho. Lanzándose sobre él sin matarlo, el animal lo ridiculizaba. Se reía de su larga búsqueda, se burlaba de su estrategia. Lo consideraba más insignificante que los niños y las cabras que había degollado hasta entonces, negándose a matarlo. Iván apretó los puños con rabia: así que era un débil, un inútil.» Pero lo peor para el muchacho fue darse cuenta de que su caballo había sido matado por el Tigre. «Había matado al caballo y dejado a Iván con vida: aquello era excesivo.» «Oteando la llanura por la que había desparecido el felino se puso a gritar con todas sus fuerzas: ¡Morirás, Tigre! ¡Morirás! ¡Te mataré! ¡Te mataré!» Y, repitiendo incansable estas últimas palabras, se giró sobre sí mismo para que el viento llevase ese mensaje hasta el Tigre en todas direcciones. Estaba avisado. (…) Quería verlo muerto, quería despedazarlo y hacerse una capa con su piel. Quería hundirse en una bañera llena de oro, cómodamente instalado en San Petersburgo.» Eso quería Levovitch, y además tenía un plan.

El plan comenzó por convencer al campesino Tchevtchenko, dueño de la casa donde se alojaba, de su idea. «Si tú y tu familia me ayudáis a matar al Tigre, os daré la mitad de la recompensa (…) El Tigre solo ataca a las personas indefensas. ¡Vais a servir de cebo!» Las «hábiles» palabras de Iván terminaron por convencer al campesino. Así sacaría a su familia de la miseria para siempre, pensó el humilde hombre. «Y además, el plan que había ideado Iván parecía eficaz y seguro: al caer la noche, Tchevtchenko y su familia se instalarían en la pradera, al lado de su casa, encenderían un pequeño fuego de campamento y simularían aprovechar las primeras noches suaves de la primavera. A unos veinte metros de ellos, escondido tras una ventana del viejo granero de madera, Iván esperaría pacientemente al Tigre. Al estar la familia en un claro, era imposible que le pillara la sorpresa. A la luz del fuego, el joven podría ver cómo se acercaba la fiera con antelación y abatirla antes de que tuviera tiempo de atacar a la familia.»

¿Llevará Iván a cabo su plan? ¿Aparecerá el Tigre por sorpresa destruyendo todas sus ideas y sus ansias de triunfo? ¿Secundará finalmente la familia lo trazado por Iván? ¿Será proporcional la generosidad de Iván a la que hasta ahora los campesinos de esos remotos pueblos le han demostrado a él?  Para eso, tienen ustedes que abrir el libro, editado por Alfaguara, y disfrutar de esta magnífica historia con final inesperado y magistral. No les decepcionará.

«Tumbados el uno junto al otro, se miraron a los ojos durante toda la noche.»