ENRIQUE V. WILLIAM SHAKESPEARE
Es posible que Enrique V sea la obra de teatro del genial dramaturgo inglés William Shakespeare (Stratford- upon- Avon, Warwickshire, Reino de Inglaterra 1564-1616), que más me guste. The Cronicle History of Henry the fifht o The life of Henry the fifth, como también se la conoce, ya que estos fueron los títulos anteriores de la pieza, es la última obra de la llamada Tetralogía de Lancaster, precedida ésta por Ricardo II, Enrique IV (parte 1) y Enrique IV (parte 2). Los lectores, por tanto, ya conocemos a Enrique V, aunque en esta obra que aquí les presento y le invito a leer, si pudiera ser en su lengua original, mucho mejor, ya que el placer es doble, el joven príncipe ya no es aquel hombre indisciplinado y algo bruto que el escritor inglés plasma en sus obras anteriores. El príncipe se ha hecho mayor, con todo lo que conlleva eso de responsabilidad y su objetivo será conquistar Francia. Su padre ha muerto y el se presenta a su país como un gran gobernante. Si bien es cierto y hay que tenerlo en cuenta que después de la muerte de Enrique IV, Inglaterra se había fortalecido internamente y su economía igualmente. Esto suponía una enorme ventaja para el sucesor
Shakespeare acota el contexto histórico en los sucesos que van antes y después de la famosa batalla de Azincourt, que tuvo lugar durante la Guerra de los Cien Años.
El argumento arranca con una gran provocación y un hombre oportunista, el arzobispo de Canterbury. El delfín de Francia ha rechazado la idea y el deseo de Enrique de llegar a ocupar el trono francés y para hacérselo saber le ha mandado unas pelotas de tenis, como gesto, según el francés de reconciliación. El religioso, movido por su propio interés, le explica al rey que este gesto no es más que una altanería del monarca francés, ya que el arzobispo teme un nuevo rey que apoye una ley por la que la Iglesia perdería fuerza y bienes. Le insta a que tome las armas y se embarque en la batalla con Francia.
Enrique, que se ha convertido ya en un sagaz y astuto monarca, está pendiente de todas las señales que ocurren a su alrededor. Ricardo de Conisburhg, tercer conde de Cambridge juntos con otros dos hombres han intentado asesinarle en Southampton. Él ha descubierto el complot. Al fin, decide seguir las indicaciones del arzobispo y ir a la guerra con Francia.
En el sitio de Harfleur, Enrique logra triunfar, pero eso sí, con una tropa ya bastante debilitada y, lo que es peor, enferma. Sin embargo, esto no impide que, con la mayor parte de su ejército, marche hacia Calais, donde tienen previsto pasar el invierno.
Por supuesto, el rey francés no está cruzado de brazos, y ha reunido un ejército mayor aún para interceptar al rey inglés en Azincourt. Enrique cuenta con pocas posibilidades, su ejército cuenta con 12.000 soldados agotados y enfermos de disentería, frente a los 20.000 con los que cuenta el enemigo y, además, sin penalidades a sus espaldas.
Todos imaginan la batalla de Azincourt como un futuro fracaso, temen por sus vidas, ven la muerte más cerca que nunca. Pero una vez más la madurez del monarca sale a flote. Su carácter heroico y entusiasta le hace tomar una decisión. Tiene deseos de saber que piensa verdaderamente su tropa, que les hace sentir esa zozobra, por eso, decide vagar por el campamento de noche y disfrazado para reconfortar a los soldados y descubrir la opinión que tienen de él. Se mezcla con su tropa y hace una interesante reflexión de las responsabilidades que un rey debe tener:
«Williams: Pero si la causa no es justa, el mismo Rey tendrá unas cuentas pesadas que echar, cuando todas esas piernas, brazos y cabezas cortadas en batalla se reúnan en el día final y griten: «Morimos en tal sitio» (…)
Rey Enrique: La guerra es su verdugo (de Dios): la guerra es su castigo, así que hay hombres, que antes que quebrantaron la justicia del Rey y ahora son castigados en la guerra del Rey (…) Todo súbdito debe obediencia al Rey, pero el alma de cada súbdito es suya.»
Pero, en mi opinión, el más bello párrafo que esta obra tiene es el que corresponde a la conocida arenga del día de San Crispín. El monarca inglés desea animar a sus tropas la víspera de la batalla y lo hace con un discurso donde resalta el valor y la amistad por encima de todo, como garantía de éxito en la lucha. La arenga no comienza como una alocución sino como respuesta a uno de los hombres, a Westmoreland, que lamenta el que no estén diez mil hombres más, que seguramente ese día vivirán ociosos, cree él, en Inglaterra, ajenos a todo. El rey le contesta lo siguiente:
» King Hernry: What’s he that wishes so?
My cousin Westmoreland? No, my fair cousin.
If we are marked to die, we are enow
To do our country loss; and if to live,
The fewer men, the greater share of honour.
God’s will, I pray thee wish not one man more.
By Jove, I am not covetous for gold
Nor care I who doth feed upon my cost;
It yearns me not if men my garments wear;
Such outward things dwell not in my desires.
But if it be a sin to covet honour,
I am the most offending soul alive.
No, faith, my coz, wish not a man from England.
God’s peace, I would not lose so great an honour
As one man more, methinks,would share from me,
For the best hope I have. Oh, do not wish one more!
Rather proclaim it, Westmoreland, through my host,
That he which hath no stomach to this fight,
Let him depart. His passport shall be made,
And crowns for convoy put into his purse.
We would not die in that man’s company
That fears his fellowship to die with us.
This day is called the feast of Crispian.
He that outlives this day and comes safe home,
Will stand o’ tiptoe when the day is named
And rouse him at the name of Crispian.
He that shall see this day, and live old age,
Will yearly on the vigil feast his neighbors
And say, “Tomorrow is Saint Crispian”.
Then will he strip his sleeve and show his scars,
Old men forget; yet all shall be forgot
But he’ll remember with advantages
What feats he did that day. Then shall our names,
Familiar in his mouth as household words,
Harry the King, Bedford and Exeter,
Warwick and Talbot, Salisbury and Gloucester,
Be in their flowing cups freshly remembered.
This story shall the good man teach his son,
And Crispin Crispian shall ne’er go by,
From this day to the ending of the world,
But we in it shall be remembered:
We few, we happy few, we band of brothers;
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne’er so vile,
This day shall gentle his condition;
And gentlemen in England now abed
Shall think themselves accursed they were not here,
And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin’s day.»
En el día de San Crispín del año 1415 los reyes de Inglaterra y Francia y sus ejércitos libraron la batalla de Azincourt.
Los ingleses ganan la batalla de Azincourt, en parte gracias al papel de los arqueros ingleses sobre la caballería francesa y la mala estrategia del ejército galo. Es entonces cuando Enrique V intenta cortejar a Catalina de Valois, la princesa francesa. ¿Cómo actuará el monarca francés? ¿Querrá a Enrique como heredero al trono o lo rechazará? Es bien sabida la historia pero por si alguien aún no la conoce y tiene la suerte de que el final le es ajeno y quizás le sorprendería, dejo hasta aquí el resumen de esta magnífica obra, sublime, como toda las de Shakespeare.
Si bien se puede interpretar que el componente nacionalista impera en la obra, hay que situarlo en el contexto de la era isabelina, donde este sentimiento de patriotismo era algo propio de la época.
Si después de disfrutar de esta joya de la literatura inglesa y universal, les quedan ganas de ahondar o ver a Enrique V desde otra perspectiva, les invito con igual entusiasmo a que vean la película Enrique V (1989) del gran actor y director Kenneth Branagh (Belfast, Irlanda del Norte, 1960). La cinta estuvo nominada a los Óscar en las categorías de mejor dirección y mejor actor. Branagh interpreta al monarca inglés de forma sublime. La banda sonora de la película es espectacular.