24Dic/09

LA BAILARINA Y EL MAGO: UN CUENTO DE NAVIDAD

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Aunque el señor Mayer ya sabía que pasaría solo la Navidad, no le importaba lo más mínimo. Esto sucedía cada año, y al contrario de lo que sentiría cualquier persona si no tuviera a nadie a su lado con quien compartir un día tan señalado, el señor Mayer no estaba ni siquiera un poquito triste. Al señor Mayer le gustaba estar solo, y decirse a si mismo ¡Feliz Navidad! sin que nadie le molestase, y comerse su ganso relleno sin que nadie le quitara un trozo, y partir la tarta de chocolate tal y como a él le gustaba, en seis pedazos casi idénticos. También disfrutaba brindando solo y abriendo sus regalos solo.
El señor Mayer no tenía familia, desgraciadamente, pero lo más triste es que tampoco tenía amigos, ni siquiera un mascota que le diera un poco de compañía. Su gato Paul le había abandonado hacía ya mucho tiempo. Prefería la vida callejera y las raspas de pescado a los cojines de seda y la leche calentita de su amo. La vida en casa del señor Mayer era para Paul mucho más cómoda que la calle, pero no recibía nada de cariño, por eso el gato, un buen día, había decidido abandonarle. Cuando se subía encima de su amo, éste le echaba de un manotazo de nuevo al suelo, y ni siquiera sentía ganas de acariciarle. Así era el señor Mayer: huraño y distante, antipático y solitario.
Unos días antes de Navidad, el señor Mayer fue al centro de la ciudad en busca del regalo que se regalaría a si mismo. Todo le molestaba a su alrededor: los niños con los trineos, los cientos de puestos de figuritas y marionetas, las parejas bebiendo chocolate caliente, las abuelas comiendo buñuelos. Todo para él era innecesario. Cansado de soportar el bullicio, se fue alejando poco a poco hasta topar, de forma casual, con el escaparate de una tienda de antigüedades hasta ahora desconocida para él. El señor Mayer sentía debilidad por los objetos de épocas pasadas e incluso los coleccionaba.
En el escaparate se amontonaban libros polvorientos, saxofones oxidados, muñecas desnudas, espadas, y diademas con piedras preciosas. Al lado de los libros había una figurita que llamó poderosamente la atención del señor Mayer, una bailarina de porcelana con un tutú rosa, unas zapatillas del mismo color y un pequeño lazo en su moño de pelo castaño. Pero lo que más le gustó al señor Mayer fue la cara dulce y sonriente de la pequeña bailarina.
Entró en la tienda sin pensarlo dos veces, incluso con ansias de tener pronto entre sus manos aquella figurita, costase lo que costase.
El vendedor le puso un precio y el señor Mayer quedó conforme. Pero justo cuando se disponía a salir de la tienda con su preciado tesoro, el dueño de la tienda le explicó que había olvidado decirle que la bailarina iba acompañada por otra figurita, un mago. El señor Mayer observó el mago, un tipo bonachón de barriga grande, con esmoquin de pinguino, y sombrero de copa. No le llamó la atención.
-Si no le importa compraré sólo la bailarina, dijo el señor Mayer. El mago no me gusta.
-Si, por supuesto, contestó el dueño de la tienda. Sólo quería comentárselo para que supiera usted que era una pareja de figuritas, añadió. Yo las encontré juntas y así las compré en su día, y así han estado en mi escaparate hasta hoy, pero no tengo ningún problema en venderle sólo la bailarina.
-Gracias y ¡Feliz Navidad!, contestó el señor Mayer, que con la adquisición de la bailarina se había puesto de mejor humor.
Cuando llegó a casa dejó la porcelana en una de las mesitas del salón, junto a la librería. Tenía muchas cosas que hacer: decorar el árbol, preparar las galletitas de mantequilla,…y después envolvería a la bailarina en un precioso papel de regalo para volverla a sacar el día de Nochebuena y decirse a si mismo: ¡Feliz Navidad!.
La víspera de la festividad el señor Mayer disfrutó de su propia fiesta. Comió su ganso relleno, su tarta de chocolate y brindó con champán. Su gato Paul, picado por la curiosidad, se acercó hasta la casa de su antiguo amo, y allí desde el alfeizar de la ventana que daba al salón pudo ver como el señor Mayer sonreía sólo, comía sólo y ni tan siquiera se acordaba de él. En un intento de llamar la atención de su antiguo amo, Paul rasgo los cristales con las uñas, y la verdad es que no fue una buena idea porque el señor Mayer se levantó encolerizado para echarle.
-¡Vete de aquí maldito gato!, gritaba el señor Mayer. Eres un bicho desagradecido. Ahora te puedes quedar en la calle para siempre, yo no te necesito.
Paul se fue triste y el señor Mayer sonreía sólo de pensar que el gato ya había aprendido la lección. “Seguro que su vida en la calle es horrible”, se decía el señor Mayer sin ni tan siquiera pensar en lo que el pudo haber hecho mal para que Paul hubiese tomado la decisión de abandonarle.
Pasado el incidente fue corriendo hasta el árbol para abrir su regalo. Estaba ansioso por volver a ver a su bailarina de porcelana. Pero al liberarla del papel, el señor Mayer, se llevó una gran sorpresa. Su bailarina ya no estaba en posición de “demi plié”, su bailarina estaba sentada, y lo peor de todo es que ya no sonreía, al contrario, su cara reflejaba una gran tristeza.
El señor Mayer la tocó con miedo y como por arte de magia, la bailarina le habló.
-¿Está usted contento?, preguntó la figurita con voz suave.
¿Contento?, contestó contrariado el señor Mayer.
-Estas son las peores Navidades de mi vida, y todo gracias a usted, dijo la porcelana.
-¿Qué es lo que he hecho yo para que estés tan triste?, contestó el señor Mayer aún asustado ya que no daba crédito a que aquella pequeña figurita estuviera manteniendo una conversación con él.
-Me ha separado de mi padre, me ha separado de mi padre, repetía sollozando la figurita.
-¿De tu padre?
El señor Mayer comprendió todo en aquel mismo instante. Como ya le había advertido el dueño de la tienda de antigüedades, la bailarina y el mago iban juntos. Pero el nunca hubiera podido pensar que el mago era el padre de la bailarina.
-Yo era feliz al lado de mi padre, le explicó la pequeña pieza. Mientras yo bailaba él me sonreía, después sacaba de su chistera un gran ramo de rosas y yo le sonreía a él. Así ha sido desde siempre. Pero ahora mi vida ya no será igual sin él.
Al señor Mayer, como se sabe, no le importaban estas cosas, ni tan siquiera podía llegar a entender la tristeza de los demás, pero la bailarina si le había tocado el corazón. Aquella pequeña figurita estaba sola y desamparada, y eso le había dolido.
-A usted le gusta estar solo, se le nota en su cara triste, y es algo que yo ni nadie puede comprender, le dijo la bailarina. Pero yo no quiero estar sola, porque cuando uno está solo la vida es muy triste, y no tienes a nadie que te quiera, ni te acaricie, ni duerma a tu lado por las noches, ni nadie que coma un trozo de pastel de chocolate contigo, ni nadie a quien regalarle nada, ni nadie que te de un beso por las mañanas o por las noches. Todo es triste y feo cuando uno está solo.
El señor Mayer sabía que la bailarina tenía razón pero no quería decir nada al respecto. Ya era demasiado tarde para ponerse ahora a ser amable y simpático con la gente que le rodeaba. Demasiado tarde para que ya alguien quisiera hacerle caso. Así había pasado el tiempo, pensando en que cada día, sus antiguos amigos se habían olvidado ya para siempre de él.
-Yo creía que vivir solo, sin nadie era más cómodo, porque así no tendría que preocuparme por nada, le explicó el señor Mayer a la bailarina con gran tristeza y arrepentimiento. Después me he dado cuenta de que era un egoista, y que ahora nadie se preocupa por mí, pero creo que ya es demasiado tarde para volver atrás.
-Nunca es tarde para volver a ser feliz si aún tiene esta posibilidad entres sus manos señor Mayer, contestó la bailarina. Salga a la calle mañana, salude a sus vecinos, llame a sus antiguos amigos, pídales perdón, invíteles a tomar café con sus galletitas de mantequilla. Quizás alguno le perdone, estoy segura.
El señor Mayer estaba dispuesto a hacerlo. No quería vivir más en soledad. Se había engañado a sí mismo creyendo ser feliz. Pero lo cierto es que sin sus vecinos, sin sus amigos, los días eran muy largos, muy tristes. La pequeña figurita tenía razón. Mañana mismo volvería a ser el hombre que había sido, alegre y amable. Quería hacerlo, quería conseguirlo. Tenía voluntad y eso es, claro está, lo más importante para lograr lo que uno se propone.

Aún recordaba que los mejores momentos de su vida habían sido aquellos que había compartido con sus amigos y su familia.
Al día siguiente, era Navidad, y todo estaba cerrado. Aún así el señor Mayer fue a la tienda de antigüedades y el dueño le atendió amablemente en su casa. Bajó a la tienda a recoger al mago y le dio las gracias al señor Mayer por su compra. Al acercar el mago a la bailarina, la pequeña volvió a sonreir y empezó a bailar sobre la palma de la mano del señor Mayer. Éste se sentía muy orgulloso y contento de ver de nuevo a su figurita feliz. Pero de repente le entró una gran tristeza. No había nadie por la calle. Los vecinos estaban en sus casas con sus familias, sus amigos también, y ni tan siquiera su gato Paul callejeaba por los alrededores.
-No se preocupe, le dijo la bailarina. Podemos hacer otra cosa. Usted mismo llamarás a los vecinos para desearles una feliz Navidad y les invitará a ir a casa a comer galletitas y beber vino caliente.
-¿Yoooo?, contestó el señor Mayer. Me darán con la puerta en las narices después de lo antipático que he sido siempre.
-No lo creo, aseguró la bailarina. Tienes que hacerlo, es su última posibilidad.
La figurita tenía razón. Era su última posibilidad. El señor Mayer lo sabía bien. Pero lo que no sabía es que estaba al lado de un mago, y que éste estaba dispuesto a ayudarle.
-Tranquila hija, le había dicho el mago a la bailarina. Si algún vecino no quiere volver a saber nada del señor Mayer, o alguno de sus antiguos amigos no se acuerda ya de él, les echaré mis polvos mágicos sobre sus cabezas para que olviden todos sus rencores y vuelvan a recordar al señor Mayer tal y como era antes.
-¡Que gran idea!, le había contestado su hija. Es lo mínimo que podemos hacer por el señor Mayer, ya que ha sido tan bueno con nosotros. Tiene un buen corazón, estoy segura. El problema es que tantos años de soledad le han vuelto frío y huraño, pero en realidad él no es así.
-Opino lo mismo querida.
El señor Mayer se armó de valor y fue de casa en casa saludando e invitando a sus vecinos. Recorrió los barrios donde vivían sus antiguos amigos y les pidió perdón. El señor Mayer se llevó la gran sorpresa de su vida al ver que todos sus amigos y vecinos le recibían sin rencores. Creía no merecerlo pero recibió el cariño muy agradecido, después de tanto tiempo solo. Necesitaba el calor de los demás. “¡Que cruel había sido!”, pensó para sus adentros. “Nunca más volveré a cometer un error tan grande”, se dijo.
Al cabo de unos días el señor Mayer volvió a ser el de antes, el de siempre. Rodeado de amigos y familiares pasó el resto de sus vacaciones navideñas. La bailarina y el mago sonreían desde la estantería donde los había colocado el señor Mayer, al lado de la chimenea para que estuvieran calentitos.
Pero aún quedaba una espina clavada en el corazón del señor Mayer. Había buscado a su gato Paul por todos los rincones y no había dado con él. Preguntó a todos los conocidos sin obtener respuesta alguna. El señor Mayer se temía lo peor y se sintió culpable pensando que quizás, Paul ya ni tan siquiera estaba en este mundo. Pero la magia del padre de la pequeña bailarina era muy grande, y un día hizo aparecer a Paul en el alfeizar de la ventana del salón. Aquel día el señor Mayer leía el periódico y la ventana se abrió de golpe, como si hubiera un fuerte viento fuera. Se levantó para cerrarla y que no entrase el frío en el salón, y se llevó una gran sorpresa cuando vio a Paul temblando y arañando los cristales. El señor Mayer abrazó a su gato, lo llenó de besos y de caricias. Después se bañaron juntos con agua calentita y bebieron una taza de chocolate antes de irse a dormir. El señor Mayer volvía a ser feliz para siempre al lado de Paul. Paul fue feliz para siempre al lado del señor Mayer. Y la bailarina y el mago vieron toda esta felicidad desde la estantería al lado de la chimenea, mientras ella bailaba orgullosa y su papá hacía los más increíbles trucos de magia para deleite de todos.

© 2009 Araceli Cobos

21Dic/09

AMAS O CREES AMAR

AMAS-O-CREES-AMAR
Zoé tiene quince años, y como cualquier chica de su edad, parecidos problemas. El pasado verano Zoé se enamoró de Sean, un muchacho de la isla de Jersey, un anochecer, en una playa. Cuando le conoció, Zoé estaba pasando sus vacaciones con su mejor amiga, Jo, en la casa normanda de los padres de ésta.
Ahora están juntas en la casa de Manic, la abuela de Zoé. Ambas recuerdan a Sean. Zoé planea volver a verle en las siguientes vacaciones de Pascua. Ella irá a Jersey a reencontrarse con el muchacho. Lo que no sabe Zoé es que mientras tanto la vida continúa y aunque su amor por Sean está congelado en su memoria, en su corazón, en su idea idílica de aquel encuentro, ella está madurando. ¿Será todo como antes?
Para averiguarlo hay que abrir el libro “Consecuencias de una fuga”, de Brigitte Logeart.
Brigitte Logeart nació en Francia, junto a la costa normanda y allí pasó su infancia y adolescencia antes de trasladarse a París donde trabajaría en el mundo del cine como asistente de dirección. Después vivió varios años en Brasil y actualmente trabaja como periodista y escribe novelas. Esta es una narración destinada a los jóvenes.
Mucho ha cambiado entre los jóvenes de entonces y ahora pero también hay muchas cosas en común que hacen que este libro les pueda gustar. Zoé y Sean se escriben cartas, y ya las cartas han sido bastante sustituídas por el correo electrónico. En la novela, aún, los jóvenes soñaban con ser periodistas, o estudiar idiomas,…Ir al cine una tarde en París era algo increíble, y un fin de semana en la casa de campo de una abuela era el lugar ideal para relajarse y soñar. Se bailaba con discos y casetes…y hasta escuchaban a Mozart mientras se atrevían a tomar alguna copa, pero atención porque hay también, como decía antes, muchas cosas en común. Entre ellas esta, Zoé está preocupada con la nueva situación de sus padres. Tiene miedo a que se separen y así lo expresa:

“Durante años, el conjunto Sophie-Marc, Marc Sophie había sido para ella, un valor sólido, una prenda de seguridad, algo inquebrantable, indespensable para su equilibrio. Cuando era pequeña llegaba a designarlos no una sola palabra: Pa-Ma. “¿Querrán Pa-Ma llevarme al cine? Es domingo. Qué bien. Voy a levantarme tarde, con Pa-Ma, y luego comeremos fuera… Pa-Ma, me gustaría mucho tener un gato, ¿qué os parece?”
Se obligó a sonreir con sarcasmo: “¡Qué estúpida era!” El Pa-Ma de su infancia había muerto hacía mucho tiempo. Ya no había Pa-Ma, sino un padre y una madre como los demás, con sus defectos, su egoísmo de adultos, sus problemas, sus desgarramientos. A veces, a contrapelo, algunas migajas de amor y, en mediode todo, ella, Zoé.”

También las ansias de independencia de la adolescente, las ganas de que sus padres no la traten como una chiquilla sino como a una mujer, es algo normal hoy en día, algo que cualquier adolescente sigue sintiendo:

“Papá me llama patito feo, mamá su caballito. Sería hora ya de que advirtieran que soy mayor, casi una mujer, y que dejaran de tratarme como a una chiquilla”, pensó Zoé con cierta indulgencia. Es curioso como los padres se empeñan en prolongar la infancia de su prole. ¿Tal vez para preservar su juventud?”

El libro está editado por Alfaguara. Merece la pena abrirlo por muchas razones: su lectura es amena, es una historia entretenida con final interesante e inesperado, y además a las treinteañeras nos puede gustar releerlo, y a los más jóvenes darse cuenta de que todos hemos tenido alguna vez los mismos problemas.

© 2009 Araceli Cobos

18Dic/09

FRANÇOISE SAGAN. ¡BUENOS DÍAS TRISTEZA!

FRANcOISE-SAGAN-Y-SU-CAPRICHOSA-CeCILE
“A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.”

La escritora francesa Françoise Sagan tenía tan sólo diecinueve años cuando presentó al mundo a su caprichosa Cécile. Cécile , una joven de diecisiete años, y su padre, viudo, de cuarenta años y fascinado por las relaciones breves con mujeres, pasaran unas vacaciones en una hermosa mansión a orillas del Mediterráneo. Cécile y su padre adoran su libertad, disfrutan con su libertinaje y necesitan marionetas a las que manejar a su antojo.
La misma Cécile lo reconoce en uno de los capítulos de la novela: “Mi padre y yo, para estar interiormente tranquilos, necesitábamos la agitación exterior.”. Ellos tienen encanto suficiente para divertirse y lograr lo que se proponen.
El desorden impera en sus vidas y así se sienten cómodos. Por eso, cualquiera que pretenda enturbiar su caos cotidiano, la frivolidad que les rodea y en la cual se regodean, puede sufrir, y mucho.
En la novela hay amores de todas las edades que llegan al límite, con personajes fuertes y débiles, pero nadie como Cécile, la seductora Cécile; egoista, inteligente, cruel, pero también dulce.

“Si llegaba al corazón de una persona era por descuido. De pronto entreveía todo ese mecanismo de los reflejos humanos, todo ese poder del lenguaje…Lástima que fuese a través de la mentira. Un día amaría a alguien apasionadamente y buscaría un camino hacia él, con precaución, con dulzura, temblándome la mano…”

Al final de cada capítulo se va conociendo mejor a la adolescente, que siempre tiene reservada una idea maquiavélica escudándose en sus caprichos de niña buena.

“Solía repetirme a mí misma fórmulas lapidarias, la de Oscar Wilde, entre otras: “El pecado es la única nota viva de color que subsiste en el mundo moderno”. La hacía mía con absoluta convicción, con mucha mayor seguridad, imagino, que si la hubiera llevado a la práctica. Estaba convencida de que mi vida podría adaptarse a esa frase, inspirarse en ella, brotar de ella cual una imagen perversa: olvidaba las horas muertas, la discontinuidad y los buenos sentimientos cotidianos. Idealmente proyectaba una vida de abyección y libertinaje.”

“Ese concepto de las cosas me seducía: amores rápidos, violentos y pasajeros. A mi edad no seduce mucho la fidelidad. Sabía muy poco todavía del amor: citas, besos y hastíos.”

Cecile es un torbellino irresistible al que hay que conocer. Os invito a abrir “Bonjour Tristesse”, os seducirá desde el principio.

© 2009 Araceli Cobos

15Dic/09

MILAN KUNDERA. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

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Al escritor checo Milan Kundera es difícil nombrarle, sin decir inmediatamente y como si de su segundo apellido se tratase, “La insoportable levedad del ser”.
No quiero abrir de nuevo el libro para hablar de lo que ya todo el mundo sabe, la estructura de la novela, el amor y los celos, la pasión y el idealismo de todos sus personajes: Tomás, Teresa, Franz o Sabina, o por supuesto su parte filosófica.
Abro “La insoportable levedad del ser” para extraer algunas de las citas que más me hicieron pensar.
Por eso hoy el comentario sobre autores es para Kundera, por dejarnos escritas reflexiones como las siguientes. De la primera parte del libro me quedo con un par de ellas que hablan de la vida y del amor:

“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas posteriores(…) No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma?.”

“El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien.”

De la segunda parte me gusta especialmente una que habla, también, del amor:

“Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento.”

Y de la tercera, una cita sobre el sufrimiento:

“El tenía doce años cuando el padre de Franz la abandonó repentinamente. El niño supuso que estaba ocurriendo algo grave, pero la mamá veló el drama con palabras neutrales y suaves para no excitarlo. Ese día fueron a la ciudad y al salir de casa Franz se dio cuenta de que la madre llevaba en cada pie un zapato distinto. Se sentía confuso, tenía ganas de advertírselo, pero al mismo tiempo le daba miedo que una advertencia de ese tipo pudiera herirla. Así que pasó dos horas en la ciudad sin poder apartar los ojos de sus zapatos. Aquella vez empezó a entender qué era el sufrimiento.”

Esta cita sobre el sufrimiento es conmovedora. En mi opinión no se puede describir mejor el dolor de una mujer, a través de los ojos de su hijo.

En la cuarta parte, Kundera vuelve a resumir de forma magistral la esencia del amor en pareja:

“Los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cuál han sido construidos, perecen ellos también.”

Vuelve al amor y a la filosofía en la quinta parte:

“Recordó el conocido mito de “El banquete” de Platón: los humanos eran antes hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos. Admitimos que eso es así; que cada uno de nosotros tiene en algún lugar del mundo a su mitad, con la que una vez formó un solo cuerpo.”

En la sexta parte, un poco de política:

“En una sociedad en la que existen conjuntamente diversas corrientes políticas y en la que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del “kitsch”; el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas. Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del “kitsch” totalitario.”

Y en la séptima parte una reflexión acerca de las relaciones personales:

“Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son productos de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existentes entre ellos y nosotros. La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna.”

Esta obra escrita en 1984 se puede encontrar en la editorial Tusquets.

© 2009 Araceli Cobos

11Dic/09

El MUNDO VISTO DESDE EL CIELO. ANGELES CASO

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En muchas de las entrevistas que Ángeles Caso ha concedido la he escuchado hablar de su padre con un inmeso cariño y admiración. El libro que hoy vuelvo a abrir es un libro elegante, bello, bien estructurado. Es un libro de Caso, quizás el que, hasta ahora, más me ha gustado de ella. Tiene algo de mágico, tiene mucho de la escritora, y mucho de su vida, pero oculto entre párrafos que hablan de sus pasiones: la naturaleza, la pintura o la música. Pasiones que le inculcó su padre desde bien pequeña, como ella misma ha dicho en alguna ocasión.
“El mundo visto desde el cielo” , en mi opinión tiene mucho de compilación de recuerdos de su infancia y adolescencia, pero es, claro está, sólo mi percepción sobre la obra.
En la novela, editada por Planeta, se habla de cómo el arte puede llegar a ya no sólo a formar una gran parte de la vida de una persona, sino a ser su propia vida. El arte llega a ser una enredadera que trepa por dentro del artista hasta llenarlo, hasta que tiene que respirar por sus hojas olvidando que él mismo existe o que solamente existe para crear, y nada más.
Esto le sucede al protagonista de la obra Julio Canac. Un personaje con mucha personalidad pero atrapado entre el amor por Áurea, las telas y su pasado. Se le oculta la vida, la verdadera, la que él quiere vivir. La escritora asturiana lo resume así en uno de los párrafos del libro:
“Tal vez la vida a menudo se nos oculte. Vamos viviéndola, rutina, horarios, deberes, costumbres, creemos que vamos viviéndola, y ella está sin embargo escondida, agazapada detrás de un matorral de menudencias, lanzando a nuestro paso tenues crujidos, insignificantes corrientes de aire que nuestra conciencia no percibe.”

Canac fue abandonado de pequeño por su madre. El cuadro “La Tempestad”, de Giorgione le persigue. Le atormenta su pasado pero lo entiende. Y eso es lo que le pide durante todo el libro a su hija Aline, comprensión, porque a él se le escapó de entre las manos. Dejó a su hija y agarró el pincel, lo mismo que con él hiciera su madre, dejarle abandonado por un amor más fuerte que ella, el de un hombre desconocido.
Dos personajes auténticos, Canac y Áurea, pasionales, cada uno a su manera, a los que uno no sabe si odiar o querer durante todo el libro. Se conocen en un autobús, se enamoran pero cada uno guarda un secreto, un secreto que se volverá VERDE. Y el verde para Canac significa el final, o el principio, quién sabe. Él la ve como una odalisca, como un ser perfecto. Ella no sabemos si le venera, si le veneró alguna vez, si le quiere de verdad, o nunca le quiso, y ahí radica el encanto de Áurea.
En una ocasión Canac le pregunta si quiere ser su musa y ella le responde:

“No. Tu musa no. ¡Qué estupidez! Quiero ser la esclava de tu genio. Yo ordenaré tus tubos, limpiaré tus pinceles, cogeré tu teléfono, prepararé tu comida, barreré tu estudio, impediré que nadie haga ruido a tu lado, seré tu guardiana, tu cocinera, tu criada, tu secretaria, tu chófer, tu madre, tu amante…Y tú me lamerás, cuando quieras descansar, como un perro. Tú serás el perro de mi cuerpo. Yo seré la perra de tu pintura.”

Deja en el libro algunas reflexiones Caso que me gustaría dejar escritas aquí, por si nos sirven en algún momento:

“Pero ya sabes, nada eres si no veneras a los pintores más cotizados, nada eres si no has leído el libro del que todo el mundo habla, nada eres si no dices que te gusta lo que todo el mundo dice que le gusta hasta que alguien se atreve a decir que no le gusta y entonces todos dicen que no les gusta como ha dicho alguien y como han dicho todos…Mentiras, mentiras, mentiras…Necedades. Somos una panda de necios fin de siglo, Aline, una panda de ateos sacralizando lo humano porque añoramos irremediablemente lo divino.”

“Qué ridículo es el amor después del amor, Aline. Qué vergonzante y vulgar y sentimental y ridículo. No es cierto que deje nostalgias, irreparables añoranzas de lo perdido.”

Que me perdone Caso pero “El mundo visto desde el cielo” me ha traído el recuerdo de una película de Roman Polanski Bitter Moon donde Peter Coyote se enamora perdidamente de Emmanuelle Seigner hasta que a ellos también les llega el final. Del autobús al olvido, como Canac y Áurea.
Y al hilo de todo esto les invito a que se pasen por el blog que la escritora tiene en el diario Público. Un blog de temas de actualidad donde Caso da sus opiniones, entre ellas, que casualidad, las generadas por el caso Polanski.

© 2009 Araceli Cobos

08Dic/09

HELENA O EL MAR DEL VERANO. JULIAN AYESTA

LA-BELLA-HELENA-Y-EL-AMOR-Y
Es curioso pero es así. Es curioso pero hay novelas que te seducen desde el título y son capaces de atraparte en el índice. Suena un poco estúpido, pero es así.
Me ocurrió una vez leyendo “Helena o el mar del verano”, esa deliciosa novela que además de ser una joya imprescindible de la literatura española de posguerra, es imperecedera.
Esta novela de Julián Ayesta, escritor asturiano de Gijón, 1919-1996, es, por cierto, la única novela que escribió. Fue publicada por primera vez en 1952 y reeditada por la editorial El Acantilado muchos años después. En apenas noventa páginas conocemos a un niño de clase alta con sus miedos y sus amores, sus deseos y sus preocupaciones, y a la bella Helena, su amor idealizado de verano.
La novela está estructurada en tres partes, que el autor, con un punto de ironía y dulzura presenta como En verano, En invierno y En verano otra vez. El humor, las descripciones sencillas, la prosa ágil y siempre precisa y acertada hacen de esta novela algo inolvidable. Una novela que no cuesta abrir más de una vez para volver a disfrutarla.
Para este niño, del que nunca llegamos a conocer su nombre, el verano significa Helena, el mar y la alegría. En invierno le llegan los miedos, las incertidumbres, los confesionarios, los pecados. Un mundo angustioso que él mismo imagina y del que sólo puede salvarse cuando llega el verano, cuando acaricia el pelo rubio de Helena o se queda absorto mirando sus grandes ojos azúles.
En la primera parte, que transcurre en el verano, ya se dan pistas del mundo interior del niño, de sus preocupaciones. En este fragmento los niños se asustan porque un cura, al que los padres habían invitado para comer aquel día, sufre un pequeño accidente:
“Y de repente todos los hombres se arremolinaron porque la butaca de don José se rompió y él cayó para atrás y se clavó en la cabeza un clavo que los niños habíamos pinchado en el tronco de un roble lleno de hiedra. Y era una cosa rara, una cosa horrible que no se podía pensar ver un sacerdote todo sangrando, con todo el pescuezo lleno de sanger muy brillante y muy roja y toda cayendo por la espalda un hilo rojo, rojo, sobre la sotana negra. Y era tan horroroso y tan pecado que los niños teníamos miedo de verlo porque creíamos que los sacerdotes no tenían sangre, sino sólo alma por dentro y huesos.”

Y en invierno la angustia por pecar se hace más fuerte y Ayesta lo describe así y nos hace reir y sentir ternura por el personaje a partes iguales:

“Y mientras se estaba en pecado mortal todos los días eran grises aunque hiciera sol y todas las cosas salían mal y le preguntaban siempre a uno la única lección que no había estudiado, y papá estaba de mal humor y mamá más triste, y cuando se jugaba al fútbol no le pasaba a uno o si le pasaban desperdiciaba uno los pases de la manera más tonta, y además siemrpe que uno estaba en pecado mortal perdía el Sporting aunque jugase en casa o empataba, que jugando en casa era como perder. Y era dificilísimo explicárselo porque uno pensaba: “Bueno, porque se esté en pecado Dios no puede castigar a toda la demás gente que quiere que el Sporting gane.”

Pero el verano llega otra vez y con él la libertad que viene representada en el mar y en Helena:

“Las calles de Gijón están en una sombra lila muy limpia y fresca y no hay nadie, porque son las calles de por la mañana llenas de olor a las algas del mar”

“Helena y yo íbamos silenciosos. De cuando en cuando Helena se paraba, cogía unas cuantas zarzamoras y me ofrecía la mitad. Una, las del sol, estaban calientes y mates; otras, las de la sombra, estaban frías y brillantes. Otras veces las cogía yo y le ofrecía a Helena y comíamos juntos, mirándonos a los ojos, con la cara llena de manchas de jugo morado. Y seguíamos andando muy juntos, sin hablar nada, pero temblando.”

El autor asturiano escribió algunas piezas teatrales. Era licenciado en Derecho y Filosofía y Letras. Fue diplomático de carrera. Entre otros lugares fue embajador de Beirut, Colombia, Viena, Amsterdam o la extinta Yugoslavia, justo antes de su desmembramiento.

© 2009 Araceli Cobos