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14Abr/10

OSCAR WILDE. EL ARTE DE CONVERSAR

OSCAR-WILDE-EL-CUENTISTA

Oscar Wilde llegó a decir en una ocasión que la gran tragedia de su vida había consistido en haber puesto su genio en la vida y sólo el talento en sus obras.
Además de gran escritor el inglés fue un gran orador. Ediciones Atalanta recoge en el libro “El arte de conversar” una serie de narraciones orales provenientes de conversaciones que Wilde sostuvo a lo largo de su vida en las tertulias y charlas con sus amigos y conocidos y que merece la pena leer.
Wilde era amante a partes iguales de los relatos tristes, irónicos o llenos de humor. De los cuentos irónicos yo destacaría “El joven derrochador” y “El joven inventor”.
Entre la colección, hay algunos trabajos muy curiosos como “Presencia de ánimo” y “La actriz”.
“El ojo de vidrio” es un precioso relato sobre un hombre rico, un mendigo y un ojo de cristal con un final de esos que dejan a uno con la boca abierta. Muy bonito es también el cuento titulado “La moneda falsa” que trata sobre la esperanza. Un hombre sin recursos económicos encuentra en una ocasión una moneda de oro que le cambiará la vida, lo que no sabemos hasta llegar al final del relato es de que manera le cambiará.
“El poeta en el infierno”, “La rosa de la infanta”, “El hombre que sólo podía pensar en bronce”, “La casa del juicio”, o “La ilusión del libre albedrío” son de obligada lectura si uno quiere conocer el talento de Wilde.
Para provocar la curiosidad de ustedes les dejo con un fragmento de uno de los cuentos, “El espejo de Narciso”.

“Cuando Narciso murió, las flores del campo se vieron embargadas por el dolor y le suplicaron al río algunas gotas de agua para llorarlo.
-Si todas mis gotas de agua fueran lágrimas, respondió el río, no me alcanzarían para llorar por Narciso. Yo le amaba.
-¿Cómo hubieras evitado amarlo?, preguntaron las flores. Era tan hermoso.
-¿Era apuesto?, preguntó el río.
-¿Quién podría saberlo mejor que tú?, preguntaron las flores. Si cada día se recostaba en tu orilla y reflejaba su belleza en tus aguas.
-Pero yo le amaba, murmuró el río, porque (…)”

¿Alguién se atreve a imaginar un final digno de Wilde? Se aceptan propuestas.

© 2009 Araceli Cobos