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30Dic/11

EVELYN WAUGH. RETORNO A BRIDESHEAD

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Es tiempo de College, de regatas en Oxford, de Tweed y niños bien. Tengo entre mis manos la famosísima novela «Retorno a Brideshead» del escritor británico Evelyn Waugh (Londres, 1903, Somerset 1966). Lo único que me impulsó en su día a leer esta novela fue el vago recuerdo que tenía de la serie de televisión que se emitió en los años 80 basada en la obra. No recordaba absolutamente nada, sólo el título. Después descubrí un trabajo excepcional de Waugh. Según la revista Time, «Retorno a Brideshead» es una de las 100 mejores novelas de todos los tiempos. El ejemplar que tengo a mi lado es de Tusquets Editores.
Charles Ryder regresa a Brideshead, una elegante mansión de la familia Marchmain, que ahora es un cuartel del ejército. Charles había compartido una gran amistad con Sebastian, hijo del dueño en su época de estudiantes. Sebastian, hijo del marqués, algo excéntrico, que tiene una osito al que llama Aloysius. Charles no ha tenido una infancia fácil, por eso Sebastian representa para él la alegría, la infancia tardía que vive ahora en la Universidad.

«Había vivido una infancia solitaria, y una adolescencia limitada por la guerra y ensombrecida por el luto; a la dura vida de la adolescencia inglesa entre hombres, y a la prematura solemnidad y autoridad del sistema escolar, se añadía mi propio carácter, más bien melancólico y severo. En consecuencia, aquel trimestre de verano junto a Sebastian, era como si me hubiera sido otorgado un breve periodo de lo que nunca había conocido: una infancia feliz.»

En el libro Charles recuerda aquella época anterior a la segunda guerra mundial, cuando pasaba largas jornadas con la familia Marchmain, cuando se enamoró de Julia, la hermana de Sebastián. Charles el habilidoso pintor que se ve envuelto en las desgracias y locuras de esta familia de la aristocracia británica que se dejará marchitar a lo largo del tiempo.

«Éste es el relato de mi primera visita relámpago a Brideshead. ¡cómo iba a saber yo entonces que un capitán de infantería de mediana edad un día la recordaría con lágrimas en los ojos!.»

Eso es lo que dice Charles, y a partir de ese momento, el libro se llena de recuerdos y genialidad.
Me gusta esta descripción que hace el estudiante del College:

«Por todas partes, sobre guijarros, grava y césped caían las hojas. En los jardines del College el humo de las hogueras se unía a la húmeda neblina de los ríos, flotando por encima de los muros grises. Las losas del pavimento estaban resbaladizas y, al ir encendiéndose una a una las luces de las ventanas que rodeaban el patio, la luminosidad era difusa y lejana. Alumnos nuevos con togas nuevas paseaban al crepúsculo bajo los arcos: las campanadas familiares suscitaban recuerdos de un año entero.»
El libro está cargado de reflexiones. Me gusta compartirlas en los posts porque es algo muy interesante de las novelas, no sólo que nos entretengan sino que nos hagan pensar también.

«…conocer y amar a otro ser humano, aunque sea uno solo, es la raíz de toda sabiduría.»

«…quienes tienen encanto en verdad no necesitan tener cabeza.»

«…no poseemos nada con certeza, excepto nuestro pasado.»

Charles, en una de sus vacaciones vuelve a la casa de su padre. Aquí la novela está cargada de humor. Durante esas vacaciones, Sebastian llama a Charles desde Brideshead tras sufrir una torcedura de tobillo. Sebastian y Charles pasan el resto del verano juntos.
El catolicismo de la familia de Sebastian sorprenderá mucho a Charles. Después, su amigo caerá en la bebida, se alejará de su familia y de su gran amigo Charles. Años después éste se reencuentra con ellos. La señorita Julia ya se ha casado con un empresario canadiense. Más tarde se separará al igual que Charles. Quieren unirse pero todo ha cambiado.
El libro, dividido en tres partes comienza así:
«Yo no soy yo: tú no eres ni él ni ella: ellos no son ellos.» Resume, a mi parecer, muy bien esta larga historia.
No doy más pistas. Hay que abrirla durante este largo invierno que aún nos queda.

27Dic/11

LA RELIQUIA VIVIENTE DE IVÁN TURGUENIEV O LOS APUNTES DE UN CAZADOR

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No es la primera vez, ni será la última, que nombre a los escritores rusos. Adoro la literatura rusa. Iván Turguéniev (Oriol, Moscú 1819, Bougival, Francia, 1883) es uno de esos autores a los que hay que abrir. No por ser ruso, simplemente por ser uno de los más grandes.
Ediciones Atalanta publicó en 2007 el libro «La reliquia viviente». Está dentro de los «Apuntes de un cazador» una gran obra de la literatura clásica rusa. Escrita en 1852 marca el inicio del trabajo del escritor. Este trabajo da a conocer la vida rural rusa de aquella época y tiene mucho de social porque gracias a la publicación de esta novela, se mejoraron las condiciones de vida de los siervos de la gleba que vivían en situaciones precarias. Como se explica en el precioso prólogo de José Manuel Prieto (La Habana, 1962) los relatos están escritos «en una prosa transparente, no enturbiada por la ambición o la soberbia del narrador: una técnica depurada hasta tal punto que parece natural, y que es más clásica que romántica, moderada en su intención. Y esto, que podría parecer una elección puramente formal, responde a un movimiento más íntimo, a una intención más genuina: a Turguéniev le interesa escuchar, deja que hablen los demás.»
Además, explica como el escritor ruso, en casi todas las historias de sus «Apuntes» sigue el mismo procedimiento: «nos presenta un acontecimiento que ha comenzado antes de su llegada, y que capta en el momento en que ocurre ante él. No es el relato del buen samaritano que busca mejorar la vida de las personas con quienes se encuentra; muy al contrario, no hace nada para cambiar su curso.»
Así, con esa grandeza de prosa, nos introduce el ruso en relatos maravillosos como «El prado de Bezhin» o «Kasián, del Krasívaia Mecha». Aunque para este comentario de hoy, yo voy a quedarme con el que más me ha impactado de todo el libro, el titulado «La reliquia viviente».

Piotr Petróvich ha salido a cazar urogallos con su criado, que además es cazador. Como llueve han tenido que abandonar sus tareas, y el criado le invita a que pasen la noche en una alquería propiedad de la madre de Piotr. Allí, llegado el día se topará con una antigua criada de su madre, que está, después de haber sufrido un grave accidente, postrada en una cama. Piotr casi no la reconoce por los años que han pasado y el estado en el que se encuentra. Pero nada puede hacer, se ve envuelto por la conversación de Lukeria, la más bella criada que hubo en su casa cuando corrían, para ella, mejores tiempos.
Lukeria se divierte con los animales del bosque, con los ruidos de los pájaros, con las ocurrencias de las liebres, con los nidos de las golondrinas, sin quejarse. Ella nunca se queja.
Así la describe Piotr cuando la encuentra:

«La cabeza, completamente consumida, de un tono broncíneo, igual que las de los iconos que iluminan los viejos manuscritos; la fina nariz, como la hoja de un cuchillo: unos labios apenas visibles… Tan sólo destacaba la mancha blanca de los dientes y los ojos, y los blandos mechones de los cabellos rubios que asomaban por debajo del pañuelo y le caían sobre la frente. Junto a la barbilla, sobre el dobladillo de la colcha, se movían las diminutas manos, también de color de bronce, en las que unos dedos que parecían palillos cambiaban lentamente de posición. Me fijé más detenidamente en aquella figura: el rostro no sólo no era deforme, sino que era incluso bello, pero resultaba estremecedor, era algo fuera de lo común… Pero lo que más me espantó de ese cara fue que, según pude advertir, en aquellas mejillas metálicas no consiguió abrirse paso, a pesar de todos sus esfuerzos, una sonrisa.»

Su paciencia, su resignación y su fe son los rasgos que más le sorprenden al señor de su antigua criada. En un momento de la conversación ella se expresa así:

«-¡Algunos no tienen ni siquiera un techo! Otros son ciegos, o sordos. En cambio, yo, alabado sea Dios, veo estupendamente y lo oigo todo, todo. Si hay un topo cavando bajo tierra, lo oigo. Y puedo sentir toda clase de olores, hasta el más leve. No hace falta que nadie me diga si ha florecido el alforfón en los campos o el tilo en el jardín: yo soy la primera en darme cuenta. Basta con que el viento me traiga sus aromas. No, no debemos enojar a Dios: hay muchos otros que están peor que yo.»

Acabo con una reflexión que hace Lukeria que me parece muy acertada:

«Pero ¿sabe usted, mi querido señor, quién puede ayudar a otra persona? ¿Quién puede entrar en el alma de otro? ¡Cada uno debe ayudarse a sí mismo!»

20Dic/11

ANTONIO MACHADO Y LAS MOSCAS. ALEGRÍA Y RECUERDOS

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Antonio Machado, ese gran poeta sevillano y universal me trae, siempre, recuerdos de mi infancia inolvidables. La obra de Machado (Sevilla 1875, Collioure, Francia 1939) es demasiado extensa como para incluirla en un pequeño comentario de Un libro abierto, por eso intento poner una nota de cada uno de los autores que me han llegado al corazón, a los que admiro, a los que leo. De Machado, cuya obra es tan extensa como brillante, me quiero quedar con este poema. El poema que recitaba la profesora de literatura una tarde de primavera en el colegio, titulado «Las moscas».
Por los grandes ventanales del aula veíamos el jardín del colegio, y teníamos unas ganas locas de salir a la calle, merendar y jugar. Pero algo en ese poesía nos arrancó una sonrisa, y nos gustaba. Y después la recitamos todos juntos. Y ya siempre la recité y aún la recito porque me trae buenos recuerdos, porque me da alegría.
La pueden encontrar en cualquier Antología poética de Machado. Machado fue un miembro tardío de la Generación del 98, pero uno de los más destacados. En cualquier antología del autor pueden encontrar los clásicos, «Campos de Castilla», «Soledades, Galerías y Otros poemas»,…además de muchos poemas más, extraordinarios todos ellos.
Antonio Machado, junto con su hermano Manuel Machado, escribió también teatro. Alguna de estas piezas son muy conocidas como por ejemplo «La Lola se va a los puertos», de 1929.
Pero ahora les dejo con «Las moscas». Un poema cargado de alegría y tristeza a partes iguales, aunque cuando uno es un niño sólo le preocupa la alegría, y menos mal.

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada;
de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

15Dic/11

NARRACIONES EXTRAORDINARIAS. EDGAR ALLAN POE

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Fortunato sabe de vinos, de amontillados, sobre todo. Su amigo lo sabe. Sabe que Fortunato no puede resistirse a saborear un buen amontillado. Y de fondo, el Carnaval y un disfraz de bufón y un gorro cónico de cascabeles. Y después de un gran paseo por las bodegas de los sótanos…quizás… una desagradable sorpresa.
«Un agravio queda sin reparación cuando su justo castigo alcanza también al vengador. E igualmente queda sin reparar cuando el vengador deja de mostrarse como tal o quien lo ha agraviado».
¿De quién hablo? ¿A quién merece la pena abrir hoy? Hoy y siempre al genial Edgar Allan Poe y sus «Narraciones extraordinarias». El relato con el que empiezo el post de hoy se titula «El barril de amontillado». Es uno de mis favoritos, pero hay tantos…y todos sublimes.
Que pasa después de la sorpresa….
«Me acerqué a la pared y repliqué a los alaridos del que chillaba. Les hice eco, los acompañé, los superé en volumen y fuerza. Esto es lo que hice y el que gritaba acabó por callarse.»
Me encanta esa primera persona que utiliza Poe. Te sumerge en la primera frase en el mundo especial que sólo el ha podido crear hasta la fecha, un mundo de miedos y sutilezas que te hacen mirar detrás de ti, por si acaso. Me ha pasado. Confieso que la primera vez que leí «El enterramiento prematuro» tuve que mirar para atrás. Tenía 17 años pero se que ahora, con 35, me va a volver a ocurrir cuando lo vuelva a leer y eso es porque Poe es un genio.
El dijo una vez: «Mi vida no ha sido más que capricho, ilusión, pasión, deseo de soledad, desprecio del presente, anhelo del porvenir…» Quizás todo eso dio como resultado este gran libro y todos sus otros trabajos igualmente excepcionales.
Por ejemplo, ¿hay mejor inicio para un relato que éste? «Debo confesar que soy nervioso, muy, muy nervioso, tremendamente nervioso; lo he sido siempre y lo sigo siendo.»
Es el inicio del relato titulado «El corazón delator». Este hombre nervioso no soporta el ojo del viejo, un ojo «azul pálido con una catarata en él.» Quiere matarle. No soporta más ese ojo. Pero su locura unido al latido de un corazón le darán su peor sorpresa.
«Luego volví a colocar las tablas con tanta habilidad que ningún ojo humano, ni siquiera el suyo, hubiese podido descubrir anormalidad alguna. Nada había que lavar, ninguna mancha, ni huellas de sangre en absoluto. Había sido yo demasiado precavido para eso. Todo había ido a parar a la bañera…ja, ja,..»
No puedo hablar de todos los relatos fascinantes que componen este libro: El retrato ovalado, Morella, El pozo y el péndulo, El enterramiento prematuro,… Sólo les invito a leerlos. Disfrutarán como nunca.
Les dejo con «El gato negro».
¿Son los gatos negros, como se cuenta, brujas disfrazadas?
«Desde mi infancia me hice notar por la docilidad y dulzura de mi carácter. Tan manifiesta era la ternura de mi corazón que me convertí en objeto de burla de mis compañeros. Sentía una pasión especial por los animales y, gracias a la complacencia de mis padres, poseía diversidad de «pets». Con ellos pasaba la mayor parte del tiempo y nunca me sentía tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba.»
El gato negro era su preferido, pero….su carácter cambió debido al alcohol.
«Una mañana, a sangre fría, pasé un nudo corredizo alrededor de su cuello (…)al hacerlo así estaba cometiendo un pecado, un pecado mortal que ponía en peligro mi alma imperecedera pues la colocaba, si tal cosa es posible, más allá del alcance de la infinita misericordia (…)
Y ya saben, si quieren mirar para atrás les espera «El enterramiento prematuro». Que ustedes disfruten al genio de Boston nacido en 1809. Nadie fue a su entierro.

05Dic/11

EL TRAJE AMARILLO DE PAPÁ NOEL: UN CUENTO DE NAVIDAD

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¿Cree alguno de vosotros que Papá Noel puede ir vestido de amarillo repartiendo regalos a los niños? Pues no, claro que no, porque Papá Noel va siempre vestido de rojo, y siempre con su espesa y larga barba blanca y sus botas negras y su cinturón y una gran saco, por supuesto, lleno de regalos.
Lo que les voy a contar a continuación sucedió hace muchos años cuando a un duendecillo burlón, de esos que trabajan duro con Papá Noel para que los regalos de todos los niños del mundo estén listos el día de Navidad, se le ocurrió teñir su traje de amarillo, ya sabéis, pintarlo de otro color. El pensó que no pasaría nada, pero sucedió… ya verán lo que sucedió.
Llegó la víspera de Navidad y, aquella tarde, Papá Noel limpió a sus renos y les dio hierba fresca, puso a punto su trineo, metió todos los sacos llenos de regalos y fue raudo a vestirse a su habitación. Cuando abrió su armario, se puso muy nervioso al no encontrar su precioso y calentito traje rojo.
-¿Qué sucede aquí?, preguntó el anciano al duendecillo burlón. ¿Dónde pusiste mi traje rojo pequeño malvado?
Pero el duendecillo burlón no contestaba.
-¿Qué sucede aquí?, volvió a preguntar Papá Noel, ahora un poco más enfadado.
-¿Qué que pasa aquí?, dijo el duendecillo.
-Sí, ¿qué pasa aquí?
-De amarillo lo teñí.
-¡¿Queeee?!, exclamó enfurecido Papá Noel.
-¿Qué pasa aquí? De amarillo lo teñí, seguía diciendo burlonamente el duendecillo mientras reía sin parar. Teñí el traje de amarillo porque es más divertido, ja, ja, ja,..
Papá Noel se puso muy triste pero sabía que no le quedaba más remedio que coger su trineo e ir por el mundo repartiendo los regalos a los niños. El viaje era duro y largo por eso no podía ponerse de mal humor, ni malgastar las fuerzas peleando con el maldito duendecillo. Así es que, apenado, se vistió con aquel traje amarillo y comenzó su viaje.
Por el camino, pensaba que como ningún niño le vería, ya que todos dormían mientras el repartía los regalos, no pasaría nada. «Ellos no saben como voy hoy vestido, que tonterías pienso. Ellos saben que mi vestido es rojo y en cualquier caso, lo único que les importa son los regalos, no un viejo como yo que se queda atascado en la mitad de las chimeneas por las que intenta entrar. No hay porqué preocuparse si mi traje es amarillo.», se iba diciendo a si mismo como para tranquilizarse.
Casi cuando ya había dado la vuelta al mundo, cuando sólo le quedaba un país en el que dejar sus regalos, se metió en una chimenea muy grande, tan grande, que esta vez no se quedó atascado sino que metió tantísimo ruido al caer contra el suelo que Pedrito se levantó de la cama. Corrió escaleras abajo y vio a Papá Noel con su vestido amarillo. Pedrito gritó del espanto al ver así a Papá Noel vestido porque, por supuesto, no pensó que era Papá Noel, sino cualquier ladrón que había caído por la chimenea.
-Calla, calla Pedrito, le rogó Papá Noel al niño. Soy Papá Noel.
-¡Tú no eres Papá Noel!, exclamó Pedrito enojado. Papá Noel tiene un traje rojo, y el tuyo es amarillo. Como dice mi papá, tu eres un impostor, un ladrón.
-Que no, que no Pedrito, intentó explicarle Papá Noel. Mira, la cosa es muy sencilla de entender. Un duendecillo burlón pintó mi traje de otro color. Y no me ha quedado más remedio que repartir los regalos con éste.
Pedrito se callo. Le miró triste y le dijo que ya no quería sus regalos.
-Pero si da igual de que color sea mi traje criatura, dijo el viejo Papá Noel. Lo importante es que leí tu carta y te traigo justamente lo que me pediste. Aquí está tu tren eléctrico y tu robot preferido.
-Eso da igual, contestó Pedrito apenado.
-¿Qué da igual dices?, dijo Papá Noel. Yo creía que lo más importante para un niño es recibir sus regalos favoritos el día de Navidad.
-Lo más importante es que viene Papá Noel, contestó Pedrito con una sonrisa. Mira yo te había dejado leche caliente y turrón al lado de la chimenea.
-Ya lo he visto Pedrito, contestó el viejo. Muchas gracias.
-Eso es lo más importante, que Papá Noel viene desde el Polo Norte, dijo el niño. Papá Noel llega vestido de rojo, con su barba blanca, y sus botas negras, y su gorro con un pompón blanco, y su cinturón y su saco y es un poco gordinflón y viene en un trineo con ocho renos tirando de él y una campanilla que hace clín, clón, clín, clón. Pero tú…. tú no eres Papá Noel.
-Si lo soy, pero ya me voy, explicó el anciano. Lo siento Pedrito. Siento que no puedas comprenderlo, y siento que no te hagan ilusión tus regalos. Pero los traje con el mismo cariño que si hubiera llevado un traje rojo puesto.
-Adiós, me voy a la cama, dijo Pedrito.
-No te vayas aún, pidió Papá Noel al muchacho. Ahora quiero que mires por la ventana. Verás mi trineo con ocho renos tirando de él y esa campanilla que hace el ruido que tu sabes. Así entenderás que yo soy el verdadero Papá Noel.
-Pero los niños no pueden ver eso, sólo en los libros, explicó sorprendido Pedrito.
-Pues tu lo vas a ver porque yo te voy a permitir que lo veas, le dijo Papá Noel. El viejo metió su mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y echó unos polvos mágicos sobre el niño. Pedrito se cubrió de miles de estrellitas doradas que chispeaban alrededor de él.
Cuando Pedrito se acercó a la ventana vio el trineo, y a Papá Noel volando por el cielo, y a los ocho renos que tiraban del trineo de madera y la campanita dorada que hacía clín, clón, clín, clón,…. y entonces fue completamente feliz.
Pedrito dijo adiós con la mano a Papá Noel con una gran sonrisa.
Entonces Papá Noel se dio cuenta de que Pedrito tenía razón, de que había dicho la verdad. Los niños soñaban con verle y no tanto con los regalos que iban a tener y eso le dio una gran satisfacción. El ya sabía que los niños no son egoístas, sólo son niños, y a los niños lo que más les gusta en el mundo es jugar y, por supuesto, poder ver a un Papá Noel vestido de rojo, montado en su trineo, con sus ocho renos y su campanita dorada haciendo clín, clón, clín, clón,….en mitad del cielo la víspera de Navidad.

30Nov/11

BOLLITOS DE MANTEQUILLA BIEN CALENTITOS. UN CUENTO PARA LOS MAYORES QUE NO ENTIENDEN NADA

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En una ocasión, la palabra Paz decidió abandonar el diccionario. Y no sólo el diccionario, decidió también abandonar el lugar que ocupaba en todas esas conferencias y cumbres que hacen los hombres poderosos de los países poderosos, y decidió irse de la boca de los hombres que la nombraban sin conocerla, y, en definitiva, tenía claro que desaparecería de todos los sitios molestos donde, únicamente, se la nombraba.
Así fue como, una mañana, los hombres poderosos, que tenían un montón de cosas que hacer, y entre ellas hablar de alcanzar la paz mundial, se llevaron tan horrible sorpresa. La palabra paz no estaba en ningún sitio, ni en sus papeles, ni en sus bocas, ni en sus folletos, ni en ningún papel abandonado, ni dentro de sus maletines ¡ni siquiera en el diccionario! ¿Qué iba a suceder entonces? ¡Esto era una catástrofe!
Ninguno de esos hombres poderosos se dio cuenta, después desayunar su café y sus bollitos de mantequilla bien calentitos, de que la catástrofe ya había llegado. Porque si ellos continuamente hablaban de paz era porque había una guerra, y si había una guerra no había paz. Y esto, cualquiera es capaz de comprenderlo. Sobre todo aquellos que no tienen bollito de mantequilla bien calentito para desayunar.
Pero, en cualquier caso, los hombres poderosos se reunieron, porque hay que reunirse para hablar de algo, aunque no sea de paz, y porque, cuando se reunían para hablar de paz, no siempre lo hacían porque les pareciese necesario, sino porque hay que ir a trabajar y hablar de algo. En cualquier caso, como digo, se reunieron, y, claro, hablaron de esta gran ausencia. Tomaban más cafés y fumaban y seguían comiendo bollitos de mantequilla bien calentitos, y llegaron a la conclusión de que no podían hacer nada. No podían hacer absolutamente nada, sólo seguir comiendo bollitos de mantequilla bien calentitos. Y eso exactamente fue lo que hicieron.
De repente, uno de ellos dejó de comer bollito y advirtió a los otros, que había que tener cuidado porque había muchos intereses de por medio, ya se sabe: petróleo,oro,…esas cosillas sin importancia que le dan tanta paz a uno. Que no podían seguir comiendo, ni bebiendo, ni fumando…, que debían hacer algo, que hay países y países, y que si en unos se querían matar pues que se matasen, porque ya se sabe, algunos son como bestias, otros están condenados a sus cargas culturales,… y bla, bla, bla, pero que si en otros se mataban también se mataba su bienestar, el bienestar de los hombres poderosos de países poderosos, claro está, y eso no podía ser así. Eso sería ¡una catástrofe!
Por eso, rápidamente, dejaron sus bollitos de mantequilla bien calentitos en los platos, y se pusieron manos a la obra. Y como el que hace un reparto colonial a base de escuadra y cartabón, comenzaron a delimitar sus intereses. Y lo hicieron bien, bien, pero que muy bien. Y ese día, durmieron tranquilos, pero que muy tranquilos, porque se dieron cuenta de que no les hacía falta hablar de paz, que ellos bien sabían ya lo que significaba. Todo el mundo sabía lo que significaba, y que ya estaba bien de tonterías. Que la paz en sí no existe, que la paz sólo existe si se quiere alcanzar. Así es que durmieron, como digo, muy bien, muy, muy bien, pero que muy bien. Aunque…. bueno, quiero pensar que alguno, de entre todos aquellos hombres poderosos de esos países tan poderosos, tuvo que ir a vomitar, de madrugada, algunos de esos bollitos de mantequilla bien calentitos que tanto, tanto, tanto les gustaban.