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15Dic/09

MILAN KUNDERA. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

MILAN-KUNDERA-CORAZoN-Y-CABEZA
Al escritor checo Milan Kundera es difícil nombrarle, sin decir inmediatamente y como si de su segundo apellido se tratase, “La insoportable levedad del ser”.
No quiero abrir de nuevo el libro para hablar de lo que ya todo el mundo sabe, la estructura de la novela, el amor y los celos, la pasión y el idealismo de todos sus personajes: Tomás, Teresa, Franz o Sabina, o por supuesto su parte filosófica.
Abro “La insoportable levedad del ser” para extraer algunas de las citas que más me hicieron pensar.
Por eso hoy el comentario sobre autores es para Kundera, por dejarnos escritas reflexiones como las siguientes. De la primera parte del libro me quedo con un par de ellas que hablan de la vida y del amor:

“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas posteriores(…) No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma?.”

“El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien.”

De la segunda parte me gusta especialmente una que habla, también, del amor:

“Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento.”

Y de la tercera, una cita sobre el sufrimiento:

“El tenía doce años cuando el padre de Franz la abandonó repentinamente. El niño supuso que estaba ocurriendo algo grave, pero la mamá veló el drama con palabras neutrales y suaves para no excitarlo. Ese día fueron a la ciudad y al salir de casa Franz se dio cuenta de que la madre llevaba en cada pie un zapato distinto. Se sentía confuso, tenía ganas de advertírselo, pero al mismo tiempo le daba miedo que una advertencia de ese tipo pudiera herirla. Así que pasó dos horas en la ciudad sin poder apartar los ojos de sus zapatos. Aquella vez empezó a entender qué era el sufrimiento.”

Esta cita sobre el sufrimiento es conmovedora. En mi opinión no se puede describir mejor el dolor de una mujer, a través de los ojos de su hijo.

En la cuarta parte, Kundera vuelve a resumir de forma magistral la esencia del amor en pareja:

“Los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cuál han sido construidos, perecen ellos también.”

Vuelve al amor y a la filosofía en la quinta parte:

“Recordó el conocido mito de “El banquete” de Platón: los humanos eran antes hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos. Admitimos que eso es así; que cada uno de nosotros tiene en algún lugar del mundo a su mitad, con la que una vez formó un solo cuerpo.”

En la sexta parte, un poco de política:

“En una sociedad en la que existen conjuntamente diversas corrientes políticas y en la que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del “kitsch”; el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas. Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del “kitsch” totalitario.”

Y en la séptima parte una reflexión acerca de las relaciones personales:

“Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son productos de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existentes entre ellos y nosotros. La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna.”

Esta obra escrita en 1984 se puede encontrar en la editorial Tusquets.

© 2009 Araceli Cobos

11Dic/09

El MUNDO VISTO DESDE EL CIELO. ANGELES CASO

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En muchas de las entrevistas que Ángeles Caso ha concedido la he escuchado hablar de su padre con un inmeso cariño y admiración. El libro que hoy vuelvo a abrir es un libro elegante, bello, bien estructurado. Es un libro de Caso, quizás el que, hasta ahora, más me ha gustado de ella. Tiene algo de mágico, tiene mucho de la escritora, y mucho de su vida, pero oculto entre párrafos que hablan de sus pasiones: la naturaleza, la pintura o la música. Pasiones que le inculcó su padre desde bien pequeña, como ella misma ha dicho en alguna ocasión.
“El mundo visto desde el cielo” , en mi opinión tiene mucho de compilación de recuerdos de su infancia y adolescencia, pero es, claro está, sólo mi percepción sobre la obra.
En la novela, editada por Planeta, se habla de cómo el arte puede llegar a ya no sólo a formar una gran parte de la vida de una persona, sino a ser su propia vida. El arte llega a ser una enredadera que trepa por dentro del artista hasta llenarlo, hasta que tiene que respirar por sus hojas olvidando que él mismo existe o que solamente existe para crear, y nada más.
Esto le sucede al protagonista de la obra Julio Canac. Un personaje con mucha personalidad pero atrapado entre el amor por Áurea, las telas y su pasado. Se le oculta la vida, la verdadera, la que él quiere vivir. La escritora asturiana lo resume así en uno de los párrafos del libro:
“Tal vez la vida a menudo se nos oculte. Vamos viviéndola, rutina, horarios, deberes, costumbres, creemos que vamos viviéndola, y ella está sin embargo escondida, agazapada detrás de un matorral de menudencias, lanzando a nuestro paso tenues crujidos, insignificantes corrientes de aire que nuestra conciencia no percibe.”

Canac fue abandonado de pequeño por su madre. El cuadro “La Tempestad”, de Giorgione le persigue. Le atormenta su pasado pero lo entiende. Y eso es lo que le pide durante todo el libro a su hija Aline, comprensión, porque a él se le escapó de entre las manos. Dejó a su hija y agarró el pincel, lo mismo que con él hiciera su madre, dejarle abandonado por un amor más fuerte que ella, el de un hombre desconocido.
Dos personajes auténticos, Canac y Áurea, pasionales, cada uno a su manera, a los que uno no sabe si odiar o querer durante todo el libro. Se conocen en un autobús, se enamoran pero cada uno guarda un secreto, un secreto que se volverá VERDE. Y el verde para Canac significa el final, o el principio, quién sabe. Él la ve como una odalisca, como un ser perfecto. Ella no sabemos si le venera, si le veneró alguna vez, si le quiere de verdad, o nunca le quiso, y ahí radica el encanto de Áurea.
En una ocasión Canac le pregunta si quiere ser su musa y ella le responde:

“No. Tu musa no. ¡Qué estupidez! Quiero ser la esclava de tu genio. Yo ordenaré tus tubos, limpiaré tus pinceles, cogeré tu teléfono, prepararé tu comida, barreré tu estudio, impediré que nadie haga ruido a tu lado, seré tu guardiana, tu cocinera, tu criada, tu secretaria, tu chófer, tu madre, tu amante…Y tú me lamerás, cuando quieras descansar, como un perro. Tú serás el perro de mi cuerpo. Yo seré la perra de tu pintura.”

Deja en el libro algunas reflexiones Caso que me gustaría dejar escritas aquí, por si nos sirven en algún momento:

“Pero ya sabes, nada eres si no veneras a los pintores más cotizados, nada eres si no has leído el libro del que todo el mundo habla, nada eres si no dices que te gusta lo que todo el mundo dice que le gusta hasta que alguien se atreve a decir que no le gusta y entonces todos dicen que no les gusta como ha dicho alguien y como han dicho todos…Mentiras, mentiras, mentiras…Necedades. Somos una panda de necios fin de siglo, Aline, una panda de ateos sacralizando lo humano porque añoramos irremediablemente lo divino.”

“Qué ridículo es el amor después del amor, Aline. Qué vergonzante y vulgar y sentimental y ridículo. No es cierto que deje nostalgias, irreparables añoranzas de lo perdido.”

Que me perdone Caso pero “El mundo visto desde el cielo” me ha traído el recuerdo de una película de Roman Polanski Bitter Moon donde Peter Coyote se enamora perdidamente de Emmanuelle Seigner hasta que a ellos también les llega el final. Del autobús al olvido, como Canac y Áurea.
Y al hilo de todo esto les invito a que se pasen por el blog que la escritora tiene en el diario Público. Un blog de temas de actualidad donde Caso da sus opiniones, entre ellas, que casualidad, las generadas por el caso Polanski.

© 2009 Araceli Cobos

08Dic/09

HELENA O EL MAR DEL VERANO. JULIAN AYESTA

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Es curioso pero es así. Es curioso pero hay novelas que te seducen desde el título y son capaces de atraparte en el índice. Suena un poco estúpido, pero es así.
Me ocurrió una vez leyendo “Helena o el mar del verano”, esa deliciosa novela que además de ser una joya imprescindible de la literatura española de posguerra, es imperecedera.
Esta novela de Julián Ayesta, escritor asturiano de Gijón, 1919-1996, es, por cierto, la única novela que escribió. Fue publicada por primera vez en 1952 y reeditada por la editorial El Acantilado muchos años después. En apenas noventa páginas conocemos a un niño de clase alta con sus miedos y sus amores, sus deseos y sus preocupaciones, y a la bella Helena, su amor idealizado de verano.
La novela está estructurada en tres partes, que el autor, con un punto de ironía y dulzura presenta como En verano, En invierno y En verano otra vez. El humor, las descripciones sencillas, la prosa ágil y siempre precisa y acertada hacen de esta novela algo inolvidable. Una novela que no cuesta abrir más de una vez para volver a disfrutarla.
Para este niño, del que nunca llegamos a conocer su nombre, el verano significa Helena, el mar y la alegría. En invierno le llegan los miedos, las incertidumbres, los confesionarios, los pecados. Un mundo angustioso que él mismo imagina y del que sólo puede salvarse cuando llega el verano, cuando acaricia el pelo rubio de Helena o se queda absorto mirando sus grandes ojos azúles.
En la primera parte, que transcurre en el verano, ya se dan pistas del mundo interior del niño, de sus preocupaciones. En este fragmento los niños se asustan porque un cura, al que los padres habían invitado para comer aquel día, sufre un pequeño accidente:
“Y de repente todos los hombres se arremolinaron porque la butaca de don José se rompió y él cayó para atrás y se clavó en la cabeza un clavo que los niños habíamos pinchado en el tronco de un roble lleno de hiedra. Y era una cosa rara, una cosa horrible que no se podía pensar ver un sacerdote todo sangrando, con todo el pescuezo lleno de sanger muy brillante y muy roja y toda cayendo por la espalda un hilo rojo, rojo, sobre la sotana negra. Y era tan horroroso y tan pecado que los niños teníamos miedo de verlo porque creíamos que los sacerdotes no tenían sangre, sino sólo alma por dentro y huesos.”

Y en invierno la angustia por pecar se hace más fuerte y Ayesta lo describe así y nos hace reir y sentir ternura por el personaje a partes iguales:

“Y mientras se estaba en pecado mortal todos los días eran grises aunque hiciera sol y todas las cosas salían mal y le preguntaban siempre a uno la única lección que no había estudiado, y papá estaba de mal humor y mamá más triste, y cuando se jugaba al fútbol no le pasaba a uno o si le pasaban desperdiciaba uno los pases de la manera más tonta, y además siemrpe que uno estaba en pecado mortal perdía el Sporting aunque jugase en casa o empataba, que jugando en casa era como perder. Y era dificilísimo explicárselo porque uno pensaba: “Bueno, porque se esté en pecado Dios no puede castigar a toda la demás gente que quiere que el Sporting gane.”

Pero el verano llega otra vez y con él la libertad que viene representada en el mar y en Helena:

“Las calles de Gijón están en una sombra lila muy limpia y fresca y no hay nadie, porque son las calles de por la mañana llenas de olor a las algas del mar”

“Helena y yo íbamos silenciosos. De cuando en cuando Helena se paraba, cogía unas cuantas zarzamoras y me ofrecía la mitad. Una, las del sol, estaban calientes y mates; otras, las de la sombra, estaban frías y brillantes. Otras veces las cogía yo y le ofrecía a Helena y comíamos juntos, mirándonos a los ojos, con la cara llena de manchas de jugo morado. Y seguíamos andando muy juntos, sin hablar nada, pero temblando.”

El autor asturiano escribió algunas piezas teatrales. Era licenciado en Derecho y Filosofía y Letras. Fue diplomático de carrera. Entre otros lugares fue embajador de Beirut, Colombia, Viena, Amsterdam o la extinta Yugoslavia, justo antes de su desmembramiento.

© 2009 Araceli Cobos

06Dic/09

EL TRAGALETRAS: UN CUENTO DE NAVIDAD

el-TRAGALETRAS
Era la víspera de Nochebuena cuando el señor Tragaletras llegó a casa. Era de noche y durante todo el día no había parado de nevar. Aquella tarde, mi madre, mi hermano pequeño y yo habíamos estado en el centro de la ciudad visitando los mercados de Navidad para comprar adornos y beber vino caliente. Mi padre aún no había llegado de trabajar, pero era casi la hora en la que él solía venir, por eso ,cuando tocaron al timbre, pensamos que era papá. Pero al abrir la puerta vimos a un hombre altísimo vestido con un abrigo negro muy largo . Llevaba una chistera enorme sobre la cabeza y unos zapatos puntiagudos de charol le asomaban por debajo del abrigo. A Nicolás le dio tanto miedo que se fue corriendo a su cuarto y cerró la puerta de un golpe. Mamá también se asustó pero, sin perder la calma, le preguntó por su nombre.
Entonces el señor de negro contestó muy amablemente:
-Soy el señor Tragaletras. Tengo frío, no tengo a donde ir y tengo mucha hambre. Sólo quiero algo de comer y un jersey para abrigarme. Perdone señora, pero necesito ayuda.
-Pase, pase, le contestó mi madre.
Mamá le acercó a la chimenea.
-Si quiere puede quitarse la ropa mojada en esa habitación. Ahora le traeré un jersey y un pantalón de mi marido, espero que le quepan, es usted tan alto…dijo mi madre sonriéndo, a pesar de que yo notaba que aún tenía un poco de miedo.
Yo le dije que se acercara más a la chimenea y él me sonrió.
Cuando el señor Tragaletras se fue a la habitación a quitarse la ropa, intenté hacerle entender a Nicolás que aquel hombre era bueno y que no nos iba a hacer daño.
-Sólo quiere algo de comida y ropa, le dije a mi hermano. Ven, tienes que conocerle.
Nicolás es muy pequeño, solo tiene cuatro años y no siempre entiende lo que ocurre. Yo, aunque sólo tengo nueve, me doy cuenta de casi todo, por eso, cuando el hombre se quitó la chistera y sus zapatones de charol ví ,por ejemplo, que no era tan alto como nos había parecido y que era un hombre bueno por la forma de sus ojos y su sonrisa.
Después de un rato el señor Tragaletras apareció vestido con un jersey y un pantalón de mi padre que le quedaban un poco pequeños pero al menos estaba caliente y seco.
Mi madre, sin preguntar al señor Tragaletras, se fue a la cocina, a buscar algo de comer para él, mientras Nicolás y yo le preguntábamos dónde vivía.
-En una ciudad muy lejos de aquí, respondió.
-¿Muy, muy, muy lejos de aquí?, pregunté algo asustada.
-Si. Muy lejos de aquí, dijo el señor Tragaletras. Está tan lejos de esta ciudad que ni siquiera puedes verla en los mapas.
Si, entonces, pensé que verdaderamenta aquella ciudad debía estar muy lejos
Sin decir nada, el señor Tragaletras se acercó a las entanterías de los libros y cogió entre sus manos un retrato de la abuela Cecilia. La abuelita Cecilia hacía un año que había muerto. En Navidad la abuela Cecilia siempre nos contaba cuentos al lado de la chimenea. Este año la echaríamos mucho de menos.
-Esta es tu abuelita Cecilia, ¿verdad?, preguntó el señor Tragaletras.
Yo, me quedé asombrada. El señor Tragaletras sabía que esa era mi abuela, y además sabía como se llamaba. Así es que respondí con un sí asustado.
-No tengas miedo pequeña, me dijo el señor Tragaletras acariciándome la cabeza. Tu abuela Cecilia me mandó hasta aquí
Yo ya no sabía que decir, menos mal que pronto apareció mamá con un tazón de leche caliente y una bandeja con galletitas.
-Tómese la leche y coma algo, le hará bien para entrar en calor, le dijo mamá acercando la comida al sofá. Después cenaremos sopa con albóndigas. Se puede usted quedar a cenar con nosotros.
De repente el señor Tragaletras se puso rojo como un tomate.
-Disculpe señora, disculpe las molestias, no sabía que me iba a traer algo de comer, dijo nervioso. Lo que sucede es que yo no como comida normal, sólo como letras.
-¿LETRAS?, nos preguntamos todos.
-¿Qué significa eso de que usted sólo come letras?, preguntó mamá asombrada.
-Muy sencillo, explicó el señor Tragaletras. No como ni sopa, ni carne, ni pescado, ni fruta, ni dulces, ni helados, ni nada de nada, sólo como letras.
-Sigo sin entenderle, dijo algo enfadada mamá. Si no lo explica usted mejor no le podré ayudar.
-Perdone, se excusó el señor Tragaletras. Es algo raro de entender, lo sé, pero es así. Me alimento de letras porque soy el señor Tragaletras. Vengo de un país lejano y soy un contador de cuentos. Este viaje ha sido muy duro para mí y por eso me he quedado sin reservas, encontre a muchos niños por el camino, y ya sabe usted, los niños sólo quieren que uno les lea cuentos y ya sabe…
El señor Tragaletras hablaba sin parar y decía cosas que no podíamos llegar a entender.
-Despacio, despacio, señor, le dijo mi madre. Si no he entendido mal usted viene de un país muy lejano. Su oficio en ese país tan lejano es contador de cuentos, y alguien le ha mandado hasta esta ciudad a contar cuentos. Por el camino se quedó sin letras porque fue contando muchos cuentos a los niños y por eso ahora necesita comer más para seguir creando cuentos y nuevas histoiras. Es todo muy raro pero es así, ¿no?, preguntó mamá.
-Si, exacto señora, contesto el señor Tragaletras. Es justamente así. Si usted no me da letras para comer no podré seguir contando cuentos y le aseguro que me moriré de tristeza. Aún tengo que contra muchos cuentos a muchos niños de todo el mundo.
A mamá le quedó claro, pero no sabía de dónde sacar las dichosas letras.
-Eso es lo más fácil, contesto el señor Tragaletras. Sólo hace falta recortarlas una por una de las revistas, de los periódicos, de cualquier parte.
Dicho y hecho. En cuanto el señor Tragaletras explicó todo comenzamos a cortar letras y más letras de periódicos, revistas, folletos de publicidad…Todos los papeles que había por casa se agujerearon como si cientos de gusanos se hubieran paseado por una manzana.
El señor Tragaletras comía a tal velocidad que no nos daba tiempo a descansar. Después de un rato, no muy largo, pero que a nosotros nos pareció eterno, el señor Tragaletras dijo que estaba lleno.
-¡Menos mal!, dijimos todos a la vez, mientras él nos sonreía.
El señor Tragaletras se frotaba la barriga con satisfacción. En ese momento papá toco a la puerta. Cuando vio al señor Tragaletras se llevó un buen susto. Después de explicarle todo se quedó más tranquilo y le invitó a cenar con nosotros.
Aunque el señor Tragaletras no cenó nada de nada, al menos nos contó el secreto de porqué razón estaba esa noche en nuestra casa.
-Me temo que me tendrán que aguantar un par de días más, dijo sonrojado.
-¿Por qué señor Tragaletras?, preguntó mi madre.
-La abuela Cecilia me mandó hasta aquí, explicó el señor Tragaletras. Me dijo que no quería que sus nietos se quedaran sin cuentos esta Navidad.
-¡Entonces vives en el cielo!, dijo mi hermanito Nicolás emocionado. Mi hermanito Nicolás sabe que la abuela Cecilia se fue al cielo a vivir.
-Si, si, Nicolás, contestó el señor Tragaletras. Ya os he dicho que vengo de un país muy muy lejano, que ni siquiera está en los mapas. Allí somos felices y nos acordamos con cariño de nuestra familia y sabemos lo mucho que nos queréis aunque ya no estemos a vuestro lado.
A papá, después de las explicaciones del señor Tragaletras, se le cayó la copa de vino, a mamá la cuchara de la sopa, y yo estaba tan asombrada que se me quitaron las ganas de comer.
Era increíble pensar que la abuela Cecilia había enviado al señor Tragaletras a casa para que pasara la Navidad con nosotros y así poder disfrutar de los cuentos, como todos los años anteriores.
-La Navidad es mágica, dijo el señor Tragaletras con una sonrisa.
Y eso pensamos todos, que la Navidad era mágica, porque la abuela Cecilia estaba con nosotros, el señor Tragaletras preparaba sus cuentos con ilusión, y papá y mamá no paraban de llorar de felicidad mirando por la ventana del salón hacia el cielo blanco de diciembre. Y al de un rato el señor Tragaletras comenzó a contar un cuento al lado de la chimenea, como siempre, como la abuelita Cecilia hubiese hecho.

© 2009 Araceli Cobos

02Dic/09

RETORICA BELICA. ARUNDHATI ROY

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La escritora Arundhati Roy se ha convertido en una activista mundial a través de sus ensayos políticos. Uno de sus libros más interesantes es el titulado “Retórica bélica”, publicado en la editorial Anagrama, donde se recogen varios artículos en contra del nacionalismo hindú, la política de George W. Bush y la globalización.
La historia ha dejado ya algo anticuada esta obra de ensayos, pero algunas de las reflexiones que Roy lanza son, desgraciadamente, aún de actualidad. Abrir este libro nos puede ayudar a entender parte de los conflictos que aún se viven en el mundo..
En “Retórica bélica” se habla de la escalada nuclear entre India y Pakistán, las matanzas de musulmanes en el estado indio de Gujarat, el auge del militarismo, la violencia racial, la violencia religiosa, las ideologías que hacen de etnia sinónimo de nación, y de muchas otros horrores como el atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
Por ejemplo en “Retórica bélica: Las armas atómicas no son juguetes», escribe pensamientos tan interesantes como éstos:

“La vida sólo resulta normal porque lo macabro se ha vuelto normal.”

“¿Qué significa la devastación de un valle para gobiernos que no se inmutan ante la posibilidad de la destrucción de la Tierra? Ha subido tanto el listón del horror, que sólo el genocidio o la posibilidad de una guerra nuclear son dignos de mención. La resistencia pacífica es mirada con desprecio.”

“Las armas nucleares no afectan únicamente al millón de soldados destacados en la frontera y que permanecen con el dedo en el gatillo en permanente estado de alerta máxima. Nadie es inmune a sus efectos. Tanto si son utilizadas como si no, menoscaban todos aquello que es humano. Incluso alteran el significado de la vida.
¿Por qué las toleramos, pues? ¿Y por qué toleramos que los hombres que las poseen chantajeen a toda la humanidad?.”

En su artículo “Ahimsa (Resistencia pasiva)», habla de la resistencia pasiva y de la globalización y sus consecuencias:

“La condena del terrorismo, por parte de cualquier gobierno, sólo es creíble si se muestra respetuoso con la disidencia no violenta, persistente, razonable y dialogante. Pero lo que ocurre, justamente,es todo lo contrario. A lo largo y ancho del mundo los movimientos de resistencia pasiva son aplastados sin piedad. Y el hecho de que no sean respetados ni escuchados hace que mucha gente crea justificado recurrir a la violencia.”

“En el siglo XXI resulta imposible ignorar la interrelación entre el fundamentalismo religioso, el nacionalismo nuclear y el empobrecimiento de amplios sectores de la población como consecuencia de la globalización propugnada por las grandes multinacionales.”

Cabe destacar también las reflexiones recogidas en “Cuando los santos ya no inician marchas de protesta: Los extraños destinos de Martin, Mohandas y Mandela»:

“En 1967, Martin Luther King, en un discurso militante, sin medias tintas, denunció la invasión estadounidense de Vietnam. Dijo: “Nos enfrentamos diariamente a la cruel ironía de ver en la televisión cómo mueren juntos jóvenes negros y blancos por una nación que ha sido incapaz de sentarlos juntos en las mismas escuelas. Contemplamos su brutal solidaridad cuando queman las chozas de una aldea de mala muerte, pero sabemos muy bien que dificilmente vivirían en el mismo bloque de pisos en Chicago.”
El New York Times, para contrarrestar la creciente oposición a la Guerra de Vietnam entre los jóvenes negros estadounidenses, utilizó este magnífico argumento de lógica más bien especiosa: “En Vietnam se ha dado a los negros, por primera vez, la oportunidad de desempeñar el papel que les corresponde en la lucha por su país.”
El diario neoyorquino olvidó mencionar que, tal como había recordado Martin Luther King, “en Vietnam mueren dos veces más negros que blancos, de acuerdo con sus respectivos porcentajes en la población estadounidense.”

“La lucha de los negros estadounidenses por sus derechos civiles nos dio algunos de los más destacados dirigentes políticos, pensadores, oradores y escritores de nuestra época. Martin Luther King Malcolm X, Fannie Lou Hamer, Ella Baker, James Baldwin y, por descontado, el maravilloso, mágico, mítico Muhammad Ali.
¿Quién ha recogido su herencia?
¿Gente como Colin Powell? ¿Condoleezza Rice? ¿Michael Powell?
Estos personajes son exactamente lo contrario de los mitos o los modelos de comportamiento. Pueden “parecer” la encarnación de los deseos de éxito material de los negros, pero en realidad, constituyen una gran traición. Son los criados con librea que guardan las puertas del deslumbrante salón de baile para que no penetren en él los miembros de las razas de color. Su papel y su utilidad son ser montados por la administración Bush siempre que necesite ponis pardos para sus guerras racistas o sus safaris africanos.
Si ésos son los nuevos mitos de los negros estadounidenses, habrá que prescindir de los antiguos, porque no pertenecen al mismo panteón”

Ante una mente tan lúcida como la de Roy sólo queda seguir abriendo sus libros y reflexionar sobre lo que ha pasado y aún pasa en el mundo.

© 2009 Araceli Cobos

27Nov/09

LA VOZ MALIGNA. VERNON LEE

palacio
Dicen, se oye, comentan, que el cuento es un género literario que no goza de muchos admiradores hoy en día. Aquel escritor que decida iniciarse en el mundo de la literatura escribiendo cuentos está, cuando menos, haciendo un alarde de romanticismo desmesurado. Parece ser que lo de leer cuentos está cayendo en desuso. En mi opinión todo es cuestión de con cuales se haya topado uno a lo largo de su vida.
Los cuentos son muy difíciles de escribir tanto para adultos como para niños. Conseguir la atención y plantear una historia con su principio y su fin en tan pocas páginas, es, como se suele decir, un auténtico encaje de bolillos.
Hoy he elegido un cuento, que será el primero de otros muchos que me gustaría dar a conocer por si alguien aún no se ha encontrado con ellos y desea abrirlos. Cuentos, que me han gustado, y, en ocasiones, no sabría decir porqué, y esos, justamente, son los que más me gustan. Esos que terminan tan sutilmente como empiezan y te dejan un insuperable sabor de boca, que pocas novelas pueden llegar a conseguir.
Vernon Lee, cuyo verdadero nombre era Violet Paget (1856-1935), publicó un estudio sobre la música italiana del siglo XVIII, con tan sólo veinticuatro años. Fue tan completo que desde ese momento, fue considerada una especialista en la materia. Pero Lee dio un paso más y cultivó no sólo la crítica, sino también la novela, el relato, el ensayo…Aunque era inglesa, vivió casi toda su vida en Florencia. La fantasía de Lee es infinita, es cuidada y elegante. En 2006 la editorial Atalanta publicó el libro “La voz maligna”, cuyo título original es “The Wiked Voice”, donde se reúnen tres de sus mejores cuentos fantásticos. El que aquí voy a destacar es el titulado “La muñeca”. Este cuento trata sobre una coleccionista de arte que se encuentra con un objeto fascinante cuando en uno de sus viajes visita un palacio de una familia noble. La extraña adquisición cambiará su vida.
Esta es la descripción que Lee hace del palacio:

“El palacio era inmenso. Había un salón de baile tan grande como una iglesia, varias salas de recepción con pisos sucios y mobiliario del XVIII, opaco y ajado, y un fastuoso aposento tapizado de satén amarillo y oro donde había dormido cierto emperador; unos estantes horribles con fotografías descoloridas en las paredes, dos biombos muy ordinarios y unos cojines de lana de Berlín delataban que habían vivido allí ocupantes más actuales.”

Si aún os han quedado ganas de cuentos y objetos extraños, os invito a leer el siguiente comentario.

© 2009 Araceli Cobos