FRANÇOISE SAGAN. ¡BUENOS DÍAS TRISTEZA!
“A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.”
La escritora francesa Françoise Sagan tenía tan sólo diecinueve años cuando presentó al mundo a su caprichosa Cécile. Cécile , una joven de diecisiete años, y su padre, viudo, de cuarenta años y fascinado por las relaciones breves con mujeres, pasaran unas vacaciones en una hermosa mansión a orillas del Mediterráneo. Cécile y su padre adoran su libertad, disfrutan con su libertinaje y necesitan marionetas a las que manejar a su antojo.
La misma Cécile lo reconoce en uno de los capítulos de la novela: “Mi padre y yo, para estar interiormente tranquilos, necesitábamos la agitación exterior.”. Ellos tienen encanto suficiente para divertirse y lograr lo que se proponen.
El desorden impera en sus vidas y así se sienten cómodos. Por eso, cualquiera que pretenda enturbiar su caos cotidiano, la frivolidad que les rodea y en la cual se regodean, puede sufrir, y mucho.
En la novela hay amores de todas las edades que llegan al límite, con personajes fuertes y débiles, pero nadie como Cécile, la seductora Cécile; egoista, inteligente, cruel, pero también dulce.
“Si llegaba al corazón de una persona era por descuido. De pronto entreveía todo ese mecanismo de los reflejos humanos, todo ese poder del lenguaje…Lástima que fuese a través de la mentira. Un día amaría a alguien apasionadamente y buscaría un camino hacia él, con precaución, con dulzura, temblándome la mano…”
Al final de cada capítulo se va conociendo mejor a la adolescente, que siempre tiene reservada una idea maquiavélica escudándose en sus caprichos de niña buena.
“Solía repetirme a mí misma fórmulas lapidarias, la de Oscar Wilde, entre otras: “El pecado es la única nota viva de color que subsiste en el mundo moderno”. La hacía mía con absoluta convicción, con mucha mayor seguridad, imagino, que si la hubiera llevado a la práctica. Estaba convencida de que mi vida podría adaptarse a esa frase, inspirarse en ella, brotar de ella cual una imagen perversa: olvidaba las horas muertas, la discontinuidad y los buenos sentimientos cotidianos. Idealmente proyectaba una vida de abyección y libertinaje.”
“Ese concepto de las cosas me seducía: amores rápidos, violentos y pasajeros. A mi edad no seduce mucho la fidelidad. Sabía muy poco todavía del amor: citas, besos y hastíos.”
Cecile es un torbellino irresistible al que hay que conocer. Os invito a abrir “Bonjour Tristesse”, os seducirá desde el principio.
© 2009 Araceli Cobos