TORTURA BLANCA. NARGES MOHAMMADI (PARTE 1)
Narges Mohammadi (Zanjan, Irán, 1972), ganadora del Premio Nobel de la Paz 2023 y una de las principales activistas iraníes a favor de la democracia y los derechos humanos, escribió este libro titulado Tortura blanca para hacerle saber al mundo entero lo que ocurre en las prisiones de la República Islámica de Irán. Un testimonio de gran valor, donde se recogen las experiencias de ella misma y catorce mujeres más. Alianza Editorial editó este libro donde se subraya que la vida entre rejas de estas inocentes, ya que ninguna de ellas cometió delito alguno, «está sometida a crueles vejaciones: sufren acoso y palizas por parte de los guardias, aislamiento total, denegación de cualquier tipo de tratamiento médico, interrogatorios extenuantes, castigos disciplinarios…» Se apunta que la ira del aparato represor iraní también se cierne sobre sus familias «que son amenazadas y no conocen el paradero de las prisioneras.»
Todas ellas son presas de conciencia o rehenes utilizadas «como moneda de cambio». «Mediante la tortura física y psicológica, el Estado iraní cree que puede reformar sus almas.»
Estas entrevistas se realizaron mientras las mujeres estaban en prisión o a la espera de juicio. «Son documentos asombrosos de humanidad, resistencia e integridad», se recalca en la cubierta del libro. «Mientras los iraníes siguen luchando a favor del movimiento «Mujer, Vida, Libertad», Tortura blanca carga contra el régimen teocrático iraní por sus crímenes.»
Mohammadi, periodista, licenciada en Física y madre de dos hijos, sigue encarcelada en una prisión de Irán. Su labor de activismo a lo largo de los años luchando por la abolición de la pena de muerte, por el derecho a la protesta pública y a favor de los derechos de las mujeres iraníes, ha sido elogiada por Amnistia Internacional, Reporteros sin Fronteras y PEN.
Comprometida con el movimiento «Mujer, Vida, Libertad» (Zan, Zendegi, Azadi), organizó protestas durante el Día Internacional de la Mujer cuando estaba encarcelada en la prisión de Evin, en Teherán.
El Comité Noruego del Nobel dijo que Mohammadi es una mujer, «una defensora de los derechos humanos y una luchadora por la libertad.»
The New York Times recogió que la investigación de la activista, basada en entrevistas a reclusas realizadas en la cárcel «ofrece una experiencia impactante acerca de la herida psicológica que producen el aislamiento total y las condiciones de vida en las cárceles de Irán.»
Tortura blanca, el libro que les invito a abrir hoy, representa, con estas entrevistas y las tristes y aterradoras experiencias que se recogen en ellas, a otras miles de mujeres que, como ellas, están encarceladas en Irán.
La gran escritora y traductora Clara Janés (Barcelona, 1940), miembro de la Real Academia Española (RAE) ha colaborado en la edición de este libro.
El prólogo del volumen está escrito por la abogada Shirin Ebadi (Hamadán, Irán, 1947). Militante por los derechos humanos y la democracia fue la primera mujer iraní y musulmana en recibir el Premio Nobel de la Paz en 2003.
El libro contiene, además, la carta que Mohammadi envió al Comité Noruego del Nobel, un apunte sobre la escritora a manos de Nayereh Tohidi y una introducción de Shannon Woodcock.
Les dejo con algunas de las experiencias de la autora del libro y con las del resto de mujeres. Son tan conmovedoras como crueles.
NIGARA AFSHARZADEH
«Rebuscaba en toda la celda por si encontraba algo, como por ejemplo una hormiga; y cuando encontraba una, tenía cuidado de no perderla. Hablaba con la hormiga durante horas, lloraba y sollozaba. Rezaba durante largas horas. Tenía la sensación de que veía a algunos de los profetas. Cuando dormía, tenía sueños extraños y al despertarme no me los creía. Durante el día andaba mucho, tanto que mis piernas ya no me respondían. Cuando me traían la comida, desmenuzaba el arroz y lo esparcía por el suelo con la esperanza de encontrar alguna hormiga u otros insectos para poder entretenerme con ellos. Deseaba tener algo vivo en mi celda. Cuando una mosca entraba me daba una alegría enorme. La vigilaba con mucha atención y, cuando se abría la puerta de la celda, trataba de evitar que la mosca se escapara. Dentro de la celda andaba detrás de ella y le hablaba.»
«No me daba cuenta del paso del tiempo. Multitud de veces tocaba el botón para avisar a las guardias que necesitaba ir al aseo. Las guardias venían adormiladas y yo les preguntaba: «Disculpe, ¿cómo se prepara la sopa Ash?». Preguntaba sobre las recetas de comidas o sobre cuestiones sin sentido. No sabes cuánto se enfadaban. Me gritaban y golpeaban la puerta, diciendo que eran las tres o las cuatro de la madrugada y que por qué no me dormía y las dejaba dormir a ellas. Pero yo me sorprendía al ver que ellas dormían. No sabía cuándo era de noche. Tocaba el botón sin ninguna razón, salvo para ver a un ser vivo.»
«Me desesperaban tanto la soledad y el desamparo que terminé haciendo cosas muy extrañas. Por ejemplo, masticaba el pan que me daban de comer, hasta que se ablandaba en mi boca. Después formaba con él una muñeca o una cruz para mi hijo pequeño. Pero cuando salía para ir al baño, las guardias aprovechaban para buscarlas y romperlas.»
«Lo que me destrozaba en los interrogatorios eran los insultos y las humillaciones. Parte de los interrogatorios se centraban en mis relaciones sexuales. No podía creer que hicieran este tipo de preguntas a una mujer. Un interrogador me pidió que describiera cómo había tenido sexo con cierto hombre (con el que yo había estado casada durante un tiempo). Hice todo lo que pude para evitar responder a esas preguntas, pero no lo conseguí. Al final le dije: «Lo mismo que hace usted. ¿Qué cosas hace usted con su mujer? Pues yo hacía lo mismo». «No, me lo tienes que describir y que mostrar», me dijo. Yo imité el acto sexual sobre la silla.»
ATENA DAEMI
«Muchas veces intentaba pensar en cosas a las que no había dado importancia cuando estaba libre. Curiosamente, ahora las echaba de menos. Intentaba desgranar el pasado. Intentaba recordar los libros que había leído o la música que me gustaba. Los primeros días pensaba que nadie me oía. Un día llamaron mi atención unos golpes en la pared. Era un simple ruido, pero era un sonido, y había roto el silencio. Me di cuenta de que había alguien al otro lado. Me apresuré a establecer comunicación con la gente de las celdas de alrededor. (…) Un día apoyé la cabeza sobre el suelo escuché el llanto de un hombre que provenía de la planta inferior, y se me encogió el corazón. Golpeé el suelo para intentar decirle que no estaba solo, y me oyó. Dejó de llorar y me contestó con otros golpes.»
«Al levantarme intentaba tomar el desayuno muy despacio para que pasara el tiempo. Recogía los cabellos caídos en el suelo. También recogía las migas de pan y las ponía en el vaso de té. (…) Doblaba las mantas, me sentaba apoyando mi espalda en ellas y miraba las paredes. Procuraba encontrar formas en el mármol. Me aburría.
Echaba pan seco a las hormigas. Después de la comida dormía un poco y luego hacía dibujos en el plato con la cuchara de plástico. Hacía frío y me dolían las piernas o se me dormían. Tenía mareos y si caminaba dando vueltas en la celda me encontraba peor. Parecía que las paredes se caían encima de mí.
Había un recorte de periódico pegado con pasta de dientes en la pared por un preso anterior, creo que llegué a leerlo cientos de veces. Me sabía de memoria los escritos, los nombres y las poesías que otros presos habían escrito en las paredes. Cuando, después de cincuenta días, tuve un bolígrafo llené todas las paredes de las poesías que me gustaban.»
ZAHRA ZEHTABCHI
«Intentaba no dormir mucho y leía los escritos que los anteriores presos habían escrito en las paredes.
Durante el día, memorizaba versos del Corán, tres azoras cada vez, y escribía de vez en cuando algunas frases en las paredes. Pero cada cierto tiempo los empleados de la prisión pintaban de nuevo las paredes de la celda con el fin de borrar esos escritos.»
«Leía el Corán antes de entrar en prisión. Todos los días leía dos páginas con su traducción en persa. También leía el Corán junto a otras amigas, estaba acostumbrada a su lectura. Pero a lo largo de un año, durante mi confinamiento en la celda de aislamiento, lo leí catorce veces de manera cuidadosa y dándole significado.
Esta labor tuvo un efecto tremendo a la hora de reforzar mi resistencia. Resistí gracias a mis creencias religiosas.»
NAZANIN ZAGHARI- RATCLIFFE
«Una vez lloré tanto que me caí desmayada. Otro día, en el interrogatorio, la presión que recibí me dejó tan mal que me caí de la silla. El interrogatorio en Kermán siempre me dañaba mucho psicológicamente. Las miradas y el trato del interrogador me hacían mucho daño y yo le tenía mucho miedo. (…)
En Kermán no me sentía bien: lloraba y gritaba. Leía mucho el Corán. Lo leí entero siete veces. Hablaba con Dios, gritaba y me desmayaba.
Cuando volvía en mí, me veía con el rosario en la mano y caída en la alfombra de rezo. Entonces me daba cuenta de que llevaba mucho tiempo sin sentido.»
«Tenía mucho estrés, no sabía que pasaría en el futuro. Siempre me preguntaba por qué me habían quitado a mi hija a la que daba el pecho. Tenía una imagen en mi mente en la que ella se apartaba el pelo de su cara. Por las mañanas, cuando abría los ojos, buscaba a Gisoo, pensaba que estaba en un sueño y no podía creer que estaba separada de ella, echaba mucho de menos bañarla, acostarla en su cuna…»
«Padecía de perdidas de memoria. En la celda pensaba durante muchas horas, pero no recordaba ni cosas sencillas de mi vida cotidiana.»
MAHVASH SHAHRIARI
«Ellos querían humillarme y derribarme, pero eso nunca ocurrirá. Me decía que aquello para mí sería una experiencia espiritual. Me acordé de lo que dijo Nietzsche: el sufrimiento que no venza a un ser humano, le hará más fuerte. Y decidí volver a casa más fuerte.»
«Una celda de aislamiento no es solamente un habitáculo pequeño, estrecho, oscuro y sin vida. Allí, constantemente y cada vez más, aumenta la presión sobre la acusada con interrogatorios duros y machacantes, intimidaciones, insultos, amenazas a la familia y los amigos, incomunicación, falta de noticias y desconocimiento de los planes que tienen los carceleros respecto a ti, a tu familia y a tu comunidad. En todo momento te planteas decisiones delicadas sobre cómo debes responder a cada una de sus preguntas… Ellos exageran constantemente, juran, gritan y mienten, para conseguir agotarte y lograr que te rindas.
La prolongación del régimen de aislamiento tiene serias consecuencias físicas y psíquicas. La soledad, la desorganización mental, la falta de estímulos sensoriales, como luces, colores, sonidos, olores o, simplemente, una mirada normal y sin enemistad, poco a poco altera la concentración mental y el equilibrio psíquico de la persona.»
«Rezaba largas oraciones y repetía lo que ya me sabía de memoria. También andaba y pensaba. Andaba sin descanso por la celda y recitaba en voz alta las poesías y los textos que me sabía de memoria. Había programado mis pensamientos, es decir, cómo y en qué pensar. Por ejemplo, pensaba en los interrogatorios, los analizaba y reflexionaba sobre ellos. Pensaba en mi casa, mi familia, mis compañeros y mis amigos. Intentaba evitar los pensamientos inútiles y no perder el control.»
«Además, la falta de contacto social y de conversaciones normales, tuvo efectos negativos mentales y morales, sobre todo para mí que era profesora y durante años di clases en institutos educativos. He expresado claramente todo esto en mis poesías.»
«Me fijé en el espejo que había allí, y vi a una persona que desconocía totalmente. La miré bien y me pregunté quién era: «¿Quién puede haber aquí, salvo la funcionaria y yo?». Cuando miré otra vez me di cuenta de que no había nadie más. Solo estábamos nosotras dos. Entonces entendí que aquella mujer, con su chador y un aspecto pálido y delgado, con cabellos blancos y cejas largas, era yo misma. Me puse mala, ¿cómo era posible que no me reconociera a mí misma?»
«La experiencia de la prisión es larga, especial y única: una vida llena de sufrimiento, privaciones y soledad. Es una experiencia que consiste en sobrellevar el peso de la injusticia y de soportar tratos claramente vejatorios y una inmoralidad amarga y desnuda. La vida en prisión se basa en la negación de todas las necesidades naturales y humanas, pero al mismo tiempo abre las puertas de la poesía, del pensamiento y del significado del valor del corazón y del alma. Es una manera de alcanzar la certeza en la victoria final de la verdad; es la experiencia ascética de encontrar la Haqq al- Yaqin.»
HENGAMEH SHAHIDI
«Cuando no tenía un libro me ponía muy nerviosa. Pero cuando me daban algún libro me ponía a leer y eso cambiaba mi estado de ánimo. Cada día leía unas ochocientas páginas y eso era de gran ayuda para pasar el tiempo.»
«Aprovechando mis experiencias anteriores, hacía deporte durante dos horas diarias, entre los periodos de lectura. El deporte consistía en andar dentro de la celda o hacer estiramientos. Algunos días andaba hasta siete kilómetros dentro de la celda. La manera de calcular la distancia era muy sencilla: una ida y vuelta era aproximadamente cinco metros, y como mi rosario tenía cien cuentas, una vuelta entera del rosario eran 500 metros y entonces catorce vueltas del rosario eran siete kilómetros. La cuenta de las catorce vueltas las hacía con huesos de dátiles.»
«La prohibición de realizar llamadas y de recibir visitas hacía aún más difícil tolerar la situación en la celda. La luz que estaba encendida a todas horas día y noche irritaba mis ojos, me privaba del sueño y era una especie de tormento. Soporté situaciones difíciles cuando me enfrenté a groserías, a palabras vulgares y a insultos sexuales.»
REYHANEH TABATABAEI
«Echaba de menos a mi madre, y sufría por no poder escapar de aquel ambiente. Al no tener radio ni televisión, era muy difícil entretenerme en algo para pasar el tiempo. A veces me sentía muy deprimida. Una vez me dieron un ejemplar del periódico Bahar en el que habían publicado mi detención y la de mis compañeros, lo leí y me emocioné mucho. (…)
En la celda me dejaron el libro Da, de casi 700 páginas y lo leí siete veces. Cuando leí las primeras cien páginas, volví a empezar de nuevo para no acabarlo tan pronto. Les pedí más novelas, pero no me dieron ninguna. Más tarde me di cuenta de que leer este libro e imaginar las escenas de guerra, matanza y muerte, me hacía daño y empeoraba mi estado de ánimo.»
«En la celda andaba mucho y hacía ejercicio sentada y tumbada. Pasaba mi tiempo haciendo cosas, por ejemplo, un rosario con corteza de naranja para calcular el tiempo.»
SIMA KIANI
«Lo que más me hacía sufrir era no tener nada para entretenerme y para pasar el tiempo; no había libros ni prensa, nada… todo esto me resultaba muy difícil.
Parte de los días los dedicaba a rezar; procuraba dormir para no enterarme del paso de las horas. Mi celda estaba cerca del cuarto de los funcionarios de prisión, y me llegaban sonidos incomprensibles de los programas de televisión que veían. Intentaba reconocer esos ruidos y de esa forma mantenerme mentalmente activa, y terminé por familiarizarme con los sonidos.
Durante los diez días de interrogatorios me sentí mejor porque, para mí, suponía estar ocupada con algo y, por lo tanto, prefería que me interrogaran a estar sola en la celda sin poder hacer nada.»
«Con el paso del tiempo, las funcionarias ya me conocían mejor, de modo que aumentaron el tiempo de patio hasta media hora o más. Eran momentos placenteros de soledad, una ocasión para dar paseos, en los días lluviosos caminaba en una zona bajo cubierto, y los dedicaba a la oración en voz alta y a llorar y rogar a Dios.
Cuando volvía a la celda, sentía una iluminación espiritual enorme.»
«Fue una experiencia irrepetible, tal vez única en la vida, agonizante pero excepcionalmente espiritual. Espero que sus buenos efectos duren el resto de mi vida. Sé que el futuro de mi país es brillante y que los prejuicios, el odio y la enemistad desaparecerán de la tierra.»
FATEMEH MOHAMMADI
«Los interrogatorios eran muy duros porque me insultaban de forma horrible y vejaban a mi familia, sobre todo a mi madre y, por supuesto, a mí misma. Por ejemplo, decían que la iglesia cristiana era como un casino. Me echaban en cara que leyera la Biblia y no el Corán.
Se entrometían en los asuntos más íntimos de mi vida, cosas que no tenían nada que ver con las acusaciones contra mí, y en términos muy vejatorios. Me hablaban de asuntos privados y de mis relaciones familiares. Tachaban de cobarde a mi padre y yo me sentía indefensa. Una vez, sollozando, le dije al interrogador: «¡Quiero a mi padre!», y él se quedó callado.»
«Era llamativo que, cuando se trataba de hacerme preguntas sobre el cristianismo, tenía que llevar la venda y sentarme de cara a la pared; solamente me la podía quitar cuando tenía que escribir algo. Sin embargo, cuando formulaban preguntas acerca de mi vida personal y privada como mujer, hacían que me quitara aquel trapo y que les mirara a los ojos.»
«Me habían sometido a un estado de abandono absoluto; ya ni siquiera me interrogaban. En esta situación, sufría delirios y aquello me preocupaba gravemente. Les decía que no tenían nada de lo que acusarme, que por qué no me sacaban de la celda, pero ni siquiera me hablaban.
Aunque los interrogatorios iban acompañados de malos tratos y vejaciones, los prefería, porque así, al menos, podía salir de la celda. Estaba dispuesta a aguantar cualquier cosa con tal de dejar el aislamiento, aunque solo fuera escuchar los pasos de alguien andando.»
«En cuanto a la gravedad de la situación en la celda de aislamiento, solamente puedo decir que a veces hacía cosas de manera inconsciente e involuntaria, y después, cuando volvía en mí misma, me veía arrodillada entre sollozos, rezando y reclamando a Cristo y hablando con él. Pensaba que salvo Jesucristo nadie más me iba a socorrer.»
SEDIGHEH MORADI
«Desde el primer interrogatorio me estiraron el cuerpo para atarme los pies y las manos a una tabla, y me daban continuos azotes con un cable en la planta de los pies. Todo mi cuerpo temblaba y no dejaba de llorar. Parecía que me estaba muriendo. En mi espalda no sentía mucho dolor, pero me retorcían la cabeza y esto me provocó serios daños en los tendones del cuello. Recuerdo que me desmayé y para despertarme me echaban jarras de agua. Yo no podía ponerme de pie, pero me obligaban a hacerlo. Aun y con todo, el dolor de la tortura se puede tolerar mejor que escuchar los gemidos de otras personas que están siendo torturadas.»
«Recuerdo un día que, como consecuencia de los latigazos, me sentía muy mal. Empecé a cantar unos himnos. Entonces yo estaba soltera y no vivía con mi familia, así que pensaba en mis amigos. Recordar las cosas que había hecho y los sitios que había visitado era una forma de entretenimiento. No tenía el Corán, pero recitaba algunos versículos que sabía de memoria. Pensaba en las películas que había visto. (…) Hablaba en voz alta y trataba de escuchar mi voz como si viniera de otra persona. En la celda reinaba un silencio absoluto. Los momentos más agradables eran cuando los hombres de la planta de arriba entonaban himnos. El sonido más bello era escuchar las campanadas del reloj de la Universidad Nacional; entonces era consciente de que la vida continuaba. Escuchar el ruido de una moto o la voz del frutero me daba vida.»
«Me sentía al margen de todo, olvidada y pedía ayuda a Dios. Repetía todo lo que sabía para que la soledad no me hundiera todavía más. Un día, una mariposa se posó en la moqueta. Entablé con ella una conversación. Fue un momento grato y agradecí su presencia.»
«Una vez escuché a una madre imitando a su hijo y me resultó algo muy agradable. Al principio creí que habían llevado a la prisión a un niño, pero luego descubrí de qué se trataba.»
NAZILA NOURI Y SHOKOUFEH YADOLLAHI
«Me golpearon en la cabeza durante el arresto y como resultado tuve muchos problemas. Uno fue que perdí el sentido del olfato. Mi herida en la cabeza se infectó y tuve fiebre. (…) Era difícil pero yo intentaba seguir bien. La verdad es que dentro de la celda me sentía tranquila.»
«En general, siento que durante este período muchas cosas que eran valiosas para mí fuera de prisión ya no me importaban, y cosas que antes daba por sentado, como caminar por la calle Pasdaran, ahora tienen un significado diferente.»
MARZIEH AMIRI
«(…) había escritos de otras personas presas allí antes.
Era como si los mensajes te dieran señas de aquellas personas. Gente desconocida pero con la que te sentías unida. Los escritos en las paredes eran como un canal de comunicación, un puente entre los que estuvieron antes y los que estábamos hoy, y eso me daba ánimos.»
«De entre las baldosas del patio habían brotado unas flores amarillas. Yo ya conocía esas flores. Una amiga me había hablado de ellas. Durante su detención eran los únicos seres vivos que le recordaban la vida. Por estas flores me di cuenta de que era el mismo sitio en que había estado mi amiga. Sentía que ya no estaba sola y que Parisa estaba conmigo.»
«Cuando estás en un espacio cerrado, todo lo que forma parte de la vida cotidiana de un ser humano desaparece.
En los interrogatorios me preguntaban de todo. Solo escuchas la voz de tu interrogador, y cuando vuelves a la celda, estás completamente sola. La soledad de una celda de aislamiento es muy diferente a estar sola en libertad. En la celda nadie está a tu lado. Te apetecer charlar, pero no puedes. Hay momentos en la celda en los que tienes la sensación de que las paredes se derrumban sobre ti. Sientes que las paredes se van aproximando cada vez más unas a otras y que te van a aplastar. Esa sensación era muy fuerte y me cortaba el aliento.»
«No había nada en la celda para entretenerse. Solo podía trastear con mi mente. A veces me imaginaba en una reunión de amigos y, así, hablaba con ellos. Procuraba imaginar conversaciones sobre temas ajenos a la prisión, para no perder la conexión con el exterior.»
«Antes de ser encarcelada, a veces me sentaba durante horas a pensar, por ejemplo en una parada de autobús. O me acostaba durante dos horas y simplemente pensaba cosas sin nigún propósito, pero en la celda de aislamiento no hay nada que estimule tu mente.
A veces intentas recordar cosas del pasado, y repasarlas, pero llega un momento en el que te agotas y te aburres de ese esfuerzo. Son momentos muy tristes. En ocasiones no recuerdas ni los instantes más bellos ni los sucesos más importantes de tu vida. Es como si en un sitio abarrotado y desordenado buscaras algo sin poder encontrarlo.»
«Hacía mucho ejercicio. Bailaba, hacía muecas y movimientos con el cuerpo y me reía mucho con aquel juego.»
«Me sentía muy mal. Di un puñetazo a la pared. En ese momento casi enloquecí y experimenté miedo, no hacia el interrogador o la prisión: tenía miedo de mí misma. Di un puñetazo a la pared porque quería sentir dolor físico.»
«Reflexionar y tener ganas de vivir eran mi mayor y principal apoyo. Cuando me sentía frustrada por todo, pensaba que podía crear una esperanza real en aquel momento si conectaba mi pasado con mi futuro. Este deseo también me ayudó a no dejarme intimidar por el interrogador. Creer que mi vida iba a continuar me ayudó a seguir viviendo, no solo durante los interrogatorios. Recordé lo que había oído sobre otras prisioneras. Pensé en cómo ellas también habían vivido y resistido en aquellas celdas. Mi cabeza estaba llena de su resistencia, resiliencia y firme resolución. El hecho es, por supuesto, que las condiciones de aislamiento son tan duras que es muy difícil tener una férrea voluntad de resistir. A veces olvidas completamente el significado de esa idea, porque simplemente termina convirtiéndose en un concepto vacío.»
«(…) solo el nacimiento de un poder interior te sostendrá. Hasta ese momento, desconocías la existencia de ese poder. Es algo que te ayuda a enfrentarte a esa situación de violencia. En realidad, en esas circunstancias, el ser humano lucha por sobrevivir, tal vez nada salvo el instinto de supervivencia sea capaz de lograr que sigas adelante.»
«A veces mi cerebro o mi voluntad dejaron de resistir, pero algo muy dentro de mi cuerpo y de mi alma, algo orgulloso que resistía en lo más profundo de mi yo roto, me empujó a seguir luchando.»
«Este sistema quiere imponernos que un grupo, al tener mayor fuerza, puede y está legitimado para ordenar y dirigir a los otros grupos porque carecen de poder. En este hecho puede verse el denominador común entre la atmósfera de los interrogatorios y la lógica de la sociedad patriarcal. En los interrogatorios, el interrogador, desde la fiscalización, la violencia, la imposición del castigo, tiene el mismo rol que el padre, el esposo, el hermano y el Gobierno hacia la mujer.»
«En la situación tremendamente desigual e injusta creada por el interrogador, la mujer que ya viene herida de una situación discriminatoria anterior y generalizada, puede poner en marcha una resistencia nacida en ella desde la experiencia de su día a día.»