NAO / CAPITULO IV. EL PRÍNCIPE AL

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Los meses pasaron y dos días antes de la boda el rey organizó una fiesta a la que invitó a todos los monarcas de las otras islas del archipiélago de los elementos. Los reyes, así como sus esposas y sus hijos tenían mucha curiosidad por saber quien era aquella muchacha que el príncipe en pocos días convertiría en su esposa, ya que habían oído hablar de su gran belleza y simpatía.
Todos se vistieron de gala para la ocasión y fueron recibiendo uno por uno a los ilustres invitados. El rey de la isla Agua, llegó acompañado de su esposa, una bella sirena de cabellos rojizos y ojos verdes, y sus dos hijas. El rey de la isla Fuego también acudió con su familia al completo, su esposa y sus tres hijos varones, muy amigos del príncipe Xin, y el monarca de la la isla Aire, al igual que los demás, lo hizo acompañado de la reina y su único hijo, el príncipe Al, al que se conocía en todo el archipiélago por ser un heredero al trono además de guapo, caprichoso y algo mal criado.
Todos los monarcas y sus familias quedaron encantados con Di. Ni uno siquiera dudó de que el príncipe había hecho una buena elección. Los reyes felicitaron a los contrayentes y a sus familias. El rey Xao y su esposa se quedaron más tranquilos, pues notaban que, finalmente, los deseos del príncipe habían sido los acertados.
Los tres reyes coincidieron en decirle al monarca Xao, que esta era la mujer que ellos desearían para sus hijos. El rey Xao se llenó de orgullo y la reina empezaba a mirar a Di con otros ojos. La aceptación y la admiración por la educación, la belleza y la simpatía de la muchacha había sido tan grande entre los invitados, que hizo que la reina se sintiera de repente muy orgullosa de su futura nuera.
Los demás príncipes felicitaron a Xin deseándole todo lo mejor al lado de aquella mujer. Sólo uno, el príncipe Al, se acercó a Xin algo más reticente y con un cierta envidia en los ojos, que sólo Xin pudo apreciar.
-Te deseo lo mejor, dijo el príncipe Al con cierto resquemor en su mirada. Sin duda eres un hombre con suerte. Di es la mujer más bella que jamás he visto, y no sólo eso, tiene una gran bondad y su simpatía es desbordante. Felicitaciones amigo, añadió antes de alejarse.
Xin sintió la frialdad de las palabras de Al, y esto le produjo cierto miedo. Todo el archipiélago sabía de sus encantos y de su obsesión por conseguir lo que le gustaba. Pero, ¿a qué debía tener miedo? Di estaba muy enamorada de él, así se lo había hecho saber. ¡Que tonto era al pensar en estas cosas!. Di le quería a él y se casarían en un par de días. Además estaba seguro de que el príncipe Al encontraría una bella mujer también a la que convertir en futura reina, pues dones no le faltaban.

***
Los preparativos de la boda dejaron a todos, en la isla, sin fuerzas. Xin era el único heredero al trono y la fiesta debía ser tan elegante como el futuro rey se merecía.
El palacio se vistió con las más bellas cortinas, alfombras, vajillas, flores,… Cada detalle fue estudiado al mínimo. La mamá de Nao había confeccionado todos los vestidos de su familia así como la de los monarcas. Ni que decir tiene que eran perfectos y todos lucían guapos y elegantes. Los gemelos, hermanos de Di, serían los pajes de honor. Nao llevaba un traje especial. Hacía unos días que el joven, debido a sus progresos en la escuela del ejército del reino, había ascendido en su categoría. Ahora ya no era un simple soldado, ahora tenía el cargo de soldado instruido, y como tal, ante la situación de que el reino se encontrara en peligro, el debía poner su inteligencia al servicio del rey para resolver ese problema. Sólo tenía diez años, pero demostraba que sus ideas eran tan grandes como para vencer a tres reinos enteros.
El rey hizo levantar una gran fuente al lado del jardín, donde se serviría el banquete con la intención de mostrar a todos al anciano Teo, el pez naranja que tantas alegrías le había dado y con el que tanto había conversado. Quedarían admirados de aquel hermoso y extraño regalo con el que un día la familia de Nao logró quedarse en palacio para siempre con el objetivo de servir a él y a toda su familia, y que ahora, por caprichos del destino, les unían para siempre a ellos a causa de la boda de su hijo con Di.
Todo estaba listo. El vestido de la novia, como siempre suele ocurrir, era el secreto mejor guardado en palacio de aquella fastuosa celebración. Su madre había confeccionado para ella un hermoso vestido de seda blanco lleno de encajes con el que Di se veía espléndida.
El gran día llegó. Cuando los príncipes se dieron el “si quiero“ hubo lágrimas de emoción y alguna que otra de envidia entre los invitados. Después, todo se olvidó en el banquete, en el que se sirvieron los más ricos manjares imaginados. El baile duró hasta el amanecer, y todos los monarcas charlaron con Teo. Ya había dos cosas por las que envidiar al rey de la isla Tierra, su hermosa nuera, y ese maravilloso e inteligente pez con el que se podía hablar de cualquier cosa.
Pero cuando todo parecía estar en calma, cuando parecía que no se podía llegar a alcanzar una felicidad más grande, sucedió algo inexplicable y doloroso para todos. De pronto el cielo se oscureció, se levantó un fuerte viento, un gran remolino sacudió todo a su paso y un tifón rodeó a Di. En aquel escenario trágico y violento apareció el príncipe Al. Su sonrisa maliciosa confirmaba la peor de las noticias. Se quitó su ropa y dejo al descubierto sus alas. Agarró a Di de la cintura y se la llevó volando.
No dio tiempo a hacer nada. No se podía hacer nada. Los invitados no pudieron reaccionar y cuando quisieron darse cuenta ya el joven Al había consumado su más pérfida hazaña. Fue en ese momento, cuando el príncipe Xin se acordó de los extraños presentimientos que había tenido días antes al charlar con el heredero de la isla Aire. Era un ser envidioso al que le molestaba la alegría de los demás, un hombre que no disfrutaba con la felicidad de los demás. Xin había aprendido de su padre que la envidia puede destruir todo a su paso y hacer hasta del hombre más bondadoso el peor de los monstruos.
Nadie podía calmar las lágrimas de los padres de Di, ni el nerviosismo y la preocupación de los monarcas. Xin estaba destrozado. Los monarcas de la isla Aire se sentían avergonzados de la maniobra que su hijo había llevado a cabo, y no sabían que hacer para excusarse. Ellos mismos intentaron tranquilizar al príncipe Xin y a la familia diciéndoles que irían inmediatamente a la isla y aclararían el problema cuanto antes. Así fue, un águila gigante apareció ante el reclamo de un silbato que llevaba el rey y él y su esposa se montaron en ella camino de su isla con el deseo de acabar con aquella locura del joven heredero cuanto antes.
Mientras esperaban las noticias del rey de la isla Aire, Nao intentaba calmar a sus padres, al rey Xao y a su esposa. Aunque tenían alguna esperanza de que todo se aclarara rápidamente, sólo Nao presentía que nada iba a ser tan fácil como se habían imaginado. Nao había notado la maldad en los ojos del príncipe Al y sabía que el joven heredero era capaz de cualquier cosa.
Tal y como había presentido Nao, las horas pasaban y nadie tenía noticias de Di. El príncipe no podía aguantar más y decidió ir a buscarla. Cargó un barco con alimentos y se rodeó de los miembros del ejército real. El viaje en barco duraría algunos días, pero la isla Tierra no estaba dotada con aquellas maravillosas águilas que tenía la isla Aire y con la que se podían desplazar en cuestión de minutos de una isla a otra. El padre de Di y el rey Xao quisieron acompañarle, pero el príncipe quería resolver este asunto sólo. Conocía al joven Al desde que eran niños y tenía la certeza de que charlando con él se podría llegar a un acuerdo. No quería venganza, ni siquiera sentiría rencor por él. Sólo quería hacerle entender que lo que había hecho no estaba bien, que él mismo se diera cuenta, recapacitase y le devolviera a Di sana y salva.

Pasaron los días y todo era mucho más angustioso pues además de no tener ninguna noticia de Di, tampoco se sabía nada ya del príncipe Xin. Los monarcas temían lo peor. Parte de los hombres de su ejército, los más cualificados, estaban dentro de un barco con el joven Xin, y podía haber pasado cualquier cosa. La situación era cada vez más desoladora.
Nao no podía aguantar ver más la tristeza de sus padres y tampoco, claro está, la de los monarcas. Había estado dándole vueltas a la cabeza sobre una idea que quería exponer al rey Xao, aunque le parecía casi imposible que le diera su aprobación. Al menos debía intentarlo.
Así, a la mañana siguiente se presentó ante el rey decidido a hablarle de su plan.
-Estimado monarca, dijo Nao con decisión. Sé que sólo soy un niño de diez años, al que usted, aún viendo que he progresado dentro del ejército, ve como a un simple muchacho, pero los días pasan y nadie tiene noticias ni del príncipe Xin, ni de mi hermana. Esta situación es angustiosa para todos. Si usted me dejara flotar un barco y llevarme a los hombres que quedan del ejército, yo iría con toda mi valentía a buscar a los príncipes. Quizás Xin tenga problemas en medio del mar y ni tan siquiera haya podido llegar a la isla. No podemos esperar más, dijo Nao.

El rey le miraba con cariño y tristeza a la vez. Era un joven tan valiente…pensó el monarca. Pero sabía que no podía dar este permiso al muchacho. No podía darles ese sufrimiento a los padres de Nao. No quería que sufrieran más viendo a su hijo partir. Los padres no podrían aguantar tanta tristeza.
Nao se daba cuenta de lo que al monarca le pasaba por su cabeza. Por eso le tranquilizó diciendo que hablara con su padre, ya que estaba seguro de que éste no pondría ningún impedimento en que él se echara a la mar para poder ayudar a los príncipes.
Y así sucedió. Aunque el padre de Nao, después de tanta tragedia, había quedado sin fuerzas, sabía que su hijo era la última esperanza. Además confiaba mucho en él. Nao había demostrado ser un chico especial para su edad, lleno de bondad e inteligencia. Eso era suficiente para su padre.
Al día siguiente, Nao vio cumplido su deseo. Un barco esperaba atracado en el puerto con suficientes víveres y la mitad del ejército real. En ese mismo momento comenzaba la gran aventura del pequeño Nao


>> Capítulo V. La isla Agua

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