NAO / CAPÍTULO III. DI Y EL PRÍNCIPE

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<< Capítulo I. Los tres regalos mágicos
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La vida en palacio era muy tranquila. Los monarcas gozaban de buena fama entre sus trabajadores. Eran una familia, que a pesar de su rango, se sentían muy cercanos a sus súbditos y pueblo. Siempre se mostraban muy amables con todos. Vivir en la isla Tierra era sencillamente un sueño para el que lo lograba.
El rey se dio cuenta muy pronto de las habilidades como jardinero que tenía el padre de Nao, y fue éste el puesto que ocupó en palacio. El papá del muchacho convirtió aquellos jardines en auténticos paraísos de olores. Inventó los túneles de las sensaciones. Estos eran largos pasadizos de arcos llenos de flores. Cada uno de los pasillos estaba cuajado de una clase de flor. El aroma era tan intenso que, cuando uno paseaba por cualquiera de ellos, el perfume embriagador tenía la habilidad de transportarte a otro mundo a través de la mente. El túnel favorito del rey era el de los jazmines. Aseguraba que después de un paseo por allí su facilidad para resolver los asuntos económicos del reino era mucho más grande. El monarca estaba encantado con las mil ingeniosas ideas de aquel jardinero que cada mes le sorprendía con algo nuevo.
La reina también se percató muy rápidamente de las grandes dotes que, para la costura, tenía la madre de Nao. Los cortes de sus vestidos eran limpios y las costuras perfectas. Además, demostraba tener un gusto exquisito a la hora de combinar los colores. La madre de Nao aseguraba que la mitad del secreto residía en las telas con las que trabajaba, pero la reina sabía que esto era simple modestia por parte de la mujer. Las manos de aquella señora eran prodigiosas con la aguja. En cada recepción la reina deslumbraba al resto con sus vestimentas. Pronto, fue la envidia de las reinas de las otras islas.
También la vida en palacio de los niños mejoró. Di recibía cada día clases de música, arte y danza, los gemelos jugueteaban aún despreocupados por las dependencias reales, y Nao recibía clases para, en el futuro, ser un buen soldado del ejército real. Lo curioso es que el ejército de la isla Tierra carecía de armas. El rey era contrario a la violencia. Las clases de los soldados consistían en convertirles en buenos oradores, en buenos comunicadores, en personas instruidas. Así, cada futuro soldado debía estudiar matemáticas, geografía, historia…y otras muchas asignaturas más, pero jamás llevaban un arma entre sus manos. El ejercicio físico y la inteligencia eran la clave, según el monarca, para tener un buen ejército. “Con palabras es con lo que los hombres deben hacerse entender, no con las armas“, repetía el rey en muchas ocasiones .

Cada día en palacio era mejor que el anterior. Muchas tardes, se veía al rey al pie del gran estanque dorado charlando con Teo. Además, el pez recibía cada día la visita de su gran amigo Nao.
El papá de Nao elaboró perfumes exclusivos para la reina, hizo que el agua se pudiera servir en unos tulipanes transparentes que él había creado e incluso logró que en los jardines florecieran margaritas con un pétalo de cada color, que, pronto, se convirtieron en las preferidas de la reina.
La mamá del muchacho confeccionó para el dieciocho cumpleaños de Xin, el joven príncipe, una casaca de oro y diamantes que causó tal admiración entre los invitados a la fiesta, que no hubo ni tan siquiera uno que no quisiera conocer a aquella mujer que había elaborado tan bella obra de arte.
La felicidad era plena en aquella isla, mucho más de lo que podían haber imaginado.

Pasaron tres años en perfecta armonía. Los gemelos crecieron y fueron enviados a la escuela del ejército cada día. Di se había convertido para entonces en una bella mujer de dieciséis años y era la primera bailarina del ballet real y Nao era unos de los futuros soldados más inteligentes que estaban al servicio del rey. Aún tenia diez años pero su objetivo era seguir siendo el número uno para ganarse la confianza del monarca.
Cada día, el rey delegaba muchos más asuntos en su hijo. Aún era un monarca joven y gozaba de buena salud, pero quería que el príncipe fuese asumiendo responsabilidades. Además, le preocupaba que aún no hubiera encontrado una mujer con la que pensar en formar una familia. Por este motivo, decidió dar una gran fiesta. El monarca invitaría a las jóvenes más bellas y ricas de la isla y a sus familiares con el fin de dar a conocer al muchacho las oportunidades que tenía de encontrar a una bella dama con la que casarse. En el archipiélago, las bodas reales de cada una de las islas debían llevarse a cabo con gentes de la misma isla, de la más alta alcurnia pero del propio territorio. Era costumbre que ningún miembro de la monarquía abandonara su reino para ir a servir a otro. Pero en la isla Tierra había suficientes bellas jóvenes de familias adineradas, Cualquiera de ella podía satisfacer los gustos del monarca y los de su hijo, de eso estaba seguro el rey.

El monarca no escatimó en preparativos. Todos los súbditos trabajaban día y noche en palacio para arreglar cada uno de los salones que se dispusieron para el baile. La madre de Nao preparó varios modelos de vestidos para la reina, el cocinero hizo hasta veinticinco tartas diferentes para que el rey Xao eligiera la que más le gustara, el padre de Nao decoró los salones con las flores más bellas e impregnó de diferentes aromas las estancias, la orquesta preparó composiciones nuevas y el ballet una nueva coreografía que dejaría con la boca abierta a los invitados.
A pesar de todo esto, el príncipe no mostraba satisfacción alguna. Era una fiesta que se daba en su honor, y sin embargo paseaba por palacio con cara triste y afligida. Los monarcas se percataron del problema y la reina decidió hablar con su hijo. Algo rondaba por su cabeza, le conocía bien, y no quería que sufriese. Por este motivo, debía enterarse de todo antes de que fuese demasiado tarde.
Una mañana, se presentó en la habitación del príncipe con el objetivo de aclarar todo.
Se acercó a él y le preguntó:
-¿Qué es lo que te ocurre Xin? Dentro de un par de días se celebrará una gran fiesta en tu honor, y tú no muestras ningún signo de entusiasmo y además paseas más triste que nunca por palacio. ¿Qué es lo que te preocupa hijo?
El príncipe no sabía como decirle a su madre lo que le ocurría. Creía no tener las fuerzas suficientes para darle aquel disgusto, pero sabía que debía hacerlo más tarde o más temprano porque en esa mala noticia residía su felicidad. Pero…, ¿cómo podía hacérselo entender a los monarcas?, se preguntaba el futuro rey.
Al fin, reunió las fuerzas necesarias y le dijo a su madre que él ya estaba enamorado de una muchacha, con la que quería casarse porque estaba seguro de que con ella la paz del reino perduraría para siempre y él sería feliz.
La madre se levantó del sofá en el cual estaba sentada y, con unos ojos muy abiertos, pidió una respuesta.
-¿Puedo saber quien es la muchacha en cuestión?, preguntó la madre algo asustada.
-Sí, claro, respondió contento Xin. La has visto convertirse en mujer en estos años. Es Di, la hija del jardinero y la costurera, aclaró el príncipe con satisfacción.
-Pero, ¿te has vuelto loco?, preguntó la reina algo sofocada ya por la impresión que le había producido la noticia.
La monarca sabía lo testarudo que su hijo podía llegar a ser, por eso quiso hacerle comprender, desde el principio, que un futuro rey se debía a su pueblo y que por ello debía casarse con la mujer adecuada, y que sin duda Di era de una gran belleza pero no pertenecía a la condición social que a él, como príncipe, se le exigía que buscara en una dama.
Pero el príncipe no quería escuchar los sermones de siempre. Sabía que la condición social daba igual. La grandeza tanto de un hombre como de una mujer se medía por su bondad, no por su riqueza. Estaba seguro de que Di, además de ser bella, era una mujer noble, inteligente y simpática que podía hacer feliz a cualquiera que estuviera a su lado.
-Da igual todo lo que me diga madre, respondió el príncipe. Si ella me acepta estoy dispuesto incluso a renunciar al trono. Es la mujer que amo.
-No puedes casarte con Di, por muy bella, inteligente, bondadosa y simpática que sea, que lo es y no lo dudo porque la conozco, pero tu destino como futuro rey de la isla Tierra no te lo permite, recalcó la reina.
-Muy bien, lo entiendo, contestó Xin afligido. En ese caso renunciaré al trono.
-Eres el único heredero. Lo que dices no tiene sentido, dijo la madre ya con cierto temor a la testarudez de su hijo.
-No me importa, insistió el joven. Lo único que quiero es ser feliz al lado de Di, y no me gustaría dejar de servir a mi pueblo, siento orgullo por mi isla y por sus gentes, esa es la verdad, pero en vista de que no recibiré vuestro apoyo, ¿qué puedo hacer?
La reina se fue de la habitación de Xin algo afligida, pero, aún , albergaba la esperanza de que, en el baile, encontrase a una mujer que le pareciera aún más bella que Di y cambiara de opinión. Quizás todos aquellos caprichos, eran sólo eso, caprichos de joven. Decidió no darle mucha importancia.
Cuando le contó a su esposo la charla que había mantenido con Xin, éste, como siempre que había un problema importante en la corte, se atusó las barbas algo contrariado. El sabía que no era fácil hacer sombra a la belleza y a las demás cualidades que Di poseía, pero aún así también a él le quedaba una pequeña esperanza de que, en el baile, su hijo se decantara por otra bella muchacha y olvidase a la bailarina.

***

Llegó el día esperado y el gran salón de baile abrió sus puertas. El príncipe Xin lucía mejor que nunca. Una por una fueron presentándose ante él aquellas bellas invitadas. Las más guapas y ricas jóvenes de la isla. Eran hermosas, que duda cabía, incluso alguna era más hermosa que la joven Di, pero en ninguna de ellas pudo ver el joven el encanto de la bailarina. El rey y la reina sonreían a todas con amabilidad intentando ocultar la preocupación que les embargaba. Notaban que su hijo miraba a todas con indiferencia, sin interés.
Después de los saludos protocolarios, el rey preguntó a su hijo que le habían parecido todas aquellas bellas mujeres.
-No niego que son bellas padre, respondió Xin, no niego que incluso serán inteligentes y simpáticas, pero no he visto en ninguna de ellas el encanto que tiene Di. Usted adora a Di y sabe que ella sería la candidata perfecta.
El rey, resignado ante las sinceras y firmes palabras de su hijo, sabía que nada podría hacer. Así es que decidió dar un paseo por el estanque y charlar con Teo, quizás aquel sabio pez tendría una respuesta a su problema.
Teo sacó su anciana cabeza de entre las aguas y le contestó con estas palabras al monarca:
-Majestad, usted, mejor que nadie, sabe que las gentes no se miden por su dinero o posición social, tampoco por su belleza, pero si por su bondad. Estoy seguro de que Di tiene mucho de esto último, porque así lo ha demostrado ella y toda su familia. Deje su reino en manos del amor y la bondad y su reino nunca morirá.

Después de decir esto, Teo volvió a sumergirse en el agua. El rey sabía que aquel anciano pez nunca se equivocaba. Debía ceder, por tanto, a los deseos del príncipe. ¿No eran demasiado débiles la manos de la bondad para sacar adelante cada día con éxito un reino? Esto se preguntaba el rey mientras se dirigía de nuevo al salón de baile.
En el salón todo el mundo ya bailaba entusiasmado. Las jóvenes esperaban entre canapé y canapé y copa de champán, la hora en que el rey anunciara el nombre de la futura esposa del príncipe Xin. El futuro rey había bailado con cada una de ellas, había charlado, se había reído y disfrutado con todo aquello, pero en su mente y en su corazón sólo había lugar para una mujer, Di. La reina hizo todo lo que estaba en sus manos para engatusar a su hijo. Le hablaba de cada una de las cualidades que tenían las muchachas, pero nada de esto logró convencer al joven para desgracia de su madre.
Después de los cafés y las tartas, llegó el momento de la actuación del ballet real. El momento que estaba esperando con tanta impaciencia el príncipe durante toda la noche. Se corrió la cortina de terciopelo rojo y allí apareció la menuda y joven Di, con su traje negro bordado de flores doradas. El príncipe no podía dejar de mirar ensimismado aquellos perfectos pasos de baile que Di ejecutaba, aquella sonrisa con la que se dirigía al público, aquellos ojos que, en ocasiones, se encontraban con los suyos. Después, rodeada del cuerpo de baile seguía brillando con luz propia entre todas las bailarinas. No sólo el príncipe había quedado impresionado con la actuación del ballet, todos los invitados rompieron a aplaudir con impaciencia y muchos de los padres de las muchachas que se prometían como futuras reinas, comentaban la belleza de la primera bailarina. Ninguno de ellos sospechaba que ella sería la elegida.
El rey se atusaba la barba con nerviosismo. Nunca habría querido que aquella actuación de baile acabara, le hubiera gustado que durara para siempre, para no tener que proceder a decir ante todo su pueblo, ante sus invitados el nombre de la elegida como futura mujer de su hijo. Pero el momento llegó.
-Queridos invitados, dijo el monarca. En esta fiesta tanto mi familia como yo hemos tenido el honor de recibir en palacio a las más bellas muchachas del reino. Os agradezco infinitamente vuestra presencia, continuó diciendo el rey. Como ya todos sabéis el príncipe elegirá esposa. La elegida será la futura princesa y deberá asumir los cargos que en su nueva posición le serán adjudicados. No es tarea fácil, pero confío en que la elección de mi hijo haya sido meditada por el deber que tiene con su pueblo. En sus manos está. Yo como padre no puedo desearle más que su felicidad.
Después de las palabras del rey, hubo un absoluto silencio. Las invitadas estaban nerviosas pensando cual de ellas tendría el honor de servir para siempre al pueblo de la isla Tierra. ¿Quién podía imaginar que aquella jovencita bailarina sería la elegida?
Nao y sus padres miraban detrás de unas columnas como se desarrollaba la fiesta y ahora sentían también mucha curiosidad por ver quien sería la elegida. Ellos si que nunca hubieran podido imaginar que sería su bella hija.
El rey intercambió unas palabras con el príncipe que nadie pudo escuchar y después de pasados unos minutos el príncipe se dirigió a sus invitados de esta manera:
-Quiero agradecer a todos su presencia en palacio. Ha sido un gran honor para mí tener invitados tan especiales. He conocido esta noche a mujeres bellas, simpáticas e inteligentes que sin duda estarían más que capacitadas para ocupar el puesto de futura reina, pero he de decir, con toda sinceridad, que sólo en una he encontrado el encanto y la bondad suficiente que también se requieren para ocupar mi corazón. Creo que un reino debe estar gobernado por una pareja sólida que se quiera de verdad y que su unión no obedezca a una mera razón de estado. Por este motivo, la elegida dista mucho de acercarse a la posición social que requeriría tener para ser futura reina, pero está muy cerca de esas cualidades de las que antes les hablaba.
A Nao le recorrió un nerviosismo por todo su cuerpo. De repente se dio cuenta de que su hermana sería la elegida. El príncipe lo estaba diciendo claramente y nadie se daba cuenta, ni siquiera sus padres que miraban toda aquella escena como si de una película se tratase. Su bella hermana Di, ¿quién si no? Para Nao era la perfecta futura reina, y parecía como un sueño, pero para el príncipe también lo era.

-Sólo me queda decir quien deseo como esposa y recibir una respuesta.
Las invitadas se miraban unas a las otras ya algo contrariadas. Seguían los ojos del príncipe con detalle. De repente vieron que se dirigía hacia el cuerpo de baile. Una vez allí, se acercó hasta la primera bailarina. Di le hizo la reverencia normal en estos casos. Nadie entendía nada. ¿Por qué se dirigía el príncipe al ballet cuando todos esperaban una respuesta tan importante?
El futuro monarca cogió la mano de Di y mirándola a los ojos le dijo:

-Usted es la elegida. Sólo si lo deseas te convertirás en mi esposa.

Después de esto hubo varios desmayos en la sala. El rey tenía ya sus bigotes casi rozando las cejas de tanto como se los había peinado con los dedos por su nerviosismo, la reina agitaba su abanico para aguantar los sofocos, y los padres de Nao tuvieron que sentarse para no caer al suelo. Entre los invitados se respiraba una mezcla de nerviosismo e irritación inaguantable. Se sentían despreciados y humillados. ¿Cómo podía el príncipe estar enamorado de aquella frágil bailarina? Si, era cierto que minutos antes habían quedado prendados de su encanto y belleza pero, aún así, sus hijas les parecían superiores en todos los aspectos.

La sorpresa de Di era tan grande que le temblaba todo el cuerpo. El príncipe esperaba una respuesta. Di amaba a Xin en silencio. Siempre le había parecido un hombre inalcanzable, por tanto, no sabía como decir aquella palabra tan corta ante todo el público allí presente. Sólo debía dar un sí como respuesta y todo aquello pasaría, pero…, ¿cómo hacerlo? No quería sentirse superior a los demás, ni herir a los reyes, de los que sospechaba, no estarían muy contentos con la elección de su hijo. Por eso , en el último instante, miró al rey. Este asintió con la cabeza y le lanzó una sonrisa que tranquilizó a Di y le dio las fuerzas suficientes para pronunciar el sí que el príncipe esperaba con impaciencia.

La alegría de la pareja de jóvenes era inmensa, y contrastaba sobremanera con las caras de los invitados, a los que les costó mucho esfuerzo celebrar minutos después la elección y saludar con amabilidad a la futura princesa. Los padres de Nao se acercaron a su hija entusiasmados. No podían creer que su pequeña se casaría con el príncipe en pocos meses como estaba previsto, pero sabían que Di tenía las cualidades suficientes para hacer feliz a cualquiera. Nao se acercó a su hermana emocionado y se abrazaron con cariño. Los monarcas saludaron a la familia de Di de una manera especial, no cómo todos los días lo hacían, y entre ellos intercambiaron palabras de esperanza y felicidad, algo que esperaban para la futura pareja y el reino.

>> Capitulo IV. El príncipe Al

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