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24Dic/13

CANCIÓN DE NAVIDAD. CHARLES DICKENS

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John Leech [Public domain], via Wikimedia Commons

Es el día de Nochebuena y Ebenezer Scrooge no está dispuesto ni a celebrar nada, ni a compadecerse por nadie. Aunque son las tres de la tarde, ya todo está oscuro. El señor Scrooge trabaja en su oficina. Su socio, el señor Marley, hace siete años que murió. Pero Scrooge no está solo, con él se encuentra su escribiente, Bob Cratchit, al que trata muy mal y trabaja con Scrooge por un sueldo miserable.
Scrooge es viejo, avaro y siempre está malhumorado. Odia a todo el mundo y hace mucho, mucho tiempo que ni da ni recibe cariño de nadie.
Así nos lo describe Charles Dickens ( Portsmouth 1812-1870) en su inolvidable novela breve «Canción de Navidad» o «A Christmas Carol», escrita en 1843.

«¡Ah, pero Scrooge era un auténtico tacaño!¡Un viejo y codicioso pecador que agarraba, estrujaba, arrancaba, arrebataba y despojaba! Era duro y afilado como el pedernal, del que ningún eslabón había logrado sacar jamás una chispa de generosidad; y cauto, cerrado y solitario como una ostra. Su frialdad interior acartonaba su viejo semblante, congelaba su nariz puntiaguda, secaba sus mejillas, envaraba su paso, enrojecía sus ojos, amorataba sus labios delgados y volvía acerada su voz chirriante. Una gélida escarcha le cubría la cabeza, las cejas, la hirsuta barbilla. Siempre llevaba consigo su baja temperatura; helaba su oficina en los días de bochorno y no se deshelaba ni un grado en Navidad.»

Su sobrino entra aquella tarde para desearle feliz Navidad e invitarle a que pase el día con ellos y su familia. Scrooge, por supuesto, no accede.

«-¿Paparruchas las navidades, tío?, dijo el sobrino de Scrooge. No lo dirá en serio, ¿verdad?
-Claro que sí, dijo Scrooge. ¿Feliz Navidad? ¿Qué derecho tienes tú a ser feliz? ¿Qué motivo tienes para ser feliz? Eres la mar de pobre.
-Vamos a ver, replicó el sobrino con alegría, ¿qué derecho tiene usted para estar tan enfurruñado? ¿Qué motivo tiene para estar de mal humor? Es la mar de rico.»

Scrooge da por finalizado el día y, después de cenar en la taberna de costumbre, se dirige a su piso, que en otro tiempo había pertenecido a su difunto socio. Scrooge se queda asombrado cuando de repente, ve la cara de Marley reflejada en la aldaba. No le da mucha importancia hasta que, ya una vez en casa, mientras se come sus gachas antes de ir a dormir, vuelve a ver a Marley reflejado en los azulejos de su vieja chimenea.

«A esto sucedió un ruido metálico, procedente de abajo, como si alguien arrastrase una pesada cadena sobre los barriles de la bodega. Scrooge recordó entonces haber oído decir que los espectros de las casas encantadas arrastraban cadenas. (…)
-¡Sólo son paparruchas!, dijo Scrooge. ¡No quiero creer en esas cosas!»

Pero al final, lo visualiza, ve al fantasma, al espectro, al espíritu de Marley y comienzan a charlar.
Marley es el que, finalmente, le abre los ojos al viejo tacaño.

«-¡Ay, cautivo, encadenado y doblemente aherrojado!, exclamó el fantasma. Ignorar que han de pasar a la eternidad siglos de incesantes esfuerzos, realizados en este mundo por criaturas inmortales, antes de que todo el bien de que es susceptible alcance su plenitud. Ignorar que todo espíritu cristiano que obra con bondad en su pequeña esfera, sea la que sea, hallará su vida mortal demasiado corta para la inmensa capacidad que tiene de ser útil. ¡Ignorar que ningún arrepentimiento puede reparar el mal uso que se ha hecho de la oportunidad de una vida! ¡Sin embargo, eso me pasó a mí!»

Marley le explica que aún puede cambiar su destino y le recuerda que se le aparecerán tres espíritus. Aún tiene esa oportunidad, no como él, que, por haber sido avaro toda su vida, toda esa maldad se ha convertido en una larga cadena que debe arrastrar para siempre.

Y así dividió el gran escritor inglés su obra, por estrofas o por la aparición de los espíritus, si se puede explicar así:

Primera estrofa: El espectro de Marley
Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus (el del pasado)
Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus (el del presente)
Cuarta estrofa: El último de los espíritus (el del futuro)
Quinta estrofa: Fin del cuento

Este es un libro que le recomiendo abrir tanto a jóvenes como a mayores, además de ser un clásico perfecto para leer en Navidad o en los días previos o cuando a uno le apetezca nos hace, de una forma muy ingenua pero tierna a la vez, darnos cuenta de algo que hay que tener siempre presente: hacer el bien a los demás cuando aún podemos hacerlo, en vida, mientras estemos aquí. Es la enseñanza del libro y al final, el sentido de la Navidad.
Para todos los que amamos esta época, por una u otra razón, es fantástico volver a este libro y compartirlo con nuestros seres queridos.
En el siguiente post iré desgranando las diferentes estrofas en las que el libro queda dividido. Antes me permito recomendarles, entre las miles de ediciones que hay de esta obra, una que en especial me gusta, «Canción de Navidad» de la editorial Vicens Vives, ilustrado por el gran P.J. Lynch.

«Pero, desde luego, cuando llegan las navidades (aparte de la veneración que debemos a su origen y nombres sagrados, sis es que se puede dejar aparte algo que le es tan propio), siempre me parecen una época buena: una época amable, indulgente, caritativa, agradable; la única que conozco, en el largo calendario del año, en la que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo en abrir de par en par sus corazones, y en considerar a sus inferiores como compañeros de viaje a la tumba, y no como una especia distinta de seres camino de otros destinos.»

Me quedo con este párrafo del libro para la reflexión.

Y ahora… en el siguiente post les invito a que viajen con Scrooge y los espíritus. No se arrepentirán. Scrooge puede cambiar su actitud en la Navidad y así depurar todos sus errores pasados. ¿Tendrá esa segunda oportunidad que a todos nos gustaría tener?

24Nov/13

INTEMPERIE, JESÚS CARRASCO (PARTE II)

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Un niño escondido en una especie de madriguera huye. Una partida de hombres le busca. No sabemos nada más. Pero un niño que huye siempre tiene un motivo.

«Dirigiéndose hacia el norte se estaba alejando del pueblo, del alguacil y de su padre. Se estaba marchando y eso le bastaba»

Aquí dice ya Carrasco mucho o casi todo. Se alejaba del pueblo, del alguacil y de su padre.

«Sabía que manteniendo invariable el rumbo, tarde o temprano se cruzaría con alguien o con algo. Era sólo cuestión de tiempo. Como mucho, daría la vuelta al mundo para volver a toparse con el pueblo. Entonces ya daría igual. Sus puños serían duros como la roca. Es más: sus puños serían roca. Habrían vagado casi eternamente y, aunque no hubiera encontrado a nadie, habría aprendido de sí y de la Tierra lo suficiente como par que el alguacil no pudiera someterle más. Se preguntó si sería capaz de perdonar en esas circunstancias. Si, habiendo atravesado el gélido polo, los bosques umbríos y otros desiertos, ardería en él todavía la llama que le había quemado por dentro. Quizá el desamparo que le había expulsado del hogar que Dios designó para él ya se habría disipado entonces. Puede que la distancia, el tiempo y el roce incesante con la tierra limaran sus asperezas y lo calmaran.»

¡Que preciosidad de párrafo! ¿Por qué? Porque guarda todas las ilusiones y la inocencia de un niño que se marcha de casa por un motivo muy doloroso y sueña aún con perdonar, con el mundo que se le abre en su imaginación de niño y por eso es, a la vez, un párrafo doloroso, porque los adultos que leemos el libro sabemos que eso es imposible, que nunca irá al polo, ni a los desiertos, quizás a lugares más duros aún. El cree que aprenderá de la Tierra y eso es seguro. ¿Se calmará y se limarán sus asperezas?

Cuando la partida pasa sin saber nada del chico, éste se enfrenta con la realidad, que no es otra que la llanura grande, dura, difícil por la que tiene que andar. Ahí está esa vuelta al mundo. Por el camino se encontrará con un pastor que cambiará sus sueños.
Entablan una amistad que si uno lee con detenimiento se ve que es profunda. El cabrero acaba queriendo al niño, que duda cabe, aunque el niño nunca lo creerá del todo, y el niño necesita al pastor para recomponer su herido orgullo de niño.

«Royeron en silencio cuñas de queso sudoroso, tiras de carne seca y algo de pan duro. El pastor daba largos buches a su bota de vino y el niño se preguntaba cuándo le iba a preguntar quién era y qué hacía en aquel lugar. Tenía miedo de que la noticia de su desaparición hubiera llegado hasta allí porque sabía que, por penosa que le estuviera resultando su aventura, todavía no se había alejado demasiado de la aldea. En un momento pensó que la acogida podía ser una maniobra del viejo para retenerle mientras esperaba a que pasar por el lugar la partida de búsqueda, o incluso el mismo alguacil.»

Poco a poco, vamos descubriendo como es el día a día con el cabrero. El estilo de vida que se establece entre los dos. De pocas palabras, totalmente básico y algo primitivo. Todo condicionado por el paisaje, por la torpeza aún del muchacho que aprende de ver al viejo y por la paciencia del viejo.

«El chico ablandó los trozos en su leche tibia tal y como había visto hacerlo al pastor. Le costaba masticar y tragar pero, en esas circunstancias, el hambre venció al dolor, como habría de ser ya para siempre. Mientras rebañaba su cuenco, pensó que era la primera vez que tomaba algo caliente desde que había salido de su casa dos noches atrás y que también era la primera vez en su vida que comía en compañía de un desconocido. Allí, con el cuenco entre las manos, se dio cuenta de que no había previsto contingencias tan básicas como la falta de alimentos o las verdaderas condiciones de vida que imponía un llano como aquél. En sus cálculos tampoco entraba la idea de tener que pedir ayuda a alguien y, mucho menos, hacerlo tan pronto. En realidad, no había preparado su marcha. Simplemente, un día, una gota derramó un caldero. A partir de ese momento, brotó en él la idea de la fuga como una ilusión necesaria para poder soportar el infierno de silencio en el que vivía. Una idea que se empezó a formar en su mente en cuanto su cerebro estuvo listo para albergarla y que ya no le abandonó nunca más.»

Este párrafo que a continuación voy a escribir, creo que es el más enternecedor del libro.

«El asno comenzó a avanzar detrás del pastor bamboleando la carga y el resto de la comitiva les siguió. El niño se quedó donde estab, viendo pasar el rebaño por delante de él y cómo se alejaba despacio con su algarabía de balidos y cencerros templados en todos los tonos posibles. El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cabras, dejando tras de sí un estela de cagadas como la cola de una cometa. Cuando habían recorrido veinte metros, el viejo se detuvo y se volvió hacia donde se había quedado el niño.
-No te voy a esperar toda la vida.»

Me gusta mucho como Carrasco describe la transmisión de sabiduría del viejo al niño, y por supuesto todo ese vocabulario, que como ya dije en el post anterior elige y utiliza demostrando un respeto inmenso por las palabras.

«…el pastor le pidió al chico que agarrara las ubres. El muchacho formó dos puños huecos y con ellos rodeó los pezones y apretó. Entonces el pastor le cogió los pulgares y se los colocó de tal forma que las uñas empujaban los pezones contra el interior de los otros dedos. Envolvió con sus manos las del chico y, sin decir palabra, manipuló las tras haciendo que la leche saliera despedida. Y así, mediante esa imposición, el viejo le transmitió al muchacho el rudimento del oficio, otorgándole en ese instante la llave de la sabiduría perenne y esencial. La que extraía leche de las entrañas de los animales o hacía que de una espiga pudiera brotar un trigal.»

Pasa el tiempo y las cosas se tornan. Es el chico ahora el que tiene que ayudar al cabrero. El alguacil sigue con la búsqueda del chico y en esa búsqueda se topa con el cabrero que en su afán por proteger al chico paga las consecuencias. Se lleva una paliza y le matan casi todas las cabras. El cabrero ahora desvalido necesita la ayuda del niño.
El niño debe ir al pueblo más cercano a por agua, sino el viejo morirá. Y aquí vemos, lo que apuntaba al principio, como el cariño que el cabrero le tiene al chico, éste no lo llega a percibir, aunque hay que tener en cuenta que el niño duda de todos los hombres, y en el libro sabremos la razón.

«Guárdate de la gente del pueblo». Con cada traspié del asno, el niño se despertaba rumiando la frase del viejo con una mezcla de inquietud y satisfacción. No sabía si se lo había dicho porque su propia vida dependía de que el muchacho regresara con el agua o porque, sencillamente, quería protegerle.»

A lo largo del libro vamos sabiendo que el alguacil ha hecho algo horrible al niño y en repetidas ocasiones.

«Pensar en perros le aflojó el estómago porque el alguacil protegía su mansión con uno de color del chocolate. Dóberman, lo llamaba. Orejas como pinchos sobre una cabeza de piedra y el hocico embreado que le revolvía la ropa y le hacía tambalearse. Muchas fueron las veces que el alguacil le sometió a su presencia cuando se resistía a sus deseos. El pensamiento como un cincel frío sobre sus tiernas fontanales o una afiladísima gubia levantando la piel de sus codos en busca del hueso blanquecino. Se encogió temblón hasta agarrarse las piernas y se orinó en los pantalones por segunda vez en una semana.»

En su búsqueda del agua se encuentra con un tullido que le quiere engañar, ofreciéndole, como en un cuento popular, comida para que acceda a su posada.

«El chico se resistía a acompañarle. Le daba miedo que hubiera alguien esperando en la casa, pero el tullido hablaba de pan y de dulces con una alegría que lo engatusaba. El interior de sus mejillas se humedeció por la visión. Recordó el turrón que comían en Navidad y tuvo el arranque de acompañar al hombre, pero se contuvo. Pensó que aquel ser, con sus cuatro dedos entre las dos manos, era incapaz de hacer dulces. Decidió que llenaría las garrafas sin perder de vista al tullido y luego se marcharía por donde había venido.
-Tienen almendras y azúcar, añadió el tullido.»

Al final, el tullido le encierra y encadena. El pobre niño sólo piensa en el cabrero y las cabras «enloquecidas por la falta de agua».
Él podría morir también. Piensa que el tullido se ha ido con el burro para llamar al alguacil.

Antes de morir, el cabrero, hace lo que tiene que hacer. Se han acabado los miedos para el niño. Parece ser, que el cabrero tenía cuenta pendiente con el alguacil, nunca sabremos qué sucedió entre ellos dos, o si se lo dice al niño por pura compasión.

«Le estremecía la posibilidad de seguir su camino solo y, como un fogonazo rojizo, se le aparecieron las siluetas de su casa, al borde de la vía del tren, y del silo. Regresar por decisión propia. Abandonar su desesperante lucha contra la naturaleza y los hombres y regresar a la casa. No al hogar, sino al simple cobijo. Volver en peores condiciones de las que tenía antes de partir. No era el hijo pródigo. Era él quien había repudiado a su familia y quien debía enfrentarse a su veredicto. Pensaba así porque el llano le había erosionado de una manera que ni tan siquiera concebía cuando vivía bajo techo. Le agotaba el desamparo y, en momentos como aquel, hubiera cambiado lo más preciado de su ser por un rato de calma o por satisfacer sus necesidades más básicas de una forma tranquila y natural. Protegerse del sol, arrancarle a la tierra cada gota de agua, autolesionarse, deshacer su propio cautiverio, decidir la vida de otros. Cosas todas ellas impropias de su cerebro todavía de plástico, de sus huesos por estirar, de sus músculos hipotónicos, de sus formas a las puertas de un molde mayor y más anguloso.»

Y hasta aquí puedo llegar. Ahora abran el libro y disfruten de él, y así sabrán que pasó con el chico.
«Intemperie» está editado por Seix Barral.

17Nov/13

INTEMPERIE, DE JESÚS CARRASCO (PARTE I)

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Ya poco se puede decir de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) que no esté dicho. La grandeza como escritor la tiene, el talento le sobra, la sensibilidad como hombre también, el conocimiento por su entorno, por la naturaleza, la de verdad, la dura, la vivida se la sabe al dedillo. Y todo esto lo sabe escribir, lo sabe expresar y ¡de qué manera! Ese manejo de vocabulario casi olvidado me ha emocionado. Es tal el respeto por las palabras que demuestra en este libro…
¿Se pueden contar las cosas tan bonitas como él las cuenta? «Intemperie», su primera novela, es excelente, conmovedora, impresionante y hermosa, muy hermosa.
No me gustaría compararle con nadie, creo que no es acertado eso de decir que se parece a Delibes, creo que supera a Delibes, y mira que eso ya es mucho decir. Y si es precipitado afirmarlo, ya que esta es sólo su primera novela, que conozcamos, claro, me atrevo a decirlo, porque es mi opinión, la humilde opinión de una lectora emocionada con esta historia.
Diré que Delibes es genial, claro, que duda cabe, pero creo que Carrasco, da y va a dar un paso más, nos mete en el campo, al menos en esta novela, nos adentra en el campo como digo pero también nos lo enseña de la mano, nos paramos en los detalles, en esa luna humilde, en ese sol tirano, en esas moscas malvadas, enfermeras del dolor, en olores indignantes y eso se agradece.

Aquí les voy a mostrar algunos extractos que me han parecido sublimes, ¡qué comparaciones! ¡que forma tan fina de explicar lo normal! y hacerlo grande.
Espero que lo disfruten. En mi próximo post les abriré el libro y les haré un resumen. Les encantará disfrutar de este grande escritor.

«En su corta vida ya había visto decenas de perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos. Sacos de pellejo cargados de huesos descoyuntados como crisálidas gigantes.»

«Bebió el agua caliente de la bota que, después de varios días oculta a la espera de la huida, se había hinchado como un gato muerto.»

«Desmontó rama a rama su tejadillo en una versión invertida de la nidificación»

«Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco.»

«Cuando el pastor tuvo el culo de la cabra delante de su cara, le colocó un cazo de latón debajo de las ubres. Los primeros chorros cayeron duros, haciendo canturrear al metal.»

«…el hombre abrió una de las esquinas del redil y fue obligando a las cabras a meterse. Con todas dentro, volvió a colocar la estaca en su esquina y unió los palos con un lazo de alambre grueso que colgaba de uno de ellos. Los animales, apretados, berreaban y se subían unos sobre otros como si fueran un guiso hirviente.»

«El niño se levantó y caminó tambaleándose como un junco en cuya punta se hubiera posado un tordo bien alimentado.»

«El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cavaras, dejando tras de sí una estala de cagadas como la cola de una cometa.»

«La luna creciente todavía era una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte.»

«Al otro lado del muro, media docena de animales degollados se repartían por el espacio que la tarde anterior había ocupado la sombra de la muralla. Las moscas tachonaban las heridas, formando sonrisas como barboquejos. Recorrían, amontonadas unas sobre las otras, las aberturas en el pellejo, suturándolas a base de infecciones y poniendo huevos.»

«A esta distancia distinguió tejados hundidos y algunas ventanas descolgadas, y también una cosechadora de madera y hierro como un caballo de Troya comido por la maleza.»

«Bohordos secos lo rodeaban como lanzas muertas, con sus flores de madera a modo de racimos invertidos.»

«Había esqueletos de sillas de mimbre sin asiento ni respaldo, alambradas de gallinero retorcidas como ánimas atormentadas o esqueletos de humaredas, montones de escombros formados por restos de tejas y por tierra de los adobes que la lluvia había ido depositando a los pies de los gruesos muros de la casa.»

«Aspiro el aire rancio del interior y por primera vez identificó el olor en el que habitan los ratones. Un aroma prensado mezcla de madera raída, granos de maíz a medio comer y excrementos como fideos de chocolate. También olió el cuerpo del tullido, que ya se cocía por dentro, y el resto de los aromas curados que persistían en el ambiente a pesar del expolio.»

10Nov/13

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE. SONATINA, DE RUBÉN DARÍO

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Sonatina

«La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor.»

La «Sonatina» (de Prosas Profanas) es una de las composiciones más famosas del poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). Reúne numerosas trazas de su arte. No es posible imaginar la trayectoria de la poesía del siglo XX sin su influencia. El hizo triunfar el Modernismo. Por eso, que es muchísimo, quería dedicarle hoy un comentario e invitarles a abrir cualquier antología de este grandioso autor de un gusto exquisito. Este poema en concreto, tiene todo aquello que analizábamos en el instituto en las horas de literatura: efectos sensoriales, simbolismos fonéticos, paralelismos, metáforas, quiásmos, repeticiones, anáforas, sinestesias, enumeraciones, elipsis,…¿se acuerdan de todo esto? Pues no hace falta. Ahora que ya hemos pasado por todo aquello de «destripar» los poemas, les animo a disfrutarlo con toda su belleza, su exotismo, su musicalidad y su sensibilidad.

¿Quién no ha querido ser la princesa de Rubén Darío alguna vez? Yo si. La primera vez que lo leí sobre todo, con catorce años.
Cada vez que recitaba el poema yo también quería:

-Una silla de oro
-Un vaso con una flor olvidada
-Un jardín con pavos reales y lleno de libélulas
-Un palacio con una rueca de plata
-Un halcón encantado
-Un lago lleno de cisnes
-Un dragón colosal
-Un hada madrina
-Un caballero al que esperar

Ahora pienso que «Sonatina» además de un espléndido poema es un cuento de hadas precioso con un final feliz. Y…¿a quién no le gusta un cuento de hadas con final feliz?

05Oct/13

LA POESIA O LA VIDA. PERE GIMFERRER

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Arde el mar

Oh ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros

Elegía

Morir serenamente como nunca he vivido
y ver pasar los coches como en una pantalla
y las canciones lentas de Nat King Cole
un saxofón un piano los atarcederes en las terrazas bajo
los parasoles
esta vida que nunca llegué a interpretar
el viento en los pasillos las ventanas abiertas todo es blan-
co como en una clínica
todo disuelto como una cápsula de cianuro en la oscuridad Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves de colores
anidan

Tenía muchas ganas de hacer mi humilde homenaje a Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), a través de «Un libro abierto». Porque siempre es una delicia abrir un poemario de él, porque es un escritor que a mí, personalmente, me produce una ternura infinita. Sus versos cargados de sencillez, de profundidad y de sentimiento me llegan muy adentro.
Es Gimferrer, además de muchas cosas más, miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1985 y Premio Nacional de las Letras Españolas en 1998.
He seleccionado estos dos poemas titulados: «Arde el mar» y «Elegía», porque esto es un blog y tenía que escoger, y porque son dos de los primeros que leí de él y que, después, he seguido releyendo a lo largo de mi vida. Y son tan bellos los dos como distintos. Yo sé que por Gimferrer amo a los piratas de mentiras, y que por este gran poeta el tema de la muerte empieza a reconciliarse conmigo poquito a poco.
Si quieren pasar muchas tardes soñando y disfrutando de la poesía abran a Gimferrer. La editorial Visor editó una recopilación de toda su obra escrita, originariamente, en castellano. Se titula «Poemas (1962-1969).

29Sep/13

JUAN LUIS PANERO. LO QUE QUEDA DESPUÉS DE LOS VIOLINES

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«A veces las cosas son simples y sencillas
como mirar el mar una tarde en la infancia.»

A muerto Juan Luis Panero (Madrid 1942, Girona 2013), y afortunadamente, sus poemas siempre estarán y, afortunadamente para los que le querían y le leen, él en sus poemas. Porque esa es la vida del poeta, mientras vive nos regala sus versos, cuando muere, no muere porque al seguir leyendo su obra una y otra vez, porque ya sólo nos queda, releer lo leído, le vamos conociendo mucho mejor, cada día un poquito más, y eso es seguir vivo, sin duda.
Casi todos los artículos que he visto de él estos días destacan que Panero era un poeta triste y melancólico, como su poesía. Y, perdonen, pero a mi no me lo parece. Me parece a mi Panero, además de un poeta sublime, un delicado escritor de alegrías pasadas. Eso es para mi Panero, el gran poeta. Aunque los temas como la muerte y el suicidio le atraían bastante, yo me quedo con mi imagen de este Panero.
Ya todo el mundo sabe lo de su padre, lo de sus hermanos Leopoldo y Michi, fallecido en 2004, ya sabemos todos lo del velo franquista, lo del grito de izquierdas, la situación familiar, esa madre llamada Felicidad. Sabemos de lo acomodado de la vida que tuvieron, de la rica inteligencia de todos los miembros del clan Panero. Y sabemos que aún queda el genial Leopoldo María Panero, que vive en Las Palmas de Gran Canaria, y al que tuve, la grandísimas suerte, de conocer en persona, en el año que trabajé allí de periodista. Nunca le entrevisté, sólo hablamos, que es mucho más que entrevistar. Me guardo sus palabras como un tesoro y hoy, recordando a Juan Luis también le recuerdo a él, porque él si quería a Juan Luis y, seguramente Juan Luis a él, y en cualquier caso, eran dos poetas a los que además de unirles la sangre les unía el reconocimiento del uno hacia el otro, que es mucho más que querer.
Aquí les dejo tres de mis poemas favoritos de Juan Luis Panero. Les invito a abrir cualquier libro de cualquiera de los tres hermanos. No sé si les gustará pero no le dejarán indiferente y le abrirán una ventana más a la que poder asomarse en este laberinto de la vida.

Qué bien lo hemos pasado cariño mío

«Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
(…)
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.»

Memoria de la carne

«Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
(…)
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.»

Lo que queda después de los violines

«Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
unas horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.
Era un domingo en Hampstead, con la frágil primavera
de abril posada sobre los brotes de los castaños.
Pasaban hacia la iglesia apresuradas monjas
irlandesas, niños, endomingados y torpes, de la mano.
Arriba, tras los setos, en la verde penumbra
del parque dos hombres lentamente se besaban.
Tú llegaste, sin que me diera cuenta apareciste y empezamos a hablar
tropezando de risa en las palabras, titubeantes
en el extraño idioma que ni a ti ni a mi pertenecía.
Después te hiciste pequeña entre mis brazos
y la hierba acogió tu oscura cabellera.
A veces las cosas son simples y sencillas
como mirar el mar una tarde en la infancia.
Luego la escalera gris, larga y estrecha,
la alfombra con ceniza y con grasa,
tus pequeños pechos desolados en mi boca.
Sí, a veces es sencillo y es hermoso vivir,
quiero que lo recuerdes, que no olvides
el pasar de aquellas horas, su esperanzado resplandor.
Yo también, lejos de ti, cuando perdida en la memoria
esté la sed de tu sonrisa me acordaré, igual que ahora,
mientras escribo estas palabras para todos aquellos
que un momento, sin promesas ni dádivas, limpiamente se entregan.
Desconociendo razas o razones se funden
en un único cuerpo más dichoso
y luego, calmado ya el instinto
y rezumante de estrenada ternura el corazón,
se separan y cumplen su destino,
sabiendo que quizá sólo por eso
su existir no fue en vano.»

Les recomiendo:

-Poesía Completa (1968-1997)
-Sin rumbo cierto

Ambos libros publicados en la editorial Tusquets.
En 1968 publicó su primer libro titulado «A través del tiempo».

Y, claro, como no, les recomiendo que vean el documental «El desencanto», de Jaime Chávarri, realizado en 1976.
La viuda, Felicidad Blanc y los tres hijos del poeta falangista Leopoldo Panero (1909- 1962)) nos cuentan sus vivencias y recuerdan anécdotas de hermanos y familia muy interesantes. Los tres hermanos Juan Luis Panero, Michi Panero (1951-2004) y Leopoldo María Panero (1948) son los protagonistas principales de la cinta.