JUAN LUIS PANERO. LO QUE QUEDA DESPUÉS DE LOS VIOLINES
«A veces las cosas son simples y sencillas
como mirar el mar una tarde en la infancia.»
A muerto Juan Luis Panero (Madrid 1942, Girona 2013), y afortunadamente, sus poemas siempre estarán y, afortunadamente para los que le querían y le leen, él en sus poemas. Porque esa es la vida del poeta, mientras vive nos regala sus versos, cuando muere, no muere porque al seguir leyendo su obra una y otra vez, porque ya sólo nos queda, releer lo leído, le vamos conociendo mucho mejor, cada día un poquito más, y eso es seguir vivo, sin duda.
Casi todos los artículos que he visto de él estos días destacan que Panero era un poeta triste y melancólico, como su poesía. Y, perdonen, pero a mi no me lo parece. Me parece a mi Panero, además de un poeta sublime, un delicado escritor de alegrías pasadas. Eso es para mi Panero, el gran poeta. Aunque los temas como la muerte y el suicidio le atraían bastante, yo me quedo con mi imagen de este Panero.
Ya todo el mundo sabe lo de su padre, lo de sus hermanos Leopoldo y Michi, fallecido en 2004, ya sabemos todos lo del velo franquista, lo del grito de izquierdas, la situación familiar, esa madre llamada Felicidad. Sabemos de lo acomodado de la vida que tuvieron, de la rica inteligencia de todos los miembros del clan Panero. Y sabemos que aún queda el genial Leopoldo María Panero, que vive en Las Palmas de Gran Canaria, y al que tuve, la grandísimas suerte, de conocer en persona, en el año que trabajé allí de periodista. Nunca le entrevisté, sólo hablamos, que es mucho más que entrevistar. Me guardo sus palabras como un tesoro y hoy, recordando a Juan Luis también le recuerdo a él, porque él si quería a Juan Luis y, seguramente Juan Luis a él, y en cualquier caso, eran dos poetas a los que además de unirles la sangre les unía el reconocimiento del uno hacia el otro, que es mucho más que querer.
Aquí les dejo tres de mis poemas favoritos de Juan Luis Panero. Les invito a abrir cualquier libro de cualquiera de los tres hermanos. No sé si les gustará pero no le dejarán indiferente y le abrirán una ventana más a la que poder asomarse en este laberinto de la vida.
Qué bien lo hemos pasado cariño mío
«Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
(…)
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.»
Memoria de la carne
«Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
(…)
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.»
Lo que queda después de los violines
«Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
unas horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.
Era un domingo en Hampstead, con la frágil primavera
de abril posada sobre los brotes de los castaños.
Pasaban hacia la iglesia apresuradas monjas
irlandesas, niños, endomingados y torpes, de la mano.
Arriba, tras los setos, en la verde penumbra
del parque dos hombres lentamente se besaban.
Tú llegaste, sin que me diera cuenta apareciste y empezamos a hablar
tropezando de risa en las palabras, titubeantes
en el extraño idioma que ni a ti ni a mi pertenecía.
Después te hiciste pequeña entre mis brazos
y la hierba acogió tu oscura cabellera.
A veces las cosas son simples y sencillas
como mirar el mar una tarde en la infancia.
Luego la escalera gris, larga y estrecha,
la alfombra con ceniza y con grasa,
tus pequeños pechos desolados en mi boca.
Sí, a veces es sencillo y es hermoso vivir,
quiero que lo recuerdes, que no olvides
el pasar de aquellas horas, su esperanzado resplandor.
Yo también, lejos de ti, cuando perdida en la memoria
esté la sed de tu sonrisa me acordaré, igual que ahora,
mientras escribo estas palabras para todos aquellos
que un momento, sin promesas ni dádivas, limpiamente se entregan.
Desconociendo razas o razones se funden
en un único cuerpo más dichoso
y luego, calmado ya el instinto
y rezumante de estrenada ternura el corazón,
se separan y cumplen su destino,
sabiendo que quizá sólo por eso
su existir no fue en vano.»
Les recomiendo:
-Poesía Completa (1968-1997)
-Sin rumbo cierto
Ambos libros publicados en la editorial Tusquets.
En 1968 publicó su primer libro titulado «A través del tiempo».
Y, claro, como no, les recomiendo que vean el documental «El desencanto», de Jaime Chávarri, realizado en 1976.
La viuda, Felicidad Blanc y los tres hijos del poeta falangista Leopoldo Panero (1909- 1962)) nos cuentan sus vivencias y recuerdan anécdotas de hermanos y familia muy interesantes. Los tres hermanos Juan Luis Panero, Michi Panero (1951-2004) y Leopoldo María Panero (1948) son los protagonistas principales de la cinta.