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11Ene/11

LA VACA ESTUDIOSA DE MARIA ELENA WALSH

LA-VACA-ESTUDIOSA-DE-MARIA-ELENA-WALSH

“Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja, muy vieja,
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: “Estás equivocada”.
Y la vaca le respondió:
“¿Por qué no puedo estudiar yo?”
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tizas
y nos moríamos de risa.
(…)
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos
y en ese lugar de Humahuaca
la única sabia fue la vaca.”

María Elena Walsh está en la memoria de muchos niños y lo estará para siempre. Al enterarme hoy de su fallecimiento, además de tristeza, a mi mente, inmediatamente, ha llegado una poesía que leía mucho cuando era niña, titulada “La vaca estudiosa”. Esta poesía, y muchas otras de esta gran escritora argentina, se recogían en una enciclopedia para niños que en los años 70 lanzó la editorial Salvat, titulada “El mundo de los niños”. En casa estaba en el cuarto de mi hermano, que es seis años mayor que yo, y que seguro como yo, y como millones y millones de niños, la leyeron alguna vez. El primer tomo de esta preciosa e interesante enciclopedia, se ocupaba de poesías y canciones de la infancia. Y allí estaban las de Walsh para aprender y disfrutar. ¡Que delicia! No se el porqué, pero esta es, sin duda, la que se quedó para siempre en el recuerdo. Y desde este blog quiero rendirle este homenaje a la autora como niña que la leyó, como adolescente que la recordó, y como adulta que la recordó y la admiró siempre.
María Elena Walsh nació en Buenos Aires en 1930. Era hija de una argentina y un irlandés. Estudió Bellas Artes y se dedico muy pronto al teatro y a la canción. Fue compositora y también cantautora.
Irónica, inteligente, intelectual, librepensadora y comprometida con su tiempo, todo eso y más era la argentina. Su primer libro de poemas fue escrito con 17 años.
Su actitud valiente durante la dictadura militar argentina le costó ver como sus canciones fueron prohibidas.
¿Quién no conoce a la tortuga Manuelita?
“Manuelita vivía en Pehuajó, pero un día se marchó. Nadie supo bien por qué, a Paris ella se fue, un poquito caminando y otro poquito a pie.”

© 2011 Araceli Cobos

04Ene/11

NUESTROS RECUERDOS SON NUESTROS LIBROS

NUESTROS-RECUERDOS-SON-NUESTROS-LIBROS

Hoy les invito a que abran sus propios libros, esos que cada uno llevamos dentro y nunca saldrán a la luz. Esos a los que volvemos. Esos que hemos ordenado por capítulos, los años de nuestra vida. Esos libros son tan importantes, tan interesantes como los que descansan en nuestras librerías. Porque toda vida, cualquiera, tiene, al menos, un capítulo único que contar.
Los recuerdos conforman nuestra existencia y a ellos volvemos cuando queremos resolver algo, recordar algo, sentir algo. Nos ayudan, que duda cabe. Nos hacen ser más reflexivos.
¿Por qué no coger uno de esos recuerdos y darle forma de cuento? Les aseguro que se sorprenderían.
Todos tenemos una bella historia que contar, aunque no todos podemos escribirla de forma bella. Para eso están los escritores, ya se sabe. Pero, por intentarlo…
No es casualidad que tanto las biografías como los diarios despierten tanta curiosidad entre los lectores. Nos gusta saber de otras vidas. Esto es algo natural y creo que enriquecedor si se hace sabiamente.
Empezemos el año nuevo así. Dando forma a nuestros recuerdos. Nos ayudará, sin duda, a conocernos mucho mejor.

© 2011 Araceli Cobos

29Dic/10

JOSÉ MARTÍ O MORIR DE AMOR

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A José Martí (La Habana, 1853, Dos Ríos, 1895) le recordaremos, además de por ser el gran poeta que fue, por su lucha para acabar con el dominio español y la expansión estadounidense en Cuba. En definitiva, por la lucha para alcanzar la independencia de la tierra donde nació.
Obras preciosas y admiradas son las que dejó este poeta, filósofo, político y pensador. Entre ellas “Ismaelillo” o “Versos sencillos”.
Aquí, quiero recordarle y animar a que abran sus libros. Lo quiero hacer con un poema que me trae muchos recuerdos, seguro que como a todos ustedes: “La niña de Guatemala”. Porque todos nos hemos muerto alguna vez de amor.

“Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor,
el volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
el volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida
era su frente, ¡la frente
que más he amado en mi vida!

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!”

© 2010 Araceli Cobos

24Dic/10

UNA FAMILIA INESPERADA: UN CUENTO DE NAVIDAD

UN-CUENTO-DE-NAVIDAD

Teo y Teresa caminaban juntos, muy pegados el uno al otro. Hacía frío, mucho frío en la ciudad y todo estaba cubierto de nieve. Teo y Teresa no iban solos. Del trineo del que tiraban, no sin esfuerzo, envuelta en mantas, dormía la pequeña Gabriela. Era el día de Nochebuena y, en la ciudad, todo el mundo corría de un lado para otro, con el fin de tenerlo todo listo para aquella noche tan especial.
Teo y Teresa, de apenas nueve años, no sabían que hacer, ni a dónde ir, ni que harían cuando caería la noche sin un lugar en el cual poder refugiarse. Desde que sus padres habían muerto nada había sido igual. Una tía de su padre les había recogido por caridad, pero muy pronto se había cansado de ellos. Ya hacía un mes que los había echado de casa y mendigaban por las calles con tristeza.
-¿Qué haremos hoy Teo?, preguntó Teresa a su hermano, sólo un año mayor que ella. ¿Qué le daremos hoy de comer a la pequeña Gabriela?
-No sé, respondió con pena Teo. Algo se nos ocurrirá de aquí a que llegue la noche. No te preocupes. Nunca se ha quedado sin comer.
Los dos caminaban cabizbajos. La gente, con prisas, y preocupada por sus propios problemas, ni siquiera se fijaban en ellos.
Fue llegando la tarde y Teo y Teresa miraban, a través de las ventanas de las casas, lo felices que eran las familias decorando los árboles de Navidad, preparando los dulces, echando leña a las chimeneas, jugando, cantando… Ellos habían podido disfrutar de todo aquello, aunque, ahora, les parecía un sueño poder volver a tener toda aquella felicidad.
-¿Te acuerdas Teo?, dijo la pequeña a su hermano sin poder contener las lágrimas.
-No llores Teresa, contestó Teo conteniendo las suyas. Algún día seremos felices de nuevo.
-¿Qué va a pasar con el bebé?, preguntó Teresa. ¿Nos lo quitarán? Seguro que nos lo quitarán cuando nos vean con él.
-Nadie nos va a quitar a Gabriela, le contestó Teo para tranquilizarla. Es nuestra hermana y va a estar siempre con nosotros.
-¡Pobrecita!, exclamaba la niña. ¡Es sólo un bebé!
Los niños seguían buscando un lugar donde pasar la noche. No era fácil refugiarse de la nieve. Mientras tanto, seguían viendo la felicidad de toda aquella gente que ni siquiera sabía que ellos existían.
No muy lejos de donde los niños estaban, había un edificio de tres plantas de donde salían unos destellos de luz tan bonitos que los hermanos no pudieron dejar de acercarse a mirarlos.
-¡Mira Teresa!, dijo Teo emocionado. Nunca he visto unas luces tan bonitas. Parecen estrellas de verdad.
-¡Vamos a verlas de cerca!, pidió la niña. Seguro que son de un árbol muy bonito, como el que decoraba mamá.
Cuando pegaron sus narices chatas y rojas al cristal, vieron un árbol precioso que estaba colocado al lado de una chimenea. De allí provenían las luces, de ese árbol tan grande y bonito. Pero, los niños quedaron un poco decepcionados al ver la cara de la mujer que estaba al lado de la chimenea.
-Mira Teresa, dijo Teo. ¿Ves? Esa mujer, a pesar de tenerlo todo, no es feliz.
-Parece muy triste, dijo Teresa apenada. ¿Qué le pasará?
-Ni idea, respondió Teo. Parece tan buena….
-Si, asintió Teresa. Tiene cara de ángel.
El muchacho pegó la oreja al cristal de la ventana para escuchar lo que la mujer decía. Estaba hablando con un hombre que, seguramente, sería su marido.
-No llores Laura, suplicó el hombre a la mujer. Algún día tus deseos se cumplirán.
-Nunca se cumplen, gimió Laura. Pido año tras año que la Navidad me traiga un hijo. Sólo uno. Uno para quererlo y adorarlo. No pido más. Con uno sería feliz, pero…Mira, aquí estamos un año más solos tú y yo.
-Somos muy jóvenes aún Laura, contestó el hombre. Quizás logremos pronto ser padres y esta casa se llene de felicidad la próxima Nochebuena. No pienses más y vamos a cenar.
-No tengo hambre Raúl, dijo la mujer sollozando.
-Espera aquí Laura, le pidió el hombre. Voy al salir al portal, al leñero. La chimenea está apagándose.
Los niños no podían creer lo que habían escuchado. A Teresa se le iluminó la cara al instante aunque Teo era más prudente.
-No empiezes tan pronto a soñar Teresa, le dijo su hermano. La mujer quiere un hijo. Seguramente tres … sería demasiado.
-Pero….¿No piensas que nos podría querer?, preguntó Teresa. Sería una madre perfecta. Es tan guapa….y parece tan buena…
-No, afirmó Teo. Olvídalo. Somos tres.
-¡Por favor Teo!, suplicó Teresa. Llama a la puerta. Por favor.
-No, dijo Teo. No lo haré. Sería muy egoísta de nuestra parte Teresa. Les daríamos muchos problemas, ¿entiendes?
Teresa empezó a llorar y Gabriela después. El bebé tenía hambre y frío.
-Lo único que haremos será aprovecharnos del leñero, explicó Teo a su hermana. Pasaremos la noche allí. En cuanto él vuelva con la leña al salón nosotros entraremos en el portal y allí nos refugiaremos.
-Es una buena idea, dijo Teresa. Al menos hemos encontrado un lugar donde pasar la noche. Somos muy afortunados al fin y al cabo.
Así lo hicieron los muchachos. En cuanto Raúl apareció en el salón los niños corrieron hasta el portal y, una vez dentro, abrieron la puerta del leñero para refugiarse. Allí hacía calor y estarían a salvo del frío. Estaban felices. El leñero, que estaba hecho aprovechando el hueco de la escalera, era algo estrecho pero era más de lo que habían imaginado que podrían encontrar para pasar la Nochebuena.
Al de un rato, los niños se asustaron. Gabriela no paraba de llorar y tenían miedo de que, con su llanto, algún vecino se percatara de que estaban allí escondidos. Le dieron algunas migas de pan que aún les quedaban en los bolsillos y la acurrucaron para darle más calor.
Mientras tanto en casa de Laura y Raúl continuaba la tristeza de verse solos.
-¿Oyes a los chiquillos de Peter y Mery?, dijo Laura. Eso si que es celebrar una Nochebuena. Todos nuestros vecinos son felices con sus hijos.
-Laura, por favor, le pidió Raúl a su mujer. Todo llegará no te preocupes. Estoy seguro de que antes de que lo que te esperas porque lo mereces, simplemente por eso.
-¿Puedes traer más leña Raúl?, le dijo Laura a su marido. Me muero de frío. No entiendo lo que me ocurre.
-La chimenea está llena, le contestó Raúl a su mujer, pero enseguida traigo más leña si es tu deseo.
-Gracias, contestó la mujer.
Cuando oyeron los pasos de Raúl, los niños se asustaron mucho, pero ya no podían hacer nada. Era demasiado tarde para correr. No podían escapar de allí. Ahora sus ilusiones de pasar la noche en aquel refugio se habían esfumado.
-Si el vecino abre el leñero estamos perdidos, dijo Teo. Nos van a echar de aquí, seguro.
-No molestamos aquí, dijo Teresa. No nos van a echar Teo. Seguro que, al menos, nos dejaran pasar la noche.
-¡Calla!, exclamó Teo. Van a abrir. Silencio.
Pero no podían hacer nada los chiquillos. Cuando Raúl abrió el leñero y encendió la luz vio a los tres hermanos, aún con frío, abrazados y acurrucados entre la leña.
-¡Por el amor de Dios!, gritó Raúl. ¿Qué es esto? ¿Quiénes sois vosotros?
-Lo sentimos señor, dijo Teo con la voz entrecortada. No tenemos donde pasar la noche. ¿Puede usted dejarnos dormir aquí? Mañana nos iremos. Lo prometemos. Por favor señor… por favor.
Raúl ni siquiera escuchó las palabras de Teo. Fue corriendo a casa para que Laura viera lo que había encontrado en el leñero.
-¡No puede ser verdad!, gritó Laura de la emoción. ¿Quiénes sois pequeños? ¡Decídme, por favor!
Teo y Teresa le contaron todo a la pareja. Enseguida, Laura y Raúl se los llevaron a casa. Les quitaron la ropa sucia, les bañaron, les envolvieron en mantas calientes y les dieron de comer.
Laura estaba tan contenta que no paraba de reír y llorar a la vez.
-Sólo si vosotros queréis podéis quedaros aquí con nosotros, explicó Raúl a los niños. Sólamente hoy o para siempre.
Teresa y Teo se miraron. No podían creerlo. La pequeña Gabriela dormía otra vez. La observaron y vieron su cara de felicidad y tranquilidad. Nunca antes, en seis meses que Gabriela tenía de vida, habían visto a su hermana así, en paz. Los niños dijeron que no deseaban otra cosa tanto en el mundo como volver a tener una familia.
Aquello fue suficiente. Esa noche celebraron la Nochebuena junto a Laura y Raúl, su nueva familia. Y esa noche fue la primera noche de muchas y muchas y muchas otras noches que vinieron después llenas de felicidad. Está claro que cuando hay varias personas soñando los mismos sueños y persiguiendo las mismas ilusiones estas se hacen realidad. Y que una familia se crea con amor, no con apellidos.

© 2010 Araceli Cobos

15Dic/10

PORQUE ALBERTI AMABA EL MAR

PORQUE-ALBERTI-AMABA-EL-MAR

Porque Alberti amaba el mar escribió este bellísimo poema titulado “Si mi voz muriera en tierra”:

“Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!»

Los versos, recogidos en el poemario “Marinero en tierra” de 1925, y por el cual el escritor andaluz recibió el Premio Nacional de Literatura, es sobradamente conocido y, a pesar de todo, aunque lo hemos leído y escuchado tantas veces, no puede uno cansarse de leerlo. Es simplemente, perfecto. Esa perfección en obras que dejó la inteligente y cercana Generación del 27.
El poema arranca con una “soleá” y eso, ha servido a genios del cante flamenco como Enrique Morente (Granada, 1942, Madrid 2010), recientemente fallecido, a llevarlo a los tablaos. Y así, si cabe, hacerlo más popular, hacerlo más hermoso. Todo sonaba a bueno, a hermoso, a grande en la voz de Morente. Yo, que tuve la suerte de entrevistarle en una ocasión, sólo puedo decir que era, además de un cantaor inigualable, una persona inteligentísima, amable, simpática, cercana, buena. Tenía una conversación inteligente, me atendió con muchísima amabilidad, nos reímos con algunas anécdotas. Su mirada era simpática, sus manos cercanas, sus gestos, de buena gente.
Rafael Alberti (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1902, 1999), tras la Guerra Civil Española se exilió debido a su militancia en el Partido Comunista de España. A su vuelta, tras el fin de la dictadura franquista, fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1983 y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz en 1985.
En “Marinero en tierra” quiere expresar su nostalgia y pena por no poder disfrutar del mar de su tierra natal, ya que en aquel tiempo no estaba en Cádiz.
La voz de Morente no ha muerto. Ha dejado al mundo un legado infinito de buen hacer. Alguien se equivocó, alguien se equivocó, como la paloma de Alberti, al llevarse al maestro tan pronto. Sigue la saga con la bellísima y gran artista Estrella Morente. Todo continúa. Las olas que se van, son las que vuelven, y se van y otra vez vuelven.

© 2010 Araceli Cobos

11Dic/10

EL TAMBOR MÁGICO: UN CUENTO DE NAVIDAD

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Bruno no sabía lo que pedir a Papá Noel aquel año. Tenía tantas cosas…No deseaba nada. Tenía todo. Por eso, cuando empezó a escribir su carta no se le ocurría nada. Después de mucho pensar, decidió que lo que quería era un tambor. Un tambor para hacer ruido, mucho ruido y molestar así a los mayores.
El día de Navidad llegó y Bruno, tal y como había pedido en la carta, recibió como regalo un tambor. Era un tambor precioso, claro está. Bruno lo recibió con cierto desdén, pero se puso a tocarlo enseguida, para tormento de todos los allí presentes.
Pronto se cansó de tocarlo, muy pronto, demasiado pronto. Tenía tantas cosas… No deseaba nada, ni siquiera su nuevo tambor.
Pasaron unas semanas, y en vista de que Bruno no hacía caso a su tambor, su madre le invitó a que lo regalase al mercado benéfico de Navidad que la ciudad organizaba para las personas que no tenían posibilidad de comprar nada nuevo a sus hijos. Bruno no lo pensó siquiera. Le dio un último golpe, sin ganas, y se lo dio a su madre.
El tambor pasó así a ocupar un espacio en el mercado benéfico al lado de otros muchos juguetes ya usados de los niños que lo tenían todo y por esa misma razón se aburrían de todo.
Enseguida un niño se interesó por el tambor. Su madre lo compró. El niño estuvo un par de días tocando el tambor, pero también se aburrió de él. No tenía tantos juguetes como Bruno en su habitación, pero si los suficientes para despreciar el tambor.
Su madre, días después, lo tiró al basurero.
El tambor sobresalía por encima de todas las bolsas de basura. Allí olvidado, sin dueño, el tambor se aburría y se lamentaba. Ningún niño se había divertido con él. Eso era, sin duda, muy triste para un juguete.
Esa misma noche, una familia pobre andaba por el parque buscando refugio para pasar la noche. La nieve cubría las aceras y el matrimonio, con su hijo, no sabía donde meterse para que el pequeño no pasara frío.
Al pasar por al lado del basurero, el niño vio el tambor. Se emocionó tanto al verlo que le parecía un sueño que aquel juguete tan bonito, tan nuevo y tan divertido estuviese abandonado entre las basuras.
Su padre lo cogió. El niño empezó a tocar. Su cara se iluminó de alegría. No había tenido ningún juguete aquella Navidad pero ahora se había encontrado ese precioso tambor. Lo agarró fuerte entre sus brazos.
Después de andar unos minutos, al fin, los padres del niño encontraron un lugar donde pasar la noche. Una casita abandonada al lado del río les serviría de refugio ese día. El padre encendió un pequeño fuego con maderas que encontró. Todos se acercaron a la pequeña hoguera para calentarse. El pequeño tocaba su tambor. Era feliz.
De repente el tambor se resvaló de sus manos y calló al fuego.
El niño lloraba desconsolado. No podía creer lo que estaba sucediendo. Su único juguete estaba ardiendo entre las llamas. Pero de entre las llamas, de forma inesperada, apareció un duende. Todos se asustaron. El niño dejó de llorar.
-Hola pequeño, dijo el duende. Soy el duende mágico del tambor de Navidad. Todos han despreciado el tambor, menos tú que lo has recogido con cariño del basurero. Nadie supo ver el secreto que el tambor guardaba porque ninguno de los niños estuvo ilusionado con él.
-¡Un duende mágico!, exclamó el niño sorprendido.
-Ahora tú y tu familia podéis pedir un deseo, explicó el duende. Yo soy un duende mágico de la Navidad y hago realidad los deseos de las personas que me necesitan de verdad.
A pesar de que no tenían nada, la familia no sabía que pedir. Estaban asustados y emocionados a la vez. La alegría no les dejaba pensar.
-Está bien, dijo el duende. Yo mismo pediré el deseo por vosotros.
-¡A mí me gustaría tener otro tambor!, respondió el niño sonrojándose.
-Eso es muy poco pequeño, le contestó el duende. Seguro que tendrás un tambor nuevo. Y además todo esto para ser feliz el resto de tus días junto con tus padres.
El duende agitó sus manos, movió sus dedos y al instante, bajo una nube de purpurina multicolor, la vieja casa del río, donde se refugiaban, se convirtió en una preciosa casa limpia, nueva, y llena de todos los muebles y todas las cosas que cualquier familia pudiera necesitar.
Ninguno de los tres tenía fuerzas, ni tan siquiera, para moverse. Cuando se tranquilizaron, recorrieron la casa de arriba abajo. Era mucho más de lo que ellos jamás pudieran haber deseado ni imaginado.
La madre besó al duende, el padre lo agarró fuerte entre sus brazos y el niño empezó a saltar con él de alegría. Su habitación tenía muchos juguetes, muchos para un niño que nunca había tenido nada, pero pocos para los niños que tenían todo. Además, el tambor que había pedido, descansaba sobre la colcha de la cama.
-Gracias por todo duende, dijo el niño. Nos has hecho felices. Nos has dado todo.
-¿Cómo podemos agradecerte todo esto?, preguntó el padre visiblemente emocionado.
-Sólo deseo una cosa, contestó el duende de la Navidad.
-¡Habla duende, habla!, dijo la madre.
-Me gustaría vivir con vosotros hasta la próxima Navidad. Entonces me meteré en el tambor de nuevo y ayudaré a otra familia.
-¡Desde luego que puedes quedarte aquí!, dijeron todos. Puedes quedarte para siempre.
Desde aquel día, todos fueron felices juntos en la casa nueva a la orilla del río y nunca olvidaron aquello que les repetía el duende: «Sólo aquellos que tienen ilusiones y no pierden la esperanza cumplen sus sueños y esos sueños guardan secretos que sólo a ellos se les presentan.»

© 2010 Araceli Cobos