UNA FAMILIA INESPERADA: UN CUENTO DE NAVIDAD
Teo y Teresa caminaban juntos, muy pegados el uno al otro. Hacía frío, mucho frío en la ciudad y todo estaba cubierto de nieve. Teo y Teresa no iban solos. Del trineo del que tiraban, no sin esfuerzo, envuelta en mantas, dormía la pequeña Gabriela. Era el día de Nochebuena y, en la ciudad, todo el mundo corría de un lado para otro, con el fin de tenerlo todo listo para aquella noche tan especial.
Teo y Teresa, de apenas nueve años, no sabían que hacer, ni a dónde ir, ni que harían cuando caería la noche sin un lugar en el cual poder refugiarse. Desde que sus padres habían muerto nada había sido igual. Una tía de su padre les había recogido por caridad, pero muy pronto se había cansado de ellos. Ya hacía un mes que los había echado de casa y mendigaban por las calles con tristeza.
-¿Qué haremos hoy Teo?, preguntó Teresa a su hermano, sólo un año mayor que ella. ¿Qué le daremos hoy de comer a la pequeña Gabriela?
-No sé, respondió con pena Teo. Algo se nos ocurrirá de aquí a que llegue la noche. No te preocupes. Nunca se ha quedado sin comer.
Los dos caminaban cabizbajos. La gente, con prisas, y preocupada por sus propios problemas, ni siquiera se fijaban en ellos.
Fue llegando la tarde y Teo y Teresa miraban, a través de las ventanas de las casas, lo felices que eran las familias decorando los árboles de Navidad, preparando los dulces, echando leña a las chimeneas, jugando, cantando… Ellos habían podido disfrutar de todo aquello, aunque, ahora, les parecía un sueño poder volver a tener toda aquella felicidad.
-¿Te acuerdas Teo?, dijo la pequeña a su hermano sin poder contener las lágrimas.
-No llores Teresa, contestó Teo conteniendo las suyas. Algún día seremos felices de nuevo.
-¿Qué va a pasar con el bebé?, preguntó Teresa. ¿Nos lo quitarán? Seguro que nos lo quitarán cuando nos vean con él.
-Nadie nos va a quitar a Gabriela, le contestó Teo para tranquilizarla. Es nuestra hermana y va a estar siempre con nosotros.
-¡Pobrecita!, exclamaba la niña. ¡Es sólo un bebé!
Los niños seguían buscando un lugar donde pasar la noche. No era fácil refugiarse de la nieve. Mientras tanto, seguían viendo la felicidad de toda aquella gente que ni siquiera sabía que ellos existían.
No muy lejos de donde los niños estaban, había un edificio de tres plantas de donde salían unos destellos de luz tan bonitos que los hermanos no pudieron dejar de acercarse a mirarlos.
-¡Mira Teresa!, dijo Teo emocionado. Nunca he visto unas luces tan bonitas. Parecen estrellas de verdad.
-¡Vamos a verlas de cerca!, pidió la niña. Seguro que son de un árbol muy bonito, como el que decoraba mamá.
Cuando pegaron sus narices chatas y rojas al cristal, vieron un árbol precioso que estaba colocado al lado de una chimenea. De allí provenían las luces, de ese árbol tan grande y bonito. Pero, los niños quedaron un poco decepcionados al ver la cara de la mujer que estaba al lado de la chimenea.
-Mira Teresa, dijo Teo. ¿Ves? Esa mujer, a pesar de tenerlo todo, no es feliz.
-Parece muy triste, dijo Teresa apenada. ¿Qué le pasará?
-Ni idea, respondió Teo. Parece tan buena….
-Si, asintió Teresa. Tiene cara de ángel.
El muchacho pegó la oreja al cristal de la ventana para escuchar lo que la mujer decía. Estaba hablando con un hombre que, seguramente, sería su marido.
-No llores Laura, suplicó el hombre a la mujer. Algún día tus deseos se cumplirán.
-Nunca se cumplen, gimió Laura. Pido año tras año que la Navidad me traiga un hijo. Sólo uno. Uno para quererlo y adorarlo. No pido más. Con uno sería feliz, pero…Mira, aquí estamos un año más solos tú y yo.
-Somos muy jóvenes aún Laura, contestó el hombre. Quizás logremos pronto ser padres y esta casa se llene de felicidad la próxima Nochebuena. No pienses más y vamos a cenar.
-No tengo hambre Raúl, dijo la mujer sollozando.
-Espera aquí Laura, le pidió el hombre. Voy al salir al portal, al leñero. La chimenea está apagándose.
Los niños no podían creer lo que habían escuchado. A Teresa se le iluminó la cara al instante aunque Teo era más prudente.
-No empiezes tan pronto a soñar Teresa, le dijo su hermano. La mujer quiere un hijo. Seguramente tres … sería demasiado.
-Pero….¿No piensas que nos podría querer?, preguntó Teresa. Sería una madre perfecta. Es tan guapa….y parece tan buena…
-No, afirmó Teo. Olvídalo. Somos tres.
-¡Por favor Teo!, suplicó Teresa. Llama a la puerta. Por favor.
-No, dijo Teo. No lo haré. Sería muy egoísta de nuestra parte Teresa. Les daríamos muchos problemas, ¿entiendes?
Teresa empezó a llorar y Gabriela después. El bebé tenía hambre y frío.
-Lo único que haremos será aprovecharnos del leñero, explicó Teo a su hermana. Pasaremos la noche allí. En cuanto él vuelva con la leña al salón nosotros entraremos en el portal y allí nos refugiaremos.
-Es una buena idea, dijo Teresa. Al menos hemos encontrado un lugar donde pasar la noche. Somos muy afortunados al fin y al cabo.
Así lo hicieron los muchachos. En cuanto Raúl apareció en el salón los niños corrieron hasta el portal y, una vez dentro, abrieron la puerta del leñero para refugiarse. Allí hacía calor y estarían a salvo del frío. Estaban felices. El leñero, que estaba hecho aprovechando el hueco de la escalera, era algo estrecho pero era más de lo que habían imaginado que podrían encontrar para pasar la Nochebuena.
Al de un rato, los niños se asustaron. Gabriela no paraba de llorar y tenían miedo de que, con su llanto, algún vecino se percatara de que estaban allí escondidos. Le dieron algunas migas de pan que aún les quedaban en los bolsillos y la acurrucaron para darle más calor.
Mientras tanto en casa de Laura y Raúl continuaba la tristeza de verse solos.
-¿Oyes a los chiquillos de Peter y Mery?, dijo Laura. Eso si que es celebrar una Nochebuena. Todos nuestros vecinos son felices con sus hijos.
-Laura, por favor, le pidió Raúl a su mujer. Todo llegará no te preocupes. Estoy seguro de que antes de que lo que te esperas porque lo mereces, simplemente por eso.
-¿Puedes traer más leña Raúl?, le dijo Laura a su marido. Me muero de frío. No entiendo lo que me ocurre.
-La chimenea está llena, le contestó Raúl a su mujer, pero enseguida traigo más leña si es tu deseo.
-Gracias, contestó la mujer.
Cuando oyeron los pasos de Raúl, los niños se asustaron mucho, pero ya no podían hacer nada. Era demasiado tarde para correr. No podían escapar de allí. Ahora sus ilusiones de pasar la noche en aquel refugio se habían esfumado.
-Si el vecino abre el leñero estamos perdidos, dijo Teo. Nos van a echar de aquí, seguro.
-No molestamos aquí, dijo Teresa. No nos van a echar Teo. Seguro que, al menos, nos dejaran pasar la noche.
-¡Calla!, exclamó Teo. Van a abrir. Silencio.
Pero no podían hacer nada los chiquillos. Cuando Raúl abrió el leñero y encendió la luz vio a los tres hermanos, aún con frío, abrazados y acurrucados entre la leña.
-¡Por el amor de Dios!, gritó Raúl. ¿Qué es esto? ¿Quiénes sois vosotros?
-Lo sentimos señor, dijo Teo con la voz entrecortada. No tenemos donde pasar la noche. ¿Puede usted dejarnos dormir aquí? Mañana nos iremos. Lo prometemos. Por favor señor… por favor.
Raúl ni siquiera escuchó las palabras de Teo. Fue corriendo a casa para que Laura viera lo que había encontrado en el leñero.
-¡No puede ser verdad!, gritó Laura de la emoción. ¿Quiénes sois pequeños? ¡Decídme, por favor!
Teo y Teresa le contaron todo a la pareja. Enseguida, Laura y Raúl se los llevaron a casa. Les quitaron la ropa sucia, les bañaron, les envolvieron en mantas calientes y les dieron de comer.
Laura estaba tan contenta que no paraba de reír y llorar a la vez.
-Sólo si vosotros queréis podéis quedaros aquí con nosotros, explicó Raúl a los niños. Sólamente hoy o para siempre.
Teresa y Teo se miraron. No podían creerlo. La pequeña Gabriela dormía otra vez. La observaron y vieron su cara de felicidad y tranquilidad. Nunca antes, en seis meses que Gabriela tenía de vida, habían visto a su hermana así, en paz. Los niños dijeron que no deseaban otra cosa tanto en el mundo como volver a tener una familia.
Aquello fue suficiente. Esa noche celebraron la Nochebuena junto a Laura y Raúl, su nueva familia. Y esa noche fue la primera noche de muchas y muchas y muchas otras noches que vinieron después llenas de felicidad. Está claro que cuando hay varias personas soñando los mismos sueños y persiguiendo las mismas ilusiones estas se hacen realidad. Y que una familia se crea con amor, no con apellidos.
© 2010 Araceli Cobos