LA VOZ MALIGNA. VERNON LEE
Dicen, se oye, comentan, que el cuento es un género literario que no goza de muchos admiradores hoy en día. Aquel escritor que decida iniciarse en el mundo de la literatura escribiendo cuentos está, cuando menos, haciendo un alarde de romanticismo desmesurado. Parece ser que lo de leer cuentos está cayendo en desuso. En mi opinión todo es cuestión de con cuales se haya topado uno a lo largo de su vida.
Los cuentos son muy difíciles de escribir tanto para adultos como para niños. Conseguir la atención y plantear una historia con su principio y su fin en tan pocas páginas, es, como se suele decir, un auténtico encaje de bolillos.
Hoy he elegido un cuento, que será el primero de otros muchos que me gustaría dar a conocer por si alguien aún no se ha encontrado con ellos y desea abrirlos. Cuentos, que me han gustado, y, en ocasiones, no sabría decir porqué, y esos, justamente, son los que más me gustan. Esos que terminan tan sutilmente como empiezan y te dejan un insuperable sabor de boca, que pocas novelas pueden llegar a conseguir.
Vernon Lee, cuyo verdadero nombre era Violet Paget (1856-1935), publicó un estudio sobre la música italiana del siglo XVIII, con tan sólo veinticuatro años. Fue tan completo que desde ese momento, fue considerada una especialista en la materia. Pero Lee dio un paso más y cultivó no sólo la crítica, sino también la novela, el relato, el ensayo…Aunque era inglesa, vivió casi toda su vida en Florencia. La fantasía de Lee es infinita, es cuidada y elegante. En 2006 la editorial Atalanta publicó el libro “La voz maligna”, cuyo título original es “The Wiked Voice”, donde se reúnen tres de sus mejores cuentos fantásticos. El que aquí voy a destacar es el titulado “La muñeca”. Este cuento trata sobre una coleccionista de arte que se encuentra con un objeto fascinante cuando en uno de sus viajes visita un palacio de una familia noble. La extraña adquisición cambiará su vida.
Esta es la descripción que Lee hace del palacio:
“El palacio era inmenso. Había un salón de baile tan grande como una iglesia, varias salas de recepción con pisos sucios y mobiliario del XVIII, opaco y ajado, y un fastuoso aposento tapizado de satén amarillo y oro donde había dormido cierto emperador; unos estantes horribles con fotografías descoloridas en las paredes, dos biombos muy ordinarios y unos cojines de lana de Berlín delataban que habían vivido allí ocupantes más actuales.”
Si aún os han quedado ganas de cuentos y objetos extraños, os invito a leer el siguiente comentario.
© 2009 Araceli Cobos