PLATERO, EL BURRILLO DE ALGODÓN DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Se puede decir que “Platero y yo” es el mejor conjunto de poemas en prosa de la literatura española, y también que es una elegía andaluza, o una autobiografía lírica. Traducido a las más importantes lenguas de la cultura, es un libro, que una vez abierto va directamente al corazón. Juan Ramón Jiménez (1881, Moguer, 1958, Puerto Rico) lo escribió casi en su totalidad entre 1906 y 1912.
Hay capítulos inolvidables en esta obra, pero yo quiero destacar, el primero, titulado “Platero”, por la bella descripción que hacer el escritor del burrillo.
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría que todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.(…) Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra.”
Es preciosa esta descripción. Ya intuímos el profundo amor que siente el hombre por Platero. Cuando Platero muere, uno de los últimos capítulos titulado “Melancolía”, nos deja esa ternura latente aún:
“-¡Platero amigo!, le dije yo a la tierra; si como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí? Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio…”
En el “Moridero”, ya deja claro el escritor andaluz, lo que Platero significa para él.
“Tú si te mueres antes que yo, no irás Platero mío, en el carrillo del pregonero, a la marisma inmensa, ni al barranco del camino de los montes, como los otros pobres burros, como los caballos y los perros que no tienen quien los quiera.(…) Vive tranquilo Platero. Yo te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Piña, que a tí tanto te gusta. Estarás al lado de la vida alegre y serena. Los niños jugarán y coserán las niñas en sus sillitas bajas a tu lado. Sabrás los versos que la soledad me traiga. Oirás cantar a las muchachas cuando lavan en el naranjal y el ruido de la noria será gozo y frescura de tu paz eterna. Y, todo el año, los jilgueros, los chamarices y los verdones te pondrán, en la salud perenne de la copa, un breve techo de música entre tu sueño tranquilo y el infinito cielo de azul constante de Moguer.”
Hay capítulos muy bellos como “La Azotea”, o “Idilio de abril”, y otros duros como “La tísica” o “Lord”. En este último el premio nobel de Literatura habla de un perro que tuvo. Está claro el amor que sentía el escritor por los animales, el sufrimiento que sentía por los más débiles. Lejos de esa imagen de hombre serio y frío, el andaluz universal, se presenta, al lado de Platero, como un hombre tierno, que no es ajeno al sufrimiento de los demás, que tiene un gran corazón, que ama a su tierra y a Moguer pero también al mundo entero. Así lo demostró a lo largo de su vida.
Volveré a él con sus poesías, hasta entonces me quedo con este hermoso párrafo del capítulo “La luna”.
“Platero acababa de beberse dos cubos de agua con estrellas del pozo del corral, y vovía a la cuadra, lento y distraído, entre los altos girasoles. Yo le aguardaba en la puerta, echado en el quicio de cal y envuelto en la tibia fragancia de los heliotropos.
Sobre el tejadillo, húmedo de las blanduras de setiembre, dormía el campo lejano, que mandaba un fuerte aliento de pinos. Una gran nube negra, como una gigantesca gallina que hubiese puesto un huevo de oro, puso la luna sobre la colina.”
Y con este, del capítulo “Domingo”.
“Todos, hasta el guarda, se han ido al pueblo para ver la procesión. Nos hemos quedado solos Platero y yo. ¡Qué paz! ¡Qué pureza! ¡Qué bienestar! Dejo a Platero en el prado alto, y yo me echo, bajo un pino lleno de pájaros que no se van, a leer. Omar Khayyám… (…)Las avispas orinegras vuelan en torno de la parra cargada de sanos racimos moscateles, y las mariposas, que andan confundidas con las flores, parece que se renuevan, en una metamorfosis de colorines, al revolar. Es la soledad como un gran pensamiento de luz. De vez en cuando, Platero deja de comer, y me mira…
Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero…”
Ediciones Cátedra editó este trabajo con una introducción de Michael P. Predmore, especialista en la obra de Juan Ramón, donde hace una análisis muy interesante de esta obra clave de la literatura contemporánea.
© 2009 Araceli Cobos