EL FIN DE ALGO. UN RELATO DE ERNEST HEMINGWAY. NICK ADAMS
Pocos personajes ha dado la literatura tan misteriosos e interesantes, a mi parecer, como Nick Adams. Adoro los relatos donde él aparece y cuando aparece, Hemingway se me presenta en toda su esencia. Su literatura es, simplemente, insuperable. Los relatos de Hemingway (Illinois 1899, Idaho 1961) son perfectos. Es imposible elegir uno entre tantos, por eso les invito a abrir aquellos que tienen a Adams como protagonista. Son increíbles, sorprendentes tanto por su «engañosa» sencillez como por su perfecta redacción.
Y entre los de Adams, también es tarea difícil elegir uno, pero quiero presentarle a ustedes uno de los más conmovedores. Se titula «El fin de algo». Guarda muchísimo dentro. Comienza el escritor presentándonos el pueblo de Hortons Bay.
«Antes, Hortons Bay era un pueblo de madereros y leñadores. Ninguno de sus habitantes se salvaba del ruido de las grandes máquinas de un aserradero que había junto al lago. Pero un año se acabaron los troncos para aserrar. Entonces las goletas de los madereros anclaron en la bahía y cargaron y se llevaron toda la madera amontonada en el corral. (…)
Una vez henchidas las velas, el barco empezó a navegar por el lago, llevándose todo lo que había hecho del aserradero, un aserradero, y de Hortons Bay, un pueblo.
(…)
Diez años más tarde no quedaba nada del aserradero, excepto los cimientos de piedra caliza que Nick y Marjorie vieron a través del bosque renacido, mientras remaban muy cerca de la costa. Estaban pescando en bote al borde del banco que se cortaba repentinamente en bajíos arenosos de doce pies de profundidad. Se dirigían al promontorio, que era el lugar más apropiado para colocar los sedales nocturnos que atacan a las truchas californianas.»
Así comienza el relato. Sabemos que estamos en Hortons Bay, un pueblo ruinoso y que una pareja formada por los protagonistas, Nick y Marjorie están disfrutando de un día de pesca. Pero, no por casualidad la conversación entre ellos comienza así:
«-He aquí nuestras viejas ruinas, Nick, dijo Marjorie.»
Mientras remaba, Nick miró hacia las piedras blancas que se veían entre los árboles verdes.
-Allí está, expresó.
-¿Recuerdas cuando estaba el aserradero?, preguntó Marjorie.
-Sí, recuerdo.
-Parece más bien un castillo, opinó la muchacha.
El no dijo nada. Remaron hasta perder de vista los restos del aserradero, siguiendo la costa. Luego, Nick atravesó la bahía.
-¿No pican?
-No, respondió Marjorie, absorta en la caña mientras remaban.
No se distraía ni siquiera para hablar. Le gustaba ese deporte. Le gustaba mucho pescar. Le gustaba muchísimo pescar con Nick.»
El agua en calma, la quietud del ambiente, el baile lento de la barca, el silencio. Nick no dice mucho, no sabemos qué le ocurre. Pero sabemos que Marjorie está disfrutando, hasta que se da cuenta de que Nick no está como acostumbra. Está extraño. Hemingway nos introduce en una situación que cada vez se va haciendo más intrigante, pero en una situación que transcurre en un lugar idílico, hermoso.
«-¿Qué te pasa, Nick?
-No sé, contestó éste mientras juntaba leña para el fuego.
Encendieron el fuego con la madera que el agua había llevado a la costa. Marjorie fue al bote en busca de una manta. La brisa nocturna impulsaba el humo hacia el promontorio, y por eso ella extendió la manta entre el fuego y el lago.
Después se sentó sobre la manta, de espaldas al fuego, y esperó a Nick. Este volvió en seguida y se sentó a su lado. Detrás de ellos estaba el bosque renacido, en el promontorio, y enfrente, la bahía con la desembocadura del arroyo de Hortons. La oscuridad no era completa. La luz de la fogata iluminaba el agua. Ambos pudieron ver las dos cañas de pescar de acero, inclinadas sobre el lago. El fuego provocaba destellos en los carretes.
Marjorie abrió la cesta de la cena.
-No tengo hambre, dijo Nick.
-Vamos, Nick. Come.
-Bueno.
Comieron sin decir nada, observando la dos cañas y el fuego reflejado en el agua.
-Esta noche va a hacer luna, expresó Nick, que miraba hacia el otro lado de la bahía.
Las colinas se recortaban ya contra el cielo. Y él se dio cuenta de que la luna estaba ya por asomarse, más allá de las colina.
-Ya lo sé, dijo Marjorie con alegría.
-Tú lo sabes todo.
-¡Oh! ¡Cállate, Nick! Te lo ruego. ¡No seas así, por favor!
-No puedo evitarlo. Tú tienes la culpa. Lo sabes todo. Eso es lo malo, y también lo sabes.
La muchacha no dijo nada.»
Nick ha contado a Bill, personaje que aparecerá al final del relato, el plan que tenía trazado para ese día y que, por supuesto, Marjorie desconocía. Pero no les puedo contar el desenlace, claro está. Ni siquiera cuando lean el relato lo podrán saber. Porque, como antes les he adelantado, hay varias historias de Nick y quizás en una de ellas sepan, cuando las lean, que sucedió con Marjorie y Nick. Son todos relatos magníficos que les invito a leer: «Campamento indio» (aquí conocemos a Nick con cinco años), «El médico y su mujer», «El vendaval de tres días», «El luchador», «Un día de espera» (en este Nick ya es padre). Si las leen todas como una lectura continuada les sorprenderá, aún más, la belleza de los relatos y la profundidad de su personaje, Nick Adams. Personaje, que por cierto, nunca fue invitado a ninguna de las novelas del escritor pero que, según muchos estudiosos del novelista americano, comparte muchos rasgos con Hemingway. Los cuentos de Nick están dispersos en diversos volúmenes, porque los fue escribiendo a lo largo se su vida, de su carrera literaria.
«-¿Ya no te divierte el amor?, preguntó Marjorie.
-No.
Ella se puso de pie. Nick permaneció sentado, con la cabeza entre las manos.
-Voy a usar el bote, le gritó Marjorie. Tú puedes volver a pie por el promontorio.
-Bueno, dijo Nick. Espera, que iré a desatracar el bote.
-No hace falta, cuando dijo esto, Marjorie estaba ya dentro de la embarcación, en el agua, bajo la luz de la luna.»
Y parece que, al fina, tanto el amor como el pueblo se quedaron solos.
Hemingway fue el gran maestro del relato. Para la creación de estos se basaba en una modalidad que el mismo bautizó como «Teoría del iceberg». Según esta teoría el relato era, únicamente, la parte visible de una profunda masa sumergida, como un iceberg, en el que todo está debajo de la superficie. Y esa es la sensación que uno tiene cuando lee sus cuentos.
Cuando Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura en 1954 (un año antes había conseguido el Premio Pulitzer por «El viejo y el mar») se destacó su «maestría del arte de la narración y la influencia ejercida sobre el estilo contemporáneo».
Su primera novela la publicó en 1926 y se titula «Fiesta». Mi primera lectura de Hemingway fue «París era una fiesta» y quedé fascinada. Después vinieron los relatos y sus novelas. «París era una fiesta» fue escrita en Cuba entre 1958-59, un cuarto de siglo después de su estancia allí.
Yo les invito a leerla también, antes o después de estos magníficos relatos. Es una novela exquisita. Quizás alguna vez le dedique un post, pero antes les dejo con una preciosa frase que en ella se recoge y que les sugerirá muchas cosas y les traerá muchos deseos.
«Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.»