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09Nov/19

LA MUJER LOCA. JUAN JOSÉ MILLÁS

Julia es pescadera.

Julia estudia gramática porque está enamorada de Roberto, que es su jefe y es filólogo. Mientras trabaja en la pescadería, el chico sigue estudiando para futuras oposiciones.

Julia ve sustantivos por todas partes.

Julia sufre de alucinaciones

Julia resuelve los problemas de los sustantivos y las frases que se le aparecen. Les quita la ropa, les tumba es un folio y los examina.

Julia vive en una habitación de alquiler de una casa que pertenece a Serafín y a Emérita. Emérita está enferma, enferma terminal. Tiene un revólver y se quiere suicidar. Y además Emérita guarda un secreto que no les puedo desvelar.

Julia tiene una vida tan interesante y tan complicada que el escritor Juan José Millás (Valencia, 1946) quiere novelarla o tal vez quiera hacer un volumen de gramática alternativa, una antigramática, una especie de suicidio de la gramática. Millás que ha inventado a todos estos personajes y se ha metido él mismo en su novela, si, sí, como lo leen, se encontrará a Julia, por casualidad, en casa de Emérita, cuando el escritor y periodista, que está haciendo un reportaje sobre la eutanasia, coincida en su casa. Pero Millás, sufre un periodo de bloqueo creativo, y necesitará la ayuda de una psicoanalista.

Julia es la protagonista de «La mujer loca», el libro que les estoy presentando y que les invito a abrir. Y claro, este libro lo escribió Millás, que se ha metido de personaje en su propia novela, al más puro estilo Hitchcock.

Julia, en ocasiones, reflexiona sobre sus apariciones. Tiene claro que no hay que confundir la palabra que nombra la cosa con la cosa misma.

«La palabra abría la puerta para acercarse a la cosa. Y punto. Si te comías la palabra «pan», pensó, no se te quitaba el hambre. Tampoco con la palabra «tijera» podías abrir el vientre de un besugo. La palabra era la versión lingüística de los objetos como la instantánea era su versión fotográfica.»

Julia opera sin anestesia a palabras que no existen. Observa detenidamente, por ejemplo a Pobrema, la manda desnudarse y tumbarse en el folio. Pobrema está asustada.

«Tras examinarla de arriba a abajo, la joven advirtió que amputándole la última sílaba (ma), se quedaría en Pobre.

-¿Y «pobre» quiere decir algo? , preguntó Pobrema.

-Si, dijo Julia.

-Qué.

-«Pobre» quiere decir pobre.

Cómo Pobrema no abandonara su expresión interrogativa, Julia abrió una vez más el diccionario y leyó:

-Que carece de recursos.

Pobrema, que no parecía muy convencida de las ventajas de existir al precio de carecer de recursos y de ser mutilada, preguntó si le dolería que le quitara esa extremidad.

(…)

Tras dudar un poco, Pobrema accedió a que Julia le amputara la sílaba sobrante con la punta de un bolígrafo. Resultó sencillo e indoloro, porque la tienta, inadvertidamente, poseía virtudes analgésica. Cuando se le pasó el efecto de la anestesia, Pobrema, ahora convertida en Pobre, se levantó, se miró, se tocó el cuerpo con gestos de aprobación y se marchó contenta de significar algo, se ser alguien, de pertenecer a un vocabulario.»

Julia es capaz de filosofar sobre los plurales mientras tiene sexo con Roberto.

«… supongo que durante el reinado del singular la gente no tendría un solo ojo o una sola pierna o una sola mano, pero tampoco caerían en la cuenta de que tenían dos. Creerían que tenían un ojo y otro ojo, pero no ojos en general. (…)

La madre, dijo él entre beso y beso,  al tiempo que parecía medir las dimensiones de su clítoris, no podría decir a su hijo «cómete las lentejas». Le diría  «cómete la lenteja» y cuando se la comiera, le volvería a decir «cómete la lenteja» y así, una a una, hasta que el niño terminara el plato.»

Y, un día  Millás encuentra a Julia, justo cuando esta habla sobre sustantivos-

«El sustantivo, continuó Julia, fue el primer colonizador de los cerebros como los peces fueron los primeros colonizadores de la Tierra. Supo que sin él no habría lenguaje, que sin él no habría oraciones gramaticales, y esa importancia se le subió a la cabeza. Así, el sustantivo «mesa», por poner un ejemplo,  no se conformó con provocar en nuestra mente la imagen de ese objeto formado por un tablero y cuatro patas. Quiso más, quiso ser una mesa «grande», una mesa «redonda» o una mesa «rectangular» o una mesa «amarilla» o «roja» o «baja» o «alta». Las palabras que dicen algo del sustantivo se llaman adjetivos, ¿si o no, Millás?»

Millás habla con su psicoterapeuta de Julia.

«De la locura de Julia lo que me interesa es su cordura. Esas alucinaciones que tiene, o dice tener con las palabras…, esa necesidad, en apariencia ingenua, por ejemplo, de entender lo que es un sustantivo, un adjetivo… Todo ese modo inocente de acercarse a la lengua para comprenderla en como observar a un niño manipulando una bomba. Tiene uno todo el rato la impresión de que le va a estallar en la cara. (…)

-Todos somos sujetos del lenguaje,

-Objetos más bien, si me lo permite. Y lo sabemos de un modo teórico, de un modo que no nos afecta en la vida diaria porque en la vida diaria actuamos como si el lenguaje estuviera a nuestro servicio en vez de nosotros al suyo. Julia, en cambio, podría hacer este descubrimiento de un modo que informara cada minuto de su existencia, descubrirlo de un modo real y por lo tanto enloquecedor. Porque si entiendes en lo profundo eso, que estás colonizado por la lengua, hablar y escribir, y pensar por tanto, constituyen formas de sumisión diabólicas.»

Pasa el tiempo y Julia y Millás, incluso discuten sobre la aparición de las primeras gramáticas, como el lenguaje consiguió paras inadvertido durante siglos, como si no existiera, «para que no lo viéramos, al modo en el que los peces no ven el agua.»

«Todavía más, la lingüística no aparece hasta el siglo XIX. Ayer mismo, como el que dice.

-Ya.

-¿Te imaginas que no hubiéramos reparado en la existencia del elefante, por hablar de un animal enorme, hasta el siglo pasado? ¿O que nadie hubiera mencionado el hígado hasta el siglo XV, que es cuando apareció la primera gramática española?

-Bueno, ya antes había habido alguna cosa.

-¿Pero tú por qué te pones siempre del lado del lenguaje, Millás?, dice Julia irritada. ¿No te das cuenta de la gravedad de lo que he averiguado?

-¿Qué gravedad?

-Pues esa, joder, que primero no nos damos cuenta de que el lenguaje existe y, segundo, que cuando nos damos cuenta lo confundimos con una herramienta. La herramienta somos nosotros.

-Herramienta en qué sentido.

-Joder, en el sentido de que el lenguaje no está en nuestra mano, sino nosotros en la suya. Y nos unas para apretar o aflojar los tornillos de la realidad, para cortar los cables del mundo, para serrar las cañerías del universo. ¿Pero cómo es posible que no te des cuenta?»

Y hasta aquí les puedo contar. Abran este libro único si quieren entretenerse. Incluye un asesinato. En su locura, esta su cordura, lo mismo que le ocurre a Julia.

 

03Oct/19

LA ACERA ROTA. MERCEDES NEUSCHÄFER- CARLÓN

«¡Pensadlo!

Yo viví el sitio y el asedio de Oviedo, mi ciudad. Sin agua, sin luz, sin comida apenas. A la vez que cañonazos y bombas la atacaban sin compasión.

Lo he vivido sin saber por qué, ni para qué, creyendo incluso que la guerra era una parte de la vida. Casi no había conocido tiempos de paz.

He vivido también la desolación y el terror de la posguerra. Con miedo por la vida de mi padre. Era republicano y fue castigado. Jamás pudo volver a enseñar en la universidad, que era su verdadera vocación.

Pero, no, no debo lamentarme demasiado, a otros niños le fue mucho, mucho peor: perdieron a sus padres, pasaron frío y hambre, algunos murieron de tuberculosis por falta de alimento.

¿Quiénes eran los buenos? ¿Quiénes los malos?, me preguntaba entonces.

Había oído de injusticias y crueldades de ambos bandos. Y sabía también de gente buena. De ambos bandos, también.

Cuando comencé a escribir «La acera rota» no era mi propósito escribir sobre nuestra desgraciada guerra. Quería, en cambio, hablar de los primeros pensamientos y sentimientos del niño. De cómo éste va percibiendo y sintiendo el mundo que le rodea. Y de sus miedos e inquietudes que aún no puede expresar. Pero pronto a  la vida de Elena, mi protagonista, llega la guerra, ya antes la revolución de Asturias, y ésta adquiere en su vida un papel muy importante.

Todo lo que la novela va contando no está influenciado, pues, por prejuicios ni por anteriores experiencias. Es como Elena lo vivió y sintió, cuando aún no sabía juzgar  ni pensar que las cosas podrían ser de otra manera.

También, a través de la narración, se conoce bastante de la sociedad española de entonces. Se puede ver lo que se ha perdido, lo que felizmente ha cambiado, lo que aún queda… Y acaso entender algo de lo que puede llevar a lo que, de ningún modo, debe repetirse.

Si una guerra es algo terrible, una guerra civil lo es más aún.

Pensadlo, por favor, pensadlo.»

Tenía muchas ganas de presentarles a esta autora y a uno de sus libros y, por fin, ha llegado el día. Ella es Mercedes Neuschäfer-Carlón (Oviedo, 1931) y el libro es «La acera rota». Tenía, como digo, muchas ganas porque tengo la sensación y ojalá me equivoque, de que estamos ante una de estas joyas literarias poco conocidas y por tanto poco valoradas. En «La acera rota», se narran las vivencias de la propia autora durante la Guerra Civil y la Posguerra. Es un libro, a mi parecer, imprescindible para entender a los niños que vivieron la Guerra Civil española, como puede serlo «El otro árbol de Guernica», otra joya literaria del escritor trapagatarra Luis de Castresana (Ugarte, Trapagaran, Vizcaya 1925, Bilbao 1986) . Por eso he querido incluirles la introducción que hace la propia autora a su novela. Ahí cuenta la esencia de todo lo que nos vamos a encontrar a través de la protagonista de esta historia Elena y de su familia.

Elena es feliz en una infancia acomodada, lo único que le quita el sueño son sus fantasías sobre la muerte y el infierno. Pero llega la guerra y con ella la incertidumbre y un nuevo salto en la vida. Ya no hay que preocuparse por no pisar las líneas de la acera en su juego infantil, porque la acera está rota, la ha roto la guerra, que los destruirá todo, o casi todo. Quizás ese árbol que ha dado frutos al lado de la casa ya hecha una ruina a la que vuelven, sea la metáfora de que la vida se hace paso.

«Sin embargo, de pronto vieron algo que les interesó. Resplandecía allá en el fondo. Se acercaron. Era una naranja. El naranjo, que papá había plantado y que nunca habían visto florecer, traía su fruto. Elena lo cogió y , en el mismo momento, Julín descubrió otra naranja más abajo. Y luego todavía otra, otra escondida, chiquitina.

-Para Manolín, dijo Elena.

Las naranjas y aquella casualidad de que fueran justamente tres, les dio alegría.»

La narración se sitúa entre 1934 y 1939 en Oviedo y otros lugares de Asturias. En la historia aparecen otros niños como sus hermanos Julín y Manolín, su prima Rosa Mary, que vive en la ciudad, los amiguitos de la casa de al lado Antonín y Mary, por los que su madre siente mucha compasión, ya que les ha tocado vivir muchas penuarias, Carlitos, con su sótano lleno de chocolate, Rafael, la pequeña artista Mary Cris, Anselmina,…

Pronto estalla la guerra y Elena se queda a vivir en la ciudad con sus tías porque la casa en las afueras, donde viven, es demasiado peligrosa. Al principio, todo es visto como un juego en su cabeza infantil.

«A los niños les gustaba aquella experiencia nueva. Era como un juego para ellos el vivir de manera tan primitiva, tan sencilla, tan distinta de la de siempre.

Pero después…

A la ciudad le quitaron el agua. A la ciudad le quitaron la luz. Las gentes andaban como duendes en la noche a la luz de una vela. De los pozos, casi secos, se sacaba un poco de agua sucia, que se tenía que hervir para poder beberla y sabía muy mal. Cuando llovía, se colocaban algunas vasijas fuera para reunir el agua. Pero llovía muy poco. La ciudad estabas sitiada. Nada de fuera podía llegar a la ciudad. Los alimentos se iban acabando. No había ni carne, ni fruta, ni leche, ni pescado, ni legumbres. La gente comenzaba a pasar hambre. Algunos enfermaron de tifus y morían a veces solos, abandonados en las habitaciones, durante los bombardeos.  Llegaban las noticias de muertos y de heridos en el frente, en la calle, en las casas. De incendios en sótanos. (…) Una noche, las campanas de la catedral, que anunciaban la llegada de los aviones, sonaron. Y, a partir de entonces, empezaron a bombardear la ciudad también por la noche. La primera vez se alegraron los niños. Era emocionante la bajada al sótano en la oscuridad. Pero luego, muertos de sueño, tenían que dejar la cama y bajar, dando tumbos, casi todas las noches.»

Uno de los golpes más duros tiene lugar con la muerte de un compañero de juegos, Rafael.

«Elena sentía a la vez miedo y atracción hacia aquel pasillo y hacia aquella habitación. Nunca había visto a nadie muerto. ¿Cómo era eso de estar muerto? La gente que venía de la habitación comentaba:

-¡Pobre niño!¡Qué guapo está! Parece que está dormido. ¡Pobre angelito!

Elena tenía que verle. Avanzó temblando por el pasillo. Y se paró delante de la puerta. Dentro se oía el murmullo de unos rezos.

Abrió la puerta.

No pensaba que le iba a ver, así de frente, nada más abrir. Rafael estaba allí sobre la cama, vestido con el traje de Primera Comunión que le quedaba ya corto. Parecía dormido con las manos entrelazadas y una cruz encima. Y no se movía nada, absolutamente nada. Rafaelín, siempre haciendo gestos, muecas y riendo, allí quieto, tan formal.»

Ahora ya sabe lo que es la guerra. Elena y su familia han ido malviviendo de sótano en sótano ya que la ciudad ha sido sitiada, pero quieren volver a su casa por la brecha que las columnas gallegas habían abierto camino a occidente. La salida era peligrosa pero todos tenían ganas de huir «jugarse el todo por el todo y estar, si salía bien, libres al fin.»

Pero este no va a ser el último destino. A partir de la cuarta parte del libro se suceden nuevas aventuras, dentro la desolación Elena descubre la vida, las experiencias que le tocan a su edad. Va a la escuela, es consciente de la situación de pobreza en la que viven, no entiende la razón por la cual su padre ya no va a trabajar,…le han castigado por ser republicano. Descubre cómo le ha ido a sus vecinos, los pobres y los ricos, y sobre todo la dignidad. Esa dignidad que ha visto en sus padres y que ella admira.

«No fue aquella una época solo triste.

Cuando la gente les compadecía diciendo: «¡Pobres niños, con la vida a la que estaban acostumbrados…!, Elena se extrañaba. Habían pasado tantas cosas en sus pocos años que los cambios le parecían la regla normal de la vida.

Y, además, no comprendía por qué si, una vez, habían sido niños más bien ricos, ello les daba una especie de derecho a seguir siéndolo siempre.

Y tan pobre tampoco se sentía. ¡Cuántos niños más pobres se veían, entonces, por las calles!.»

En una ocasión Eena, leyendo un libro de santos, se da cuenta del sentido de la vida o al menos de la vida que ella aprecia, la de la alegría y la bondad.

«Solamente había, en uno de esos libros algo claro, bonito, humano. Era en la historia de san Luis Gonzaga. San Luis era un niño como todos al que también le gustaba mucho jugar. Una vez, estando con sus amigos, jugando en el patio del colegio, un fraile les preguntó:

-Si supierais que dentro de cinco minutos tendríais que morir, ¿qué haríais?

Uno contestó: «Iría corriendo a confesarme».

Otro: «Haría el acto de perfecta contrición».

Y San Luis, niño, dijo tranquilo: «Yo… seguiría jugando».

Eso sí que le gustó a Elena. Si, ser bueno y jugar. Ser buena y cantar, ser buena y bailar y estar contenta.»

26Ago/19

POEMAS. MANUEL MACHADO

Tenía ya muchas ganas de incluir en el blog al gran poeta modernista, miembro de la generación del 98, Manuel Machado (Sevilla, 1874, Madrid, 1947). Hoy releyendo sus poesías me he decidido a, por fin, traerle hasta aquí e invitarles en estas largas tardes de verano, a abrir su obra y disfrutar de sus bellos versos.

He escogido dos poemas, que me gustan particularmente y que además no tienen nada que ver el uno con el otro. Mi debilidad el titulado «Castilla» porque habla de El Cid y la pasión que siento por el Cantar del Mío Cid, hace que me guste cualquier obra literaria donde esté, aunque sea, nombrado.

El primero se titula Adelfos

«Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron,

soy de la raza mora, vieja amiga del sol,

que todo lo ganaron y todo lo perdieron.

Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna,

en que era muy hermoso no pensar ni querer…

Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…

De cuando en cuando un beso y un nombre de mujer.

(…)

Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben!

¡Que todo como un aura se venga para mí!

Que las olas me traigan y las olas me lleven

y que jamás me obliguen el camino a elegir.

(…)

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.

No se ganan, se heredan elegancia y blasón…

Pero el lema de la casa, el mote del escudo,

es una nube vaga que eclipsa un vano sol.»

 

Castilla es el segundo.

«El cielo sol se estrella

en las duras aristas de las armas,

llega de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga…

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.

(…)

«Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,

arruinará la casa

y sembrará de sal el pobre campo

que mi padre trabaja…

Idos. El Cielo so colme de venturas…

En nuestro mal, ¡oh Cid!, no ganáis nada.»

Calla la niña y llora sin gemido…

Un sollozo infantil cruza la escuadra

de feroces guerreros,

y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»

 

El ciego sol, la sed y la fatiga…

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.»

 

20Ago/19

ANA, SOROR… MARGUERITE YOURCENAR

«-Pase lo que pase, no lleguéis nunca a odiaros.

-Nos amamos, dijo Ana.

Doña Valentina cerró los ojos. Luego, muy dulcemente añadió:

-Eso ya lo sé.»

Marguerite Yourcenar ( Bruselas, Bélgica, 1903, Maine, Estados Unidos, 1987) fue una mujer extremadamente culta, una gran viajera, que entendió la literatura más que como una profesión, como una forma de vida, como la búsqueda de un presente a través de un pasado que ella conocía a la perfección. Huérfana de madre desde su nacimiento, la escritora belga, viajó con su padre en numerosas ocasiones y fue éste un aristócrata francés, el que se preocupó de darle a su hija una educación exquisita. Tanto es así, que a la temprana edad de 12 años, Yourcenar ya poseía bastos conocimientos de griego y latín. Siempre se mostró atraída por la cultura clásica, por eso no es de extrañar que su obra «Memorias de Adriano» (1951), fue el trabajo literario que le valió su mayor popularidad, una obra maestra donde, en cartas dirigidas por el anciano emperador a su sucesor Marco Aurelio, Adriano repasa su vida. Así, se nos ofrece una reconstrucción del mundo romano de la primera mitad del siglo II después de Cristo.

Yourcenar fue la primera mujer elegida miembro de la Academia Francesa, en 1980. Sobresalió siempre por sus novelas históricas siempre escritas con gran tono poético y gran erudición.

Marguerite pasó los últimos años de su vida en la isla de Maine, se había nacionalizado como ciudadana de Estados Unidos, sin perder su nacionalidad francesa, en 1948. Allí amasaba pan, vivía en soledad y cuidaba de sus perros y pájaros.

Pienso que una buena manera de introducir esta escritora a los lectores que aún no hayan gozado de su literatura es valiéndome de este precioso relato que aquí les quiero presentar titulado «Ana, soror…» cuyo título original es «Anna Soror…, de Comme l’ eau qui coule». Otra obra maestra de la autora que con gran valentía expone el tema del incesto como reflejo de la libertad del ser humano. La trama se desarrolla a finales del siglo XVI y principios del XVII en Nápoles y la región de Calabria, dominadas por los españoles hasta 1713. Hay que advertir que es una época represiva, donde se tiene miedo al pecado, donde se viven la mayoría de situaciones en lugares herméticos (castillos, iglesias,..) y que esto contrasta con la fantasía de los hermanos, de los sentimientos de ambos, porque el amor puede derribar todos esos muros. Esta obra es una claro ejemplo de que no se necesitan muchas páginas para crear una gran obra literaria.

En el Fuerte de San Telmo vive la familia del gobernador conformada por Álvaro de la Cerna, el gobernador, su mujer Valentina, mujer culta que lee a Platón, de gran sensibilidad, y los hijos de ambos, Ana y Miguel. Estos están muy unidos a su madre. Ella es la que se ocupa de ellos y sobre todo la que les transmite esa basta cultura, leyéndoles historias de griegos y romanos, Séneca, Platón,…

«Desde su infancia, ella les había enseñado a leer a Cicerón y a Séneca: mientras ambos escuchaban aquella voz cariñosa explicarles un argumento o una máxima, sus cabellos se entremezclaban sobre las páginas.»

Valentina muere a la temprana edad de 39 años y deja a sus hijos sumidos en la tristeza y cierto desamparo. Con la muerte de la madre aflora aún más el cariño que se tienen los hermanos, y al fin admiten que se sienten atraídos.

«Los dos niños, que se amaban, callaban con frecuencia, no necesitaban palabras para gozar del hecho de estar juntos.»

«Miguel vislumbraba a veces la sombra de Ana, yendo y viniendo a la luz de una lámpara pequeña. Se quitaba horquilla tras horquilla para deshacerse del peinado y luego tendía el pie a una sirvienta para que le quitase el zapato. Don Miguel, por pudor, corría las cortinas.»

«Doña Ana estaba arrodillada en su reclinatorio. Miguel, al empinarse, creyó ver, entre el camisón y el raso de la zapatilla, la palidez dorada de un pie descalzo. Ana le saludó con una sonrisa.»

«Ambos comulgaron. Los labios de Ana se adelantaron para recibir la hostia consagrada y Miguel pensó que aquel movimiento les daba la forma de un beso; rechazó la idea inmediatamente, como si fuera un sacrilegio.»

Cuando, años después, Don Miguel anuncia que tiene la intención de embarcar en una de las galeras armadas que daban, por aquel entonces, caza a los piratas que cruzaban de Malta a Tánger, Doña Ana se siente muy contrariada. Y así de dice:

«Doña Ana, en tensión por tanto sufrimiento, le dijo por fin:

-¿Por qué no me habéis matado, hermano?

-Pensé en ello, contestó él. Pero creo que seguiría amándoos aún después de muerta.

Sólo entonces se dio la vuelta. Ella entrevió, en la penumbra, su rostro deshecho al que parecían corroer las lágrimas. Las palabras que había preparado murieron en sus labios. Se inclinó sobre él con desolada compasión. Cayeron uno en brazos del otro.»

Ana sueña con el amor aunque se refugie en la religión para apartarse de sus propios sentimientos:

«Ana aborrecía el mal, pero algunas veces, en el pequeño oratorio, ante la imagen de la Magdalena desfallecida a los pies de Cristo, pensaba que debía ser muy dulce abrazar a quien se ama y que tal vez la Santa ardiera en deseos de ser levantada por Jesús.»

Mientras, Miguel vive su tormento luchando contra si mismo. Se intenta justificar a través de la Biblia y a la vez comienza a darse a la mala vida, visitando burdeles. Donde, por cierto se encuentra con su padre, ese padre que vive ajeno a todo lo que ocurre, que no ve lo que ocurre en la familia, que vive su vida sin importarle lo demás. Con el nacimiento de Miguel ya no volvió a tener relaciones con Valentina.

«Absorbido por la ambición y las crisis de hipocondría religiosa, su marido, que le hacía poco caso, no volvió a acercarse a ella partir del nacimiento de su segundo hijo, que fue un varón. No le impuso rivales, ni tuvo más aventuras galantes, en la corte de Nápoles, que las precisas para dejar asentada una reputación de gentilhombre. Bajo la máscara, en las horas de abatimiento en que uno se entrega a si mismo, don Álvaro pasaba por preferir a las prostitutas moriscas, cuyos favores se regatean en el barrio del puerto a las encargadas de los burdeles, sentadas en cuclillas bajo una lámpara humeante o al lado del brasero.»

Cuando Miguel decide embarcar y se lo hace saber al padre, el hijo quiere hablarle, sincerarse, pero don Álvaro, en una muestra más de despreocupación y egoísmo, no quiere escuchar.

«Su padre lo detuvo con un ademán:

-No, le dijo. Supongo que Dios os envía alguna prueba. No tengo por qué conocerla. Nadie tiene derecho a entremeterse entre una conciencia y Dios. Haced lo que mejor os plazca. Para cargarme con vuestros pecados, pesan ya demasiado los míos.»

Los acontecimientos se desarrollarán de una manera sorpresiva después de la muerte de don Miguel, y Ana emprenderá una nueva vida, llena de sorpresas para ella. Para vivir las aventuras de Ana les invito a abrir el libro y disfrutar de la bonita historia y de esta gran autora.

Sólo les puedo adelantar su muerte, pero antes de ésta ocurren hechos muy interesantes que ni ella misma hubiera podido imaginar, hecho inesperados.

«El sacerdote, aunque ella ya no veía, continuaba presentándole un crucifijo. Al final, el rostro atormentado de Ana se sosegó; cerró poco a poco los ojos. La oyeron murmurar:

-Mi amado…

Pensaron que hablaba con Dios. Acaso estuviera hablándole a Dios…»

«

12Ago/19

OBRAS COMPLETAS. WOLFGANG BORCHERT

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«Somos los jugadores de bolos.

Y nosotros mismos somos las bolas.

Pero también somos los bolos

que caen.

La pista donde suenan los impactos

es nuestro corazón.»

La editorial Laetoli publicó en septiembre de 2007 la obra completa del escritor alemán Wolfgang Borchert (Hamburgo 1921, Suiza 1947) bajo el título «Obras completas», libro que hoy les presento y les invito a abrir. Borchert es un escritor descomunal, con una sensibilidad como he encontrado pocas en la literatura que, al menos, yo conozco. Es sublime, y uno se pregunta cómo una persona puede escribir de esta manera tan magistral. En el epílogo de Fernando Aramburu este destaca que la obra del alemán es «la de un hombre que se sabe agonizante». Unas trescientas páginas bastaron a Borchert para alcanzar el rango clásico de las letras alemanas del siglo XX. Murió a los 26 años y todo lo que escribió, que es lo que viene recogido en éste volumen: relatos, teatro y poesía, lo hizo en sólo dos años. En 1940 fue detenido por la Gestapo acusado de haber escrito poemas subversivos. Poco después fue llamado a filas y participó en el avance de las tropas alemanas hacia Moscú. En 1942, enfermo de difteria y hepatitis, fue enviado a un hospital de Núremberg, bajo la amenaza constante de ser condenado a muerte. En 1944 fue internado en la prisión de Moabit y en el 1947 murió en una clínica de Basilea. La mayor parte de su obra fue publicada de forma póstuma.

De estas obras completas, yo he preferido presentarles algunos de los relatos y simplemente algunos fragmentos de ellos ya que son pura poesía. La narración es tan bella…. Son fascinantes. No dejen de leer a este gran autor, antibelicista, que fue todo un descubrimiento para mí y al que no he podido olvidar.

Heinrich Böll dijo sobre los relatos de su compatriota: «Relatos cortos magistrales, fríos y escuetos, sin una palabra de más ni de menos».

A mi no me parecen fríos, a mi me parecen de una ternura considerable, de una tristeza infinita, pero de ninguna manera fríos sino todo lo contrario, y algunos cargados de ilusión y de esperanza, de ganas de salir adelante, ¿qué tiene eso de frío? Teniendo en cuenta, además, que casi todos giran en torno a su experiencia al frente oriental, donde fue destinado y donde fue testigo de los horrores del conflicto bélico: muerte, frío, hambre… pero también sueños dentro del mundo gris e inocencia, mucha inocencia.

El titulado «El reloj de cocina» es, sin duda, mi preferido. Pero aunque no he podido resaltarlos aquí por falta de espacio no dejen de leer todos los demás, por ejemplo otros cicno sublimes a mi parecer son «El pan», «El escritor», «El diente de león», «Quizá tenga una camisa rosa» o «Los tres reyes oscuros». Hay mucha belleza y sencillez en todos ellos.

 

Del relato «¡Entonces sólo hay una salida!»:

«Tú. Hombre junto a la máquina y hombre en el taller. Si mañana te ordenan que no hagas más cañerías ni cazuelas…, sino cascos de acero y ametralladoras, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Dueño de la fábrica. Si mañana te ordenan que en lugar de polvos de tocador y cacao vendas pólvora, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Poeta en tu habitación. Si mañana te ordenan que cantes canciones de odio y no canciones de amor, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Médico junto a la cama del enfermo. Si mañana te ordenan que declares aptos para la guerra a los hombres, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Capitán en el barco de vapor. Si mañana te ordenan que no transportes trigo… sino cañones y carros de combate, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú.Sastre en tu mesa de coser. Si mañana te ordenan que confecciones uniformes, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Madre en Normandía, y madre en Ucrania; tú madre en Frisco y en Londres; tú, a orillas del Amarillo o del Misisipi; tú, madre en Nápoles y Hamburgo y El Cairo y Oslo…; madres en todos los continentes; madres del mundo, si mañana os ordenan que alumbréis hijos, enfermeras para los hospitales de campaña y nuevos soldados para nuevas batallas; madres del mundo, entonces sólo hay una salida:

¡Decid NO! madres, ¡decid NO!»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Había una vez dos seres humanos. Cuando cumplieron los dos años de edad, se pegaban con las manos.

Cuando cumplieron doce, se pegaban con palos y tiraban piedras.

Cuando cumplieron veintidós, se disparaban con fusiles.

Cuando cumplieron cuarenta y dos, se tiraban bombas.

Cuando cumplieron setenta y dos, usaron bacterias.

Cuando cumplieron ochenta y dos, murieron. Fueron enterrados uno al lado del otro.

Pasados cien años, una lombriz que atravesó las dos tumbas no notó que allí estuvieran enterrados dos seres humanos tan diferentes. Era la misma tierra. Todo, la misma tierra.»

Del relato «Generación sin despedida»:

«Somos la generación sin vínculo y sin profundidad. Nuestra profundidad es abismo. Somos la generación sin suerte, sin hogar y sin despedida. Nuestro sol es estrecho; nuestro amor cruel, y nuestra juventud carece de juventud. Y somos la generación sin frontera, sin inhibiciones ni protección…, expulsada de las andaderas de la infancia a un mundo que nos han preparado los que por ello mismo nos menosprecian.

Sin embargo, no nos dieron un Dios que habría podido sostener nuestro corazón cuando se arremolinaron a su alrededor los vientos de este mundo. Así pues, somos la generación sin Dios, por cuanto somos la generación sin vínculo, sin pasado, sin reconocimiento.

Y los vientos del mundo, que han convertido nuestros pies y nuestros corazones en gitanos sobre las calles ardientes y cubiertas de una capa de nieve de la altura de un hombre, hicieron de nosotros una generación sin despedida.

(…)

Sin embargo somos una generación de la llegada. Quizá seamos una generación llena de llegada. Quizá sea una nueva vida. Llena de llegada debajo de un sol nuevo, a nuevos corazones. Quizá estemos llenos de llegada a un amor nuevo, a una risa nueva, a un Dios nuevo.

Somos una generación sin despedida, pero sabemos que nos corresponden todas las llegadas.»

Del relato «Trenes de tarde y noche»:

«El río y la carretera nos resultan demasiado lentos. Nos resultan demasiado tortuosos. Pues queremos ir a casa. No sabemos dónde cae eso de «en casa». Así y todo, queremos ir allí. Y la calle y el río nos resultan demasiado tortuosos.»

«Un tren eres tú que pasa traqueteando, que pasa dando gritos… Vía férrea eres tú… Todo sucede encima de ti y te vuelve ciego y roñoso, plateado y brillante.

Ser humano eres tú. Solo, a la manera de una jirafa, está tu cerebro allá arriba, en algún lugar de tu cuello interminable. Y nadie conoce con exactitud tu corazón.»

Del relato «La pista de bolos»:

«Dos hombres habían hecho un agujero en la tierra. Era bastante espacioso y casi confortable. Como una tumba. Se podía aceptar. Delante tenían un fusil. Alguien lo había inventado para poder disparar a la gente. Por lo general, las personas no les resultaban conocidas. Ni siquiera entendían su idioma. Y a ellos nadie les había dicho nada. Sin embargo, tenían que dispararles con el fusil. Alguien lo había ordenado así. Y para poder matar a una buena cantidad, alguien había inventado que el fusil disparase más de sesenta veces por minuto. Por esa razón había recibido una recompensa.»

Del relato «El ruiseñor canta»:

«Estamos en la noche, descalzos, en camisa, y él canta. El señor Hinsch está. Al señor Hinsch le ha entrado la tos. En invierno se le estropearon los pulmones porque la ventana no cerraba bien. Al parecer, el señor Hinsch va a morir. A veces llueve. Son las lilas. Caen de las ramas con su color violeta y desprenden una fragancia como de muchachas. El señor Hinsch es el único que no puede olerlo. El señor Hinsch tiene tos. El ruiseñor canta. Y el señor Hinsch seguramente va a morir. Nosotros estamos descalzos, en camisa, y lo escuchamos. Toda la casa está saturada de toses. Pero el ruiseñor colma el mundo con su canto. Y al señor Hinsch no se le va el invierno de los pulmones. Las lilas caen con su color morado de las ramas. El ruiseñor canta. El señor Hinsch tiene una muerte veraniega y dulce, llena de noche y ruiseñor y una lluvia morada de lilas.»

Del relato «A él también le causaban mucho incordio las guerras»:

«Por aquel entonces, uno tenía a su padre. Cuando oscurecía. Cuando ya no se le podía ver en el crepúsculo violeta. Sin embargo, se le oía. Al toser. Y cuando caminaba a través del piso y tosía. Y uno percibía el olor de su tabaco. Y eso ya bastaba. Entonces se podía soportar los atardeceres violeta.

Más tarde tuvimos ya a las muchachas, que casi carecían de pechos. Pero en cierto modo era buena tenerlas al lado durante los crepúsculos violetas. En el embarcadero. Y bajo el balcón a la caída de la tarde. Tenían las manos muy calientes. Con eso bastaba. Entonces era posible soportar la oscuridad violeta.»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Toda la gente tiene una máquina de coser, una radio, una nevera y un teléfono. ¿Qué hacemos entonces?, preguntó el dueño de la fábrica.

Bombas, dijo el inventor.

Guerra, dijo el general.

Si no hay más remedio, dijo el dueño de la fábrica.»

Del relato «El reloj de cocina». Relato que me conmueve especialmente, aunque todos son sublimes. El chico que muestra orgulloso un reloj de cocina después de haberlo pedido todo, ese reloj que no funciona y que marca las dos y media. Ese que le transporta a cuando llegaba tarde a su casa, su madre le esperaba en la cocina con la cena preparada y sólo le reprochaba que era tarde. Ese reloj que marcaba las dos y media y que le transportaba al momento en el que aquello, y ahora se daba cuenta, al haberlo perdido, era el paraíso, el verdadero paraíso, el amor de una madre esperando a su hijo, tarde.

«Era nuestro reloj de cocina, dijo, y miró de uno en una a cuantos estaban sentados en el banco al sol. Sí, lo he podido encontrar. Se ha salvado. (…) No tiene ningún valor, dijo en son de disculpa, ya sé. Y tampoco es demasiado bonito. Sólo es como un plato esmaltado de blanco. Pero los números azules tienen, de todos modos, un pinta muy bonita, me parece. Naturalmente, las agujas sólo son de hojalata. Y ahora no van. No. Por dentro está roto, no hay la menor duda. Pero conserva la apariencia de siempre aunque ya no funciones.»

«¿Acaso usted lo ha perdido todo?

Sí, sí, dijo él con alegría, ¡piense usted que todo! Sólo esto se ha salvado. Y levantó de nuevo el reloj como si los demás aún no lo conocieran.

Pero ya no funciona, dijo la mujer.

No, no, eso no. Está roto, ya lo sé. Pero, por lo demás, está igual que siempre: blanco y azul. Y otra vez volvió a mostrarles el reloj. Y lo más bonito, prosiguió excitado, todavía no se lo he contado a ustedes. Lo más bonito aún está por venir: Piensen que se quedó parado a las dos y media. Precisamente a la dos y media,¡piénsenlo!»

El hombre que está con el chico asegura que el reloj se quedó parado por el impacto de una bomba a esa hora, pero el chico sacude la cabeza con superioridad para decirle que no, que no es esa la razón, que él llegaba siempre a casa a esa hora. A esa hora, como es natural, él tenía hambre, iba a la cocina y su madre estaba allí, por mucho que él abriera la puerta con sigilo. Siempre estaba a su lado.

«Y cada vez que buscaba en la cocina a oscuras algo de comer, se encendía de pronto la luz. Entonces allí estaba ella con su chaqueta de lana y una bufanda roja. Y descalza. Siempre descalza. Y eso que teníamos la cocina embaldosada. Y ella ponía unos ojos pequeñitos porque la luz le resultaba demasiado fuerte. Pues ella había dormido. Al fin y al cabo era de noche. Otra vez tarde, solía decir ella. No decía nada más. Sólo: Otra vez tan tarde. Y a continuación me calentaba la cena y miraba como comía. Mientras, se frotaba un pie ya que las baldosas estaban tan frías. Por las noches nunca se ponía zapatos. Permanecía a mi lado hasta que me saciaba. Y luego le oía retirar los platos cuando yo ya había apagado la luz en mi habitación. Todas las noches sucedía así. Y por regla general a las dos y media. (…) Me parecía completamente natural. Ella lo hacía siempre. Y nunca decía nada sino: Otra vez tan tarde. Pero es que lo decía cada vez. Y yo pensaba que aquello no acabaría nunca. (…) ¿Y ahora? (…) Ahora, ahora sé que era el paraíso, el verdadero paraíso. (…) ¿Y su familia? Él sonrió azorado: Ah, ¿se refiere a mis padres? Sí, también han desaparecido. Todo ha desaparecido. Todo, imagínese. Todo desaparecido. (…) Levantó de nuevo el reloj y rió. Se rió: Sólo esto de aquí. Es lo que ha quedado. Y lo más bonito es que precisamente se quedó parado a las dos y media. Precisamente a las dos y media.

Después ya no dijo nada. Pero tenía una cara muy aviejada. Y el hombre que estaba sentado a su lado le miraba los zapatos. Pero él no veía sus zapatos. Él seguía pensando en la palabra paraíso.»

 

 

 

08Ago/19

CUENTOS SALVAJES. EDNODIO QUINTERO

Descubrir los cuentos de Ednodio Quintero (Las Mesitas, Trujillo, Venezuela, 1947), ha sido una gran suerte para mi. Gracias a Ediciones Atalanta en su colección Ars Brevis, podemos disfrutar de la obra de este gran autor bajo el título «Cuentos Salvajes».

Enrique Vila-Matas ha manifestado que Quintero es «uno de esos «escritores de antes», y es posible que, a la larga, haber estado tan alejado de los focos mediáticos le haya beneficiado, porque le ha permitido acceder al ideal de ciertos narradores de raza: ser puro texto, ser estrictamente una literatura.» Creo que no se puede explicar ni definir mejor. Eso he sentido yo al leer a Quintero, literatura estricta. ¡Qué maestría y qué belleza! Es puro disfrute su literatura. Es inmensa.

Es difícil, muy difícil elegir entre tantos cuentos bellos, entre este mundo lleno de muerte, de sueños, de noche de plumas negras, de vacas blancas, de demonios, de magos, de naturaleza, de religión,… de tantas y tantas cosas tan interesantes, tan bien contadas, tan bien tratadas. Abran este magnífico libro, les va a impresionar. Lo van a recordar siempre. Es pura literatura.

No dejen de leer «Crimen Perfecto». En un relato tan corto, ya se aprecia de manera holgada ante el genio de escritor que estamos. La narración perfecta, las palabras exactamente ensartadas, la trama puntillosamente desarrollada y unas descripciones impresionantes.

Pero como digo, he tenido que elegir uno de tantos, debido como siempre al espacio No sé si he acertado y con éste puedo transmitir toda la grandeza del escritor, pero yo creo que cualquier párrafo lo podría demostrar. Les dejo con mi criterio de elección y con este cuento de inmensa belleza titulado «Parque A.M.» Van a encontrar, en apenas cuatro hojas, recuerdos, dolor, mar y muerte. Un hombre ha trazado un plan.  Aquí pueden leer unos bonitos párrafos del relato.

«Cuando pequeño quería ser buzo para viajar a través del mundo silencioso de los peces. Lucía, la amiga de mi madre, alimentaba mi vocación hablándome de sirenas, hipocampos, tesoros ocultos en el fondo del mar. Durante las noches me entretenía inventado historias de piratas. Hundía mi rostro en su regazo, y sus dedos largos de uñas de gavilán se enredaban en mi cabello. Me dejaba llevar por aquella caricia lenta y persistente, y me adormecía escuchando su voz. El ruido de la puerta anunciando la llegada de mi madre se mezclaba en mi mente con el golpear de las olas contra un acantilado, allá en una isla lejana. (…) Con frecuencia nos aventurábamos por los senderos del parque, y Lucía -para mi contento- daba rienda suelta a su imaginación. Así, un par de gallitos-de-la-virgen se convertían en dos flamantes pavos reales, luego de haber sido aves de paraíso, cóndores; un hongo no era otra cosa que un enanito gordo descansando en la orilla del camino; el sol, una moneda para comprarse helados.»

«Un día, mientras caminábamos sin rumbo fijo, Lucía se detuvo para preguntarme:

-¿Ves aquella vaca blanca pastando en la colina?

-Si, la veo.

-¿Sabías que los animales son felices?

-No, no lo sabía… Dímelo, Lucecita. Tú sabes tantas cosas.

-Sólo sé que voy a morir, Los animales no lo saben, por eso son felices»

Y después de los bellos recuerdos de infancia del protagonista, llega la despedida, la despedida a su hija.

«Antes de abandonar la jaula donde se ha consumido los últimos años de mi vida, lanzo una mirada a mi pasado y lo encuentro vacío, oscuro, sin sentido. El recuerdo de Lucía no me detendrá. Con pasos que quisieran ser firmes camino hacia el cuarto de mi hija, levanto el mosquitero, y durante un breve instante me quedo vigilando su sueño. Renuncio a besarla pues el contacto de mis labios fríos la despertará. Dejo caer un adiós nena, tibio y pequeñito, que se riega en el aire y se apaga sin haberla tocado. Me alejo bajo la mirada inquisidora de las once muñecas.»

Llega el fin y la ternura del relato estremece.

«Más que al salto, temo a las imágenes que se agolparán en la pantalla sin color de mi memoria. Si me fuese dado elegir, conservaría el vestido floreado de Lucía, un nube y la ovejita verde. Anularía esa otra que se repite y persiste con una intensidad malsana: la imagen de un ser que huye de sí mismo y emprende una larga travesía rumbo a las estrellas, su único equipaje es una soga.»