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12Ago/19

OBRAS COMPLETAS. WOLFGANG BORCHERT

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«Somos los jugadores de bolos.

Y nosotros mismos somos las bolas.

Pero también somos los bolos

que caen.

La pista donde suenan los impactos

es nuestro corazón.»

La editorial Laetoli publicó en septiembre de 2007 la obra completa del escritor alemán Wolfgang Borchert (Hamburgo 1921, Suiza 1947) bajo el título «Obras completas», libro que hoy les presento y les invito a abrir. Borchert es un escritor descomunal, con una sensibilidad como he encontrado pocas en la literatura que, al menos, yo conozco. Es sublime, y uno se pregunta cómo una persona puede escribir de esta manera tan magistral. En el epílogo de Fernando Aramburu este destaca que la obra del alemán es «la de un hombre que se sabe agonizante». Unas trescientas páginas bastaron a Borchert para alcanzar el rango clásico de las letras alemanas del siglo XX. Murió a los 26 años y todo lo que escribió, que es lo que viene recogido en éste volumen: relatos, teatro y poesía, lo hizo en sólo dos años. En 1940 fue detenido por la Gestapo acusado de haber escrito poemas subversivos. Poco después fue llamado a filas y participó en el avance de las tropas alemanas hacia Moscú. En 1942, enfermo de difteria y hepatitis, fue enviado a un hospital de Núremberg, bajo la amenaza constante de ser condenado a muerte. En 1944 fue internado en la prisión de Moabit y en el 1947 murió en una clínica de Basilea. La mayor parte de su obra fue publicada de forma póstuma.

De estas obras completas, yo he preferido presentarles algunos de los relatos y simplemente algunos fragmentos de ellos ya que son pura poesía. La narración es tan bella…. Son fascinantes. No dejen de leer a este gran autor, antibelicista, que fue todo un descubrimiento para mí y al que no he podido olvidar.

Heinrich Böll dijo sobre los relatos de su compatriota: «Relatos cortos magistrales, fríos y escuetos, sin una palabra de más ni de menos».

A mi no me parecen fríos, a mi me parecen de una ternura considerable, de una tristeza infinita, pero de ninguna manera fríos sino todo lo contrario, y algunos cargados de ilusión y de esperanza, de ganas de salir adelante, ¿qué tiene eso de frío? Teniendo en cuenta, además, que casi todos giran en torno a su experiencia al frente oriental, donde fue destinado y donde fue testigo de los horrores del conflicto bélico: muerte, frío, hambre… pero también sueños dentro del mundo gris e inocencia, mucha inocencia.

El titulado «El reloj de cocina» es, sin duda, mi preferido. Pero aunque no he podido resaltarlos aquí por falta de espacio no dejen de leer todos los demás, por ejemplo otros cicno sublimes a mi parecer son «El pan», «El escritor», «El diente de león», «Quizá tenga una camisa rosa» o «Los tres reyes oscuros». Hay mucha belleza y sencillez en todos ellos.

 

Del relato «¡Entonces sólo hay una salida!»:

«Tú. Hombre junto a la máquina y hombre en el taller. Si mañana te ordenan que no hagas más cañerías ni cazuelas…, sino cascos de acero y ametralladoras, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Dueño de la fábrica. Si mañana te ordenan que en lugar de polvos de tocador y cacao vendas pólvora, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Poeta en tu habitación. Si mañana te ordenan que cantes canciones de odio y no canciones de amor, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Médico junto a la cama del enfermo. Si mañana te ordenan que declares aptos para la guerra a los hombres, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Capitán en el barco de vapor. Si mañana te ordenan que no transportes trigo… sino cañones y carros de combate, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú.Sastre en tu mesa de coser. Si mañana te ordenan que confecciones uniformes, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Madre en Normandía, y madre en Ucrania; tú madre en Frisco y en Londres; tú, a orillas del Amarillo o del Misisipi; tú, madre en Nápoles y Hamburgo y El Cairo y Oslo…; madres en todos los continentes; madres del mundo, si mañana os ordenan que alumbréis hijos, enfermeras para los hospitales de campaña y nuevos soldados para nuevas batallas; madres del mundo, entonces sólo hay una salida:

¡Decid NO! madres, ¡decid NO!»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Había una vez dos seres humanos. Cuando cumplieron los dos años de edad, se pegaban con las manos.

Cuando cumplieron doce, se pegaban con palos y tiraban piedras.

Cuando cumplieron veintidós, se disparaban con fusiles.

Cuando cumplieron cuarenta y dos, se tiraban bombas.

Cuando cumplieron setenta y dos, usaron bacterias.

Cuando cumplieron ochenta y dos, murieron. Fueron enterrados uno al lado del otro.

Pasados cien años, una lombriz que atravesó las dos tumbas no notó que allí estuvieran enterrados dos seres humanos tan diferentes. Era la misma tierra. Todo, la misma tierra.»

Del relato «Generación sin despedida»:

«Somos la generación sin vínculo y sin profundidad. Nuestra profundidad es abismo. Somos la generación sin suerte, sin hogar y sin despedida. Nuestro sol es estrecho; nuestro amor cruel, y nuestra juventud carece de juventud. Y somos la generación sin frontera, sin inhibiciones ni protección…, expulsada de las andaderas de la infancia a un mundo que nos han preparado los que por ello mismo nos menosprecian.

Sin embargo, no nos dieron un Dios que habría podido sostener nuestro corazón cuando se arremolinaron a su alrededor los vientos de este mundo. Así pues, somos la generación sin Dios, por cuanto somos la generación sin vínculo, sin pasado, sin reconocimiento.

Y los vientos del mundo, que han convertido nuestros pies y nuestros corazones en gitanos sobre las calles ardientes y cubiertas de una capa de nieve de la altura de un hombre, hicieron de nosotros una generación sin despedida.

(…)

Sin embargo somos una generación de la llegada. Quizá seamos una generación llena de llegada. Quizá sea una nueva vida. Llena de llegada debajo de un sol nuevo, a nuevos corazones. Quizá estemos llenos de llegada a un amor nuevo, a una risa nueva, a un Dios nuevo.

Somos una generación sin despedida, pero sabemos que nos corresponden todas las llegadas.»

Del relato «Trenes de tarde y noche»:

«El río y la carretera nos resultan demasiado lentos. Nos resultan demasiado tortuosos. Pues queremos ir a casa. No sabemos dónde cae eso de «en casa». Así y todo, queremos ir allí. Y la calle y el río nos resultan demasiado tortuosos.»

«Un tren eres tú que pasa traqueteando, que pasa dando gritos… Vía férrea eres tú… Todo sucede encima de ti y te vuelve ciego y roñoso, plateado y brillante.

Ser humano eres tú. Solo, a la manera de una jirafa, está tu cerebro allá arriba, en algún lugar de tu cuello interminable. Y nadie conoce con exactitud tu corazón.»

Del relato «La pista de bolos»:

«Dos hombres habían hecho un agujero en la tierra. Era bastante espacioso y casi confortable. Como una tumba. Se podía aceptar. Delante tenían un fusil. Alguien lo había inventado para poder disparar a la gente. Por lo general, las personas no les resultaban conocidas. Ni siquiera entendían su idioma. Y a ellos nadie les había dicho nada. Sin embargo, tenían que dispararles con el fusil. Alguien lo había ordenado así. Y para poder matar a una buena cantidad, alguien había inventado que el fusil disparase más de sesenta veces por minuto. Por esa razón había recibido una recompensa.»

Del relato «El ruiseñor canta»:

«Estamos en la noche, descalzos, en camisa, y él canta. El señor Hinsch está. Al señor Hinsch le ha entrado la tos. En invierno se le estropearon los pulmones porque la ventana no cerraba bien. Al parecer, el señor Hinsch va a morir. A veces llueve. Son las lilas. Caen de las ramas con su color violeta y desprenden una fragancia como de muchachas. El señor Hinsch es el único que no puede olerlo. El señor Hinsch tiene tos. El ruiseñor canta. Y el señor Hinsch seguramente va a morir. Nosotros estamos descalzos, en camisa, y lo escuchamos. Toda la casa está saturada de toses. Pero el ruiseñor colma el mundo con su canto. Y al señor Hinsch no se le va el invierno de los pulmones. Las lilas caen con su color morado de las ramas. El ruiseñor canta. El señor Hinsch tiene una muerte veraniega y dulce, llena de noche y ruiseñor y una lluvia morada de lilas.»

Del relato «A él también le causaban mucho incordio las guerras»:

«Por aquel entonces, uno tenía a su padre. Cuando oscurecía. Cuando ya no se le podía ver en el crepúsculo violeta. Sin embargo, se le oía. Al toser. Y cuando caminaba a través del piso y tosía. Y uno percibía el olor de su tabaco. Y eso ya bastaba. Entonces se podía soportar los atardeceres violeta.

Más tarde tuvimos ya a las muchachas, que casi carecían de pechos. Pero en cierto modo era buena tenerlas al lado durante los crepúsculos violetas. En el embarcadero. Y bajo el balcón a la caída de la tarde. Tenían las manos muy calientes. Con eso bastaba. Entonces era posible soportar la oscuridad violeta.»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Toda la gente tiene una máquina de coser, una radio, una nevera y un teléfono. ¿Qué hacemos entonces?, preguntó el dueño de la fábrica.

Bombas, dijo el inventor.

Guerra, dijo el general.

Si no hay más remedio, dijo el dueño de la fábrica.»

Del relato «El reloj de cocina». Relato que me conmueve especialmente, aunque todos son sublimes. El chico que muestra orgulloso un reloj de cocina después de haberlo pedido todo, ese reloj que no funciona y que marca las dos y media. Ese que le transporta a cuando llegaba tarde a su casa, su madre le esperaba en la cocina con la cena preparada y sólo le reprochaba que era tarde. Ese reloj que marcaba las dos y media y que le transportaba al momento en el que aquello, y ahora se daba cuenta, al haberlo perdido, era el paraíso, el verdadero paraíso, el amor de una madre esperando a su hijo, tarde.

«Era nuestro reloj de cocina, dijo, y miró de uno en una a cuantos estaban sentados en el banco al sol. Sí, lo he podido encontrar. Se ha salvado. (…) No tiene ningún valor, dijo en son de disculpa, ya sé. Y tampoco es demasiado bonito. Sólo es como un plato esmaltado de blanco. Pero los números azules tienen, de todos modos, un pinta muy bonita, me parece. Naturalmente, las agujas sólo son de hojalata. Y ahora no van. No. Por dentro está roto, no hay la menor duda. Pero conserva la apariencia de siempre aunque ya no funciones.»

«¿Acaso usted lo ha perdido todo?

Sí, sí, dijo él con alegría, ¡piense usted que todo! Sólo esto se ha salvado. Y levantó de nuevo el reloj como si los demás aún no lo conocieran.

Pero ya no funciona, dijo la mujer.

No, no, eso no. Está roto, ya lo sé. Pero, por lo demás, está igual que siempre: blanco y azul. Y otra vez volvió a mostrarles el reloj. Y lo más bonito, prosiguió excitado, todavía no se lo he contado a ustedes. Lo más bonito aún está por venir: Piensen que se quedó parado a las dos y media. Precisamente a la dos y media,¡piénsenlo!»

El hombre que está con el chico asegura que el reloj se quedó parado por el impacto de una bomba a esa hora, pero el chico sacude la cabeza con superioridad para decirle que no, que no es esa la razón, que él llegaba siempre a casa a esa hora. A esa hora, como es natural, él tenía hambre, iba a la cocina y su madre estaba allí, por mucho que él abriera la puerta con sigilo. Siempre estaba a su lado.

«Y cada vez que buscaba en la cocina a oscuras algo de comer, se encendía de pronto la luz. Entonces allí estaba ella con su chaqueta de lana y una bufanda roja. Y descalza. Siempre descalza. Y eso que teníamos la cocina embaldosada. Y ella ponía unos ojos pequeñitos porque la luz le resultaba demasiado fuerte. Pues ella había dormido. Al fin y al cabo era de noche. Otra vez tarde, solía decir ella. No decía nada más. Sólo: Otra vez tan tarde. Y a continuación me calentaba la cena y miraba como comía. Mientras, se frotaba un pie ya que las baldosas estaban tan frías. Por las noches nunca se ponía zapatos. Permanecía a mi lado hasta que me saciaba. Y luego le oía retirar los platos cuando yo ya había apagado la luz en mi habitación. Todas las noches sucedía así. Y por regla general a las dos y media. (…) Me parecía completamente natural. Ella lo hacía siempre. Y nunca decía nada sino: Otra vez tan tarde. Pero es que lo decía cada vez. Y yo pensaba que aquello no acabaría nunca. (…) ¿Y ahora? (…) Ahora, ahora sé que era el paraíso, el verdadero paraíso. (…) ¿Y su familia? Él sonrió azorado: Ah, ¿se refiere a mis padres? Sí, también han desaparecido. Todo ha desaparecido. Todo, imagínese. Todo desaparecido. (…) Levantó de nuevo el reloj y rió. Se rió: Sólo esto de aquí. Es lo que ha quedado. Y lo más bonito es que precisamente se quedó parado a las dos y media. Precisamente a las dos y media.

Después ya no dijo nada. Pero tenía una cara muy aviejada. Y el hombre que estaba sentado a su lado le miraba los zapatos. Pero él no veía sus zapatos. Él seguía pensando en la palabra paraíso.»