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03Sep/10

CELAYA Y UNAS FLORES AMARILLAS

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Es Gabriel Celaya, en mi opinión, un poeta poco recordado. O mejor dicho, me da la sensación de que poco leído. Celaya (Hernani, Guipúzcoa 1911, Madrid 1991) va muy unido a mi infancia. Sus poemas infantiles estaban en algunos de mis libros de aquellos años y después descubrí al Celaya adulto.
Y es curioso porque recuerdo el primer poema de Celaya que leí siendo una adolescente. Un poema que nunca he podido olvidar. Tiene encanto, es único, y creo que es una de las mejores maneras de acercarse a este genial escritor. Por el camino de “Unas flores amarillas” siempre quedará el poeta vasco en nuestro corazón.
El poema, como no podía ser de otra manera, va dedicado a su amor, Amparitxu, y fue escrito en 1981.

“Esta mañana, cuando me he levantado,
la casa estaba llena de flores amarillas,
alegres, y tan vivas, que te he dado dos besos,
miento, tres; miento, más, no sé cuántos
pues esta sorpresa que siempre me preparas,
siempre parece nueva como el amor del día.
Pero como me has dicho que hoy tendremos visitas,
te he propuesto: ¿Por qué no nos vamos de casa?
Y lo hemos hecho, claro. Y es claro que llevando
montones de flores en las manos.
Y de un banco en el parque hemos hecho otra casa
con flores amarillas, donde poder besarnos,
y seguiremos besando, felizmente salvados
de falsos compromisos, mas no de nuevas multas
porque, ni mi amor, seguimos, según dicen, pecando.”

No sé porqué, pero a veces asocio la literatura con películas. Algún verso, o algún párrafo de un libro me lleva directamente a una cinta que quizás no tenga nada que ver con las letras que leo, pero me pasa, y como me pasa tengo que confesar que este poema, cada vez que lo leo me transporta a la película “Descalzos en el parque” de Gene Saks, una comedia romántica de 1967 interpretada por Robert Redford y Jane Fonda, que como este poema tiene mucho encanto.
Gabriel Celaya fue un poeta de la generación literaria de posguerra. Es uno de los más destacados representantes de la que se denominó, “poesía comprometida”. Fue Premio Nacional de las Letras Españolas en 1986. Rafael Múgica era el nombre real del escritor que era ingeniero industrial de profesión.

© 2010 Araceli Cobos

20Ago/10

LOS DIAMANTES DEL SULTÁN

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Hace muchos años, vivía en Bagdad un sultán que poseía un palacio lleno de oro y diamantes.
Todas las mañanas, el sultán se paseaba por cada una de las habitaciones del palacio para comprobar que todos los diamantes estuvieran aún sobre las paredes. Cuando terminaba su largo recorrido por las estancias desayunaba tranquilo. Sus riquezas eran lo más importante para él.
Una mañana, después de dar su largo paseo cotidiano, llamó a su mujer muy preocupado.
-Creo que alguien ha robado uno de mis diamantes, le dijo a su esposa.
La esposa, inmediatamente, culpó a la hija del sultán.
-Sin duda ha sido tu hija. Yo la ví como acariciaba los diamantes del salón principal queriéndose llevar uno.
-¡Mi hija! Eso es imposible. ¿Cómo te atreves a dudar de ella?, respondió el sultán enojado.
Pero fueron tantos los argumentos que le dió su esposa que el sultán acabó creyéndola y decidió echar a su hija de palacio. A pesar de las súplicas que le hizo la muchacha, el sultán no cedió e incluso se sintió traicionado por la joven.
Días después, el sultán volvió a ver que en su propia habitación faltaban dos diamantes. Encolerizado habló con su mujer para que le dijese si sospechaba de alguien.
Enseguida su esposa le respondió:
-Siento decir lo que te tengo que decir, pero tu hermano ha entrado en nuestra habitación ayer por la noche y ha robado dos diamantes. Yo lo ví todo, explicó la esposa del sultán.
-¡Mi querido hermano! Eso es imposible, respondió atónito el sultán.
Pero su hermano corrió igual suerte que su hija. También fue expulsado del palacio.
Una semana después, el sultán vió que en el salón de baile faltaban cientos de diamantes.
Como de costumbre, pidió la opinión de su esposa. Esta le contó que los criados habían robado sus diamantes.
El sultán no podía creerlo. Estaba sumido en una gran tristeza. Primero su hija le había traicionado, después su hermano y ahora los criados que tantos años habían estado a su servicio y a los que consideraba como parte de su familia, también le engañaban.
-No puedo creer que mis criados hayan hecho algo así, dijo el sultán. Desde que mi primera mujer murió, y tú lo sabes, han sido mucho más cariñosos y leales conmigo que nunca. Viven felices aquí y no tendrían ningún motivo para hacerme esto.
Pero los criados, como antes su hermano y su hija, tuvieron que marcharse de palacio.
Pasaban los días y el sultán cada vez se sentía más triste. Ya no era feliz. Ya ni siquiera daba sus largos paseos por el palacio para ver si todo estaba en orden. ¿Para que le servían ya sus diamantes?, se preguntaba. Ya no tenía lo más importante. Le faltaban sus seres queridos: su hija, su hermano, sus criados. ¿Qué importaban los diamantes sino tenía el cariño de su familia?
La mujer del sultán se daba cuenta de la tristeza de éste, pero intentaba persuadirle diciéndole que ahora vivían felices sin temor a que nadie robara los diamantes de palacio.
-Ya no me importan, le explicaba siempre el sultán.
La mujer se enojaba con él y se iba.
El sultán veía también como su esposa cada vez le hacía menos caso. Ahora, cuando necesitaba más cariño, su esposa era fría y distante con él. Parecía que lo único que le importaba eran los diamantes. Ni una palabra decía de los que ya no estaban en palacio. No se acordaba de su hija, ni de su hermano ni de los buenos y viejos criados.
Pasaron los años y el sultán estaba cada vez más triste. Ya no hablaba con nadie, ni con sus nuevos criados, ni con su esposa. Tan mal estaba que cayó enfermo y quedó postrado en una cama, sin fuerzas casi para seguir viviendo.
Sus criados le cuidaban y le mimaban ya que su esposa ni siquiera entraba en su habitación.
Un día uno de los criados le dijo que le tenía que dar una mala noticia.
-Dila, dijo el sultán. ¿Que peor noticia puede haber que morir sin ver a mi familia otra vez?
-Esta mañana he subido a los torreones del palacio y he visto que no queda ni un diamante recubriendo sus paredes, le explicó el criado. ¿Desde cuando no va usted por allí?
-¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿Cómo he sido tan tonto? ¿Cómo he sido tan cruél con los que más quería?
El criado se asustó al ver al sultán tan nervioso. Le pidió que se tranquilizara, pero él lo único que pedía es que le trajeran a su esposa.
La buscaron por todo el palacio pero su mujer había desaparecido.
-Ella robó todos los diamantes, se lamentaba el sultán. Mi avaricia no me dejaba ver la verdad. Eché a toda mi familia de palacio sólo porque creía en ella. Lo único que quiero ahora es pedir perdón a mi hija, a mi hermano, y a mis criados, pero…¿Dónde estarán?
El criado prometió buscarlos y encontrarlos.
Después de muchos meses, el criado los encontró. Y ante la sorpresa del sultán, todos le habían perdonado. El sultán les acogió de nuevo en palacio y vivieron todos juntos y en armonía.
El sultán pidió que quitaran todos los diamantes del palacio y todo el oro que recubría los techos. Desde aquel día, todas las mañanas antes de desayunar, visitaba a las gentes más pobres de Bagdad y les entregaba sus diamantes. Después desayunaba tranquilo con toda su familia, su riqueza más preciada.

© 2010 Araceli Cobos

23Jun/10

EN EL BOSQUE DE LAS MARIPOSAS

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Una mañana, en el bosque de las mariposas, una mariposa naranja le dijo a una mariposa azul:
-Quisiera ser como tú.
-¿Cómo yo? ¿Por qué como yo?, respondió la mariposa azul.
-Te admiran todos, respondió la mariposa naranja. Cuando te observan, quedan asombrados de tu belleza, pero cuando alguien me mira lo único que ve es a una simple mariposa naranja.
-Si, eso es, una simple mariposa naranja, que por ser tan simple es tremendamente bella, respondió la mariposa azul.
-¡Qué amable eres! pero hasta tú sabes que no es así, e incluso, estoy segura, de que tú misma te sientes orgullosa del color de tus alas.
-No, no pienso en ello. Sólo me preocupa algunas veces.
-¿Te preocupa ser bella? ¡Qué tontería!
-Me preocupa porque los cazadores me buscan. Me quieren pinchar en una de sus cartulinas y mostrarme en las paredes de alguno de sus salones. En cambio tú estas ajena a ese miedo porque, recuerda lo que te voy a decir, no todo el mundo sabe distinguir la verdadera belleza, la belleza de los simple.
La mariposa naranja no estaba de acuerdo con la mariposa azul, y ni siquiera escuchaba las cosas que ésta le decía.
-Daría cualquier cosa por ser tan deseada, suspiraba la mariposilla naranja.
Tanto soñaba con ser hermosa, y tanta tristeza le producía ser una simple mariposa naranja, que ni siquiera era capaz de ver su propia belleza.
Una noche, en el bosque, se le apareció a la mariposa naranja su hada madrina.
-Te veo triste, muy triste, le dijo el hada madrina a la mariposa naranja. ¿Qué tienes?
-Me gustaría ser una mariposa especial. No me gusta el color de mis alas. Hay miles de mariposas como yo, y no destaco por nada.
-Tu sencillez es tu belleza. Tu sencillez te hace única.
-Pues yo no lo veo así. Yo quiero ser una mariposa bella, diferente.
El hada madrina debía ayudarla ya que no podía verla sufrir. Cogió su varita mágica y con ella tocó las alas de la mariposa naranja que al instante aparecieron cargadas de diminutos diamantes. En un instante sus alas alumbraron la oscura noche.
La alegría de la mariposa naranja era tan grande que no sabía cómo darle las gracias a su hada madrina. Ésta antes de despedirse le advirtió:
-No olvides que alguna vez apreciarás la mariposa que fuiste, te acordarás de esa belleza simple que te hacía única y llorarás por estar cuajada de diamantes y ser la más bella de todas las mariposas del bosque.
-Eso no ocurrirá nunca, respondió altanera la mariposa naranja.
Nunca se había sentido tan feliz, tan segura de si misma, tan orgullosa. Por fin era una mariposa única, e incluso se atrevía a decir que más bella que la mariposa azul.
La mariposa azul, al verla, sintió lástima.
-Ya no me gustan tus alas, le respondió con sinceridad. Ahora eres una mariposa cuajada de diamantes sin ningún encanto especial. Pareces una joya de esas que las señoras muy ricas se ponen en las solapas de sus abrigos.
-¡Exacto! Eso es lo que soy ahora, una joya
-Ten cuidado mariposa naranja, le advirtió su amiga. Ahora, todos los que no aprecian la verdadera belleza, la belleza de lo simple querrán pincharte en una cartulina y querrán que decores las paredes de algunos de sus salones.
La mariposa naranja no tenía tiempo para escuchar semejantes tonterías. Cada minuto se recreaba en su belleza y se paseaba de flor en flor pavoneándose.
Pero al día siguiente, unos cazadores, que tenían como objetivo apropiarse de una mariposa azul, vieron a la mariposa naranja cuajada de diamantes. Quedaron tan sorprendidos de sus alas que pronto quisieron apropiarse de ella.
La mariposa naranja se percató de lo que estaba sucediendo y con sus antenas quiso librarse de los diamantes lo más rápido posible para que vieran que ella no era ninguna mariposa especial, simplemente una común mariposa naranja. Pero era inútil su intento por librarse de los diamantes. Lo intentó una y otra vez sin conseguirlo.
La mariposa azul, posada sobre una rosa, estaba viendo todo y decidió ayudar a su amiga. Voló a su lado para protegerla y esconderla con sus alas. Pero los cazadores continuaban con el empeño de lograr a la mariposa con diamantes. Ya no la querían a ella. Pero eran tan grandes las alas de la mariposa azul y tanta la fuerza con que esta la tapaba que los cazadores no podían cogerla.
-Creo que la mejor opción es atrapar a las dos, después ya las separaremos, dijeron los hombres.
Las mariposas escucharon lo que los cazadores pretendían y entonces la mariposa naranja, le dijo a su amiga:
-¡Vete! ¡Vuela! no pienses en mí. Yo me lo he buscado. Tú me lo advertiste. El hada madrina me lo advirtió. Daría cualquier cosa por ser la mariposa que fuí en estos momentos. Pero ahora, amiga, vete y se feliz en el bosque, libre, siempre libre.
Pero la bondad de la mariposa azul le impedía dejar allí a la mariposa naranja así es que la arropó con sus alas hasta que fueron atrapadas las dos.
Desde entonces, en el bosque de las mariposas, cada vez que los cazadores vienen en busca de sus codiciadas mariposas azules una nube inmensa y preciosa de mariposas naranjas las cubren con sus alas y las protegen de todo peligro.

© 2010 Araceli Cobos

19Jun/10

LOS SECRETOS DE ELIOT WEINBERGER

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Siempre habrá un libro que no dejará de sorprendernos. El escritor Eliot Weinberger, de nacionalidad “neoyorquina” y nacido en 1949, lo consigue con su obra “Algo elemental”.
No se puede clasificar claramente este trabajo. Que, si ciertamente es un ensayo, nada tranquilamente por las aguas más sensuales de la prosa y la poesía, haciendo del libro un diamante mágico de la literatura.
Publicado por la editorial Atalanta, en la obra convergen los más variados temas: los aztecas, la antigua cultura china, la figura de Empédocles, la vida de Mahoma, las estrellas,…
Abrir este libro nos va a llevar a lugares desconocidos, preciosos y mágicos. El viaje es imprecindible.

En el capítulo segundo titulado Changs, el escritor nos hace un recorrido histórico por los diferentes hombres llamados Changs, y donde se pueden leer frases como esta:

“Chang Ch ao, en el siglo XVII, afirmó: “Las flores deben tener mariposas, las montañas, arroyos; las rocas, musgo; el océano, algas; los árboles viejos, enredaderas; y la gente, obsesiones”.

En el capítulo seis se relata un bello cuento titulado “El árbol florido”. Este cuento, además de ser delicioso, guarda un secreto al final del libro que no puedo desvelar. El cuento habla de una joven que tiene la capacidad de convertirse en árbol y dar las flores más bellas y con el olor más intenso y dulce que jamás antes haya sido conocido

“La joven le dio instrucciones precisas que él siguió, y entonces ella desapareció y un árbol magnífico se alzó en la cámara nupcial de la torre. Él recogió con cuidado las flores y las esparció por el suelo hasta que la habitación estuvo cubierta de pétalos multicolores y una extraña y embriagadora fragancia inundó la estancia. Luego la joven volvió a ser ella misma e hicieron el amor toda la noche sobre las nubes de pétalos.”

Otro cuento digno de destacar es el que se recoge en el capítulo quince titulado “El asno de Abu al-Anbas”. En el se relata la relación entre un hombre y su asno, animal muy querido para él, con el cual entabla una conversación.

“Mi corazón se estremeció por una burra
mientras esperaba a mi amo
en la puerta del boticario.
Ella me esclavizó con su tímido comportamiento
y con sus suaves mejillas
del color de shanqarini.
Morí por ella, pues si hubiera vivido,
mi pasión no habría hecho más que empeorar.”

Otros capítulos sorprendentes son: “La música del desierto: sur”, “Hielo”, “El Sáhara”, “Lacandones” y muchos otros. Por ejemplo el titulado “Empédocles”. En él se recogen varios pensamientos del filósofo.

“Él creía que el amor y la discordia forman un ciclo eterno: el mundo se mantiene unido durante el periodo de amor creciente, hasta alcanzar la condición de una esfera perfecta que se mantiene unida por amor, una especie de dios sin rostro, un órgano de pensamiento que tiene una vida longeva pero no inmortal, que “se regocija en su soledad”. Luego se destruye de nuevo en la otra mitad del cielo, el periodo de la discordia creciente.”

“Creía que en el momento de la unión no de diferencian los sexos. La reproducción sexual pertenece al periodo de discordia; reafirma la separación de los sexos y de dos crea muchos, y hace mayor la desunión. El amor humano es un esfuerzo fútil en un periodo en el que no hay amor cósmico. Él prohibía a sus discípulos mantener relaciones heterosexuales, aunque daba dinero a las mujeres pobres para la dote.”

“Cuando le preguntaban por qué algunos niños no se parecen a sus padres, contestaba que los fetos están formados por aquello que la mujer visualiza en el instante de la concepción. Una mujer que piense en una estatua o en una pintura o en otra persona tendrá un hijo parecido a ellas.”
“Evidencias anecdóticas” es otro capítulo curioso por los pequeños relatos que en él se cuentan. Por ejemplo el quinto, que cuenta algo sobre el gato de Mallarmé.

Por último destacaré el capítulo titulado “Las estrellas”. En él se intenta definir que son y se leen cosas tan bellas como éstas:

“(…) Son trozos de hielo que reflejan el sol (…) son las almas de los bebés muertos convertidas en flores del cielo; son aves cuyas plumas arden (…) son esferas de cristal cuyo movimiento crea música en el cielo (…) son las luces de los palacios donde viven los espíritus (…) son una especie de queso celeste batido hasta hacerse luz; son, simplemente son (…)”

Eliot Weinberger es uno de los ensayistas y traductores más reputados en su país. Es editor de la selección de poesía estadounidense más importante de las últimas décadas, ha traducido la poesía de Borges, Octavio Paz, Huidobro, Villaurrutia o Bei Dao. Es autor de tres ensayos: “Invenciones de papel”, “Outside stories” y “Rastros kármicos”. Fue finalista del Premio de la Crítica de Estados Unidos.

© 2010 Araceli Cobos

14Jun/10

AGOSTINO. ALBERTO MORAVIA

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Es Agostino dulce y como tontorrón, pero con orgullo, mucho orgullo, y después orgullo herido. Es Agostino ese típico personaje de Moravia especial y mágico que se adentra en un mundo que le ahoga.
Agostino es un adolescente que tiene idealizada a su madre. Son gente bien que veranean en un lugar privilegiado, al lado del mar. Todas las mañanas el y su mamá van en barco y allí se relajan, la madre al sol, Agostino mirándola a ella. Pero todo cambia el día en el que su madre cambia de acompañante. Su madre, mujer guapa y aún jóven, se deja seducir. El hombre será el enemigo de Agostino, él que por fin le hace ver la realidad. Agostino sufre, sufre mucho por los desprecios de su madre, que por otra parte, son algo natural que él exagera. El aburrimiento le hace topar con otros muchachos, niños curtidos en el mar que no tendrán muchos miramientos con el dulce Agostino, pero con los que aprenderá varias lecciones de la vida. Los hijos de los marineros le sacan de su burbuja burguesa y a Agostino le toca estar a la altura.
Esta novela preciosa e imprescindible del escritor italiano Alberto Moravia (Roma, 1907, 1990) es igual que muchas de las obras de Moravia, llena de ese ambiente agobiante y dulzón en el que se ven encerrado los personajes y el lector, y del cual uno no quiere salir. Este maestro de las letras es autor entre otras de “La Romana” o “Los indiferentes”.
Su obra literaria se caracteriza por una crítica frontal a la sociedad europea del siglo XX, según él bastante hipócrita, hedonista y acomodada. Su estilo es austero y directo. Sus diálogos son perfectos pero lo que borda Moravia son sus personajes, con personalidades muy marcadas y siempre adentrados en un mundo lleno de situaciones extremas.
“Los indiferentes” publicada en 1929, fue su primera novela y la que le hizo saltar a la fama en Italia. En sus trabajos recurren los temas de la sexualidad, la alienación del individuo y el existencialismo.
“Agostino” fue escrita en 1941 en Capri, donde por aquel entonces vivía Moravia con su mujer la escritora Elsa Morante.

Estos son algunos párrafos sacados del libro. En estos dos primeros se advierte la admiración que el niño siente por la madre:

“De pronto la madre abría los ojos y decía que era un placer nuevo permanecer tendida con los ojos cerrados, sintiendo el agua fluir y ondear bajo al espalda. O bien pedía a Agostino que le alargara la pitillera, o mejor aún, que él mismo le encendiera el cigarrillo y se lo diera. Todo lo cual lo ejecutaba Agostino con atención afligida y trémula. (…) La madre, que nunca parecía saciarse de sol, volvía a pedir a Agostino que remara sin volverse: para entonces, se había quitado el sostén y se había bajado el bañador sobre el vientre a fin de exponer todo el cuerpo a la luz solar. Agostino remaba y se sentía orgulloso de ese ruego, como si se tratara de un rito en el que se le concediese participar. Y no sólo no le pasaba por la mente volverse, sino que sentía aquel cuerpo, allá, detrás de él, desnudo al sol, como envuelto en un misterio al que debía la mayor veneración.”

“Llevaba una camisola de gasa que le llegaba a medio muslo. Bajo las dos turgencias desiguales y desequilibradas de las nalgas, una más alta y como contraída, y la otra más baja y como distendida e indolente, las elegantes piernas se adelgazaban en una actitud perezosa, desde los muslos largos y fuertes hasta las pantorrillas y la exigüidad del tobillo (…) Todo el cuerpo, alto y espléndido, parecía, a los ojos aturdidos de Agostino, vacilar y palpitar en la penumbra del cuarto, y como por una fermentación de la desnudez, ora se ensanchaba desmesuradamente, reabsorviendo en la rotundidad hendida y dilatada de las caderas, tanto las piernas como el torso y la cabeza; ora se agigantaba, ahusándose y estirándose hacia lo alto, tocando con un extremo el pavimento y con el otro, el techo. Pero en el espejo, en una sombra misteriosa de pintura ennegrecida, el rostro pálido y lejano parecía mirarlo con ojos lisonjeros y la boca parecía sonreírle tentadoramente.”

Los chicos con los que se reúne Agostino le van a hacer ver otras realidades a las que aún estaba ajeno. Por ejemplo la prostitución:

“El Tortima le había explicado con mucha precisión a cuánto ascendía la suma que se pagaba y a quién se le pagaba, pero él no conseguía convencerse. ¿Qué relación existía entre el dinero, que suele servir para adquirir objetos bien definidos y de calidad susceptible de comparación, y las caricias, la desnudez, la carne femenina? (…) La idea del dinero que daría a cambio de aquella vergonzosa y prohibida dulzura, le parecía extraña y cruel; como una ofensa acaso agradable para quien la infería, pero dolorosa para quien la recibía.”

© 2010 Araceli Cobos

09Jun/10

OTROS NIÑOS QUE TAMBIÉN JUEGAN

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La cometa se ha escapado de tus manos.
No llores.
Hay otro niño esperando.

El globo se ha escapado de tus manos.
No llores.
Hay otro niño esperando.

Hay muchos niños.
Hay muchos niños que esperan
lo que una vez les negaron:
la vida,
las guerras tristes,
o un destino desgraciado.
Hay muchos niños.
Hay muchos niños que viven
allá arriba,
con los pájaros,
con las nubes,
con el sol,
con las estrellas,
con la luna,
con la lluvia,
con el rayo
y la tormenta.
Pero, al fin y al cabo,
niños.
Niños
que también juegan,
que juegan con ese globo,
que juegan con tu cometa.

© 2010 Araceli Cobos