MIGUEL HERNÁNDEZ: EL POETA SIEMPRE SOLO
Se cumple el centenario de la muerte del poeta Miguel Hernández. El
poeta de Orihuela, el pastor, el solitario, el que se refugió en sus versos, en su mujer, en su hijo, esperando algo que nunca llegó.
Con tan sólo veintidós años publicó su primer libro de poemas, no habría cumplido aún los veintiseis cuando escribió “El rayo que no cesa”.
No tenía aún los veintinueve cuando cayó en la cárcel para no salir nunca más. Su gran error, volver al pueblo en busca del calor de su familia.
Miguel Hernández es un poeta que está con nosotros casi desde niños, en la escuela. Sin entenderlo en la infancia nos suena bien, sin entenderlo quizás tampoco en la adolescencia, nos estremece, y ya de adultos, al comprenderlo nos destroza el alma con sus versos.
Me quedo con estos versos, esos de siempre, esos que a todo el mundo le suenan porque pertenecen a su vida. A mi me estremece el poema “Andaluces de Jaén” por la propia historia de mi familia, y “Nanas de la cebolla”, ahora que soy madre. Mi homenaje a Hernández después de leerle, de entenderle es este, sus propios versos que siempre llevo conmigo.
“Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma:
¿quién, quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor
(…)
¡Cuantos siglos de aceitunas,
los pies y las manos presas,
sol y sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos.”
***
“La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
(…)
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
(…)
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.»
© 2009 Araceli Cobos