LUCIE EN EL BOSQUE CON ESTAS COSAS DE AHI. PETER HANDKE
«Lucie en el bosque con estas cosas de ahí» es la novela que quiero invitarles hoy a abrir. Es un libro precioso en el que, de manera magistral, se narra como Lucie, una niña de siete años, siente una admiración profunda por su madre y sin embargo una gran aversión por su padre, jardinero de profesión. Lucie no le entiende ni le quiere entender. No quiere adentrarse en el mundo de la naturaleza que el le brinda. Para Lucie, su padre, es un pesado que no para de decir frases larguísimas, sin sentido para ella, un hombre que tiene las uñas sucias y recoge setas en el bosque.
«Cuando abría la boca, lo que gracias a Dios ocurría muy pocas veces, era tremendamente premioso. Sobre todo era completamente incapaz de hablar con frases cortas, fáciles, comprensibles para todo el mundo, incluso para un niño. (…) ¿Por qué, por ejemplo, rastrillaba el jardín en un sitio donde no había ni una sola hoja caída de los árboles? ¿Por qué, al andar por una calle, de repente se daba la vuelta sobre sí mismo? ¿Qué es lo que volvía a buscar en todos sus bolsillos, cuando hacía sólo un momento había estado buscando en ellos de un modo tan exhaustivo, hasta el punto de haberlos vuelto del revés todos? Lo más molesto era que uno no sabía nunca qué pasaba con este hombre. Cuando la madre cerraba la puerta de golpe: sí, era ella, por fin, ¡su querida madre, tan guapa! En cambio, el padre cerraba la misma puerta, pero por regla general con el sigilo de un ladrón, hasta tal punto que a Lucie más de una vez le había entrado miedo y había gritado: «¿Quién es?». Sí, este «¿quién es?» se refería a su padre, que de vez en cuando daba un portazo más fuerte que el que hubiera podido dar nunca la madre.»
La novela narra esos desencuentros iniciales para luego servirnos en bandeja un entendimiento entre padre e hija muy bello.
Lucie vive en lo alto de una montaña desde la que puede ver un bosque, ese bosque donde están «esas cosas de ahí», las setas. O quizás «esas cosas de ahí» son otras muchas cosas, según el lector lo vaya entendiendo, o según que profundo le cale la lectura.
La novela escrita por el austriaco Peter Handke (Grieffen, 1942) tiene una sorpresa que no puedo desvelar, pero yo me quedo con la profundidad de algo simple. Algo tan sencillo y a la vez tan complejo como el amor de un hijo hacía sus padres. De niños vemos las mismas cosas de forma de diferente a como lo hacemos de adolescentes o adultos.
Yo que he tenido la suerte de, como Lucie, tener un padre amante de la naturaleza, con el que he pasado días enteros en los bosques mirando animales, observando insectos, oliendo la humedad de la tierra, tocando la rugosidad de la corteza de los árboles, admirando plantas, recogiendo setas,.. abrazando árboles,…me doy cuenta que también había muchas «esas cosas de ahí», que cuando tu padre te enseña una ardilla que trepa por un pino, o un nido, o se queda ensimismado mirando un montón de tierrecilla, o vete tú a saber que, está diciéndote muchas pequeñas cosas que son tan grandes como el propio bosque.
Pero esta novela, que es una novela de iniciación, nos da la alegría de poder leer,como antes he apuntado, como Lucie, al fin, entiende a su padre.
«Con el tiempo, en los escasos paseos por el bosque que Lucie daba con su padre, lo que más le extrañaba era esto: que el hombre se estuviera equivocando continuamente; continuamente se estaba agachando hacia este o hacia aquel tesoro o a esto y aquello que brillaba de un modo especial, y luego en realidad eso no era más que una piedrecita, una hoja, una bellota o bien otra cosa. Y además a ella lo que le extrañaba era también que el padre, a pesar de que hacía un rato que había reconocido su error, no se ponía otra vez a buscar en seguida sino que cada vez, tomándose casi el tiempo de una hora de clase, se quedaba parado delante de la hoja, del trozo de corteza, de la flor del bosque, de la pequeña almohadilla de musgo, daba una vuelta entera a aquello que había confundido, daba un paso atrás, y luego varios, y llegaba incluso a agacharse ante el objeto de su error y lo miraba a través de su lupa. Y Lucie se extrañaba más y más cuando su padre, en mitad de su búsqueda, interrumpía su zigzag por los bosques, se detenía y estaba una eternidad mirando hacia arriba, a las copas de los árboles, con preferencia hacia allí donde levantaban el vuelo las palomas torcaces, que precisamente eran típicas de estos bosques. Se quedaba quieto, de pie, miraba y escuchaba. Pero luego, de un modo igualmente repentino, interrumpía su observación y su escucha y se ponía a mirar y a escuchar hacia un lado completamente distinto.»
Me parece que la forma de contar las cosas que tiene este escritor austriaco son de una sencillez y de una belleza difícilmente comparable a otro escritor. Me ha recordado un poco a Herta Müller, por ese talento que me parece, comparten, a la hora de hacer de la sencillez un diamante literario. Y me pasa lo mismo con Stefan Zweig, del que pronto escribiré un comentario en el blog. Veo conexiones entre ellos tres. Y los tres me recuerdan que la literatura es algo maravilloso. Que las cosas más sencillas se pueden explicar, narrar, escribir, de una forma delicada y tremendamente elegante.
«¡Nunca acabas de buscar nada hasta el final!», dijo Lucie en lo que tenía que ser, provisionalmente, el último paseo que daba con su padre por el bosque. «Y tampoco acabas de mirar nada hasta el final. Y tampoco acabas de escuchar nada hasta el final. Nada de lo que haces lo acabas. Esto no es buscar. ¡Y por tanto tampoco es encontrar nada de verdad!.»
Y el padre le contesta entonces…
«El padre contestaba (atención, frase larga!): «Al estar confundiendo continuamente la cosa concreta que estoy buscando aquí con esto otro y con aquello, eso me da la oportunidad de examinar esto otro, la piedra, la hoja, la corteza, la raíz, el musgo, como nunca lo hubiera hecho sin mi confusión, es decir, sin mi error, con la consecuencia de que, ante mis ojos, tanto, por una parte, la cosa confundida, como ahora aquí este caracol amarillo de otoño, como, por otra, aquello con lo que yo a primera vista he confundido el caracol, buscando aquello, aparecen de un modo más preciso y más nítido: lo confundido, en este caso, el caracol, ante mis ojos corporales, lo buscado (aquello), ante mis ojos espirituales o interiores, lo cual, las dos cosas juntas, en razón de mi modo de mirar, doblemente agudizado (el dirigido hacia afuera, a la cosa presente; el dirigido hacia adentro a la ausente), lleva a un tipo de observación que el filósofo y científico Pitágoras llamaba OBSERVACIÓN POR EL ERROR y que sugirió a sus alumnos como el método más natural y mejor de comparar unas cosas con otras las cosas del mundo, de distinguirlas unas de otras y de reconocer en cada una de ellas sus características esenciales».
Peter Handke, es, sin lugar a dudas, un genio y un referente dentro de la literatura en lengua alemana, uno de los escritores más importante y populares en este idioma.
Entre los numerosos premios que ha recibido cabe destacar el Georg Büchner, equivalente al Cervantes de las letras alemanas.
Además de libros maravillosos ha escrito también guiones cinematográficos para Wim Wenders y dirigió la película «La mujer zurda» basada en su novela homónima.
El libro del que les he hablado pueden encontrarlo en Alianza Editorial. Viene ilustrado con unos dibujos estupendos y delicados del propio autor.
Me encanta este párrafo que el padre de Lucie clama en mitad del bosque ante el desconcierto de su hija, dice tanto…:
«Bandadas de palomas torcaces, aves continuamente en fuga, batir de alas como un matraqueo de ametralladoras, luego una salva, luego una risa reprimida, luego una lluvia de plumas desde los árboles de la fuga, luego las fugas se vuelven a interrumpir cada vez, quedarse quietas otra vez en el siguiente árbol, y todavía antes de quedarse quietas del todo ahí, volver a huir, esquirlas grises, azules en el cielo del bosque, arriba, en el cielo del bosque, ¿metralla?, ¿esquirlas de cuentos?, y otra vez desaparecidas en el siguiente arbolo de la fuga, así pequeñas, pequeñas fugas, y así breves, breves momentos de pausa siempre, y así el día entero y así el año entero huyendo, y siempre en círculo, en el mismo pequeño círculo del bosque, sin terminar nunca de huir, sin terminar nunca de descansar en todas esas fugas, salva de granadas de un batir de aleas, luego risa contenida de plumajes, luego plumas que caen, gris, azul, gris, azul, y por lo demás nunca un solo sonido de todas estas palomas torcaces, únicas aves del bosque de las cuales jamás se pudo oír un solo sonido, una sola llamada, un solo grito, una sola canción, un solo arrullar, nada más que el aleteo de la fuga, fugas en el lugar donde están, fugas que apenas llegan a lo que es la anchura de las alas, y huyendo de este modo es como sobreviven, porque los cazadores las buscan siempre en un sitio distinto, aves en fuga, dejadme huir con vosotras».