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20Dic/15

EL REGALO DE LOS MAGOS. O.HENRY

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«Un dólar y ochenta y siete centavos. No había más. Y de esa cantidad, sesenta centavos en monedas de mínimo valor: peniques ahorrados uno a uno, después de discutir con el tendero o el carnicero hasta sentir en las mejillas el natural rubor que produce la silenciosa acusación de la consiguiente pérdida de tiempo.

Della contó el dinero por tercera vez. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente … Navidad.

Por supuesto, sólo quedaba un recurso. Tumbarse en el pequeño y mísero sofá y llorar. Fue precisamente lo que hizo Della y así dejó bien sentada la premisa moral de que la vida está hecha de sollozos, sorbetones y sonrisas, pero sobre todo de sorbetones.

Mientras la dueña de la casa pasa, gradualmente, de la primera fase a la segunda, echemos una ojeada a sus dominios, uno de esos «pisos amueblados» cuyo alquiler cuesta ocho dólares a la semana. La descripción no puede ser amable. Todo, en este lugar, está gritando la palabra miseria.»

Así comienza uno de los cuentos de Navidad más interesantes que, a mi parecer, se han escrito. Se titula «El regalo de los Magos» y es del escritor estadounidense William Sidney Porter (Greensboro 1862, New York City 1910), conocido como O. Henry, seudónimo que, el escritor, periodista y farmacéutico, utilizó siempre.

Desde el comienzo, ya nos sitúa en una atmósfera de necesidades donde las cosas para nuestra protagonista Della, no van demasiado bien. Me encanta el detalle que   el americano aporta al relato, que muchos escritores también lo utilizan (por ejemplo el ruso Nikolai Gogol o Truman Capote) y que es algo que me apasiona. El recurso del narrador introduciéndonos en el cuento como si los lectores estuviéramos observando todo desde una ventana de esa misma casa y además le acompañásemos a él. Es fascinante como esta forma de narrar envuelve al lector. El narrador deja a su personaje que continúe con sus tareas mientras nosotros, tenemos el derecho de echar un vistazo a su piso junto al que nos cuenta la historia. «Mientras la dueña de la casa pasa, gradualmente, de la primera fase a la segunda, echemos una ojeada a sus dominios», escribe O.Henry.

Los Dillingham, un matrimonio conformado por Jim y Della, han conocido tiempos mejores. Ahora sus ingresos se han reducido de treinta a veinte dólares semanales. Della está muy preocupada porque se acerca Navidad y únicamente dispone de un dólar y ochenta y siete centavos para comprar el regalo de Jim. En este ambiente de austeridad, pero de amor verdadero entre ellos, hay dos cosas que el matrimonio destaca como sus dos auténticos tesoros, el cabello de Della y  un reloj de oro que ha heredado Jim de su padre que éste heredó a su vez de su abuelo.

«Si la reina de Saba viviera en el piso de enfrente, Della se soltaría el pelo para lavarlo y se asomaría a la ventana para secárselo a la intemperie, con el propósito de despreciar las joyas y riquezas de la soberana. Y si el rey Salomón fuera, por ejemplo, portero del edificio con todos sus tesoros guardados en los sótanos, Jim, al pasar delante de él, sacaría del bolsillo su reloj para mirar la hora, seguro de que el otro se acariciaría la barbilla de pura envidia.»

Por este motivo, Della quiere regalarle a Jim una cadena para que pueda utilizar su reloj y lucirlo por todas partes, y porque a Jim el pelo de su mujer le parece una maravilla quiere comprarle para el día de Navidad un juego de peinetas que una vez del que una vez su mujer quedó prendada al verlo en un escaparate de Broadway. Pero…, ¿cómo se las arreglarán para satisfacer los deseos de uno y del otro cuando disponen de tan poco dinero? Desde luego no lo sabrán hasta que lean este precioso cuento que les invito a abrir porque les fascinará.

Lo que si les puedo adelantar es que O.Henry es conocido por ser el maestro de los finales imprevisto y hacer los más bellos cuentos de personajes normales, corrientes, en definitivo, sencillos, como cualquier ciudadano. Y este relato tiene todos esos ingredientes que le caracterizaban en su escritura. Se dice que escribió  «El regalo de los Magos» en tres horas y al lado de una botella de Whisky. Lo escribió en la cárcel, ya que debía de trabajar para sacar a su hija adelante, puesto que era viudo y los problemas con el alcohol y las autoridades le hacían siempre vivir con muy poco dinero.

Gozó de reconocimiento, sobre todo en la ciudad de Nueva York aunque su éxito literario nunca se reflejó en bienestar económico por los problemas que antes he apuntado.

Y así, de esta manera tan dulce, termina el americano su relato.

«Los Reyes Magos fueron unos hombres sabios, maravillosamente sabios, que llevaron presentes al Niño Dios nacido en un establo. Inventaron el arte de regalar cosas en Navidad y, porque eran sabios, sus presentes fueron sabios también. (…) Yo he intentado explicarles la sencilla historia de dos estúpidos chiquillos que vivían en un pequeño piso y que sacrificaron, del modo más absurdo, el uno por el otro (…). Y, sin embargo, diré algo especialmente dirigido a los sabios de hoy.  Diré que de todos los seres que ofrecen presentes, estos dos, los chiquillos de mi historia, fueron los más sabios. Que de todos cuantos ofrecen y reciben presentes, son siempre más sabios los que proceden del mismo modo que ellos dos. Por todas partes y en cualquier lugar son los más sabios. Son, en verdad, los Magos.