EL HUEVO DEL JUICIO. CAMILO JOSÉ CELA
Durante muchos años he estado buscando la novela del premio nobel Camilo José Cela (Iria Flavia,Padrón, La Coruña 1916, Madrid 2002) que me reconciliase con él. Les explico. El talento del escritor gallego es incuestionable pero, a mi juicio, no supo llegar nunca a sus lectores, ni a los periodistas, en definitiva, al público. En ocasiones se le tachaba de ingenioso cuando a mi me parecía que era simplemente grosero. O de espabilado cuando lo que yo veía era que cargaba un saco de timidez a sus espaldas. Y esto último es lo que me hizo, de alguna manera, creer en él. En que además de un genial escritor también fuese un hombre sensible que no quisiese que esa ternura se descubriera porque el personaje histriónico que cultivó durante su vida ya le perseguía para siempre.
Pero después de leer muchas de sus novelas clásicas, es decir, las más conocidas, llegó hasta mí, no hace mucho,»El huevo del juicio» y por fin encontré entre sus páginas lo que yo había intuído: la ternura y sensibilidad que dormían en la sombra, en la sombra de su figura, en la sombra del personaje que el creó de si mismo.
Y me he reconciliado con él y mucho.
Este libro reúne un conjunto de textos narrativos publicados en El País. Su intención la resume así el propio autor «la de contar las andanzas y malaventuras de mis casi nunca contritos y casi siempre zarandeados personajillos de humo y miseria y oropel», ya que «historiar los héroes que jamás han sido, los fantasmas que se llaman con nombres disparatados y que acomenten empresas mínimas y demenciales, es algo que se me da bien porque siempre los miro con tanto rubor como misericordia.»
Y entre esos personajillos he encontrado auténticas joyas pero me quedo con el herrerillo porque él me trajo la ternura de Cela más que ninguno otro. Este
Aquí les dejo parte del relato que es de una belleza eterna. Una auténtica obra de arte:
MI AMIGO EL HERRERILLO
Mi amigo el herrerillo vuela llevando el compás y parece como mecerse en el aire, de rítmico y cadencioso como se presenta, para después salir huyendo en zigzag e incluso con cierto irrespetuoso descaro. ¡Qué vivalavirgen gracioso, con su cabecita azul, su lomo verde, su panza amarilla y su pico que remata en el color de la nieve! Todos los días, a eso de la media mañana, mi amigo el herrerillo viene a visitarme, golpea dos o tres veces el cristal, se posa y se columpia un poco en la enredadera, me mira con sus ojos atónitos y negrísimos y se va con su vuelo de flecha a seguir zascandilleando en busca del insecto y la lombriz. A mí me gustaría no ser tan limitado y poder hablar con mi amigo el herrerillo, quien quizá tuviera muy bellas y complicadas fábulas que contarme: había una vez una princesa de medio palmo de altura que vivía en un nido de barro colgado de la rama más alta de un rosal trepador… (…) El herrerillo no es pájaro aventurero, aunque se vista con descaro, sino avecica de hábitos mansos y paisajes de muy recoleto sosiego. Los almendros ya están en flor y el herrerillo, salpicándose de pétalos blancos y de color de rosa, anticipa un carnaval para él solo y su deleite levísimo y montaraz. ¡Da gusto verlo, gozando y derrotando las flores del aire, y saltando de copo en copo en el aire!
A veces pienso que el milagro de vivir es un premio no demasiado merecido. (…)
Las mañanicas de sol, el herrerillo se baña en el charco de las ranas, que ahora duermen su sueño del invierno y no se despiertan hasta San José. Chapuzándose entre las piedras, el herrerillo reparte el agua con dos o tres jilgueros, un cagachín minúsculo y una nube de gorriones de aburrido color y divertido y alborotador jolgorio. Un día creí ver dos herrerillos, mi amigo y un amigo suyo, pero cuando quise fijarme, ya habían volado.
Sí; mi amigo el herrerillo vuela a saltos, muy bien medidos, eso sí, y tiene más paciencia y más lealtad que nadie: todos los días golpea el cristal de mi ventana, ya se sabe, dos o tres veces y sin alborotar, y cuando supone haberme ya saludado, se larga, con su mohín gracioso y elegante, hasta el día siguiente. (…)
Cuando me voy de viaje, echo de menos a mi amigo el herrerillo y me hago la ilusión de que él también me echa en falta; a lo mejor me equivoco y al herrerillo le es lo mismo por dónde pueda yo andar o no pero, en todo caso, prefiero ni pensarlo. Uno también tiene sus sentimientos y el derecho a cuidarlos igual que a flores delicadas.
Es posible que yo no sea el único amigo de mi amigo el herrerillo, decía, pero también es probable que mi amigo el herrerillo no tenga ningún otro amigo mejor que yo.»
Recoge esta obra relatos de belleza incuestionable y sabiduría que nos hacen reflexionar, por ejemplo «La sublevación de las máquinas» donde escribe Cela cosas tan interesantes como éstas:
«Llegará un día en el que las máquinas se subleven y atenacen al hombre. (…) El hombre inventa sus trampas para gozarse después en sortearlas, y este ejercicio, sin duda, es un deporte apasionante y arriesgado; por ahora le va saliendo bien el juego, pero el día en que menos lo piense, da un traspiés y se desnuca. (…)
Cada piececita que se añade a una máquina, deja a un hombre en la calle. Aquí, en este problema de trabajo y su mecanización, se ha planteado la batalla al revés y, en lugar de producir horas ociosas y que pudieran ser muy rentables para la cultura, fabricamos hombres en ocio esterilizador y que puede acabar restándole el gran tesoro de la esperanza: el último asidero del hombre a su propia estrella en esa batalla que no cesa y que, para entendernos, llamamos la lucha por la vida.»
No tengo espacio para detallar todos los artículos que me han gustado, son muchos, pero les dejo una lista con mis preferidos. A ver si cuando abran el libro coincidimos. Feliz lectura.
«El uso matrimonial del pronombre», «La institución de la suegra», «El dedo meñique», «El diálogo de la espontaneidad», «Celebraciones domésticas» o «Las ventas por correo», son artículos muy divertidos.
«Lluvia de mariposas» y «Los milagros poéticos» son muy bonitas reflexiones sobre el destino de la naturaleza, sobre la vida y la muerte.
La lectura de «La colmena» ha sido siempre para mí uno de los encuentros más extraordinarios con la ternura. La visión de los personajes está tratada con tanta ternura, que este libro es el ejemplo que siempre pongo de la necesaria diferenciación entre el novelista y la persona. Aunque también ha habido libros de Cela que me han parecido infumables, eso es cierto. Un saludo. El Criticón Lector.
Estimado Manuel. Entonces habrá que volver a leer «La colmena». A ver si encuentro la ternura de Cela allí también. Los años nos hacen encontrarla donde antes no estaba para nosotros.
Muchas gracias por seguir ahí.
Saludos.