LO QUE QUIERO AHORA. ÁNGELES CASO
Hace tres años, la maravillosa escritora Ángeles Caso, escribió un artículo en el periódico La Vanguardia, titulado «Lo que quiero ahora».
Me ayudó mucho leer esta columna. Hacía alrededor de dos semanas que me había tenido que despedir, para siempre, de mi madre, y me vinieron a la mente muchas de sus enseñanzas que, de alguna manera, estaban recogidas aquí.
Mi madre siempre me decía que leía mucho pero que por mucho que leyese siempre habría algo que me quedaría por leer porque no hay vida que pueda abarcar la lectura de todos los libros que buscamos, egoístamente, para encontrar la belleza que buscamos, siempre nos quedarán versos, cuentos, novelas,… que nos venían a decir algo para tranquilizarnos, para hacernos la vida más bonita. Tenía razón.
Pero lo que nos vamos encontrando por el camino ya es un regalo del destino, y este artículo para mí lo fue.
Quiero compartirlo con todas aquellas personas que aún no lo hayan leído e invitarlas a que nos sirva de reflexión para los propósitos que todos nos marcamos para el año nuevo.
Muchas gracias a Ángeles Caso por sus libros, por su humildad, por su belleza e inteligencia.
Lo que quiero ahora
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.
Este artículo fue galardonado con el premio Julio Camba de Periodismo.
Y desde aquí, y para terminar, quiero dar las gracias, de corazón, a todos los que siguen mi blog. Estos cinco años, que se cumplieron en noviembre, me han traído muchas alegrías. He aprendido mucho de todos. Gracias a estos encuentros a través de los comentarios que escribo he podido conocer gente realmente interesante que me han enriquecido mi vida y mis lecturas. Muchas gracias a todos y que el año que viene abramos muchas obras más y, sobre todo, que tengamos salud y acabe toda esta tristeza que se ha instalado en nuestro país por parte de unos muchos que quieren todo a costa de los demás.
Gracias a ti, por tus posts. Por lo que transmites. No conocía el artículo. Lo suscribo, no se puede aspirar a más. Un saludo.
Feliz año nuevo para elcriticónlector y muchas gracias. Ha empezado el año con un autor que me apasiona Mateo Díez. Enhorabuena por su blog. Lo sigo, me encanta y aprendo muchísimo con él. Gracias, por ejemplo, por poner esa tierna conversación sobre las estrellas de «El camino» de Miguel Delibes. Yo conocí la infancia en un pueblo y también me pregunté muchas cosas mirando al cielo.
Un saludo con todo mi afecto.