Archivos de la categoría: MAÑANA ME VOY

16Mar/24

MAÑANA ME VOY. VICTOR COLDEN


«Más que una búsqueda, creo que todo viaje es una huida».

«También hace falta fe para seguir una senda durante horas».

«Mañana me voy, vuelvo a echarme al camino. Me gustaría decir que es sólo por el placer de la aventura («a ver qué pasa»). La verdad es que no podía no irme».

«¿Cómo será vivir así, despreocupado, yendo hacia el mar, siempre riendo?»

Un hombre decide emprender un viaje a Soria. Por delante, cinco días de excursión por caminos poco o nada transitados y bajo un tiempo que se avecina duro y frío. Le asaltan las dudas pero, de todas maneras, quiere hacerlo. «Habría preferido querer quedarme. Ver sin amargura cómo se van los otros y cómo regresan luego, o no».

Confiesa que le divierte cuando alguien elogia su supuesta fuerza de voluntad, su capacidad de emprender ciertos proyectos o de tomar determinadas decisiones porque según él lo que hace, a menudo, es rendirse y obedecer. «Obedecer a algo así como a un mandato, a una voz que ordena que camine. O que escriba».  Se pregunta, por tanto: «¿Qué libertad hay en andar si no puedo dejar de hacerlo?» Sin embargo, los caminos le llaman. «Me gusta pensar en la densidad histórica de los caminos, en los motivos por los que se trazaron y en los fines y propósitos de quienes los recorrieron».

Pero….

«¿Se alcanza  a ser libre andando por donde otros decidieron que se debía andar? Está la libertad de escoger sendero, la libertad de hacer un alto en el camino, la libertad de desandar lo andado y volver sobre nuestros pasos…, pero mientras marchemos por rutas marcadas, ¿no somos presa de una voluntad ajena?»

Elige Soria porque Soria «es un imán». «¿Por qué siempre que entro en Soria es como si se me ensanchara el pecho?»

«Yo lo tengo ya claro: no podemos movernos -ni hacer ninguna otra cosa- sin herir, sin romper, sin manchar. Sin molestar o humillar.

Cómo no estar harto de nosotros, de uno mismo.

Eso es lo que quiero, olvidarme de todo y salir».

El escritor Víctor Colden (Madrid, 1967) vuelve con este maravilloso libro, un diario de viaje titulado Mañana me voy, editado por Abada Editores. Después de su última novela, Tu sonrisa sin temblar, nos invita en esta ocasión a caminar con él por las tierras del norte de Soria.

Comienza la caminata y comienzan las reflexiones. Y eso es lo mágico de este preciosa obra que hoy les invito a abrir. Caminamos por los mismos caminos que atraviesa el autor. Sus reflexiones son las nuestras. Él se repasa, se cura sus heridas, evoca sus recuerdos y nosotros también. Él va apuntando en su cuaderno, nosotros también. Él se acuerda de la chica de los ojos color avellana, la muchacha que visitó enToulouse, la que tenía una sonrisa con el poder de calentarle el corazón. Nosotros… ¿en quién pensaremos? ¿A quién recordaremos?

«Hablar de los otros. Esa sería una buena manera de huir de mí. Hablar del dolor que he visto en los demás, o que he intuido. De sus pérdidas y sus búsquedas. De sus fantasías».

«Estoy cansado, quiero otras historias. Me encantaría ser capaz de conjugar los verbos en la primera persona del plural. Ni siquiera me siento cómodo usando la tercera del singular. Soy mi propia cruz: toda la vida aprendiendo a llevarla. He ahí un bonito desafío, el de no aburrir a los otros cuando se aburre uno a sí mismo».

«Lo más difícil es el silencio. Lo más costoso, lo más raro. Y lo más peligroso: las palabras van a oírse. Esa es la promesa implícita (¿o la amenaza?): la de que todo lo que se diga tendrá su peso, valdrá lo suyo. Y la de que alguien -incluso uno mismo- escuchará las palabras que se pronuncien».

«Hay una clase de cansancio que sólo se siente tras haber andado durante muchas horas. Ese cansancio se parece al cansancio que produce vivir. Querríamos tomarnos un descanso, pero no hay más remedio que tirar para adelante. Seguir caminando y seguir viviendo. ¡Nos gustan tanto, pese a todo, la vida y los caminos!»

El paseante y el escritor se funden. Le asaltan los miedos. «Haber escrito no tiene por qué significar seguir escribiendo. Pienso en todo esto con preocupación. No, con preocupación no: con miedo».

Le asalta el amor:

«Ya no creo que sea el amor lo que mueve el mundo. Alguna vez lo pensé, no recuerdo si bajo los efectos de dos o tres copas de vino. El egoísmo lo mueve. El miedo, la incomprensión, la pereza, la avaricia. Una estupidez sólida y correosa. ¿El mal?»

Le asalta la nostalgia:

«Esta nostalgia del silencio, de la belleza, de la sencillez, de cierto sentido de la austeridad. De la época en la que existía la espera, en que un viaje era un viaje y dar la palabra significaba una cosa precisa; de cuando se valoraba lo que se tenía y la ilusión por lo que no se tenía era real»

Las jornadas se suceden y el caminante sigue escribiendo sus pasos, dándoles forma, averiguando los secretos de esos senderos tan mágicos para él.

«Hay dos dulzuras hermanas, aunque distintas, la del amanecer y la del anochecer. En la calma del crepúsculo vespertino ya sabemos lo que viene luego -lo inevitable-, pero de madrugada, desde que la tiniebla empieza a desteñirse muy poco a poco, todo es posible y resulta difícil no acabar sintiendo algo parecido a la esperanza».

«Yo también soy trashumante. Voy buscando los pastos más frescos y una impresión duradera de verdad en mi vida».

Y de repente, la compañía del padre:

«Yo tampoco voy tan solo como podría pensar quien me viera. ¡Cuántas voces hay en mí! Incluida la de mi padre, con el que nunca hablé. O casi nunca. Él viene siempre conmigo. Esta mañana, al salir de San Pedro, creí percibir su olor. Fue una sensación fugaz -¿dos segundos?-, pero tan intensa que se me saltaron las lágrimas. Sigo de duelo treinta y cinco años después. También eso acompaña, a su manera».

«Y murió papá. Yo habría querido que el dolor no terminara. Me parecía una traición que se fuera haciendo soportable. No sabía que así era la vida».

Y de repente, la compañía de los amigos:

«¿Será inevitable que la vida nos vaya separando de las personas que nos quieren y a las que queremos? Nunca tuve muchos amigos. A lo mejor alguno de ellos piensa en mí justo ahora, en este instante en que yo, de pie en mitad de una dehesa cercana a Yanguas, pienso en ellos. Con eso bastaría, tal vez; con eso habría de bastar».

Y de repente, la compañía del camino a casa:

«Caminamos todo el rato en dirección a casa. Aunque nos alejemos de ella en el espacio, en realidad no nos vamos, sino que volvemos siempre. (…) Eso es lo que quiero, volver a casa».

Y de repente, la infancia feliz, los abuelos:

«Maldigo el día en que dejé de ser un niño y salí de la casa y el jardín de mis abuelos. Yo no sabía que aquel aburrimiento de las tardes de verano era divino».

Conmovedora reflexión la que hace Colden sobre el caminar, la vida y la escritura:

«Puede que andemos para darle un argumento a nuestras vidas, para tener algo que contar. La escritura, como el camino, sirve de hilo conductor de los días, que de otra forma se nos deshacen tantas veces en las manos: nos las miramos vacías después, sin saber muy bien qué ha ocurrido, buscando en vano algún resto. Por lo menos la escritura nos deja unos papeles llenos de signos. Un pálido reflejo de la vida, probablemente».

Conmovedora la que hace sobre la soledad:

«Ya sé: busco la soledad para experimentar la sensación de tener algún control sobre mi vida. ¡Los otros son tan impredecibles! No sabemos en qué momento van a decepcionarnos, incluso causarnos una herida, ni cuándo se sentirán ellos decepcionados con nosotros».

«A falta de un compañero de viaje, hablo conmigo mismo, aunque no lo haga en voz alta. Soy Sancho y Quijote a un tiempo. Yo digo los refranes y yo me los repruebo. Yo desvarío y yo me intento convencer de que no son gigantes. Yo me prometo las ínsulas y después fantaseo con ellas. Yo converso, en fin, con el otro que va conmigo, como si lo hiciera con alguien que se me hubiera juntado para un tramo de la ruta, quizá primero por interés y luego, a medida que fueran transcurriendo las jornadas, también por un vago afecto y algo semejante a la lealtad.

No voy tan solo como podría parecer».

Inevitablemente llega la pregunta, la pregunta imposible de responder. ¿Quién soy?

«POR FIN ME parece entenderlo: no soy el que mucho tiempo creí ser. No soy esa persona que yo había ido fabricando con retazos de sueños, de historias, de deseos, de rasgos tomados de aquí y de allá, de modelos muy diversos. Por encima o por debajo, queda el que a lo mejor fui una vez. ¿Podría tornar a serlo? He cambiado tanto que casi ni me acuerdo de cómo era antes. Antes: hace cuarenta años, digamos. Yo callaba entonces, y uno de mis mayores deseos era el de no ser visto, que nadie se fijara en mí. Desde que empecé a hablar, las cosas ya no volvieron a ser iguales.

A menudo echo de menos aquella época. Me echo de menos. ¿Por qué cambié? Siempre me ha producido estupor oír o leer lo que dicen algunos que no se arrepienten de nada y que si volvieran atrás lo harían todo de idéntica manera. (…) Yo cambiaría bastantes cosas. Me comportaría de otra forma, tomaría otras decisiones.

La sensación, a veces, de que han ardido los puentes, de que no hay marcha atrás. ¿Los he quemado yo? Seré otro, de acuerdo, pero sigo siendo aquel niño, aquel joven».

No crean que tienen un pequeño libro entre las manos por el número de hojas. Es inmenso. Le cabe todo: poesía, lirismo, amor, humor, amaneceres, búsquedas, libertad, soledad, esperanza e incluso, y cómo no teniendo en cuenta el amor del autor por la naturaleza, la tristeza del destrozo producido por los molinos de viento en el paisaje y la desolación al contemplar los pueblos abandonados, silenciosos, a la espera acaso de nada.

«En la ruta de hoy no se ven los atroces «molinos» que plagan algunos de los paisajes más hermosos de la provincia. De muchas partes del país. «Energía limpia», la llaman. No sé. Cuando pienso en los años…, no, en los siglos que tendrán que pasar antes de que se desmantelen estos engendros de cemento y de metal, y la tierra y el cielo – los horizontes- recuperen su belleza… ¿Pero a quién le importa eso?»

«Belleza agreste, belleza humillada. Herida -¿de muerte?- por los gigantes eólicos que coronan los montes y por la fealdad de los bosques de repoblación. Cuánta razón tenía Unamuno: «Los españoles no están a la altura de sus paisajes».

«No creo en nuestra especie, no. El humanismo es una falacia, un delirio. Por cada gramo de bondad, de belleza o inteligencia, ¡cuántas carretadas de ruido, de grosería, de estupidez, de crueldad, de arrogancia, de destrucción!»

«Estos pueblos abandonados… En ellos intuimos lo que puede renacer, por eso nos llaman con tanta fuerza. Ah, si fuera posible volver a empezar de una manera distinta. Si fueran posibles el retorno, el renacimiento, la reconstrucción».

Maravilloso es también el uso del vocabulario que utiliza Colden. Esas palabras tan poco usadas a diario que están esperando ahí, en algún momento para ser aireadas. Pero para eso hay que caminar, salir al campo, subir montañas, perderse en parajes solitarios. Colden, amante de estos vocablos los homenajea de esta forma tan bella:

«En ellas está la impronta de las miles de historias de quienes viajaron por los caminos de la vieja España. Historia de arrieros y feriantes, de pastores y postillones, de soldados, chalanes y recoveros. De ventas, posadas, mesones, casas de postas y estafetas. Señera entre esas historias, por supuesto, la del magro caballero y su escudero leal, fatigando carrenderas».

Y también hace Colden un homenaje a su infancia, a sus autores queridos, a las citas que recuerda, a cantantes y canciones que forman parte de su vida. Todo el camino está salpicado de ternura infantil, de nostalgia por la juventud, de realidad del presente. Todo el camino, empedrado de grandes nombres: Blyton, Machado, Ciro Bayo, Azorín, Cirlot, Serrat, Brassens, Modugno, Villa, Suero, Marías, Faulkner, Bassani, Casares, Stevenson, Abel Hernández, Avelino Hernández, Ursula Wölfel, Enrique Andrés Ruiz, Lispector, Leonard Cohen, Bukowski, Beatles…

«MIRLOS, GORRIONES, lavanderas, verdecillos: yo también silbo como si no hubiera un mañana. Que no lo hay».

«Algo le falta a la belleza cuando se disfruta a solas».