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18Nov/09

TRES AMIGAS EN UN PASTEL

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Érase una vez tres amigas llamadas, Bolita de pimienta, Ramita de canela y Hebrita de azafrán. Estas tres amigas vivían en uno de los armarios de la cocina de la abuelita Paulina desde hacía mucho, mucho tiempo. Allí rodeadas de la sal, el azúcar, el romero, el tomillo y otras muchas especias que la abuelita Paulina usaba para guisar, charlaban y se divertían a la espera de que la abuelita las utlilizara en alguno de sus guisos.

Y no era difícil que la abuelita Paulina echara a sus platos una bolita de pimienta, o una ramita de canela o incluso una hebrita de azafrán, pero había un problema, un problema muy, muy, muy gordo ¿Cúal?, os preguntaréis. Pues, muy sencillo. Estas tres amigas, que eran inseparables, querían estar juntas para siempre en algún pastel, una salsa, o lo que fuera, pero la abuelita Paulina por más que miraba y volvía a mirar en sus libros de cocina, no encontraba ninguna receta hecha a la medida de las tres. Así es que Bolita de pimienta, Ramita de canela y Hebrita de azafrán esperaban mientras tanto el día soñado, ese día en el que las tres pudieran mezclarse en la crema de algún pastel, o en el caldo de alguna sopa, o en la salsa de algún pollo.

La abuelita Paulina comprendía la desesperación de las tres amigas, pero por más que buscaba en los libros no encontraba nada.

-Abuelita Paulina, por favor, ya es hora de que nos eches en tu cazuela, o en la bandeja del horno, o en el molde de los pasteles, le suplicaban todos los días las tres amigas.

Y la abuelita respondía:

-Lo intento, creedme, pero…¿Conocéis a alguien al que le guste el pastel de chocolate con pimienta y azafrán? ¿o alguien que disfrute comiendo un pollo con sabor a canela? ¡No es tán fácil niñas!.

Las tres amigas sabían que la abuelita hacía todo lo posible para dar con aquella receta mágica pero también sabían que la abuelita ya era un poco mayor y que, por ese motivo, nunca se atrevía a preparar platos diferentes. La abuelita siempre cocinaba los mismos pollos asados, y las mismas cremas de verduras y los mismos pasteles de chocolate o de manzana.

Un día que llovía mucho y la abuelita Paulina olvidó coger su paraguas, llegó tan mojada a casa que cogió un gran resfriado.
La abuelita no podía levantarse de la cama, por eso todas las mañanas su hija venía a visitarla. Y por las tardes, después de la escuela, llegaba su nieta Flora para estar un rato con ella.

Fue en una de esas tardes cuando la vida de Bolita de pimienta, Ramita de canela y Hebrita de azafrán cambió para siempre. A la abuelita Paulina le entró mucha hambre de repente y le dijo a su nieta Flora que se moría de ganas por comer un pastel.

Dicho y hecho. La niña se fue a la cocina dispuesta a preparar un pastel para su abuela preferida.

Flora, que sólo tenía nueve años, no entendía mucho de dulces, ni de cocina, ni de nada de esas temas, pero era muy valiente y nunca tenía miedo de hacer cosas nuevas.

Eligió los ingredientes que le parecieron más atractivos: un par de huevos, leche, azúcar, harina, mantequilla,… y los mezcló todos como pudo. Pero cuando metió el dedo en la masa y lo chupó no quedó satisfecha con el sabor. “Es un pastel bastante triste”, pensó. Así es que, ni corta ni perezosa, abrió el armario de las especias y de allí sacó a Ramita de canela. “Esto le cambiará el gusto”, se dijo. Lo volvió a probar, y siguió pensando que era un pastel como otro cualquiera y que, sin duda, la abuelita Paulina necesitaba algo especial, no un simple pastel como otro cualquiera.
Después encontró a Hebrita de azafrán y creyó que ésta le podría dar un color mucho más interesante a su postre. Cogió la hebrita la diluyó en agua, como había visto en alguna ocasión hacer a su mamá, y la echó a la masa. El color cambió de inmediato, pero al probarlo le siguió sin gustar el resultado. “Mucho color pero poco sabor”, concluyó la muchacha.

Cuando Bolita de pimienta pensaba que ya había perdido para siempre a sus amigas, Flora, que se había dado cuenta de que esas tres especias estaban juntas en el armario, cogió a Bolita de pimienta y también la añadió al pastel, sin pensar mucho en las consecuencias. “Me daba pena dejar a la pobre Bolita sóla, si estaban juntas por algo sería ¿no?”, se dijo mientras sonreía de forma pícara.

La abuelita, que esperaba en la cama con impaciencia, quedó sorprendida cuando vió aquel pastel con tan buena pinta que su nieta Flora le había preparado.

-Espero que te guste abuela, dijo Flora un poco nerviosa. La verdad es que no lo había probado y tenía miedo de que a su abuela no le gustara.

Justo en el momento en el que la abuelita Paulina iba a hincarle el diente al dulce, oyó como desde dentro de la masa alguien decía:

-Gracias Flora, somos muy felices.

-¿Qué has dicho abuela?, preguntó Flora que también había oído algo pero no sabía muy bien el qué.

-Te he dicho gracias Flora, es un pastel muy rico, riquísimo, con algo especial, respondió la abuelita.

Flora no podía parar de reir cuando la abuela dijo eso de “muy especial”. ¿Sería por la pimienta?. Probó un trozo y a ella también le gustó e incluso se sorprendió gratamente del resultado.

-Abuelita, dijo Flora con algo de miedo, tengo que confesarte una cosa. Al pastel le he echado todo lo que normalmente se le echa a los pasteles, pero también una bolita de pimienta, una ramita de canela, y una hebrita de azafrán.

-Eso es justo lo que este pastel necesitaba querida Flora, contestó su abuela.

La abuela sonrió tranquila y satisfecha. Su nieta había conseguido lo que ella llevaba tanto tiempo persiguiendo, esa receta mágica para las tres amigas inseparables.

Cuando las cosas más insospechadas se mezclan, casi siempre el resultado es genial, o al menos muy interesante. ¿No os parece?

© 2009 Araceli Cobos