Archivos de la categoría: CUENTOS INFANTILES

14Nov/10

LA MANTA DE LANA DE LA TÍA ANETTA

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Érase una vez una viejecita que vivía en el interior de un bosque. Todo el mundo la conocía por el nombre de tía Anetta. Tía Anetta tenía una pequeña y acogedora casa de madera entre los grandes árboles. La viejecita se divertía haciendo calceta. Pasaba horas y horas junto a la ventana de su saloncito tejiendo sin parar mientras miraba a los animales del bosque.
Hacía varios meses que tía Anetta estaba muy triste porque cada vez había menos árboles en su querido bosque. Se talaban muchos sin pensar el daño que le estaban haciendo al lugar.
Una mañana cuando se despertó vio como muchos animales abandonaban el bosque en busca de nuevos lugares donde poder vivir. Los pájaros no podían anidar, ni las ardillas vivir en aquel paraje sin árboles, ni los erizos, ni los cervatillos, ni siquiera los ratoncitos.
Pero los animales más débiles, los más viejos, no tenían fuerzas ni ganas de abandonar aquel bosque. Aún sin árboles pensaban que podrían sobrevivir, pero el frío del invierno les hacía ver que la realidad era bien distinta. Por esa razón una tarde una ardilla se sentó en el alféizar de la ventana del salón de tía Anetta pidiendo ayuda.
-Tía Anetta, ¿haces calceta?, preguntó la ardilla.
-Sí, pasa y verás, respondió la viejecita.
-Necesito ayuda, dijo la ardilla. Ya soy vieja y no tengo fuerzas para buscar otro bosque en el cual vivir. ¿Podría quedarme a vivir contigo?
Tía Anetta respondió así:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Así fue como la vieja ardilla encontró un nuevo hogar en el saloncito de tía Anetta y se acurrucó en una esquina de su inmensa manta de lana.
Pasaron los días y un ratón fue a casa de tía Anetta pidiendo ayuda.
La tía Anetta le acogió con cariño y le dijo lo mismo que ya le había advertido a la ardilla:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Un ciervo asustado, con las astas envejecidas, también llamó a la puerta de tía Anetta y ésta le acogió de igual manera que antes hiciera con la ardilla y el ratón.
Después llegaron un par de pájaros ateridos de frío, y un erizo cojo. También un conejo con el pelo sucio y sin brillo.
La tía Anetta repetía la frase a todo aquel que tocaba a su puerta:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Pasaban los días y los animales eran felices al lado de tía Anetta. Cada uno tenía un hueco en su manta y todos eran amigos.
Pero sucedió que, un día, un viejo lobo llamó a casa de la viejecita. Tía Anetta no lo pensó dos veces y brindó al lobo su hogar así como un pedacito de manta. No sin antes recordarle lo que a todos los demás:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Los demás animales no estaban contentos con la decisión de su amiga. Tenían miedo al lobo y temían por sus vidas. Pero a tía Anetta le daba igual lo que los otros animales pensaran. El viejo lobo no tenía a donde ir, y sentía el mismo cariño por él que por todos los demás.
Así fue como, desde aquel día, el lobo compartío la vida con la tía Anetta, el erizo, el ciervo, el ratón, la ardilla, el conejo y los pájaros.
Muchos de los animales, al principio, no dormían, se mostraban cautelosos por la presencia del lobo, pero como pasaban los meses y el lobo resultaba ser un buen compañero, dejaron de pensar en él como un posible enemigo.
Una mañana, mientras todos los animales aún dormían, la tía Anetta fue a buscar leña para la chimenea. La nieve cubría ya todo el tejado de la casa y la viejecita no quería que sus animales pasaran frío.
La ardilla fue la primera que despertó y al no ver a la tía Anetta se asustó mucho. Despertó al ratón muy nerviosa, el ratón, al erizo, el erizo a los pájaros, los pájaros al conejo, pero el conejo no se atrevió a llamar al lobo para contarle lo que había sucedido, porque además, todos pensaban ya lo peor.
-Seguro que el lobo se ha comido a tía Anetta esta noche, dijo la ardilla. Miren, sólo están las zapatillas al lado de su sillón.
Todos corrieron a esconderse porque pensaban que ellos serían las siguientes víctimas del lobo. Pero el lobo seguía durmiendo, ajeno a lo que estaba sucediendo.
Los pájaros tomaron la iniciativa y decidieron despertar al lobo y echarle de la casa por la fechoría que había cometido.
El lobo contrariado, no sabía que contestar, pero acertó a decir la verdad.
-Yo no me he comido a tía Anetta, respondió tembloroso. Por supuesto que no lo he hecho y nunca lo haría. Ella me ha dado un hogar y yo le estaré agradecido siempre. ¿Cómo pueden pensar eso de mí?
Pero los demás animales no creyeron sus palabras, se acercaron a él, y le dijeron que debía abandonar la casa inmediatamente.
-No me hagan esto, imploró el lobo. Fuera hace frío y, al igual que ustedes, no tengo donde ir, dijo entre sollozos.
Los animales no le escucharon y le echaron de la casa. Además le recordaron las palabras de la viejecita mientras le veían alejarse entre la nieve.
Al cabo de un rato llegó, para asombro de todos, tía Anetta cargada con varios haces de leña.
Los animales sintieron tanta vergüenza por lo que habían hecho que ninguno de ellos se atrevía a contar lo sucedido.
Tía Anetta notó algo raro y quiso saber que ocurría allí. Pero, en ese mismo instante,se dio cuenta de que el lobo no estaba.
-¿Dónde está el viejo lobo?, preguntó tía Anetta.
El conejo le contó lo que habían hecho con él.
Tía Anetta se enojó muchísimo y les recordó que no quería animales malos en su manta. Que todos debían ser bondadosos con los demás y ellos habían faltado a su palabra.
-Al no verla, tía Anetta, dijo la ardilla sonrojada, pensamos que el lobo se la había comido a usted por la noche.
-¿Le preguntásteis al lobo si él había hecho eso?, pregunto enojada la vieja a los animales.
-¡Claro! respondió el erizo.
-¿Y entonces? ¿Por qué, a pesar de todo, le habéis echado de casa?, les dijo muy enfadada.
-Pensamos que no nos decía la verdad, contestó el ratón. Ya sabe usted la mala fama que tienen los lobos.
-Le habéis echado sin creer en sus palabras y juzgándole antes de tiempo, dijo tía Anetta entristecida.
La tía Anetta se fue de casa en busca del lobo. Lo encontró lleno de nieve, con frío y sin casi poder andar.
El lobo se alegró mucho cuando vio aparecer a tía Anetta.
Tía Anetta abrió la puerta de casa y los demás animales vieron al lobo tiritando entrando al salón. Todos sintieron mucha vergüenza de ellos mismos. ¡Que mal se habían portado con el lobo!
-Es el momento de pedir disculpas al lobo, uno por uno, dijo tía Anetta.
Así lo hicieron todos. El lobo les perdonó. Y la tía Anetta comenzó el desayuno explicándo a sus amigos que no hay que juzgar a nadie antes de conocerle.
Desde aquel día vivieron todos juntos en armonía.

© 2010 Araceli Cobos

04Nov/10

LOS PECES DEL ESQUIMAL

LOS-PECES-DEL-ESQUIMAL

Como cada mañana, el esquimal Raluk fue a pescar. Como cada mañana también el oso polar fue a pescar. Ambos pescaban en el mismo sitio, al lado de una enorme placa de hielo.
Aquel día, y como casi siempre sucedía, el oso polar pescó muchísimos peces casi sin esfuerzo. Raluk nunca tenía tanta suerte e incluso en varias ocasiones había llegado a casa sin ningún pez para su familia.
Al oso polar parecía importarle poco aquello. El pescaba muchos más peces que él y su familia podían llegar a comer. Ni siquiera pensaba en que Raluk y su familia, muchos días, no tenían qué llevarse a la boca.
Un día Raluk preocupado por su hijo, ya que llevaba varios días sin comer, habló con el oso polar.
-Amigo oso, dijo Raluk. Tu eres un gran pescador pero creo que no eres un buen amigo, ni siquiera un buen vecino. Pescas muchos peces sin pensar que no quedan peces para los demás.
-Simplemente soy más rápido que tú y yo también tengo que alimentar a mi familia, contestó el oso polar.
-Entiendo lo que quieres decir, explicó Raluk. Lo único que te pido es que no pesques más peces de los que necesites porque así podríamos comer todos. Tú podrías alimentar a tu familia y yo a la mía. Además cuantos más peces cojas llegará el día en que aquí no habrá peces para alimentar a nadie. Ni siquiera tú podras pescar más.
El oso polar desatendió las palabras de Raluk y al cabo de unos meses sucedió lo que el esquimal ya le había advertido al oso. Al lado de casa ya no había peces para nadie, ni siquiera para el oso avaricioso.
Raluk, que aún era joven, caminaba todos los días muchos kilómetros para pescar en un lugar donde aún había muchos peces. Al atardecer volvía a su iglú con tres peces: uno para su mujer, otro para su hijo y otro para él.
Una tarde el oso polar le esperaba a la puerta de su iglú.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Veo que todas las tardes traes comida a tu casa. Aquí ya no quedan más peces y hace días que mi familia no come. Yo ya soy viejo y no puedo andar tanto como tú para ir en busca de comida. ¿Qué puedo hacer?
Raluk le contestó así:
-Amigo oso, dijo Raluk. Muchas veces te expliqué el error que estabas cometiendo. Pescabas sin parar, sin pensar en los demás. Y ahora ya ni siquiera tienes peces para alimentar a tu familia. Yo te pedí muchas veces que no fueses tan avaricioso pero ni siquiera me escuchastes.
Raluk iba a entrar ya al iglú cuando en ese mismo instante, el oso, con lágrimas en los ojos, le suplicó que le regalase un pez.
-Mi osezno va a morir si hoy no come, le explicó a Raluk.
Raluk sacó un pez de su cesta, el que iba a comerse él, y se lo entregó al oso polar.
-¡Muchas gracias Raluk! ¡Muchas gracias! Eres un gran amigo y un gran vecino. Cuando necesites ayuda llámame.
Cuando Raluk entró al iglú su mujer se enfadó con él por haber sido tan compasivo y comprensivo con el oso polar.
-Te ha vuelto a engañar, dijo su mujer. Seguro que todos los días te pide un pez y si alguna vez necesitamos su ayuda nunca nos ayudará, tenlo por seguro.
-No lo creo, aseguró Raluk. Estoy convencido de que se ha dado cuenta de sus errores. Desde mañana pescaré tres peces más para que él y su familia se puedan alimentar.
-¿Estás loco Raluk? ¿Por qué le tienes tanta lástima?, le preguntó su mujer enfadada.
-Es un oso viejo y ya no puede andar tanto como yo, explicó Raluk. No me costará nada pescar tres peces más.
-Eres demasiado bueno Raluk, le echó en cara su mujer. Algún día te darás cuenta de que ser tan bueno no sirve para nada.
Raluk cumplió su promesa y cada día le daba al oso polar sus tres peces.
El oso polar estaba tan agradecido a Raluk que no sabía qué hacer. Se sentía avergonzado.
-No te preocupes amigo oso, le explicaba Raluk. No me cuesta nada pescar tres peces más y soy feliz viendo que mis vecinos también pueden comer.
-Gracias amigo, gracias. Tu bondad es infinita.
Raluk no daba importancia a las palabras del oso. Raluk hacía simplemente lo que le dictaba su corazón. Raluk era una persona bondadosa.
Pasaron varios meses y Raluk seguía haciendo lo mismo cada día. Pescaba siempre seis peces.
Una tarde al llegar a casa encontró a su mujer llorando. El niño de Raluk no paraba de temblar. Lloraba agarrado a su madre. Y nada, ni el calor de su madre, ni todas las mantas, ni siquiera el fuego podía calmar el frío que sentía. Tiritaba sin parar.
Raluk fue corriendo a casa del oso polar para darle los peces de cada día. Pero el oso polar notó que Raluk estaba muy triste.
-¿Qué sucede amigo?, le preguntó preocupado el oso.
-Mi hijo no para de temblar, le explicó Raluk. No para de tiritar y no hay nada que le haga entrar en calor. Ni todos los pellejos, ni todas las mantas ni el calor de su madre. Estoy muy preocupado.
-Amigo Raluk no te preocupes, yo sé como calmarle, le tranquilizó el oso. No hay frío que yo no pueda soportar. Fíjate como sobrevivimos a todas las tormentas de nieve, a todos los fríos que nos acechan. La piel de un oso puede con todo.
Raluk sonrió al oso polar.
-¿Vendrías tú a dar calor a mi hijo, ese calor que le falta?
El oso polar no contestó. Dio media vuelta, conversó con su mujer y el osezno y siguieron a Raluk hasta su iglú. Los tres osos unieron sus cuerpos hasta convertirse en una bola rolliza y caliente de suaves pelos blancos.
La mujer de Raluk no podía creer lo que estaba viendo. Lloraba sin parar mientras dejaba a su niño al lado de los osos.
Estos le dieron todo su calor y pronto estuvo recuperado. El niño sonreía para regocijo de sus padres. Los osos también sonreían.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Pensé que iba a morir sin poder corresponderte alguna vez. Sin poder agradecerte, de alguna manera, todo lo que haces por mí. Hoy soy feliz porque, al fin, he podido ayudarte en algo. Me siento feliz al haberte hecho feliz. Gracias por tus enseñanzas. Gracias amigo.
La familia de osos polares se quedó toda la noche con el niño para darle incluso el calor que ya no necesitaba. Raluk y su mujer durmieron felices al lado de los osos. Todos eran ya grandes amigos.

© 2010 Araceli Cobos

29Oct/10

LA SUMA DE LOS NÚMEROS

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Cierto día el número 2 fue a visitar al número 1.
Le dijo así:
-Si te unieras a mí dejarías de ser un insignificante número 1 y te convertirías en un precioso número 3.
-No me interesa ser un número 3, contestó orgulloso el número 1. Yo aspiro a algo más.
Después vino a visitarle el número 3.
-Hola número 1, le dijo el número 3. ¿Quieres que hagamos una suma tú y yo? ¡Imagina! Dejarías de ser un simple número 1 para convertirte, nada más y nada menos, que en un respetable número 4.
-No me interesa ser un número 4, un simple número 4, contestó altanero. Yo aspiro a mucho más.
Pasado un rato, el número 4 llamó al número 1. Le dijo que si quería sumarse a él. Intentó convencerle diciéndole que, gracias a la suma de los dos, llegaría a ser un respetado número 5.
Pero el número 1 le hizo saber que no tenía ninguna gracia ser la mitad de un diez ya que lo que el quería llegar a ser era precisamente eso, un diez.
Se decidió el número 6 y fue a visitar al número 1 para así explicarle las razones por las cuales la posible suma de los dos sería perfecta.
-Sería maravilloso poder llegar a ser un siete, le argumentaba. ¡El número de la suerte!
Al número 1 no le causó ninguna impresión la ilusión del número 6 por llegar a ser un número 7.
El número 7 se acercó al número 1. Pero antes de que pudiera decir algo, el número 1 le dijo que no le interesaba ser un número 8, por si venía con las intenciones de crear una suma con él.
-El número 8 tiene forma de bizcocho, explicó con desprecio el número 1.
Esperaba el número 1 con ansia la visita del número 9. Este era su sueño. Por fin vendría el número 9, se sumarían y llegarían a ser un magnífico número 10.
Pero el número 9 no llegaba, así es que el número 1 decidió ir a buscarle.
Encontró al número 9 tan tranquilo, echado en su sofá, sin importarle lo más mínimo su presencia.
El número 1 se acercó a él y le dijo:
-¿A qué esperas para sumarte a mí?
-¿A ti? ¿por qué debería hacer yo eso?, preguntó vanidoso el número 9.
-¡Para llegar a ser un magnífico número 10!, respondió asombrado el número 1.
-No me interesa ser un número 10, contestó altivo el número 9 antes la mirada atónita del número 1.
-¿Qué significa eso de que no quieres ser un número 10? ¡Ser un número diez es grandioso! Y sólo tienes la posibilidad de conseguirlo conmigo, si te sumas a mí.
-Quizás para ti es algo grandioso ya que simplemente eres un número 1, respondió el número 9 sin moverse del sofá. Yo soy el número más poderoso de todos los números de una sola cifra, entonces, ¿por qué renunciar a mi posición?
El número 1 se fue muy triste. Nunca llegaría a ser un diez. Por el camino, se acordó de todos los números a los que había rechazado por ser tan orgulloso. Ahora no podría hacer sumas con nadie. Ahora sería para siempre un simple número 1.

© 2010 Araceli Cobos

30Sep/10

ASÍ DEBEN SER LOS NIÑOS

ASi-DEBEN-SER-LOS-NInOS

Un niño sonríe a otro niño
y otro niño sonríe a otro
y otro a otro
y otro a otro
y chillan
y se miran
y se encuentran
en su pequeño mundo de locos.

¡Quiero que los niños
griten!
¡Quiero que los niños
canten!
¡Quiero que los niños
bailen!
Quiero…
¡que muchos niños sonrían!
¡que muchos niños nos miren!
¡que muchos niños nos sigan!

Quiero que el niño sea niño.
Que ser niño es algo hermoso.
Pero ser niño, así, niño,
sin nada entre las manos,
sin miedo entre las piernas,
sin miradas tristes
sin lobos que acechan.
Niños que ríen y ríen,
niños que juegan y juegan
niños que vivan en mundos
sin hombres que les acechan.

© 2010 Araceli Cobos

20Ago/10

LOS DIAMANTES DEL SULTÁN

LOS-DIAMANTESEL-SULTaN

Hace muchos años, vivía en Bagdad un sultán que poseía un palacio lleno de oro y diamantes.
Todas las mañanas, el sultán se paseaba por cada una de las habitaciones del palacio para comprobar que todos los diamantes estuvieran aún sobre las paredes. Cuando terminaba su largo recorrido por las estancias desayunaba tranquilo. Sus riquezas eran lo más importante para él.
Una mañana, después de dar su largo paseo cotidiano, llamó a su mujer muy preocupado.
-Creo que alguien ha robado uno de mis diamantes, le dijo a su esposa.
La esposa, inmediatamente, culpó a la hija del sultán.
-Sin duda ha sido tu hija. Yo la ví como acariciaba los diamantes del salón principal queriéndose llevar uno.
-¡Mi hija! Eso es imposible. ¿Cómo te atreves a dudar de ella?, respondió el sultán enojado.
Pero fueron tantos los argumentos que le dió su esposa que el sultán acabó creyéndola y decidió echar a su hija de palacio. A pesar de las súplicas que le hizo la muchacha, el sultán no cedió e incluso se sintió traicionado por la joven.
Días después, el sultán volvió a ver que en su propia habitación faltaban dos diamantes. Encolerizado habló con su mujer para que le dijese si sospechaba de alguien.
Enseguida su esposa le respondió:
-Siento decir lo que te tengo que decir, pero tu hermano ha entrado en nuestra habitación ayer por la noche y ha robado dos diamantes. Yo lo ví todo, explicó la esposa del sultán.
-¡Mi querido hermano! Eso es imposible, respondió atónito el sultán.
Pero su hermano corrió igual suerte que su hija. También fue expulsado del palacio.
Una semana después, el sultán vió que en el salón de baile faltaban cientos de diamantes.
Como de costumbre, pidió la opinión de su esposa. Esta le contó que los criados habían robado sus diamantes.
El sultán no podía creerlo. Estaba sumido en una gran tristeza. Primero su hija le había traicionado, después su hermano y ahora los criados que tantos años habían estado a su servicio y a los que consideraba como parte de su familia, también le engañaban.
-No puedo creer que mis criados hayan hecho algo así, dijo el sultán. Desde que mi primera mujer murió, y tú lo sabes, han sido mucho más cariñosos y leales conmigo que nunca. Viven felices aquí y no tendrían ningún motivo para hacerme esto.
Pero los criados, como antes su hermano y su hija, tuvieron que marcharse de palacio.
Pasaban los días y el sultán cada vez se sentía más triste. Ya no era feliz. Ya ni siquiera daba sus largos paseos por el palacio para ver si todo estaba en orden. ¿Para que le servían ya sus diamantes?, se preguntaba. Ya no tenía lo más importante. Le faltaban sus seres queridos: su hija, su hermano, sus criados. ¿Qué importaban los diamantes sino tenía el cariño de su familia?
La mujer del sultán se daba cuenta de la tristeza de éste, pero intentaba persuadirle diciéndole que ahora vivían felices sin temor a que nadie robara los diamantes de palacio.
-Ya no me importan, le explicaba siempre el sultán.
La mujer se enojaba con él y se iba.
El sultán veía también como su esposa cada vez le hacía menos caso. Ahora, cuando necesitaba más cariño, su esposa era fría y distante con él. Parecía que lo único que le importaba eran los diamantes. Ni una palabra decía de los que ya no estaban en palacio. No se acordaba de su hija, ni de su hermano ni de los buenos y viejos criados.
Pasaron los años y el sultán estaba cada vez más triste. Ya no hablaba con nadie, ni con sus nuevos criados, ni con su esposa. Tan mal estaba que cayó enfermo y quedó postrado en una cama, sin fuerzas casi para seguir viviendo.
Sus criados le cuidaban y le mimaban ya que su esposa ni siquiera entraba en su habitación.
Un día uno de los criados le dijo que le tenía que dar una mala noticia.
-Dila, dijo el sultán. ¿Que peor noticia puede haber que morir sin ver a mi familia otra vez?
-Esta mañana he subido a los torreones del palacio y he visto que no queda ni un diamante recubriendo sus paredes, le explicó el criado. ¿Desde cuando no va usted por allí?
-¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿Cómo he sido tan tonto? ¿Cómo he sido tan cruél con los que más quería?
El criado se asustó al ver al sultán tan nervioso. Le pidió que se tranquilizara, pero él lo único que pedía es que le trajeran a su esposa.
La buscaron por todo el palacio pero su mujer había desaparecido.
-Ella robó todos los diamantes, se lamentaba el sultán. Mi avaricia no me dejaba ver la verdad. Eché a toda mi familia de palacio sólo porque creía en ella. Lo único que quiero ahora es pedir perdón a mi hija, a mi hermano, y a mis criados, pero…¿Dónde estarán?
El criado prometió buscarlos y encontrarlos.
Después de muchos meses, el criado los encontró. Y ante la sorpresa del sultán, todos le habían perdonado. El sultán les acogió de nuevo en palacio y vivieron todos juntos y en armonía.
El sultán pidió que quitaran todos los diamantes del palacio y todo el oro que recubría los techos. Desde aquel día, todas las mañanas antes de desayunar, visitaba a las gentes más pobres de Bagdad y les entregaba sus diamantes. Después desayunaba tranquilo con toda su familia, su riqueza más preciada.

© 2010 Araceli Cobos

23Jun/10

EN EL BOSQUE DE LAS MARIPOSAS

EN-EL-BOSQUE-DE-LAS-MARIPOSAS

Una mañana, en el bosque de las mariposas, una mariposa naranja le dijo a una mariposa azul:
-Quisiera ser como tú.
-¿Cómo yo? ¿Por qué como yo?, respondió la mariposa azul.
-Te admiran todos, respondió la mariposa naranja. Cuando te observan, quedan asombrados de tu belleza, pero cuando alguien me mira lo único que ve es a una simple mariposa naranja.
-Si, eso es, una simple mariposa naranja, que por ser tan simple es tremendamente bella, respondió la mariposa azul.
-¡Qué amable eres! pero hasta tú sabes que no es así, e incluso, estoy segura, de que tú misma te sientes orgullosa del color de tus alas.
-No, no pienso en ello. Sólo me preocupa algunas veces.
-¿Te preocupa ser bella? ¡Qué tontería!
-Me preocupa porque los cazadores me buscan. Me quieren pinchar en una de sus cartulinas y mostrarme en las paredes de alguno de sus salones. En cambio tú estas ajena a ese miedo porque, recuerda lo que te voy a decir, no todo el mundo sabe distinguir la verdadera belleza, la belleza de los simple.
La mariposa naranja no estaba de acuerdo con la mariposa azul, y ni siquiera escuchaba las cosas que ésta le decía.
-Daría cualquier cosa por ser tan deseada, suspiraba la mariposilla naranja.
Tanto soñaba con ser hermosa, y tanta tristeza le producía ser una simple mariposa naranja, que ni siquiera era capaz de ver su propia belleza.
Una noche, en el bosque, se le apareció a la mariposa naranja su hada madrina.
-Te veo triste, muy triste, le dijo el hada madrina a la mariposa naranja. ¿Qué tienes?
-Me gustaría ser una mariposa especial. No me gusta el color de mis alas. Hay miles de mariposas como yo, y no destaco por nada.
-Tu sencillez es tu belleza. Tu sencillez te hace única.
-Pues yo no lo veo así. Yo quiero ser una mariposa bella, diferente.
El hada madrina debía ayudarla ya que no podía verla sufrir. Cogió su varita mágica y con ella tocó las alas de la mariposa naranja que al instante aparecieron cargadas de diminutos diamantes. En un instante sus alas alumbraron la oscura noche.
La alegría de la mariposa naranja era tan grande que no sabía cómo darle las gracias a su hada madrina. Ésta antes de despedirse le advirtió:
-No olvides que alguna vez apreciarás la mariposa que fuiste, te acordarás de esa belleza simple que te hacía única y llorarás por estar cuajada de diamantes y ser la más bella de todas las mariposas del bosque.
-Eso no ocurrirá nunca, respondió altanera la mariposa naranja.
Nunca se había sentido tan feliz, tan segura de si misma, tan orgullosa. Por fin era una mariposa única, e incluso se atrevía a decir que más bella que la mariposa azul.
La mariposa azul, al verla, sintió lástima.
-Ya no me gustan tus alas, le respondió con sinceridad. Ahora eres una mariposa cuajada de diamantes sin ningún encanto especial. Pareces una joya de esas que las señoras muy ricas se ponen en las solapas de sus abrigos.
-¡Exacto! Eso es lo que soy ahora, una joya
-Ten cuidado mariposa naranja, le advirtió su amiga. Ahora, todos los que no aprecian la verdadera belleza, la belleza de lo simple querrán pincharte en una cartulina y querrán que decores las paredes de algunos de sus salones.
La mariposa naranja no tenía tiempo para escuchar semejantes tonterías. Cada minuto se recreaba en su belleza y se paseaba de flor en flor pavoneándose.
Pero al día siguiente, unos cazadores, que tenían como objetivo apropiarse de una mariposa azul, vieron a la mariposa naranja cuajada de diamantes. Quedaron tan sorprendidos de sus alas que pronto quisieron apropiarse de ella.
La mariposa naranja se percató de lo que estaba sucediendo y con sus antenas quiso librarse de los diamantes lo más rápido posible para que vieran que ella no era ninguna mariposa especial, simplemente una común mariposa naranja. Pero era inútil su intento por librarse de los diamantes. Lo intentó una y otra vez sin conseguirlo.
La mariposa azul, posada sobre una rosa, estaba viendo todo y decidió ayudar a su amiga. Voló a su lado para protegerla y esconderla con sus alas. Pero los cazadores continuaban con el empeño de lograr a la mariposa con diamantes. Ya no la querían a ella. Pero eran tan grandes las alas de la mariposa azul y tanta la fuerza con que esta la tapaba que los cazadores no podían cogerla.
-Creo que la mejor opción es atrapar a las dos, después ya las separaremos, dijeron los hombres.
Las mariposas escucharon lo que los cazadores pretendían y entonces la mariposa naranja, le dijo a su amiga:
-¡Vete! ¡Vuela! no pienses en mí. Yo me lo he buscado. Tú me lo advertiste. El hada madrina me lo advirtió. Daría cualquier cosa por ser la mariposa que fuí en estos momentos. Pero ahora, amiga, vete y se feliz en el bosque, libre, siempre libre.
Pero la bondad de la mariposa azul le impedía dejar allí a la mariposa naranja así es que la arropó con sus alas hasta que fueron atrapadas las dos.
Desde entonces, en el bosque de las mariposas, cada vez que los cazadores vienen en busca de sus codiciadas mariposas azules una nube inmensa y preciosa de mariposas naranjas las cubren con sus alas y las protegen de todo peligro.

© 2010 Araceli Cobos