LA MANTA DE LANA DE LA TÍA ANETTA

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Érase una vez una viejecita que vivía en el interior de un bosque. Todo el mundo la conocía por el nombre de tía Anetta. Tía Anetta tenía una pequeña y acogedora casa de madera entre los grandes árboles. La viejecita se divertía haciendo calceta. Pasaba horas y horas junto a la ventana de su saloncito tejiendo sin parar mientras miraba a los animales del bosque.
Hacía varios meses que tía Anetta estaba muy triste porque cada vez había menos árboles en su querido bosque. Se talaban muchos sin pensar el daño que le estaban haciendo al lugar.
Una mañana cuando se despertó vio como muchos animales abandonaban el bosque en busca de nuevos lugares donde poder vivir. Los pájaros no podían anidar, ni las ardillas vivir en aquel paraje sin árboles, ni los erizos, ni los cervatillos, ni siquiera los ratoncitos.
Pero los animales más débiles, los más viejos, no tenían fuerzas ni ganas de abandonar aquel bosque. Aún sin árboles pensaban que podrían sobrevivir, pero el frío del invierno les hacía ver que la realidad era bien distinta. Por esa razón una tarde una ardilla se sentó en el alféizar de la ventana del salón de tía Anetta pidiendo ayuda.
-Tía Anetta, ¿haces calceta?, preguntó la ardilla.
-Sí, pasa y verás, respondió la viejecita.
-Necesito ayuda, dijo la ardilla. Ya soy vieja y no tengo fuerzas para buscar otro bosque en el cual vivir. ¿Podría quedarme a vivir contigo?
Tía Anetta respondió así:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Así fue como la vieja ardilla encontró un nuevo hogar en el saloncito de tía Anetta y se acurrucó en una esquina de su inmensa manta de lana.
Pasaron los días y un ratón fue a casa de tía Anetta pidiendo ayuda.
La tía Anetta le acogió con cariño y le dijo lo mismo que ya le había advertido a la ardilla:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Un ciervo asustado, con las astas envejecidas, también llamó a la puerta de tía Anetta y ésta le acogió de igual manera que antes hiciera con la ardilla y el ratón.
Después llegaron un par de pájaros ateridos de frío, y un erizo cojo. También un conejo con el pelo sucio y sin brillo.
La tía Anetta repetía la frase a todo aquel que tocaba a su puerta:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Pasaban los días y los animales eran felices al lado de tía Anetta. Cada uno tenía un hueco en su manta y todos eran amigos.
Pero sucedió que, un día, un viejo lobo llamó a casa de la viejecita. Tía Anetta no lo pensó dos veces y brindó al lobo su hogar así como un pedacito de manta. No sin antes recordarle lo que a todos los demás:
-Entra y en mi manta de lana un hogar tendrás, pero recuerda que sólo los que sean buenos se quedarán.
Los demás animales no estaban contentos con la decisión de su amiga. Tenían miedo al lobo y temían por sus vidas. Pero a tía Anetta le daba igual lo que los otros animales pensaran. El viejo lobo no tenía a donde ir, y sentía el mismo cariño por él que por todos los demás.
Así fue como, desde aquel día, el lobo compartío la vida con la tía Anetta, el erizo, el ciervo, el ratón, la ardilla, el conejo y los pájaros.
Muchos de los animales, al principio, no dormían, se mostraban cautelosos por la presencia del lobo, pero como pasaban los meses y el lobo resultaba ser un buen compañero, dejaron de pensar en él como un posible enemigo.
Una mañana, mientras todos los animales aún dormían, la tía Anetta fue a buscar leña para la chimenea. La nieve cubría ya todo el tejado de la casa y la viejecita no quería que sus animales pasaran frío.
La ardilla fue la primera que despertó y al no ver a la tía Anetta se asustó mucho. Despertó al ratón muy nerviosa, el ratón, al erizo, el erizo a los pájaros, los pájaros al conejo, pero el conejo no se atrevió a llamar al lobo para contarle lo que había sucedido, porque además, todos pensaban ya lo peor.
-Seguro que el lobo se ha comido a tía Anetta esta noche, dijo la ardilla. Miren, sólo están las zapatillas al lado de su sillón.
Todos corrieron a esconderse porque pensaban que ellos serían las siguientes víctimas del lobo. Pero el lobo seguía durmiendo, ajeno a lo que estaba sucediendo.
Los pájaros tomaron la iniciativa y decidieron despertar al lobo y echarle de la casa por la fechoría que había cometido.
El lobo contrariado, no sabía que contestar, pero acertó a decir la verdad.
-Yo no me he comido a tía Anetta, respondió tembloroso. Por supuesto que no lo he hecho y nunca lo haría. Ella me ha dado un hogar y yo le estaré agradecido siempre. ¿Cómo pueden pensar eso de mí?
Pero los demás animales no creyeron sus palabras, se acercaron a él, y le dijeron que debía abandonar la casa inmediatamente.
-No me hagan esto, imploró el lobo. Fuera hace frío y, al igual que ustedes, no tengo donde ir, dijo entre sollozos.
Los animales no le escucharon y le echaron de la casa. Además le recordaron las palabras de la viejecita mientras le veían alejarse entre la nieve.
Al cabo de un rato llegó, para asombro de todos, tía Anetta cargada con varios haces de leña.
Los animales sintieron tanta vergüenza por lo que habían hecho que ninguno de ellos se atrevía a contar lo sucedido.
Tía Anetta notó algo raro y quiso saber que ocurría allí. Pero, en ese mismo instante,se dio cuenta de que el lobo no estaba.
-¿Dónde está el viejo lobo?, preguntó tía Anetta.
El conejo le contó lo que habían hecho con él.
Tía Anetta se enojó muchísimo y les recordó que no quería animales malos en su manta. Que todos debían ser bondadosos con los demás y ellos habían faltado a su palabra.
-Al no verla, tía Anetta, dijo la ardilla sonrojada, pensamos que el lobo se la había comido a usted por la noche.
-¿Le preguntásteis al lobo si él había hecho eso?, pregunto enojada la vieja a los animales.
-¡Claro! respondió el erizo.
-¿Y entonces? ¿Por qué, a pesar de todo, le habéis echado de casa?, les dijo muy enfadada.
-Pensamos que no nos decía la verdad, contestó el ratón. Ya sabe usted la mala fama que tienen los lobos.
-Le habéis echado sin creer en sus palabras y juzgándole antes de tiempo, dijo tía Anetta entristecida.
La tía Anetta se fue de casa en busca del lobo. Lo encontró lleno de nieve, con frío y sin casi poder andar.
El lobo se alegró mucho cuando vio aparecer a tía Anetta.
Tía Anetta abrió la puerta de casa y los demás animales vieron al lobo tiritando entrando al salón. Todos sintieron mucha vergüenza de ellos mismos. ¡Que mal se habían portado con el lobo!
-Es el momento de pedir disculpas al lobo, uno por uno, dijo tía Anetta.
Así lo hicieron todos. El lobo les perdonó. Y la tía Anetta comenzó el desayuno explicándo a sus amigos que no hay que juzgar a nadie antes de conocerle.
Desde aquel día vivieron todos juntos en armonía.

© 2010 Araceli Cobos

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