LA PLAZA DEL DIAMANTE. RODOREDA

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¡Pobre Colometa! ¡Pobre Natalia! ¡Pobre María! Natalia fue tres mujeres o quizás ninguna porque nunca pudo ser la mujer que ella quería, la que a ella le hubiese gustado ser. Nunca tuvo tiempo para ser esa mujer ansiada o quizás ni siquiera supo nunca lo que deseaba ser. ¡Quién sabe! Y nunca pudo ser nada de eso porque dejo al Pere, un buen chico, y conoció, por esos azares que maneja el destino a Quimet. Si, Quimet, el hombre que le daría dos hijos, disgustos, un fantasma llamado María, desilusiones, tristeza y casi ninguna alegría. Y ella dejando al Pere y así, a lo tonto, todo porque su mejor amiga, la Julieta, le dijo que fuesen a la Plaza del Diamante a bailar. Allí encontró a Quimet, el hombre con los ojitos de mono. Allí entre música y ardonos de flores, entre gente y una rifa de cafeteras “preciosas, blancas, con una naranja pintada, cortada por la mitad, enseñando los gajos.”
Merce Rodoreda, con sencillez, maestría y elegancia creó a este personaje inolvidable, Natalia o Colometa. Su libro, “La Plaza del Diamante” es aún, fresco, irrepetible, porque lo bueno, siempre es bueno, pase el tiempo que pase.
Recuerdo haber llegado al libro por la película que interpretaba magistralmente la actriz catalana Silvia Munt, que con sus ojos y sus gestos dio vida a una Colometa-Natalia perfecta.
La vida de Colometa es una vida, desgraciadamente, común en aquellos años, y peor, hoy en día aún.
Quimet déspota y celoso la trata mal desde el primer día. La anula como persona desde el primer momento en que la bautiza como Colometa, y después no cesará en su empeño de hacerse notar, de dejar a un lado a la mujer que probablemente nunca quiso demasiado.
“Me soltó un gran sermón sobre el hombre y la mujer y los derechos del uno y los derechos de la otra y cuando pude cortarle le pregunté:
-¿Y si una cosa no me gusta de ninguna manera?
-Te tendrá que gustar, porque tú no entiendes.”

La palomita, la mujer sumisa, esa es Natalia. Natalia, encerrada en la jaula de las palomas, Natalia encerrada en su casa, con la tristeza de sus niños, con su pena, con las penurias, con sus angustias. Y eso que él había prometido a Colometa convertirla en su “reina”.

“Y siempre igual, Colometa, Colometa… Y su madre, ¿no hay novedad? Y el día que dije que el plato demasiado lleno me daba como repugnancia y que si quería hacer el favor de vaciármelo un poco, la madre del Quimet dijo, ¡ya era hora! Me hizo ir a su habitación. En los cuatro pomos de la cama, aquella negra con colcha de rosas encarnadas, había lazos: uno azul, uno lila, uno amarillo y uno color zanahoria. Me hizo echarme, me tocó y me escuchó como si fuera un médico, todavía no, dijo entrando en el comedor. Y el Quimet, sacudiendo al suelo la ceniza del puro, dijo que ya se lo suponía.”

Colometa se va muriendo poco a poco, viviendo, muriendo viviendo que es la peor muerte que uno puede tener.

“…y pensé que tenía que estrujar la tristeza, hacerla pequeña en seguida para que no me vuelva, para que no esté ni un minuto más corriéndome por la venas y dándome vueltas. Hacer con ella una pelota, una bolita, un perdigón. Tragármela.”

Colometa trabaja por horas. Al casarse ha perdido su trabajo en la pastelería donde tanto le gustaba trabajar por culpa de los celos de Quimet. Ahora limpia casas.
“No podía decirle que sólo oía las palomas, que tenía en las manos el tufo a azufre de los bebederos, el olor de las arvejas que resbalaban dentro de los comederos. (…) Y que todo había empezado porque yo había tenido que ir a trabajar a su casa, porque estaba tan cansada que no tenía ni aliento para decir que no cuando hacía falta. No podía contarle que no me podía quejar a nadie, que mi mal era un mal para mí sola y que, si alguna vez me quejaba en casa, el Quimet decía que le dolía la pierna. No le podía decir que mis hijos eran como flores mal cuidadas y que mi casa, que había sido un cielo, ahora era un batiburrillo, y que por las noches,cuandllevav

noches cuando llevaba a los niños a dormir y les levantaba el camisón y les hacía ring-ring en el ombligo para hacerles reír, sentía el zureo de las palomas y tenía la nariz llena de olor de fiebre de paloma. Me parecía que toda yo, pelo, piel y vestido olía a paloma.”

Está tan bien creado el personaje de Colometa que a uno le hace sufrir sus sufrimientos durante todo el libro. Es un libro del que se podría hacer un análisis largo, desde muchos puntos de vista. Lástima que un blog no funcione así. Por eso les invito a que saquen sus propias conclusiones, reflexionen y miren a su alrededor, quizás conozcan a alguna Colometa.

“Estaba cansada; me mataba trabajando y todo iba para atrás. El Quimet no veía que lo que yo necesitaba era un poco de ayuda en vez de pasarme la vida ayudando, y nadie se daba cuenta de mí y todo el mundo me pedía más, como si yo no fuera una persona.”

Lo cierto es que Natalia nunca se podrá sacar esa tristeza que arrastra sólo tragarla, como ella decía. Las cosas no mejoran cuando Quimet desaparece y el tendero del barrio, sólo y triste le pide que se case con él. Y entonces se convierte en la señora Natalia, que tampoco es nada.

Su fiel amiga Enriqueta, esa señora sabia, a la que siempre le cuenta sus penas le dice en una ocasión lo siguiente:

“Y la señora Enriqueta me había dicho que teníamos muchas vidas, entrelazadas unas con otras, pero que una muerte o una boda, a veces, no siempre, las separaba, y la vida de verdad, libre de todos los lazos de la vida pequeña que la habían atado, podía vivir como habría tenido que vivir siempre si las vidas pequeñas y malas la hubieran dejado sola.”

Cuando uno lee esto creo que…no hace falta decir más.

Si tienen tiempo les invito a leer algo sobre la vida de esta genial escritora. Su biografía es tan interesante como sus libros. Merce Rodoreda (Barcelona, 1908- Gerona, 1983) está considerada la escritora en lengua catalana, contemporánea, más influyente.

© 2011 Araceli Cobos

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