LA FURIA Y OTROS CUENTOS. SILVINA OCAMPO
» Es curioso que sea yo, cuya manera de narrar consiste en retener sólo elementos esenciales, quien presente (…) una obra tan sabia, tan irisada, tan compleja y mesurada a la vez (…) En los relatos de Silvina Ocampo hay un rasgo que aún no he llegado a comprender: es su extraño amor por cierta crueldad inocente u oblicua; atribuyo este rasgo al interés, al interés asombrado que el mal inspira a un alma noble.»
Así hablaba Jorge Luis Borges en el prefacio a la antología francesa de los cuentos de Ocampo Faits divers de la Terre et du Ciel, Paris, 1974.
Hoy les invito a abrir un libro que me has fascinado, lleno de algunos de esos relatos que le asombraron a Borges. La furia y otros cuentos (1959), recoge cuentos fascinantes de la gran escritora argentina Silvina Ocampo (Buenos Aires, Argentina, 1903, 1993). Ocampo, además de una gran escritora, estudió pintura y dibujo en París donde, en 1920, conoció a Fernand Léger y Giorgio de Chirico, precursores del surrealismo. Quizás o seguramente, esto influyó, de alguna manera, en su obra. El libro cuenta con 34 relatos, todos ellos atractivos, pero aquí les presento cuatro de los que a mí más me han gustado ya que no puedo escribir sobre todos.
Todo es pura fantasía. Las historias aparecen distantes de valoraciones éticas, son de naturaleza contradictoria.
Ocampo fue creadora de una extensa obra poética, ganadora del Premio Nacional de Literatura Argentina. Junto con Borges y Adolfo Bioy Casares, compiló antologías de poesía y literatura fantástica.
En el prólogo de la edición que manejo de la editorial Alianza Tres del año 1996, Enrique Pezzoni aclara que en los relatos de Ocampo se narran anécdotas o se exponen situaciones «revestidas de una atmósfera familiar y aun trivial, característica de los medios pequeñoburgueses donde no suelen manifestarse ni la imaginación extravagante ni la ambigüedad.»
En el relato titulado Mimoso, una pareja se enfrenta a la muerte de su perro y la decisión de embalsamarlo. Los conocidos se burlan de estas extravagancias de la pareja, pero los dueños de Mimoso, durante una cena, guardan un as en la manga.
«Mercedes era más feliz con el perro embalsamado que con el perro vivo; no le daba de comer, no tenía que sacarlo para que orinara, ni tenía que bañarlo, no le ensuciaba la casa ni le mordía el felpudo.»
«Comprendió la perversidad del mundo ante el cual una mujer no puede mandar embalsamar a su perro sin que la crean loca.»
«-No hay que decir «de este perro no comeré», respondió Mercedes, con una sonrisa encantadora.
-De este agua no beberé, corrigió el marido.»
Uno de los relatos más asombrosos es el titulado La furia, aquí Ocampo presenta un cuento con unos grandes personajes, el narrador, protagonista del cuento, un niño y la niñera perversa de éste, llamada Winifred. Al final, la locura de la niñera, de la que le protagonista se enamora, hará encender la furia más terrible que en él hay.
«Por no provocar un escándalo fui capaz de cometer un crimen». Con esta cita acaba el fascinante texto.
Y comienza así:
«Por momentos creo que oigo todavía ese tambor. ¿Cómo podré salir de esta casa sin ser visto? Y, suponiendo que pudiera salir, una vez afuera, ¿cómo haría para llevar al niño a su casa? Esperaría que alguien lo reclamara por radio o por los diarios. ¿Hacerlo desaparecer? No sería posible. ¿Suicidarme? Sería la última solución. Además, ¿con qué podría hacerlo? ¿Escaparme? ¿Por dónde? En los corredores, en este momento, hay gente. Las ventanas están tapiadas.
Me formulé mil veces estas preguntas a mí mismo hasta que descubrí el cortaplumas que el niño tenía en la mano y que guardaba de vez en cuando en el bolsillo. Me tranquilicé pensando que podía, en última instancia, matarlo, cortándole, en la bañadera, para que no ensuciara el piso, las venas de las muñecas. Una vez muerto lo colocaría debajo de la cama.
Para no volverme loco saqué la libreta de apuntes que llevo en el bolsillo, y mientras el niño jugaba de un modo inverosímil con los flecos de la colcha, con la alfombra, con la silla, escribí todo lo que me había sucedido desde que conocí a Winifred.»
Otro magnífico relato, es el titulado La boda, en él se comete una asesinato. Todo gira en torno a tres jóvenes vecinas, Gabriela y las primas Roberta y Arminda. Las envidias y una araña tejerán todo el nudo del cuento. Gabriela narra lo que sucedió y comienza de esta forma tan perturbadora.
«Que una muchacha de la edad de Roberta se fijara en mí, saliera a pasear conmigo, me hiciera confidencias, era una dicha que ninguna de mis amigas tenía. Me dominaba y yo la quería no porque me comprara bombones o bolitas de vidrio o lápices de colores, sino porque me hablaba a veces como si yo fuera grande y a veces como si ella y yo fuéramos chicas de siete años.
Es misterioso el dominio que Roberta ejercía sobre mí: ella decía que yo adivinaba sus pensamientos, sus deseos. Tenía sed: yo le alcanzaba un vaso de agua, sin que me lo pidiera. Estaba acalorada: la abanicaba o le traía un pañuelo humedecido en agua de Colonia. Tenía dolor de cabeza: le ofrecía una aspirina o una taza de café. Quería una flor: yo se la daba. Si me hubiera ordenado «Gabriela, tírate por la ventana» o «pon tu mano en las brasas» o «corre por la vías del tren para que el tren te aplaste», lo hubiera hecho en el acto.
(…)
Arminda López y Roberta Carma se querían como primas que eran, pero a veces se hablaban con acritud: todo surgía por las conversaciones de vestidos o de ropa interior o de peinados o de novios que tenían.»
En El asco, se analiza los sentimientos de una mujer, Rosalía, hacia su marido.
«Antes de casarse, Rosalía le tenía asco, y después de casada, parece mentira, aún más asco. No me lo dijo, pero yo lo sé de buena fuente. Creyó que nunca llegaría a soportarlo y a quererlo, pero a veces uno se engaña sobre las cosas que son o que no son posibles. Bien se dice «sobre gustos no hay nada escrito» y otras tonterías, siempre las mismas.»
La narradora del relato es una peluquera del barrio donde vive Rosalía. Muy acertadamente en una ocasión dice: «Ser amada no da la felicidad, lo que da la felicidad es amar.»
«Nosotras, empleadas de la peluquería, sabemos todo lo que sucede en el barrio, las idas y venidas de la gente, cualquier cosa turbia que pasa. Somos como los confesores, como los médicos: nada se nos escapa. Pocos hombres y mujeres pueden vivir sin nosotros. Cuando teñimos, ondulamos o cortamos el cabello, la vida de la clienta se nos queda en las manos, como el polvillo de las alas de las mariposas.»
«El hecho de que la casa de Rosalía fuera preciosa y envidiada por todo el barrio no le servía de consuelo, sino más bien de mortificación. Tal vez pensaba que en esa casa tan bonita hubiera sido feliz con otro hombre y que las comodidades eran superfluas, un derroche de la suerte, para su vida de padecimientos.»
«El marido, embobado no sabía qué regalos hacerle. Le regaló un collar de oro, una bicicleta, un abrigo de piel y finalmente, como si no fuera bastante, un reloj, engarzado con pequeños brillantes, muy costoso.
Rosalía sólo pensaba en una cosa: en cómo perder el asco y la repulsión por el hombre. Durante días imaginó maneras del volverlo más simpático. Trataba de que sus amigas se enamoraran de él, para poder de algún modo llegar al cariño, a través de los celos, pero dispuesta a abandonarlo, eso sí, a la menor traición.
A veces cerraba los ojos para no verle la cara, pero su voz no era menos odiosa. Se tapaba las orejas, como alisándose el pelo, para no oírlo: su aspecto le daba náuseas. Como una enferma que no puede vencer su mal, pensó que no tenía cura. Durante mucho tiempo, como pan que no se vende, anduvo perdida, con los ojos extraviados. Para sufrir menos, la pobrecita comía siempre caramelos, como esas criaturas que se consuelan con pavadas.»