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02Ene/14

NAO / CAPÍTULO VI. LA ISLA FUEGO

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<< Capítulo I. Los tres regalos mágicos
<< Capítulo II. La Navidad
<< Capítulo III. Di y el príncipe
<< Capitulo IV. El príncipe Al
<< Capítulo V. La isla Agua

Mientras navegaban, ahora con tranquilidad, Nao no podía parar de pensar en la bondad de Teo. El viejo amigo había mandado a sus propios hijos al mar para intentar salvarle a él y a Xin. De una gran amigo como Teo ya creía Nao haber recibido todo, y no era así, le volvía a sorprender una vez más. En estos momentos tenía muchas ganas de verle y darle las gracias. Cuando regresaran a la isla Tierra, lo primero que haría sería eso, acercarse al estanque y darle las gracias, pensaba el muchacho con lágrimas en los ojos.
Poco a poco, el príncipe Xin se iba recuperando. Su tristeza no le permitía alegrarse, ni tan siquiera darse cuenta de que aún estaba vivo. Sólo le rondaba una cosa por su cabeza, volver a ver a Di.
En la lejanía, ya podían divisar la isla Fuego. Nao sabía que no sería tarea fácil llegar a ella, pero era inevitable pasar por allí. Según le había contado el joven príncipe no tenían otra opción. Debían desembarcar en la isla y enfrentarse al Dragón Dorado, el cual guardaba una copia de la llave del calabozo donde el príncipe Al tenía retenida a Di.
-Un grupo de gansos que huía de la isla, cansados de la maldad del príncipe, me advirtieron de que una copia de la llave del calabozo estaba custodiada por el dragón dorado de la isla Fuego, explicó Xin a Nao. Ellos vieron como Al se la arrojaba a su paso. También vieron a Di. Al menos, sabemos que aún puede estar viva.
Nao nunca había pensado lo contrario. Al era un príncipe cruel y malvado pero presentía que no era capaz de matar a una joven tan bella. La quería para él. Envidiaba a Xin por este motivo, ¿cómo entonces se le iba a ocurrir asesinarla? No, no podía ser. El muchacho estaba seguro de que su hermana seguía viva.
Cada vez el perfil de la isla se hacía más nítido ante sus ojos. Un gran círculo de fuego rodeaba el territorio. Las llamas siempre se mantenían vivas gracias a los dragones que resguardaban la isla. El objetivo era sortear las llamas y después encontrar al Dragón Dorado para poder hacerse con la llave del calabozo.
Cuando se encontraban a pocos metros, decidieron trazar un plan. Era preciso atravesar el círculo de fuego cuando éste estuviera lo más apagado posible, pues las llamas eran tan intensas que no tenían ninguna opción de salir con vida si lo hacían de forma precipitada. Sabían que el tiempo apremiaba, que no podían demorarse. Di les necesitaba, pero tampoco podían sacrificar sus vidas ni las del resto del ejército, pues entonces la muchacha quedaría para siempre en la isla Aire, o en el peor de los casos moriría. Había pues que actuar con decisión pero sin prisas.
Una vez que alcanzaron la orilla, apreciaron el sofocante calor que allí hacía, y lo difícil que sería atravesar aquella trampa de fuego. Por más que esperaron no vieron ni un solo momento en el que la intensidad de las llamas descendiera. Rodearon la isla pero fue imposible. El fuego no sólo no se mitigaba sino que era cada vez de una intensidad más fuerte.
Nao pensó entonces que, quizás, deberían esperar a la noche, ya que en el mejor de los casos, alguno de los dragones dormiría y entonces esa parte de la isla estaría apagada, de esta manera podrían atravesar el anillo de fuego sin peligro de quemarse. A Xin le pareció una buena idea, así es que esperaron a que llegara la noche mientras descansaban en el barco.
Pero la noche llegó y lo que temían se hizo realidad. Era tanta la población de dragones en la isla, que mientras unos descansaban otros les revelaban en el rutinario y duro trabajo de avivar el fuego, con lo cual la isla permanecía segura, durante todo el día y toda la noche, de posibles ataques enemigos.
Otra decepción para los dos jóvenes. ¿Cómo se encontrarían entonces con el Dragón Dorado? ¿Cómo conseguirían la llave?. Estaban tan cansados…que no sabían que hacer, no podían pensar, no tenían fuerzas para continuar. El futuro monarca pensaba, en aquellos momentos de turbación, que un ejército sin armas era un ejército destinado a perder, y en ese momento Xin maldijo las ideas de su padre de paz y diálogo, pues veía que así no se conseguía nada. Nao le tranquilizó diciéndole que él si creía en el diálogo y la paz y que lo único que provocaban las armas era odio y violencia.
-¿Ah, si?, preguntó Xin con sarcasmo. Tú dices que el diálogo lo puede todo. Pues dime, ¿cómo piensas dialogar con los dragones para que dejen de escupir este fuego maldito?
Nao calló. De nuevo no tenía un argumento con el cual responder, de nuevo se daba cuenta de lo mucho que le quedaba aún por aprender.
Pero no hay que olvidar que Nao, en el pasado, había hecho buenos amigos, amigos que le habían prometido ayudarle en algunos momentos de su vida. Ni el mismo sabía como ni cuando, pero, por ejemplo, Teo se lo había demostrado en más de una ocasión. “Si uno hace un bien a los demás, recibe ese bien para sí de nuevo”, le había dicho su madre en muchas ocasiones.
¿Se acordaba aún el muchacho de aquella locomotora que ansiaba recorrer caminos más allá del triste parque de la ciudad en que vivía Nao? ¿Se acordaba el chico que ésta le prometió ayudarle? “No olvides lo que te digo. Yo te señalaré el camino cuando por mi chimenea salga humo de color azul”. Sí, eso era justamente lo que le había dicho aquella maravillosa locomotora mágica. Y ahora, a lo lejos, como si de un sueño se tratara, el chico estaba divisando un humo de color azul que se acercaba a ellos.
-¡Mira Xin!, gritó Nao. Aquel humo azul que ves a lo lejos es el humo de mi locomotora. Mi locomotora viene a ayudarnos. ¿Te das cuenta?
Xin no podía responder porque no entendía nada, pero después de haber presenciado el espectáculo de los peces, sabía que todo podía ocurrir.
Y así fue. La locomotora saludó a Nao con cariño. Se había convertido en una gran máquina, muy distinta al juguete que hacía años el podía agarrar con sus manos. Ahora era inmensa, potente y más bella.
-¡Querido Nao! Aquí estoy para ayudarte, aseguró la locomotora. Gracias a ti recorrí los caminos mas exóticos y maravillosos que puedes imaginar. Fui una elegante locomotora orgullosa de mí misma, sólo porque tú, un día, sacrificaste tu felicidad por mi libertad. Este humo de color azul apagará las llamas de la isla y sofocará la lengua de fuego de cualquier dragón. No os preocupéis por nada. Lo único que debéis hacer es montar dentro de mi y yo iré sofocando las llamas con el humo azul, explicó la locomotora.
Nao y Xin se montaron en la máquina mientras el resto del ejército esperó en el barco. Su amiga recorría la circunferencia de la isla veloz y segura, apagando a su paso, como había prometido, con aquel humo azul, cualquier brizna de fuego.
Los dragones enfurecidos rugían una y otra vez, pero se frustraban ante sus vanas intentonas de avivar el círculo. Nada podían hacer.
Una vez que sofocaron todo el territorio, la locomotora los acercó hasta el Dragón Dorado, que derrotado por el esfuerzo claudicó dándoles la llave del calabozo.
¡Qué fácil es resolver cualquier problema cuando se hace con amigos!, pensó Nao mientras acariciaba a la locomotora.
El muchacho no sabía de que manera agradecerle aquel esfuerzo que había hecho la máquina.
-¿Esfuerzo?. Esto no es nada comparado con lo que tú hiciste, dijo la locomotora. Recuerda que yo era tu único juguete y te pedí que me abandonases. Un juguete en las manos de un niño es parte de su felicidad. Pero yo siempre confié en tu bondad y cómo sabía que algún día podría devolverte aquel favor me fui más tranquila, aunque tú por aquel entonces aún no podías entender nada.
-Gracias de nuevo, respondió Nao. Muchas gracias y hasta pronto querida locomotora.
-Sí, eso es, hasta pronto, aseguró ella. Seguro que nos volveremos a ver. Sólo me queda desearles suerte y que rescaten a Di lo antes posible. Estoy segura de que lo lograreis.
La locomotora emprendió su viaje, como siempre por las vías que ella misma imaginaba y que nadie podía ver, y siguió su vida de trotamundos, feliz de ser libre y de haber ayudado a Nao.
Cada vez estaban más cerca de su objetivo. Llegar a la isla Aire les llevaría otro dos días más, pero…, ¿qué era aquello teniendo en cuenta todo lo que ya habían navegado? Y además, ¿qué importaba todo cuando se trataba de salvar a Di?

>> Capítulo VII. La isla Aire

01Ene/14

NAO / CAPÍTULO VII. LA ISLA AIRE

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>> Capitulo IV. El príncipe Al
>> Capítulo V. La isla Agua
>>Capítulo VI. La isla Fuego
>> Capítulo VII. La isla Aire

Estaban deseando divisar alguna de las mil escaleras que rodeaban la isla Aire, con las cuales se podía entrar en ella, ya que como todo el mundo sabía era un territorio suspendido en el aire, pero cada vez que el barco iba divisando tierra y ellos más se esforzaban por concentrar su mirada en aquellas escaleras de seda, no podían llegar a verlas. Se miraban unos a otros contrariados. No había ninguna explicación al respecto. Estaba claro que era así como se accedía a la isla. Es más, esta era la única manera de visitarla.
Pronto se les vino a la cabeza la idea y la posibilidad de que el malvado príncipe Al, después de secuestrar a la bella Di, habría mandado cortarlas todas para que nadie pudiera entrar en la isla. El monarca era tan débil de carácter, y temía tanto a su hijo, que seguro no había podido hacer nada para impedirlo. Si, esta era, seguro la verdadera y triste razón, por la cual no podían llegar a verlas.
Pero esta vez los ánimos de la tripulación y del príncipe Xin no decayeron porque vieron como una sonrisa se asomaba a la cara de Nao.
-¿Qué sucede querido Nao?, preguntó Xin al muchacho. No pareces contrariado, ni tan siquiera triste ante esta nueva desgracia.
-No, no estoy triste Xin, respondió el niño. Y no lo estoy porque sé que me queda otra amiga de verdad que pronto aparecerá para ayudarnos.
-¿Otra amiga? ¿A qué te refieres?
-Antes de vivir en palacio, como ya sabes era muy pobre. Pero en aquel tiempo me sucedieron cosas increíbles. Recibí tres regalos mágicos que han ido cambiando mi vida. El pez Teo, la locomotora y una cometa. Al principio, como cualquier niño, pensé que eran unos simples juguetes, a los que quería mucho, pero nada más, unos juguetes con los que pasar mi tiempo. Pronto comprendí que eran mágicos. Hablaron conmigo y me prometieron que en un futuro me ayudarían si yo les dejaba en libertad. Teo me pidió ser libre para conocer otros mundos más allá de su pequeña pecera, la locomotora me pidió ser libre para recorrer otros mundos más allá de los que yo imaginaba para ella, y la cometa me pidió ser libre para volar por otros cielos más allá de aquel triste y gris de la ciudad en la que daba torpes paseos. A todos les concedí la libertad que ansiaban, sin llegar nunca a pensar, que ellos me devolverían el favor, porque siempre reflexioné, mientras pasaba el tiempo, sobre si aquello no habría sido producto de mi imaginación. Pero no era así, y ya ves como Teo y la locomotora han acudido para ayudarme. No dudes, prosiguió explicando Nao, que mi preciosa cometa aparecerá de un momento a otro. No lo dudes querido Xin porque yo creo en la bondad de los amigos.
Xin miraba a Nao con cariño. Era extraordinario como aquel muchacho estaba tan seguro de la bondad de las personas, de la paz, del diálogo para alcanzar cualquier objetivo. Ya le parecía a Xin que Nao no era un niño normal, que estaba cargado de tal bondad, que era, en los tiempos en que vivían, difícil de creer, pero era así. ¡Qué suerte tenía de que ahora aquel muchacho era parte de su familia!, pensó el príncipe orgulloso.
Poco después de lo que el muchacho había contado a Xin, el cielo, ante el asombro de todos los tripulantes del barco, de Xin y del propio Nao, se llenó de miles de cometas de colores, miles y miles de cometas que volaban alegres por aquel cielo azul. Después una encabezó una gran fila y se acercó a Nao. El chico reconoció a su cometa de entre todas ellas, porque aunque ya se había convertido en una hermosa figura en forma de mariposa, aún conservaba un trozo de aquella tela de lentejuelas que su madre le había pegado a la cola años atrás.
-¡Querido Nao! ¡Cuánto me alegro de volver a verte! ¡Cuánto de ver como tú y tu familia habéis prosperado!
-Yo también me alegro mucho de verte tan hermosa, le contestó el niño sonriendo. Te has convertido sin duda en la cometa más bella que nunca he visto ni veré.
-Todo te lo debo a ti querido amigo, no lo olvides, asintió la cometa. Por eso estoy aquí, para ayudarte. Alcanzareis la isla montados sobre nuestros lomos de cartón y papel. Una vez allí, sólo me queda desearte toda la suerte que mereces para que encuentres a tu preciosa hermana. Estoy segura de que lo lograreis.
La cometa se alejó de Nao y velozmente todas ellas formaron una gran figura en el cielo con forma de pájaro. Se acercaron a Nao, Xin y el resto del ejército. Todos se montaron sobre ellas. El viaje fue cuestión de segundos. Pronto pisaron tierra y Nao se despidió de su gran amiga, a la que estaba seguro de que volvería a ver alguna vez más en su vida. Nao estaba contento porque nunca antes la había visto tan feliz, ni tan hermosa, ni tan orgullosa de sí misma. Esto le hacía feliz.
Cuando tocaron tierra, tanto el ejército, como Nao y Xin sabían que debían actuar con cautela. El príncipe Al era un tipo listo que podía haberse ya dado cuenta de todo y estar cavilando la peor de sus jugarretas. Por el momento, suponían que no era así. En las dependencias del castillo parecía estar todo en calma. Con sigilo, sin embargo, se acercaron hasta la fortaleza. Uno a uno, los hombres del ejército, Xin y Nao fueron saltando los muros. Pronto divisaron el torreón de castigo y dieron por supuesto que allí debían estar los calabozos, debajo de aquel torreón que se alzaba inmenso, casi rozando el cielo.
Rodearon el torreón sin problemas, pero cuando todo les parecía más fácil, e incluso el príncipe había sacado la llave ya de su casaca apareció el joven Al sonriendo triunfante ante ellos.
-¡Mis queridos amigos!, dijo con tono sarcástico. No puedo más que sentirme honrado con vuestra visita. Pero…, ¿a qué se debe?, ¿quizás algún asunto pendiente?, preguntó mientras acto seguido lanzaba una sonora carcajada.
-Ya sabes a lo que venimos Al, respondió Xin. Tienes encerrada a mi esposa en uno de tus calabozos. Has hecho algo que no creía que podrías llegar a hacerme nunca, yo que te creía mi amigo. Pero ya veo que la envidia puede contigo.
-¡Uy!..no me vengas con monsergas principito, dijo Al. ¿Acaso crees que puedes tener todo lo que deseas?
-No es algo que yo desee Al, contestó Xin contrariado. Di me quiere y yo la quiero a ella. Dos personas que se quieren desean estar juntas. ¿Puedes llegarlo a entender?
-¡Pero claro! ¡Claro! Y lo siento de verdad, comentó Al de forma sarcástica, pero Di está encantada de compartir su vida conmigo. Contigo se aburriría tanto… mi querido Xin.
-¿Qué tonterías estás diciendo?, preguntó el príncipe alterado.
-Eso, zanjó Al. Simplemente que Di se ha acostumbrado a estar aquí, conmigo, y dudo mucho de que ella quiera volver contigo. Es más, no tenías que haberte molestado en luchar contra sapos gigantes, ni dragones, ni nada por el estilo, ya que yo mismo te hubiera dado la llave del calabozo donde está mi querida Di.
-¡Quiero verla!, exigió Xin.
-Naturalmente, le invitó Al. ¡Ve!
Nao y Xin estaban perplejos. No era posible lo que Al les decía. Estaban seguros de que Di no podía haber olvidado a su familia, ni a su isla, ni mucho menos a su esposo.
Era tal la ansiedad que sentían por volver a ver a la muchacha que, todos, sin pensar ya en la crueldad de Al, sino en las palabras tan absurdas que el príncipe estaba diciendo, se metieron en el calabozo.
Allí, tumbada en un camastro y muerta de frío estaba Di. Cuando los vio se abrazo a su hermano y al príncipe Xin. No parecía la misma muchacha que días atrás había celebrado su boda. Su piel estaba ajada, su pelo estropeado, su cuerpo amoratado, y sus ropas llenas de agujeros.
¡Qué alegría sintieron los tres al reencontrarse! Tan grande era el momento de felicidad que estaban viviendo que sólo al cabo de unos momentos se dieron cuenta, que no sólo Di, si no que todos ellos, ahora estaban encerrados en el calabozo, y lo peor de todo es que no podían salir.
Al reía a grandes carcajadas desde fuera, dándose cuenta de que una vez más les había engañado. Les había tendido una trampa.
-Bueno, ahora ya os tengo a los tres. ¿Qué más puedo pedir? Tengo suerte al fin y al cabo porque sé que ya no me aburrireis más con vuestras idas y venidas. Esto era lo que queríais ¿no?, estar juntos. Pues ya estáis juntos, y para siempre. Luego me echarás en cara querido Xin que no soy un buen amigo, dijo Al.
Era cierto, habían sido engañados de nuevo. ¿Cómo saldrían de allí? No podían creer lo que les estaba sucediendo. Era a la vez tan inverosímil y tan absurdo. Habían caído en la trampa de un modo tan estúpido…
Ahora, lo único cierto es que ya sólo les quedaba el diálogo con Al para salir de aquel problema.
El príncipe caprichoso les dejó allí encerrados aquella noche y durante tres días más.
Tanto en palacio como en toda la isla se produjo un gran escándalo cuando la noticia fue de dominio público. Todos los ciudadanos sabían que el príncipe Al, no sólo tenía retenida a la bella Di, sino que ahora se permitía el lujo de jugar con la vida del noble príncipe Xin y del pequeño Nao, así como con la vida de los demás soldados del ejército de la isla Tierra.
El pueblo veía como el rey no tenía suficiente autoridad para enfrentarse a su hijo. Le consentía todos los caprichos, y lo que era aún peor, tenía miedo de él. Así, los súbditos de la isla, comenzaron a reflexionar sobre que clase de rey les gobernaba, que clase de rey llevaba las riendas del territorio. Y, claro está, llegaron a la conclusión de que no era ni mucho menos un monarca que se preocupara de ellos, ni que pudiera hacer frente a futuros males mayores que azotaran a la isla, ya que no era capaz ni de educar a su propio hijo.
El rey se sentía agotado por la gran responsabilidad que caía ante él. El pueblo tenía razón. No había sido capaz de educar a su hijo, ni era capaz de contrariarle ahora. Por este motivo se sentía desgraciado y avergonzado ante su gran amigo, el monarca de la isla Tierra, el padre de Xin, que aún esperaba una respuesta de él. Habían pasado los días y no había sido capaz de hacer nada. Di continuaba sufriendo en aquel calabozo para disfrute de su hijo, y ahora además se unía el problema de Nao y Xin. Sin duda el rey había tocado fondo.
Al día siguiente, el monarca se reunió con su secretario de confianza. Quería acabar con el problema y lo tenía que hacer de forma drástica y dolorosa. Se debía a su pueblo, y su hijo era un gran problema tanto para su pueblo como para continuar con las buena relaciones que hasta ahora le habían unido con los otros monarcas. Sólo le quedaba una salida, y esa salida era ordenar la captura y la muerte de Al. El diálogo no había funcionado nunca con su hijo, tampoco las buenas promesas, entonces ¿qué podía hacer? Esta era la única salida..
El secretario le aconsejó que primero le encerrara y que por última vez intentara hablar con él, pero el rey se negó.
Dos días más tarde, el príncipe Al fue arrastrado, atado de pies y manos y conducido a uno de los calabozos. Allí, sabía que le esperaba la muerte al día siguiente. El rey liberó a Xin, a Nao a Di y al resto del ejército. Estos estaban asombrados por la decisión tan dura y dolorosa que había tomado el monarca, pero, a la vez, felices al fin de verse liberados y ansiosos por ir a su casa. Pero algo les impedía disfrutar de ese momento tan especial. No podían consentir que un hombre muriera y menos un amigo como hasta entonces habían considerado al príncipe Al. El príncipe Xin habló con el monarca sobre el asunto de la siguiente manera:
-Querido monarca. El cariño que siento por usted, la reina y toda su familia me impide irme a mi isla sabiendo que el príncipe Al morirá mañana. Sé y comprendo que el pueblo le haya pedido una explicación, también sé de la maldad con la que en muchas ocasiones actúa mi viejo amigo, pero como dice mi padre con diálogo se puede conseguir todo.
-Me conmueve la bondad que aún guardas en vuestro corazón, y el cariño que aún sientes por mi hijo, pero lo cierto es que yo lo he intentado todo ya. Todo lo que estaba en mi mano. No puede seguir haciendo daño a nadie más, por el bien de mi pueblo y de mis hermanos monarcas de las islas vecinas, contestó el rey destrozado por dentro.
A pesar de todo, el príncipe Xin pidió al rey ver por última vez a su amigo. El rey le concedió su deseo y allí quedaron los dos a solas, frente a frente.
-Has vencido, dijo Al nada más ver al príncipe Xin. Parece que hasta mi padre está de tu parte.
-No he vencido, contestó Xin. Estoy derrotado y triste porque mañana perderé a un amigo.
-Nosotros no somos amigos, contestó fríamente el príncipe Al.
-Yo te considero un amigo, aseguró Xin. Y como te considero mi amigo voy a pedir tu libertad ante el rey.
-¿Tú?, preguntó extrañado el príncipe de la isla Aire. Nadie te ha hecho tanto daño como yo nunca. No puedo entender por qué, a pesar de todo, deseas mi libertad.
-Si yo te concedo la libertad que ahora necesitas, quizás algún día, te acuerdes de este momento y me ayudes, explicó Xin.
-¿Qué te hace pensar semejante tontería?, dijo Al. No soy muy bueno en eso de ayudar a los demás, porque simplemente los demás no me interesan mucho.
-A mí, los demás si me interesan, mis amigos si me interesan, y tú también, aseguró Xin.
Al miró para otro sitio. No sabía que contestar. La bondad del príncipe Xin le hacía sentirse cada vez más miserable. No llegaba a entender como unas personas pueden guardar tanta bondad dentro de ellas, y otras, como a él desgraciadamente le pasaba, tanto odio. Pero era tarde para reflexionar sobre esto. Al día siguiente moriría. Su padre le había cortado las alas de su libertad, esa libertad que de forma tan errónea el había utilizado a lo largo de su juventud. Por un minuto pensó que si alguien le devolviera aquellas alas, no volvería a caer en el mismo error. Sin duda las utilizaría para otras cosas. Se daba cuenta de que había hecho sufrir a todos sus seres queridos. Sólo ahora se daba cuenta, cuando ya era demasiado tarde, cuando su propio padre había tomado la decisión de acabar con su vida por el bien del reino.
Xin se acercó a él y le preguntó a qué se debía su silencio.
-Estoy pensando, respondió Al. Estoy pensando en cosas que ya dan igual. Sólo te diré que me doy cuenta en este momento de que no he actuado bien. Lo sé. Y que si volvieran a darme mis alas, mi libertad, sin duda, la utilizaría de otra manera. Pero no soy tonto, y sé, que ni mi propio padre creería lo que estoy diciendo. He mentido tantas veces…
-Yo si creo en ti, contestó el príncipe Xin. Yo voy a creer en ti porque no puedo abandonar esta isla sabiendo que un amigo va a morir. Tengo que hacer algo para evitarlo.
-¿Aún harías eso por mí después de todo el dolor que te he provocado?, preguntó Al asombrado.
-Claro, es muy fácil evitar el dolor si uno quiere, y yo no quiero que tú sufras, porque sé que eres capaz de guardar mucha bondad en tu corazón. Sólo tenemos que devolverte tus alas y pronto lo veré estoy seguro.
-Si tú me devuelves las alas, si me das la libertad que necesito, te juro que algún día te devolveré este gran favor. No lo dudes. Recuerda lo que te digo.
-Estoy seguro, contestó Xin, mientras se fundía con Al en un largo abrazo.
Minutos más tarde apareció Xin con el monarca. Este devolvió las alas a su hijo y le liberó.
-Quiero que sepas que yo, tu propio padre, no confiaba más en ti, dijo el monarca con lágrimas en los ojos. Ten en cuenta, que un amigo, un gran amigo, te ha devuelto tu libertad. Nunca lo olvides.
El príncipe Al se colocó sus alas, mientras abrazado a su padre y a su amigo Xin, prometía que nunca más les fallaría.
De eso estaba seguro Xin, que había aprendido mucho en ese viaje al lado del pequeño Nao.
Tanto el ejército, como Nao, Xin y Di pasaron la noche en la isla Aire. Allí fueron agasajados con una gran cena. Después descansaron. Al día siguiente estarían de vuelta, por fin a casa. El propio Al los llevaría, a todos, subidos en sus potentes alas.
Nao tenía mucha ganas de ver a toda su familia, tenía muchas ganas de seguir aprendiendo, tenía muchas ganas de sentarse al lado del estanque y darle un gran abrazo a su querido Teo.
¿Quién sabe que nuevas aventuras le estarían esperando al valiente Nao?