WISLAWA SZYMBORSKA. FIN Y PRINCIPIO

«Una vez encontró en los arbustos una jaula de palomas.

Se la llevó

y para eso la tiene,

para que siga vacía.»

 

En el último post hablaba del gran poeta Adam Zagajewski, y fue él, y más concretamente su discurso, el que me recordó que hacía mucho tiempo que no leía a mi gran admirada escritora Wislawa Szymborska (Polonia, Kórnik 1923, Cracovia 2012) y que, cómo no, merecía un lugar en mi blog, por única, exquisita e insuperable. De ellas son los versos que encabezan este comentario, más concretamente un fragmento del poema «Alguien a quien observo desde hace tiempo».

De la premio Nobel (1996), a la que conoció, Zagajewski comentó que fue una persona profundamente honesta. «En la segunda mitad de los años 50 escribía poemas en la desesperación que le había provocado haber traicionado la verdad de la poesía y haberse aliado con un sombrío sistema político cuando era joven.»

Obtuvo el Nobel por «una poesía que con precisión irónica logra que pasajes de la realidad humana salgan a la luz en su contexto histórico o ideológico.»

Dejando políticas e ideología a un lado, la única verdad es que si abren alguna obra de esta autora verán como los detalles cotidianos, los más simples se convierten en un hermoso carruaje, al modo del cuento de Cenicienta. ¡Qué belleza de lo simple, de lo triste, de lo de siempre! . Ella es, sin ninguna duda, una de las poetas más importantes del siglo XX. Crea versos en apariencia sencillos e incluso coloquiales pero hay en ellos una red compleja de vida, de ideas, de sentimientos.

La escritora contó en alguna ocasión que comenzó escribiendo relatos cortos para ella misma y que éstos se fueron haciendo cada vez más cortos hasta convertirse en poemas.

Y los convirtió, como el hada madrina de Cenicienta, en obras de arte como estos que a continuación, por ser algunos de mis preferidos, les presento. Los dos primeros los pueden encontrar en la obra «Fin y principio» (1993). Les van a impresionar, seguro.

«Amor a primera vista»

Ambos están convencidos de que los ha unido un sentimiento

repentino.

Es hermosa esa seguridad,

pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían

no había sucedido nada entre ellos.

Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos

en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles

si no recuerdan

quizá un encuentro frente a frente

alguna vez en una puerta giratoria,

a algún «lo siento»

o el sonido de «se ha equivocado» en el teléfono,

pero conozco su respuesta.

No recuerdan.

Se sorprenderían

de saber que ya hace mucho tiempo

que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada

para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,

que se interponía en su camino

y que conteniendo la risa

se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,

pero qué hacer si no eran comprensibles.

(…)

Hubo algo perdido y encontrado.

Quién sabe si alguna pelota

en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres

en los que un tacto

se sobrepuso a otro tacto.

Maletas, una junto a otra, en una consigna.

Quizá una cierta noche el mismo sueño

desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio

no es más que una continuación,

y el libro de los acontecimientos

se encuentra siempre abierto a la mitad.»

«Posibilidades»

Prefiero el cine.

Prefiero los gatos.

Prefiero los robles a orillas del Warta.

Prefiero Dickens a Dostoievski.

Prefiero que me guste la gente

a amar a la humanidad.

(…)

Prefiero lo ridículo de escribir poemas

a lo ridículo de no escribirlos.

Prefiero en el amor los aniversarios no exactos

que se celebran todos los días.

Prefiero a los moralistas

que no me prometen nada.

Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.

Prefiero a la tierra vestida de civil.

Prefiero los países conquistados que conquistadores.

(…)

Prefiero a los perros con la cola sin cortar.

Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.

(…)

Prefiero el cero solo

al que hace cola en una cifra.

Prefiero el tiempo insectil al estelar.

Prefiero tocar madera.

Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.

Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad

de que el ser tiene su razón.

 

Los poemas que les sugiero leer a continuación son otro tipo de poemas pero igualmente bellos. «Un gato en un piso vacío» es estremecedor, y fue escrito tras la pérdida del ser amado. «La habitación del suicida», insuperable y duro. «Despedida de un paisaje», enternecedor.

«Un gato en un piso vacío»

«Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque qué puede hacer un gato

en un piso vacío.

Trepar por las paredes.

Restregarse entre los muebles.

Parece que nada ha cambiado

y, sin embargo, ha cambiado.

Que nada se ha movido,

pero está descolocado.

Y por la noche la lámpara ya no se enciende.

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son ésos.

La mano que pone el pescado en el plato

tampoco es aquella que lo ponía.

Hay algo aquí que no empieza

a la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

como debería.

(…)

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado

Incluso se ha roto la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

Ya verá cuando regrese,

ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Irá hacia él

como si no quisiera,

despacito,

con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio.»

 

«La habitación del suicida»

«Seguramente crees que la habitación estaba vacía.

Pues no. Había tres sillas firmes.

Una lámpara buena contra la oscuridad.

Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.

Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.

Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.

¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

(…)

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,

al menos por la puerta,

o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.

Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.

Y si yo te dijera que no había ninguna carta.

Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos

en un sobre vacío apoyado en un vaso.»

 

«Despedida de un paisaje»

«No le reprocho a la primavera

que llegue de nuevo.

No me quejo de que cumpla

como todos los años

con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza

no frenará la hierba.

Si los tallos vacilan

será sólo por el viento.

(…)

Me doy por enterada

de que, como si vivieras,

la orilla de cierto lago

es tan bella como era.

No le guardo rencor

a la vista por la vista

de una había deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme

que otros, no nosotros,

estén sentados ahora mismo

sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho

a reír, a susurrar

y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso

que los une el amor

y que él la abraza a ella

con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,

comienza a gorgotear entre los juncos.

Sinceramente les deseo

que lo escuchen.

No exijo ningún cambio

de las olas a la orilla,

ligeras o perezosas

pero nunca obedientes.

Nada le pido

a las aguas junto al bosque,

a veces esmeralda,

a veces zafiro,

a veces negras.

Una cosa no acepto.

Volver a ese lugar.

Renuncio al privilegio de la presencia.

Te he sobrevivido suficiente

como para recordar desde lejos.»

 

 

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