PARDO BAZÁN. TRABAJO DIGNO PARA TODOS

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«Nadie se figura el tormento del que tiene la obligación de traer en el pico la pitanza al nido de sus amores, y se ve precisado de volver a él con el pico vacío, las plumas mojadas, las alas caídas…»

«José volvió a su casa al anochecer. Su corazón estaba triste: nevaba en él, como empezaba a nevar sobre los tejados y calles, sobre los árboles de los paseos y las graníticas estatuas de los reyes españoles, erguidas en la plaza. Blancos copos de fúnebre dolor caían pausadamente en el alma del carpintero sin trabajo, que regresaba a su hogar y no podía traer a él luz, abrigo, cena, esperanzas.»

José es carpintero y se ha quedado sin trabajo en el Madrid de aquellos años en los que escribía Emilia Pardo Bazán. Como ya les adelanté en mi anterior post quería traer este tema que está incluido entre los cuentos de su libro «Cuentos de invierno», desgraciadamente, de total actualidad. En este relato, titulado «La Nochebuena del carpintero», se describe, a la perfección, el sentimiento de frustración, tristeza y rabia, que todo desempleado puede sentir, no sólo porque se le está machacando sin piedad su forma de ser en el mundo y ser útil a los demás sino también porque su familia se ve arrastrada en este problema de vivir en la miseria económica y emocional. Un trabajo digno para todos sería un sueño que, si se cumpliera, haría a una sociedad más libre, más segura, más feliz.
Este cuento tiene un final feliz, ojalá, ojalá tuviese la vida real este final. Por favor, políticos, hagan algo además de prometer. Eso lo sabemos hacer todos, bueno no, todos no, prometer promete sólo aquel que tiene poca empatía con los demás si sabe que no lo va a cumplir y políticos así ni los queremos ni los necesitamos.

«Un mes llevaba José sin trabajar ¡Qué jornadas tan penosas las que pasaba en recorrer Madrid buscando ocupación! De aquí le despedían con frases de conmiseración y vagas promesas; de allá, con secas y duras palabras, hasta con marcada ironía… «¡Trabajo! Este año para nadie lo hay…», respondían los maestros, coléricos, malhumorados o abatidos. (…) Y José iba de puerta en puerta, mendigando trabajo como mendigaría limosna, para regresar a la noche, de semblante hosco y ceño fruncido, y contestar a la interrogación siempre igual de su mujer con un movimiento de hombros siempre idéntico, que significaba claramente: «No, todavía no.»
Piensa José que no le da a los suyos más que «necesidad y lágrimas».

Y mientras tanto en el edificio donde vive con su familia, en los pisos donde viven los pudientes, no en las buhardillas húmedas y tristes donde viven ellos, se escucha un ir y venir de paquetes, un abrir y cerrar de puertas, el subir y el bajar de los criados, el turrón viene de la turronería, el bizcocho de casa del confitero y también hay vino de Jerez dulce y granadas rojas. Y entre ese bullicio alguien le nombra. Alguien llama al carpintero. Bazán lo escribe muy bien cuando lo expresa así: «En los momentos de desesperación, cualquier eco de la vida nos parece un auxilio, un consuelo.»
Una vecina necesita que le arme el Belén. La criada ha llamado a José para hacerlo. El está «pálido de alegría». «¡Qué renovación de su ser, qué bríos y qué fuerzas morales lo entraban al empuñar, después de tanto tiempo, los útiles de trabajo!».
Después dos duros de la señora y la cena de Navidad completa para toda la familia.

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