17Mar/20

EL TIGRE. JOËL DICKER

 

 

 

 

Joël Dicker (Suiza, 1985) se presentó, con tan solo diecinueve años, a un concurso literario con su primer gran relato El tigre. El jurado tomó por plagio su obra y decidió no premiarla ya que no podían creer que un muchacho de su edad pudiera escribir de una manera tan magistral. «Si usted es realmente el autor, le consoló la presidenta del jurado, le garantizo que antes de los treinta recibirá un galardón importante». Y así fue. A los veintisiete años, el suizo obtuvo el Gran Premio de la Academia Francesa y el Goncourt des Lycéens con La verdad sobre el caso Harry Quebert, que lo convirtió en un fenómeno literario con cerca de seis millones de lectores.

Este precioso relato que hoy les invito a abrir, editado por Alfaguara e ilustrado con las bellas imágenes del reconocido artista plástico e ilustradoe de David de las Heras (Bilbao, 1984), nos lleva hasta la lejana Siberia de 1903. Como nos cuentan en la contraportada, una aldea «ha sido masacrada por un tigre de tamaño descomunal y el Zar ha ofrecido una recompensa para quien acabe con la fiera. Joven e inexperto, Iván Levovitch acepta un desafío que se revela aterrador, pues no se sabe quién es el cazador y quién la víctima.»

En Moscú y en San Petersburgo no se habla de otra cosa, la aldea de Tibié, donde solo habitan mujiks ha sido asolada por un tigre. Dos monjes, que viajaban por el país y se detuvieron en el pueblo, han dado fe de el suceso. Han podido ver cadáveres por doquier tanto de personas como de animales y todos presentaban las mismas señales. «parecían haber sido degollados y desgarrados violentamente.» El Zar está preocupado por lo que sucede en la otra punta del país en la «intrigante Siberia». Los religiosos no se explican aún, como el tigre les ha perdonado la vida.

La situación es insostenible y el Zar hace saber que aquel que traiga al Palacio Real los despojos de aquel Tigre devorador de hombres que atemoriza Siberia recibirá, una vez confirmado, claro está, que se trate de la fiera en cuestión «el peso del animal en moneda de oro.»

Para el joven petersburgués Iván Levovitch, de unos veinte años y procedente de una modesta familia de la capital, la oferta es muy atractiva, se presenta tentadora ante sus ojos. El decreto real le ofrecía «la inesperada ocasión de hacerse rico y famoso, y de poder atravesar el profundo foso que le separaba del lujo de la alta sociedad rusa.» Ambicioso y fuerte, el muchacho compra un fusil con sus ahorros y decide embarcase en medio del invierno ruso «en un tren que lo llevaría hacia el Este.»

Iván comienza su aventura con dudas, con miedo y con recelo. «Para darse un máximo de posibilidades, Iván decidió buscar al Tigre como se busca a un criminal.» Un vagabundo le guía hasta el pueblo de Skolkele, en medio de una llanura nevada. Allí unos campesinos le aseguran que el Tigre es enorme. «Sus dientes son como sables y sus ojos como cañones. Tiene la potencia de un caballo y la agilidad de un águila. Nos lo ha enviado el diablo… ¡por nuestros pecados!»

El joven atraviesa Siberia durante cuatro semanas, «trazando minuciosamente la progresión criminal del Tigre.» «Por el camino se cruzó con decenas de cazadores, en muchos casos mejor equipados y entrenados que él.» Los habitantes que aún quedan en las aldeas siempre se muestran hospitalarios con el muchacho, ayudándole en su hazaña en la medida de sus posibilidades, con comida y cobijo. Iván comienza a tener dudas, ha pasado mucho tiempo, entra la primavera y piensa que puede ser lógico que el Tigre ya haya sido cazado y entregado al Zar porque él no tiene ninguna posibilidad de recibir noticias allá donde se encuentra. Así es que pesaroso decide ir a la estación de Kadachka, vender su montura y abandonar la empresa, pero entonces sucede algo que estaba, de alguna manera esperando, quizás como si se revelase ante él una señal del destino. «Se estaba formando un remolino de gente alrededor de un carro que transportaba el cuerpo mutilado y destrozado de un hombre que milagrosamente seguía con vida. De las puertas de las casas salía gente armada. El Tigre había atacado de nuevo.» Ahora Iván lo tiene claro, continuará hasta alcanzar su objetivo.

«Todos los rumores que circulaban coincidían en decir que el Tigre era enorme, y que sus ojos, de fuego, no se separaban de su presa hasta haberla degollado. Solo mataba por el placer de arrancar vidas y no tenía piedad con el que caía en sus garras.» Además, parecía que las gentes ya conocían las tretas del animal. «Su método es siempre el mismo. Ataca a la gente indefensa y a los grupos desarmados.»

Al fin sucede, Iván encuentra al Tigre por primera vez. El animal le salta encima. «Entonces el Tigre, con un bufido amenazante, soltó su presa y salió corriendo. No se internó en el bosque para esconderse, sino que se lanzó a través de una vasta llanura. (…) El felino le había dejado con vida y, más que un gesto magnánimo, Iván lo consideró una afrenta personal. En su cabeza resonaban aún las palabras del anciano que había conocido en la procesión vengativa: «El Tigre solo ataca a los débiles», le había dicho. Lanzándose sobre él sin matarlo, el animal lo ridiculizaba. Se reía de su larga búsqueda, se burlaba de su estrategia. Lo consideraba más insignificante que los niños y las cabras que había degollado hasta entonces, negándose a matarlo. Iván apretó los puños con rabia: así que era un débil, un inútil.» Pero lo peor para el muchacho fue darse cuenta de que su caballo había sido matado por el Tigre. «Había matado al caballo y dejado a Iván con vida: aquello era excesivo.» «Oteando la llanura por la que había desparecido el felino se puso a gritar con todas sus fuerzas: ¡Morirás, Tigre! ¡Morirás! ¡Te mataré! ¡Te mataré!» Y, repitiendo incansable estas últimas palabras, se giró sobre sí mismo para que el viento llevase ese mensaje hasta el Tigre en todas direcciones. Estaba avisado. (…) Quería verlo muerto, quería despedazarlo y hacerse una capa con su piel. Quería hundirse en una bañera llena de oro, cómodamente instalado en San Petersburgo.» Eso quería Levovitch, y además tenía un plan.

El plan comenzó por convencer al campesino Tchevtchenko, dueño de la casa donde se alojaba, de su idea. «Si tú y tu familia me ayudáis a matar al Tigre, os daré la mitad de la recompensa (…) El Tigre solo ataca a las personas indefensas. ¡Vais a servir de cebo!» Las «hábiles» palabras de Iván terminaron por convencer al campesino. Así sacaría a su familia de la miseria para siempre, pensó el humilde hombre. «Y además, el plan que había ideado Iván parecía eficaz y seguro: al caer la noche, Tchevtchenko y su familia se instalarían en la pradera, al lado de su casa, encenderían un pequeño fuego de campamento y simularían aprovechar las primeras noches suaves de la primavera. A unos veinte metros de ellos, escondido tras una ventana del viejo granero de madera, Iván esperaría pacientemente al Tigre. Al estar la familia en un claro, era imposible que le pillara la sorpresa. A la luz del fuego, el joven podría ver cómo se acercaba la fiera con antelación y abatirla antes de que tuviera tiempo de atacar a la familia.»

¿Llevará Iván a cabo su plan? ¿Aparecerá el Tigre por sorpresa destruyendo todas sus ideas y sus ansias de triunfo? ¿Secundará finalmente la familia lo trazado por Iván? ¿Será proporcional la generosidad de Iván a la que hasta ahora los campesinos de esos remotos pueblos le han demostrado a él?  Para eso, tienen ustedes que abrir el libro, editado por Alfaguara, y disfrutar de esta magnífica historia con final inesperado y magistral. No les decepcionará.

«Tumbados el uno junto al otro, se miraron a los ojos durante toda la noche.»

 

13Mar/20

HISTORIAS DE TILL EULENSPIEGEL. THOMAS MURNER

Tunante, truhán, pillastre, perillán,.. y además herrero, panadero, costurero, afamado médico, ladrón de gallinas, sabio berlinés en Praga, cocinero, peletero, pintor, maestro y mil cosas más. Todos estos adjetivos y oficios caben en una figura tan simpática y traviesa como la de Till Eulenspiegel. ¿Qué quién es este personaje? Pues según lo que se dice en el prólogo del libro titulado Historias de Till Eulenspiegel, el héroe de las historias que en el volumen se recogen «no es un personaje imaginario». «Según las más autorizadas enciclopedias germanas, y conforme puede leerse en los estudios bibliográficos que llevan muchas de las múltiples ediciones del libro cuya adaptación sigue, el travieso Till ha existido realmente, aunque no pueda decirse a punto fijo en qué época y lugar.»

Till Eulenspiegel es un personaje del folclore del norte de Alemania. Según la tradición el tunante nació en Kneitlinger en torno a 1300 y murió en 1350 en Mölln en 1350, después de haberse recorrido gran parte de Alemania y haber extendido sus aventuras y maldades por todo el país además de por Dinamarca o Roma.

En el libro se explica que uno de los goces principales de Eulenspiegel era «divertirse perjudicando al prójimo». Le encanta divertirse y la burla a los demás. Una de las características de Till es fingir no entender cuanto se le dice, por ejemplo, tomando literalmente expresiones figuradas, para burlarse de la gente.

En el prólogo se aclara que en 1515 «Th. Murner, sin más trabajo, según confesión propia, que recoger de labios de unos y otros aventura tras aventura, compuso el relato de las de Eulenspiegel, que, más o menos completas, conocían ya entonces todos los moradores de la Baja Alemania, por habérselas contado sus abuelos, quienes, a su vez, las oyeran referir a los suyos o a sus bisabuelos, dándolas siempre como auténticas de un sagaz campesino de aquellas tierras.»

Thomas Murner (Oberehnheim, 1475-1537) fue un poeta y traductor alemán. En sus sátiras criticó la corrupción de sus tiempos, la Reforma, y especialmente la figura de Martin Lutero. Hizo una traducción de la Eneida de Virgilio (1515) dedicada al emperador Maximiliano I.

La vida de Till fue extraña desde su bautizo. «Efectuada la ceremonia religiosa, trasladóse la comitiva, según costumbre, a una cervecería; y tanto se bebió allí a la salud del nuevo cristiano, que todos salieron del establecimiento más o menos monas; no es de extrañar, pues, que la persona que tenía el encargo de llevar el niño, lo dejara caer en una charca a los pocos pasos. Por fortuna, no se ahogó nuestro héroe; pero sacáronle en tal estado de barrizal, que llegando a casa hubo que fregarle materialmente con estropajo y jabón, aclarándolo después en agua limpia; por manera que quedó la impresión de que Till fue bautizado tres veces: una en la pila de cristianar, otra en el charco y la última en una palangana.»

En cuanto Till pudo andar «comenzaron sus travesuras; la primera maldad fue nuncio de ininterrumpida serie, que llevaba trazas de no terminar jamás; no se estaba quieto un momento y todo lo revolvía, de suerte que más parecía mico que humana criatura.» Pronto los vecinos del pueblo comienzan a odiarle y su padre recibía continuas quejas de éstos.

Estando ya más crecidito, el chico buscó empleo y esta empresa le llevó a recorrerse muchos lugares de Alemania, un clérigo le admitió de criado, después se hizo pasar por un hombre volador, ladrón de gallinas fue después, y muchas otras cosas más.

En Bamberg protagonizó, a mi parecer una anécdota tan divertida como ingeniosa e inteligente. «En busca de nuevo hospedaje dirigióse Eulenspiegel a un mesón de menos categoría que el anterior, y esperó allí la hora de la comida. Tardaban mucho en prepararla; tanto, que el dueño, observando las marcadas muestras de protesta de los parroquianos, hubo de decirles:

-El que se canse de esperar, que coma al aire libre.

Nuestro héroe, aprovechando el desconcierto que allí reinaba, escabullóse, y logró, sin ser visto, colarse en la despensa, donde a su antojo pudo engullir cuanto vínole en gana. Al servirse la comida no se acercó a la mesa. Preguntóle el mesonero la causa, y Till respondió que habíase saciado con el olor de los guisos.

-Pues pagadme, ya que habéis quedado satisfecho, díjole el dueño de la posada, sospechando la treta.

Sin replicarle sacó una moneda Eulenspiegel, hízola sonar en el mostrador, y embolsándosela nuevamente, replicó:

-Amigo hostelero, ¿habéis oído el timbre de mi moneda?

-Sí, respondióle el mesonero, pues tengo nada de sordo.

A lo que Till repuso:

-Siendo así, daos por pagado, ya que con el olor he de considerarme «comido».

Esta historia, a mi parecer es una metáfora de los objetos con los que se representa al pillastre: un búho y un espejo. Creo que el búho puede significar la inteligencia, la rapidez mental y el espejo, un reflejo de cómo se comporta la sociedad. No sólo es él el truhán, los demás también lo intentan, aunque no lo consigan. El porta el espejo y les hace ver como son ellos en realidad.

En una de las historias, cuando se hace pasar por un afamado pintor y es contratado por un duque para que pinte una tela, nos recuerda al cuento que el escritor danés Hans Christian Andersen (Odense, 1805, Copenhague, 1875) escribió muchos años después, El traje nuevo del emperador. » (…) advirtió al dueño del palacio que, por arte de magia o de alquimia, el que no era entendido en la materia nada podía ver. (…) Y se puso a describirle las imaginarias figuras con tanto detalle y precisión, que el magnate, aunque nada veía, no atreviéndose a confesar lo que hubiera significado ignorancia, felicitóle calurosamente por el acierto.»

Como siempre, el espacio, juega en contra de todo lo que aquí escribiría. Son muchas las aventuras pícaras de Till que me gustan, pero aquí les dejo con la última y les invito a que lean este libro que, seguro, les sacará una sonrisa.

El suceso tiene lugar en Erfurt. Allí Till se compromete ante los catedráticos de la Universidad a que enseñará a leer » a la criatura más desprovista de inteligencia.» El claustro le designa a un asno. Till lejos de achantarse colocó entre la roídas hojas de un libro grande granos de avena y acercó el hocico del animal al volumen. «Este, que olía el grano, volvía las hojas con la lengua e iba comiéndose la avena; y cuando ya no encontraba más, levantaba la cabeza lanzando un «¡I! ¡A!». Till le comunica al rector que el asno ya sabe dos letras por si quisiera escucharle ya.

«Una vez en la cuadra el catedrático, colocó Till el libro en el pesebre. Al verlo el asno, inmediatamente comenzó a pasar las hojas; y no encontrando granos de avena, gritaba: «¡I! ¡A!. ¡I! ¡A!». En vista de lo cual, el profesor creyó era justo que Till cobrara y dio orden de que se le pagase la primera de las primas estipuladas.

Pocos días después murió el bueno del rector de la Universidad de Erfurt, lo cual fue una suerte para Eulenspiegel, pues el rucio no pasó del «¡A! ¡I!».

 

 

 

 

11Mar/20

ENRIQUE V. WILLIAM SHAKESPEARE

 

 

 

Es posible que Enrique V sea la obra de teatro del genial dramaturgo inglés William Shakespeare (Stratford- upon- Avon, Warwickshire, Reino de Inglaterra 1564-1616),  que más me guste. The Cronicle History of Henry the fifht o The life of Henry the fifth, como también se la conoce, ya que estos fueron los títulos anteriores de la pieza, es la última obra de  la llamada Tetralogía de Lancaster, precedida ésta por Ricardo II, Enrique IV (parte 1) y Enrique IV (parte 2). Los lectores, por tanto, ya conocemos a Enrique V, aunque en esta obra que aquí les presento y le invito a leer, si pudiera ser en su lengua original, mucho mejor, ya que el placer es doble, el joven príncipe ya no es aquel hombre indisciplinado y algo bruto que el escritor inglés plasma en sus obras anteriores. El príncipe se ha hecho mayor, con todo lo que conlleva eso de responsabilidad y su objetivo será conquistar Francia. Su padre ha muerto y el se presenta a su país como un gran gobernante. Si bien es cierto y hay que tenerlo en cuenta que después de la muerte de Enrique IV, Inglaterra se había fortalecido internamente y su economía igualmente. Esto suponía una enorme ventaja para el sucesor

Shakespeare acota el contexto histórico en los sucesos que van antes y después de la famosa batalla de Azincourt, que tuvo lugar durante la Guerra de los Cien Años.

El argumento arranca con una gran provocación y un hombre oportunista, el arzobispo de Canterbury. El delfín de Francia ha rechazado la idea y el deseo de Enrique de llegar a ocupar el trono francés y para hacérselo saber le ha mandado unas pelotas de tenis, como gesto, según el francés de reconciliación. El religioso, movido por su propio interés, le explica al rey que este gesto no es más que una altanería del monarca francés, ya que el arzobispo teme un nuevo rey que apoye una ley por la que la Iglesia perdería fuerza y bienes. Le insta a que tome las armas y se embarque en la batalla con Francia.

Enrique, que se ha convertido ya en un sagaz y astuto monarca, está pendiente de todas las señales que ocurren a su alrededor. Ricardo de Conisburhg, tercer conde de Cambridge juntos con otros dos hombres han intentado asesinarle en Southampton. Él ha descubierto el complot. Al fin, decide seguir las indicaciones del arzobispo y ir a la guerra con Francia.

En el sitio de Harfleur, Enrique logra triunfar, pero eso sí, con una tropa ya bastante debilitada y, lo que es peor, enferma. Sin embargo, esto no impide que, con la mayor parte de su ejército, marche hacia Calais, donde tienen previsto pasar el invierno.

Por supuesto, el rey francés no está cruzado de brazos, y ha reunido un ejército mayor aún para interceptar al rey inglés en Azincourt. Enrique cuenta con pocas posibilidades, su ejército cuenta con 12.000 soldados agotados y enfermos de disentería, frente a los 20.000 con los que cuenta el enemigo y, además, sin penalidades a sus espaldas.

Todos imaginan la batalla de Azincourt como un futuro fracaso, temen por sus vidas, ven la muerte más cerca que nunca. Pero una vez más la madurez del monarca sale a flote. Su carácter heroico y entusiasta le hace tomar una decisión. Tiene deseos de saber que piensa verdaderamente su tropa, que les hace sentir esa zozobra, por eso, decide vagar por el campamento de noche y disfrazado para reconfortar a los soldados y descubrir la opinión que tienen de él. Se mezcla con su tropa y hace una interesante reflexión de las responsabilidades que un rey debe tener:

«Williams: Pero si la causa no es justa, el mismo Rey tendrá unas cuentas pesadas que echar, cuando todas esas piernas, brazos y cabezas cortadas en batalla se reúnan en el día final y griten: «Morimos en tal sitio» (…)

Rey Enrique: La guerra es su verdugo (de Dios): la guerra es su castigo, así que hay hombres, que antes que quebrantaron la justicia del Rey y ahora son castigados en la guerra del Rey (…) Todo súbdito debe obediencia al Rey, pero el alma de cada súbdito es suya.»

Pero, en mi opinión, el más bello párrafo que esta obra tiene es el que corresponde a la conocida arenga del día de San Crispín. El monarca inglés desea animar a sus tropas la víspera de la batalla y lo hace con un discurso donde resalta el valor y la amistad por encima de todo, como garantía de éxito en la lucha. La arenga no comienza como una alocución sino como respuesta a uno de los hombres, a Westmoreland, que lamenta el que no estén diez mil hombres más, que seguramente ese día vivirán ociosos, cree él, en Inglaterra, ajenos a todo. El rey le contesta lo siguiente:

» King Hernry: What’s he that wishes so?
My cousin Westmoreland? No, my fair cousin.
If we are marked to die, we are enow
To do our country loss; and if to live,
The fewer men, the greater share of honour.
God’s will, I pray thee wish not one man more.

By Jove, I am not covetous for gold
Nor care I who doth feed upon my cost;
It yearns me not if men my garments wear;
Such outward things dwell not in my desires.
But if it be a sin to covet honour,
I am the most offending soul alive.
No, faith, my coz, wish not a man from England.
God’s peace, I would not lose so great an honour
As one man more, methinks,would share from me,

For the best hope I have. Oh, do not wish one more!

Rather proclaim it, Westmoreland, through my host,
That he which hath no stomach to this fight,
Let him depart. His passport shall be made,
And crowns for convoy put into his purse.
We would not die in that man’s company
That fears his fellowship to die with us.
This day is called the feast of Crispian.
He that outlives this day and comes safe home,
Will stand o’ tiptoe when the day is named
And rouse him at the name of Crispian.
He that shall see this day, and live old age,
Will yearly on the vigil feast his neighbors
And say, “Tomorrow is Saint Crispian”.
Then will he strip his sleeve and show his scars,

Old men forget; yet all shall be forgot
But he’ll remember with advantages
What feats he did that day. Then shall our names,
Familiar in his mouth as household words,
Harry the King, Bedford and Exeter,
Warwick and Talbot, Salisbury and Gloucester,
Be in their flowing cups freshly remembered.
This story shall the good man teach his son,
And Crispin Crispian shall ne’er go by,
From this day to the ending of the world,
But we in it shall be remembered:

We few, we happy few, we band of brothers;
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne’er so vile,
This day shall gentle his condition;
And gentlemen in England now abed
Shall think themselves accursed they were not here,
And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin’s day.»

En el día de San Crispín del año 1415 los reyes de Inglaterra y Francia y sus ejércitos libraron la batalla de Azincourt.

Los ingleses ganan la batalla de Azincourt, en parte gracias al papel de los arqueros ingleses sobre la caballería francesa y la mala estrategia del ejército galo. Es entonces cuando Enrique V intenta cortejar a Catalina de Valois, la princesa francesa. ¿Cómo actuará el monarca francés? ¿Querrá a Enrique como heredero al trono o lo rechazará? Es bien sabida la historia pero por si alguien aún no la conoce y tiene la suerte de que el final le es ajeno y quizás le sorprendería, dejo hasta aquí el resumen de esta magnífica obra, sublime, como toda las de Shakespeare.

Si bien se puede interpretar que el componente nacionalista impera en la obra, hay que situarlo en el contexto de la era isabelina, donde este sentimiento de patriotismo era algo propio de la época.

Si después de disfrutar de esta joya de la literatura inglesa y universal, les quedan ganas de ahondar o ver a Enrique V desde otra perspectiva, les invito con igual entusiasmo a que vean la película Enrique V (1989) del gran actor y director Kenneth Branagh (Belfast, Irlanda del Norte, 1960). La cinta estuvo nominada a los Óscar en las categorías de mejor dirección y mejor actor. Branagh interpreta al monarca inglés de forma sublime. La banda sonora de la película es espectacular.

06Mar/20

SOMBRAS AL MEDIODIA. ALEJANDRO JODOROWSKY

 

 

La vida de Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, 1929) es tan rica en arte, tan cargada de aventuras y de experiencias que hasta hacer un resumen de ella, supondría una ardua tarea. Pero lo que deseo con este post no es que conozcan al gran Jodorowsky, artista chileno tan conocido y tan polifacético, sino que a través de él conozcáis a su madre Sara. Y Sara está en el libro del autor que hoy les invito a abrir y que se titula Sombras al mediodía. En este volumen, que consta de dos partes, se recogen una serie de historias breves, desde las más dulces hasta las más duras que, les prometo, no les dejarán indiferentes. Pero sin duda, en mi opinión, la joya de esta obra se encuentra en la segunda parte titulada Historias de mi mamá.

En Historias de mi mamá, aparece Sara un personaje basado en la madre del escritor, judía ucraniana emigrada a Chile, donde junto a su marido, comerciantes ambos regentan la tienda Casa Ukrania. Los ochos relatos de los que se compone esta parte son maravillosos, pero me quedo con el titulado La pieza de costura, por todas las enseñanzas que allí se recogen, aunque les aseguro que todos son una delicia. Sara se presenta como una mujer culta, inteligente, diligente, trabajadora, emprendedora, cariñosa, intuitiva, inquieta y bondadosa

Sara cose en la trastienda de su comercio mientras su hijo se sienta en el suelo a escucharla hablar. «(…) pedaleaba incansablemente cosiendo camisas de manta y calzoncillos de piernas largas, para obreros. A pesar de lo exiguo del espacio, mi madre había logrado convertirlo en Universo. Allí cada acción cobraba un significado y cada objeto se convertía en símbolo.»

Así con la metáfora de las telas y el coser, Sara le va dando grandes lecciones de vida a su hijo. «Si tenía que parchar ropa usadas, compravendía vestimentas viejas, buscaba sacar un pedazo de doblez de otra prenda que tuviera el mismo tiempo de uso.» «Mira, me decía, si pusiera un parche de tela nueva en una superficie vieja, en lugar de remedio, estaría pegando un cáncer. La tela joven, menos adaptable, más fuerte, acabaría rajando en mil vetas el sitio donde yo la hubiera colocado.», le explicaba al chiquillo. Y de esto sacaba la lección:

«Cuando crezcas y quieras cambiar el mundo, nunca propongas soluciones drásticas que, en lugar de ayudar, terminarán provocando el caos. Quiero que midas y sepas conocer el nivel de resistencia de tus ayudados. No los lleves más lejos de lo que puedan soportar.»

Si caía una mancha en un traje, lo único que hacía Sara, según cuenta el relato, era con un rincón de la misma ropa frotaba fuertemente. De aquí salió la segunda enseñanza: «Cuando tengas problemas espirituales, no busques ayudas externas que no harán más que confundirte. Cura tu ser con otra parte de tu mismo ser. Tú eres tu propio médico: no encontrarás otro mejor.»

Cuando se le enredaba el hilo, «soplaba sobre el nudo y lo deshacía». «Soplando tranquilizo al hilo, y el laberinto pierde fuerzas y solito se desenreda», apuntaba la mamá, para acto seguido dar su tercera enseñanza:

«Nunca fuerces sobre los problemas. Guarda la calma y haz lo que puedas. Ellos mismos se solucionarán.»

Para enhebrar, sostenía firme el hilo sin moverlo «y con el ojo de la aguja atrapaba la punta. La cuarta enseñanza de Sara se sostenía así: «Si tú no puedes encontrar algo, haz que ese algo te encuentre. Si quieres la luz, ponte donde no haya barreras entre el sol y tú. Limpia tu alma para que el fenómeno se manifieste en ti y, por vacío, lo obtendrás.»

Otro relato que nos deja una gran enseñanza es el titulado El caballero apestoso.

Sara tiene un comercio donde vende fruta, entre ellas una especie de piña «que, si no fuera por una campana de vidrio que la aislaba, hubiera llenado el local con su insoportable olor a podrido.» Suele visitar el comercio un hombre que visita a Sara y hablan largas horas en la trastienda. Al niño no le gusta el caballero porque tenía una enfermedad que le hacía «exudar un olor fétido». La mamá, a pesar de esto, es muy amable con él. El niño insiste en que no quiere que aparezca por allí y su madre, ante la petición del niño se enoja con su hijo enormemente. «(…) luego, tomando un cuchillo (me helé), partió en dos el fruto maloliente (¡uf, qué alivio!), y me ofreció: «¡Come un pedazo de esta piña silvestre!» «No puedo, huele a caca!». Me apretó la nariz sellando las fosas nasale. Abrí la boca para respirar y entonces, me introdujo la porción… ¡qué maravilla! ¡Nunca había probado un fruto, más dulce, fino y sabroso! Me dieron ganas de comer una docena. «¿Ves?» El olfato no es rey. Recibo a ese caballero porque escribe poemas, los más hermosos que he leído en mi vida. Es un alma de selección, un puro, casi santo. No sabes lo que mi ser se reconforta con su arte. Gracias a él he comprendido cuán importante es la belleza.»

Y así sacó Sara otra de sus enseñanzas. «En este mundo todos estamos llenos de enfermedades porque la sociedad misma está enferma. Si sólo viéramos los defectos, nunca hablaríamos con alguien. Hay que buscar las cualidades de cada ser y olvidar las taras. ¡Eso es vivir con cortesía!»

02Mar/20

EL ANDÉN DE NIEVE (FRÍO DE VIVIR). CARLOS CASTÁN

Hacía mucho tiempo que no leía un relato tan bello como el que hoy les quiero presentar. Se titula El anden de nieve, de Carlos Castán (Barcelona, 1960), autor, hasta que leí esta maravilla de relato, desconocido para mi, pero que, desde ahora, quiero seguir conociendo. Su narración es de una elegancia inusual y de una gran inteligencia.

¿Cómo puede caber tanta belleza en un relato tan breve? Castán nos monta en los trenes, medio de transporte que evoca, no sé la razón, o al menos a mi me transporta, a tiempos pasados de películas antiguas y bonitas.

El relato comienza así:

«En un tren de madera siempre puedes encontrarte con un soldado alemán. Y puedes tener que saltar sobre la nieve si has olvidado tu pasaporte. Entonces te hallarías en medio de una Europa en guerra, con el tobillo torcido perdido en un bosque de niebla. Por eso ahora no los hacen así. No sería cómodo para los viajeros.»

Me parece precioso este inicio. Evocador.

Continúa así:

«(…) después de tantos años, es poco probable, a decir verdad, sufrir a bordo de un tren de nuestros días un ataque comanche o vivir una aventura con los correos del zar. (…) Hoy los perseguidores de prodigios recorren miles de kilómetros a la búsqueda de uno de ellos. Van y vienen incansables de una ciudad a otra con maletas semivacías y periódicos viejos doblados bajo el brazo. Algunos llevan sombreros de viajero, todos han perdido la esperanza varias veces bajo la lluvia de los andenes, que es la más cruel y la más fría que existe, porque el portento esquiva a los avisados y repetidores arrepentidos que, en su día, víctimas de su propio pánico ante el pasmo, dejaron huir la ocasión como locomotora que se adentra en la noche. Agotados, volverán a subir una y mil veces la escalinata del vagón, se dejarán caer pesadamente sobre su asiento y desplegarán sin mirarlo su diario a la vez que apoyan la cabeza en la ventanilla esperando el silbato que enciende a duras penas el desgastado ánimo.»

No me topé con este relato en el libro Frío de vivir, novela del autor que inicia su obra con «El andén de nieve», sino en un volumen de Quinteto titulado Viajeros donde, como se señala en la portada, se recogen los mejores relatos de viajes de varios escritores como por ejemplo, John Updike, Jose Luis Corral, Jack Kerouac o el propio Castán. Es un libro que merece la pena leer. Tiene relatos maravillosos pero éste, con el que justamente abre el volumen, me pareció el más hermoso.

El relato de Castán nos presenta al señor Segriá, obeso viajante catalán, que «vivió sobre los raíles la historia de amor que calles y hoteles, bares y jardines le habían negado». Segriá conoce a una mujer fascinante, que le es tan familiar como la Primera Sinfonía de Schumann. La ama «durante kilómetros y kilómetros». «El obeso viajante catalán hubiera querido buscarle un sitio en tierra firme, ponerle un piso o llevarla al cine, poder caminar juntos por la calle, aunque sólo fuera eso, entrar a los cafés, ver alguna película, ya se sabe, enseñarla a los amigos. Ella siempre se negó. Con una sonrisa le anunciaba su próximo viaje. Si él insistía se estropeaba todo, la mujer se ponía triste y sólo quería dormir o leer sus revistas. Cuando el asunto se daba por zanjado volvía a ser la de antes.»

Segriá podría haber seguido siendo feliz, pero un día se le ocurrirá seguirla, después de despedirse de ella, como de costumbre, en el andén. ¿Qué sucedió? No les puedo contar nada más, pero Castán nos aclara una cosa: » (…) he ido comprobando que muchos de los pasajeros de los trenes desaparecen apenas abandonan la estación, cosa que puede verificar cualquiera. Basta con seguirlos cuando se apean del vagón, conocen las calles aledañas más discretas, al margen de sus trenes, ¿conocen algo más?, y hacia allí se dirigen en precario equilibrio, nerviosos y rápidos, con gestos de ratón. Llegado el instante oportuno se esfuman. (…) Volverán a tomar forma al día siguiente en los servicios de ese mismo tren o de otro diferente. Por eso, si es que se han fijado, apenas la máquina inicia su marcha, siempre sale alguien de algún lavabo que segundos antes estaba vacío. (…) No sé de dónde surgen ni en qué pensamiento se dibuja su rostro por primera vez, si toman su aspecto de muertos de otros siglos (…) Pero sé que no nacen ni acuden a los colegios, que su lenguaje es postizo y su soledad fingida porque desconocen el drama de la vida y su memoria es difusa y cambiante como las sombras en las que se escabullen. Están hechos de carne, pero no les aguarda la sepultura alguna; ríen, pero su dicha carece de sentido porque lo ignoran todo del dolor, nadie nunca les hizo llorar ni los libró al olvido. No estoy loco. No seré yo quien niegue que en un vagón cualquiera hay mayoría de gente como usted y como yo, personas que se dirigen de una ciudad a otra para cambiar de aires, asistir a funerales, retener amores o atender a la usura de sus negocios. Es cierto. Pero los seres de quienes hablo abundan más de lo que parece y lo que parece ya es bastante si se les sabe ver, si nuestra mirada no se nos ha podrido por su cuenta entre los ojos.»

Pero aún Castán tiene un personaje más para hacernos cuestionarnos la vida. Uno monta en los trenes para soñar, para viajar o para ambas cosas. El tren es la metáfora de la huida, ¿a dónde nos lleva un tren?.¿Hasta que estación queremos llegar? El sueño puede durar lo que dura el viaje, el viaje puede ser el sueño o ese sueño el deseo inalcanzable. Y si no que se lo pregunten a un hombre, a otro personaje, Macario, apodado el ferroviario. Un viaje en tren le hará tomar una de las decisiones más importantes de su vida. ¿Por qué? Porque a través de las ventanillas a veces ve que se acerca a Chamartín, lugar de destino y observa los polígonos industriales tan característicos de la ruta, y otras tantas veces, al otro lado de la ventanilla, observa densas arboledas, cordilleras lejanas, caminos en la nieve que terminan en casa humeantes. En sus sueños Macario, ante el frenazo imprevisto del tren, ve, sobre el andén totalmente nevado lo que parece ser la estación de una pequeña aldea y allí una mujer vestida de negro que sonríe, le llama por su nombre y aguarda a que baje. «Su rostro era de una vertiginosa belleza. Supo que la conocía desde siempre porque era desde siempre la mujer de sus sueños.»

Si mira al otro lado de la ventanilla, mientras el tren sigue su camino, ve a su mujer, a sus hijos, que ya le han localizado y golpean impacientes con los nudillos en el cristal. «Unos metros más atrás su mujer les gritaba algo, probablemente que dejaran de encaramarse al vagón. En su cara se veía que estaba harta de aguantar a los niños, de sus varices y del retraso del tren.»

¿Qué hacer, envolverse en el sueño del viaje en tren y continuar la vida cogiendo uno y después otro para que el dulce sueño nunca termine o bajar en Chamartín y enfrentarse a la dura realidad de un andén donde te espera tu familia, la rutina? La realidad frente al sueño. ¿Quién vencerá? Abran el libro para averiguarlo, les encantará.

El autor les advierte:

«Y ustedes no fantaseen. Sé perfectamente por qué lado habrían bajado del tren. No es mi caso. Mis escasas posibilidades se reducen a que el ferrocarril ignore que conozco cuanto les he contado. Así que a callar. No les costará un gran trabajo guardar silencio ya que en ningún momento me han creído. Bastante difícil lo tengo y lo sé, no albergo demasiadas esperanzas. Entretanto, viajo a menudo en tren: hablo con los viajeros cuando estoy harto de escuchar a los humanos.»

01Mar/20

SANGRE MALA. SALVADOR ROBLES MIRAS

«Si, ya sé que no es lo mismo matar a tu propio perro que a los seis bípedos degenerados que tengo en cartera, aún así, me produce cierta inquietud pensar en cuál será mi actitud cuando me apreste a ejecutar a mi primera víctima.»

Obsesionado compulsivamente por el éxito, al  protagonista de Sangre mala, escritor a su vez de Sangre mala, una novela que apenas ha vendido un centenar y medio de ejemplares, dominado por el delirio, se le ocurre el maquiavélico plan de reproducir en la vida real lo que narra en la ficción y así su obra «despertará de forma consecutiva el interés de la prensa, los libreros y los lectores, quienes acudirán en masa a las librerías para comprar el libro». Todos pensarán que la novela es tan buena que hasta un depravado asesino en serie está dispuesto a imitar en la vida real los asesinatos que Casanova, así se llama el protagonista de su obra, comete en el mundo paralelo de la ficción.

Cuando hace ya algún tiempo hablé con el escritor Salvador Robles Miras (Águilas, Murcia, 1956) del argumento de su última obra, Sangre mala, que a primeros de marzo saldrá a la venta, confieso que quedé fascinada. Enseguida pensé, y quise creer también, que estaba ante la mejor novela de este género, que hasta ahora, Robles había escrito. Después de leerla, creo no haberme equivocado. Hace pocos días le dije que me lo había pasado muy bien leyéndola, que me entretenía mucho y no podía dejar de leerla, y lejos de alegrarse Salvador me contestó: «No es sólo eso lo que espero de un lector que tenga entre sus manos Sangre Mala, quiero que les haga reflexionar». Tenía razón, y es ahí justo donde reside la clave, el círculo perfecto de esta novela, que entretiene al mismo tiempo que te hace pensar, reflexionar sobre hasta dónde el ser humano puede llegar para alcanzar sus objetivos.

¿Se pueden resolver los fallos de una novela en la vida real? El escritor cumple casi escrupulosamente lo que recoge el libro. Tiene que hacer todo lo que ha escrito sobre su asesino en serie. Todo lo que pone en el libro, que será el superventas del año. ¿Qué precio está dispuesto a pagar en aras de alcanzar la fama?

«(…) una noche de sábado, después de recorrer en las horas previas las pocas librerías de Metrópoli que acogían Sangre mala, y comprobar consternado que seguían teniendo el mismo número de ejemplares que semanas atrás, o sea, que no habían vendido ni un solo libro más, concibió su maquiavélico y enloquecido plan.»

La primera víctima del escritor Saúl Rejón, será la prostituta Anastasia, pero a ésta le seguirán algunos más, entre ellos el sacerdote Herminio Olivas, implicado en casos de pederastia, con el que Rejón saldará cuentas de su infancia, o la empresaria Luz Pazos, a la que conoció tiempo atrás en el Congreso Nacional de Calzado en Madrid y que además ha rechazado mantener sexo con Rejón.

Robles Miras, uno de los autores más destacados de la novela negra actual, cuenta de nuevo en este volumen con Cecilia Fresnedo, ahora ya inspectora de Brigada contra el Crimen de Metrópoli y al mando de la investigación. Caso complicado el que tienen esta vez entre manos. El asesino es «un tipo extremadamente limpio. Mata y se marcha sin «olvidar» en el escenario del crimen nada comprometido para él, como si fuera embutido en un mono de látex.»

Todo transcurre a las mil maravillas para Rejón, su novela ha alcanzado la décima edición, sus asesinatos en la vida real son casi calcados a los que escribió para Casanova en su novela y por si fuera poco las ventas de la zapatería de la que es propietario, Guantes para el pie, han subido de forma desorbitada.

Aunque él crea que es un gran escritor, la novela adolece de una incongruencia y nada es baladí para Fresnedo. «La sangre mala de la sociedad la componen los desalmados de  toda ralea y condición, y a la cabeza de éstos debe figurar el asesino que mata por matar, porque le complace. Qué fallo más garrafal. Además, la novela habría sido mucho más redonda si Casanova, un homicida justiciero, matara a un asesino, verbigracia, un psicópata.»

El suspense de la obra está garantizado hasta el final. ¿Atraparán a Piña antes de que este ejecute hasta el final su sanguinario y macabro plan?

Les invito a que abran esta novela, editada por M.A.R Editor. Es una maravilla dentro del género negro.Espero que ocupe el lugar que merece porque, como escribe en el prólogo de la obra el escritor Klaus S. Neumann, Robles desea que empaticemos con sus personajes, que nos introduzcamos en sus mentes y almas, y eso, en mi opinión, supone un trabajo muy generoso por parte del escritor. «Para él, la comprensión del otro es la base de la futura comunicación con aquellos que son diferentes a nosotros.»

Salvador Robles Miras fue finalista del Premio Euskadi al Mejor libro del Año de Literatura con su obra La exclusiva del asesino. En este mismo blog pueden leer un post sobre esta magnífica novela.