30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER (PARTE 2)

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El genio en el movimiento alemán «Sturm und Drang», del que hablaba en el anterior post, será un individuo capaz de saltarse las reglas impuestas por la sociedad de mediocres, como el barón Münchausen. Pero también será como apunta Gautier, ese ser que a través de las experiencias de su libertad creadora es capaz de expresar, en su voz particular, el sentido del todo y el sentir de todos, que se identifica ahora con el sentido popular.
La comunión de Bürger con los principios del movimiento, fomentados en su mayor parte por Hamann, Herder y Goethe, será la causa de que , entre la aparente intrascendencia de las aventuras del barón, habite una decidida voluntad de atropellar a la razón ordinaria, una reacción de la fantasía frente a una realidad inhabitable, absurda y gris, un cierto anticlericalismo y, en fin, esa genialidad del «barón» para crear con la magia de sus narraciones un mundo que es tan de verdad como ese otro mundo que hay quien imagina real.
El escritor intenta dinamitar, mediante la sátira, la exageración y la mentira de guante blanco, la más peligrosa de las mentiras: la verdad envenenada (que suele coincidir con la verdad más comúnmente aceptada por cada época). Contra esa «verdad» se revela la naturalidad con que el barón se sube a lomos de una bala de cañón o trepa hasta la luna por el tallo de un guisante turco; contra quienes la sostienen, caciques, pedantes, conserjes, mediocres, clérigos de vida disipada o filósofos ilustradamente restriñidos, el barón dirigirá todas sus sátiras, su socarronería y alguna que otra blasfemia.
Y ese es el encantador, loco y aventurero barón que ha llegado a nosotros. El que conocemos después de este periplo de ediciones, influencias,… Y es, llegados a este punto, cuando les invito a abrir este libro, que como sucede con otros como por ejemplo con «El principito» de Antoine de Saint- Exupéry o «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll, por citar dos ejemplos, se puede leer desde el análisis de un adulto, teniendo en cuenta todo lo que les he ido contando a lo largo de estos dos posts o desde la inocencia de un niño que sólo quiere pasarlo bien y participar de las aventuras de un loco estupendo y simpático, que existió pero que, parece ser, ni fue tan fanfarrón, ni tan loco ni tan mentiroso, pero que a los lectores que nos fascina, lo queremos así, tan quijotesco, tan loco, tan mentiroso y tan simpático. Sencillamente encantador.
Y ahora me enfrento al momento más difícil, elegir una de sus aventuras para que a ustedes, si no conocen la obras, le entren unas ganas locas de abrirla. Una obra que se acerca mucho al lector y lo envuelve al estar escrita en primera persona. Difícil empresa esta de escoger unas y dejar otras aventuras, porque todas ellas son igual de fascinantes. Así es que les dejo con el segundo viaje a la Luna por lo extraordinario y humorístico de su relato, del capítulo XVI titulado : Décima aventura por mar (Segundo viaje a la Luna).

«Ya os he hablado, señores, de un viaje que hice a la Luna a buscar mi hacha de plata. Después tuve ocasión de volver a ella, pero de una manera mucho más agradable, permaneciendo allí bastante tiempo para hacer varias observaciones, que voy a comunicaros tan exactamente como mi memoria me lo permita.
A uno de mis parientes lejanos se le metió en la cabeza que debía haber absolutamente alguna parte un pueblo igual en tamaño al que Gulliver pretende haber hallado el reino de Brobdingnag, y resolvió partir en busca de este pueblo, rogándome que lo acompañara. Por mi parte, yo había considerado siempre que la narración de Gulliver no era sino un cuento de niños, y no creía más en la existencia de Brobdingnag que en la del El Dorado; pero como este honorable pariente me había instituido su heredero universal, y a comprenderéis que le debía algunos miramientos.
Llegamos felizmente a los mares del Sur sin encontrar nada digno de mención, a no ser algunos hombres y mujeres volantes que danzaban en minué por los aires.
Dieciocho días después de haber pasado a Otaiti, se desencadenó un huracán que arrebató nuestro barco a cerca de mil leguas sobre el nivel del mar y nos mantuvo en esta posición durante mucho tiempo.
Por último, un viento favorable infló nuestra vela y nos llevó con rapidez extraordinaria.
Viajábamos hacía seis semanas por encima de las nubes, cuando descubrimos una vasta tierra, redonda y brillante, semejante a una espléndida isla. Entramos en un excelente puerto, saltamos a la Tierra que habíamos dejado.
En la Luna, porque la Luna era la isla resplandeciente que acabábamos de arribar, vimos grandes seres montados en buitres de tres cabezas. (…)
Cuando nosotros llegamos, el rey de aquel país estaba en guerra con el Sol, y me ofreció despacho de oficial; pero yo no acepté el honor que me ofrecía Su Majestad.
Todo en aquel mundo era extraordinariamente grande: una mosca ordinaria, por ejemplo, es casi tan grande como un carnero de los nuestros. Las armas usuales de los habitantes de la Luna son rábanos silvestres que manejan como jabalinas y dan muerte a los que alcanzan.
Cuando la estación de los rábanos ha pasado, emplean los espárragos con el mismo éxito.
Por escudos usan grandes hongos.
(…) no consagran tiempo a sus comidas; tienen en el costado izquierdo una ventanilla, por donde introducen en el estómago el alimento; después cierran la ventana, hasta que pasado un mes repiten la operación. No hacen, pues, más que doce comidas al año, combinación que todo hombre sobrio debe hallar superior a la usada entre nosotros.
Los goces del amor son completamente desconocidos en la Luna, porque así entre los seres racionales como entre los brutos, no hay más que un solo sexo. Todo nace en árboles que difieren al infinito unos de otros, según el fruto que producen. Los que producen seres racionales u hombres son mucho más bellos que los otros; tienen grandes ramas rectas y hojas de color carne, consistiendo su fruto en nueces de cáscara purísima y de seis pies, lo menos, de longitud. Cuando se quiere sacar lo que hay dentro se echan en una gran caldera de agua hirviendo; ábrese entonces la cáscara y sale una criatura viva.
Antes de venir al mundo, ha recibido ya su espíritu un destino determinado por la naturaleza.
De una cáscara sale un soldado, de otra un filósofo, de otra un teólogo, de otra un jurisconsulto, de otra un agricultor, de otra un ganapán, y así sucesivamente, y cada uno se pone desde luego a practicar lo que conoce teóricamente. La dificultad consiste en juzgar con certeza lo que contiene cada cáscara; en la época de mi estancia allá, afirmaba un sabio del país, que poseía este este secreto.
Pero no se hacía caso de él, teniéndolo por loco.
Cuando los habitantes de la Luna llegan a viejos, no mueren como nosotros, sino que se disuelven en el aire y se desvanecen en humo. (…)
Llevan la cabeza debajo del brazo derecho, y cuando van de viaje o tienen que ejecutar algún trabajo que exija mucho movimiento, suelen dejársela en casa, como quiera que pueden pedirle consejo en la distancia. (…)
Pueden a su grado quitarse y ponerse los ojos, y cuando los tienen en la mano ven igualmente que cuando los tienen en la cara. Si por casualidad pierden uno, pueden alquilar o comprar otro que les hace el mismo servicio. Así es que en la Luna se encuentran en cada esquina gentes que venden ojos, teniendo el más variado surtido, porque la moda cambia con frecuencia: ora los ojos azules, ora los negros, son los que se estilan.
Comprendo, señores, que todo esto deber parecerles extraño; pero ruego a los que duden de mi veracidad, se sirvan pasar a la Luna a comprobar los hechos y a convencerse de que he respetado la verdad tanto como cualquier otro viajero.»

15May/16

LA NIEVE. UN CUENTO DE TERROR. SIR HUGH WALPOLE

«La señora Ryder miraba a lo largo del pasillo, pero no estaba segura de si la mujer estaba allí o no. ¡Qué absurdo! Sabía que no podía haber nadie. Pero entonces, ¿cómo era que distinguía claramente una anticuada capa gris, un pelo gris y descuidado y el contorno anguloso de unas mejillas pálidas y una barbilla puntiaguda? Y más aún: la larga caída del vestido gris formando pliegues hasta el suelo, el destello de un anillo de oro en una mano blanca. No. No. NO. Esto era una locura. Allí no había nadie. Una alucinación…»

En 2013, Ediciones Atalanta, publicó un libro titulado «Antología universal del relato fantástico» con prólogo de Jacobo Siruela. Si aún no conocen el libro, les invito a que lo compren inmediatamente porque es una maravilla de volumen, cargado de grandes autores con sus grandes relatos. Magnífica obra que no se cansarán de leer.

Entre esos relatos, hoy quiero destacar «La nieve» de Sir Hugh Walpole (Nueva Zelanda 1884, 1941). Este relato es una obra brillante en la que se trata un tema que, casualmente, diez años después, la fabulosa escritora londinense Daphne du Maurier (Londres 1907, Cornualles 1989) tocaría en su libro «Rebecca» publicado en 1938, obra que llevó al cine el maestro Alfred Hitchcock con el mismo título en 1940.

Walpole alcanzó un gran reconocimiento como escritor, logrando que todas sus obras fuesen muy populares. Además, trabajó en varios géneros: cuentos, novelas infantiles, novelas de terror, biografías y obras de teatro. «La nieve», incluido en sus cuentos de terror fue publicado en 1928.

Desconozco si conocen antes la novela «Rebecca» que la película, pero les pongo en antecedentes. Maxim de Winter, tras enviudar, realiza un viaje a Montecarlo con el propósito de olvidar su pasado. Allí, el destino le tiene preparada una sorpresa. Conoce a una mujer más joven que él y deciden casarse. Una vez finalizada la luna de miel, regresan a la mansión de campo del señor Winter, donde antes había convivido con su primera esposa.  En Manderley, nombre de la casa, todo es perfecto hasta que la memoria de la fallecida empieza a minar la relación entre la pareja. Rebeca comienza a hacerse presente como una patología, nunca como una realidad en la mente de la recién casada. La joven está convencida de que jamás podrá competir con Rebeca, de la que todos dicen en la casa que era una mujer muy bella.

Esta enfermedad que se conoce como «Síndrome de Rebeca», atiende a un sentimiento de celos que adquiere una dimensión patológica cuando aparece sin fundamento, por ejemplo hacia una ex pareja que ha muerto y cuando adquiere tales dimensiones que afecta al comportamiento normal de la persona que lo sufre. Se llama así en homenaje a la novela de Maurier.

Este tema ha servido de inspiración a escritoras tan interesantes como Carmen Posadas, que publicó un libro titulado «El síndrome de Rebeca: guía para conjurar fantasmas amorosos». Posadas ha declarado en alguna de sus entrevistas que el libro sirve para «mandar por fin al olvido a ese o esa ex que aún nos pesa en el recuerdo y, lo que es peor, en el presente.» Según la escritora uruguaya, Rebeca es el espectro del pasado sentimental que nunca termina de evaporarse.

Pero antes de que todo esto ocurriera en la literatura, ya Walpole en «La nieve», nos presenta a la segunda señora Ryder. Es una joven guapa, con salud,… que, sin embargo, vive en continuo desasosiego y llena de celos, ya que tiene que oír por boca de su marido, las constantes alusiones a la grandeza de su primera esposa, Elinor. En este caso, podemos decir que los celos son fundamentados ya que el hombre insiste en el tema del ensalzamiento de Elinor.

La joven va perdiendo la ilusión en su matrimonio por culpa de este «fantasma» que vive en casa y que no es otro que  la primera esposa de su marido. Y aunque sean celos fundamentados, en la protagonista comienza a surgir el germen de esa temida «sombra», «fantasma». Odia a Elinor, que además juró a Herbert, su marido, que le cuidaría hasta que se reuniera con ella en la otra vida, apoyada en la gran fe religiosa que profesaba.

«Elinor me comprendía mejor, querida. ¡Arrojar a la primera mujer contra la segunda! ¿No era la falta de tacto más grande que un hombre podía cometer? (…) Era cierto que Elinor había sido abnegada, que había estado tan completamente dedicada a Herbert que había vivido sólo para él. La gente siempre le estaba recordando su entrega, lo que no dejaba de ser una grosería y una falta de tacto.»

En el relato, la joven esposa, está dentro de la casa en todo momento, hasta el fatal desenlace fuera, en la nieve. En la nieve tan blanca como el fantasma. Es Nochebuena. Fuera, los copos no para de caer. Eso la agobia, la ahoga, y crea en el cuento una sensación de   claustrofobia. Es una metáfora de la frialdad y la falta de comunicación que, desgraciadamente, tiene con su marido. La mujer entra en un círculo de desesperación que puede con ella, que le arranca las ilusiones que había depositado en su relación y hasta le consume la fuerza para seguir luchando. El «fantasma» quiere acabar con ella.

«La segunda señora Ryder era una mujer joven que no se asustaba fácilmente; pero ahora permanecía en la oscuridad del pasillo con la espalda pegada a la pared y la mano en le corazón, mirando hacia la ventana gris, al otro lado de la cual la nieve caía sin cesar frente a la luz de la farola.»

Les invito a leer este relato, con final tan sorprendente como brillantemente elaborado.

 

01May/16

MAPA DEL MUNDO PERSONAL. JULIÁN MARÍAS

El excelente filósofo Julián Marías (Valladolid 1914, Madrid 2005), discípulo de Ortega y Gasset, escribió en 1993 el libro  «Mapa del mundo personal» obra que les invito a abrir hoy. Trata muchos temas interesantes como son el amor, la amistad, el descubrimiento de la persona,… Pero en este post sólo me voy a centrar en un par de capítulos que hablan sobre los niños y los adolescentes, porque quizás les pueda servir como orientación a padres que lean mi blog.

Del tercer capítulo titulado «Génesis de la persona», me gustaría destacar el apartado «La caricia y el cuerpo personal» y los siguientes fragmentos:

«Respecto al niño, es esencial que sea acariciado, y pronto responde del mismo modo. La caricia es el gran instrumento de personalización, que despierta, acelera, completa la constitución de la persona. De ella depende en alto grado la prontitud y perfección de algo que, como todo lo humano, es variable e inseguro. La importancia de la caricia es grande, y afecta a la vida entera; pero aquí me refiero exclusivamente a la que afecta al niño. No sólo la caricia con la mano, sino el contacto en general, el beso, por supuesto la lactancia. Todo esto contribuye a la instalación corpórea, desde la cual, no se olvide, se llega a la instalación mundana.

La frecuencia, intensidad y calidad de las caricias que recibe el niño son factores esenciales de su posesión de personalidad ajena y de la propia. En casos favorables, siente a los demás como personas y se siente tal al ser acariciado. La condición amorosa del hombre, que tendrá despliegues muy distintos en la edad adulta, se despierta y constituye en la niñez, desde los primeros días de la vida. ¿Hasta cuándo? Esto depende de las formas sociales, tan variables, y de las condiciones singulares. (…)

Y no se olvide que junto a la caricia física, de contacto corporal, hay otra de no menos importancia: la caricia verbal. Al niño se le habla, se le dicen cosas, se le canta. La voz es particularmente importante, porque en ella aparece el elemento de expresión del lenguaje. Imagínese la diferencia entre el niño a quien se habla con aspereza o despego y aquel a quien se acaricia con la voz y la palabra.»

Me parece precioso como Marías nos quiere hacer entender la importancia de la caricia. Seguro que muchos de nosotros lo damos por hecho, pero imagínense ustedes todos los niños del mundo que crecen sin ser acariciados.

También destaca la importancia de la lectura y el momento en el que el niño va a demandar los cuentos.

» (…)el niño suele pedir cuentos, y ese deseo es satisfecho en uno u otro grado. El desarrollo de la imaginación, y por tanto de la facultad proyectiva, depende en buena medida de esto. La aprehensión de las conexiones se logra más allá de la experiencia real y directa, en la comprensión de la narración. Pocas cosas contribuyen al uso de la razón como los cuentos, el mundo ficticio, narrativo, biográfico, que puede envolver al niño desde su primera edad.»

En otro apartado de este mismo capítulo, titulado «La presión de las vigencias sociales» habla de un tema no menos interesante, la escolarización del niño, cuando se debería dar y cómo se desarrolla:

«Me parece evidente que la constitución del núcleo personal se interrumpe antes de tiempo. Si la escuela no es enteramente acertada, se advierten deterioros que pueden ser graves; en todo caso, el niño pierde en parte el carácter puramente personal que tenía al comienzo de su vida, resulta menos «único» su espontaneidad queda recubierta por una capa de vigencias en cierto modo impersonales.»

En el capítulo sexto titulado «Relieve del mundo personal», me gustaría destacar el apartado «Entre padres e hijos» y dejarles aquí unas reflexiones del filósofo. Y algo que me ha llamado mucho la atención y que el destaca especialmente, como en un principio cuando recibimos a nuestro bebé en casa es lo más importante en nuestras vidas, todo gira en torno a el, y a medida que el niño va creciendo sentimos menos curiosidad porque hay factores que nos van alejando de esa relación, horas de escuela, personas nuevas. Se sigue amando al hijo pero se pierde este interés inicial:

«Los padres creen conocer mejor a sus hijos: los han visto nacer, han asistido a sus vidas día tras día, los han cuidado en todos los sentidos, se han preocupado por ellos; pero no siempre han sido capaces de imaginar quiénes empiezan a ser, hacia dónde se orientan, cuáles son los proyectos que van germinando en ellos. Es decir, su condición rigurosamente personal puede escapárseles.

La pubertad es un momento decisivo. El muchacho o la muchacha experimentan una escisión del círculo familiar y sus ampliaciones. Vive desde sí mismo, al menos lo cree así. Se desinteresa de sus afectos tradicionales: experimenta la primera gran variación de su mundo personal. Los padres, unas veces no lo advierten y creen que es «el de siempre»; otras, se percatan de ello y lo deploran, porque lo interpretan como «desvío», de ellos mismos y de lo que parece su mundo transmitido y compartido.

En realidad, el adolescente no vive desde sí mismo sino desde su grupo juvenil, probablemente inspirado o manipulado por algunos adultos influyentes.»

 

15Abr/16

QUERIDO LUIS. ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Como ya he apuntado en comentarios anteriores, en vacaciones, bien sean de verano, Semana Santa o Navidad, aprovecho para leer, entre otras cosas, columnas de opinión. Siempre busco los artículos que firman los escritores, para así conocerles un poco mejor. Estas vacaciones (que para mí duraron hasta el lunes día 4, de ahí que lo introduzca como artículo «vacacional» aunque esté fechado el domingo 3 de abril en el periódico El País), me quedo con el escrito por Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén 1956) titulado «Querido Luis«.

El autor andaluz comienza su columna con una cita de la autora Emily Dickinson que ella escribió en una carta y dice así: «De nuestras mejores acciones no llegamos a enterarnos». Y bajo esta, a mi parecer, certeza,  continúa el escritor argumentando:

«Afortunadamente tú y yo volvimos a vernos 20 años después de que yo dejara la escuela en la que había sido alumno tuyo, y tuve la oportunidad de recordarte y agradecerte algo que hiciste por mi, y que podías haber olvidado. Volvimos a vernos cuando yo acababa de publicar mi primera novela. En ella hay una escena que tenía mucho que ver contigo. En torno a 1910, el padre del protagonista, un hortelano, va a la escuela para avisarle al maestro de que su hijo ya no volverá más. El niño tiene 11 o 12 años, y a esa edad ya hace falta que se ponga a trabajar junto a su padre en el campo. El maestro le pide que no lo haga, al menos todavía, que lo deje seguir estudiando. El padre accede, quizás más por falta de carácter ante la autoridad que por convicción, y eso hace que la vida de su hijo cambie de dirección para siempre.» Con este párrafo ya deja claro que nos pretende explicar Muñoz Molina, que él, siendo un chaval, vivió la misma situación. Que su padre visitó a aquel «querido Luis» en la escuela La Sagrada Familia de Úbeda para decirle que su hijo, y al igual que el muchacho de su novela,  iba a dejar la escuela porque debía ponerse a trabajar en la huerta.

«Mi padre había comprado con mucho esfuerzo y mucha ilusión aquella huerta que era su vida, y que podía ser también la mía cuando yo fuera haciéndome mayor. Era una huerta con buena tierra y mucha agua, y cada día sacábamos de ella una gran carga de hortaliza que luego mi padre vendía en el mercado. (…) Mi padre había conocido de niño el hambre de la posguerra: la huerta era para él una garantía de que si trabajábamos mucho no nos faltaría de nada.»

Qué bonito encuentro rendir un homenaje, como el escritor ha hecho en este artículo, a todos aquellos profesores que se preocuparon por nosotros, que nos dieron sus lecciones con una sonrisa, queriéndonos hacer mejor personas, enseñando con cariño, con ilusión, con alegría, con entusiasmo. Yo tuve muchos de esos y desde aquí, y valiéndome de este artículo les rindo homenaje a ellos también. Muchas gracias por todo. Gracias por enseñarme tanto y no sólo lo que está en los libros.

«Tú le aseguraste a mi padre que yo «valía para estudiar», y que podría conseguir becas. Él te hizo caso. Te prometió que al menos me dejaría estudiar unos años, a ver qué pasaba. Y así cambió mi vida. (…) cada vida es única, y está gobernada por azares irrebatibles. Si yo no dejé la escuela a los 11 años fue gracias a ti, y al respeto que te tenía mi padre.»

«El mundo en el que vivimos ahora no tiene nada que ver con el de entonces, como si nos separaran de él no décadas, sino siglos. Es fácil mirar o imaginar el pasado con un sentimentalismo que encubre la condescendencia, quizás con el exotismo de lo pintoresco. Pero tú sabes mejor que yo lo que significaba una escuela en la que los hijos de los trabajadores éramos tratados exactamente igual que los demás, y en la que a pesar de los pesares, lo himnos patrióticos, la misa, el rosario, gente como tú se las arreglaba para contagiarnos el amor por el conocimiento y la lectura»

Y acaba el artículo el gran escritor diciendo lo siguiente:

«El tiempo se va tan rápido que no conviene postergar nunca los agradecimientos. El mío hacia ti me durará mientras viva.»

El mío hacia todos ustedes, mis maestros, mis profesores, también durará mientras viva. Muchas gracias.

20Mar/16

LA BIBLIA. UNA ADAPTACIÓN DE MARIE-HELENE DELVAL

Montado en un borriquillo

«Jesús volvió a Jerusalén. Cuando llegó al monte de los Olivos, dijo a sus compañeros:

-Id a la entrada del pueblo. Allí encontraréis un borriquillo. Cogedlo y traédmelo.

Los compañeros de Jesús le trajeron el borriquillo, echaron sus mantos sobre él y montaron a Jesús.

Según iban andando, la gente tiraba enramadas y extendía sus mantos en el camino.

Y todos marchaban en cortejo, gritando:

-¡Hosanna, gloria a Dios!

(…)

En 1996, la editorial Bruño editó un libro de la escritora francesa Marie- Hélene Delval (Nantes,1944) titulado: «La Biblia. Las historias más maravillosas del Antiguo y el Nuevo Testamento». Después de citado el título, sabemos muy bien con que libro nos encontramos. Sin embargo, quiero invitarles a abrirlo porque es una de las mejores adaptaciones que he encontrado, hasta ahora, del libro más famoso y más vendido del mundo, traducido a más de mil doscientas lenguas o dialectos. Es una adaptación infantil y juvenil donde, como la misma autora escribe en el prefacio, se recogen «algunos de los relatos más maravillosos de la Biblia». Y termina aclarando que las páginas escritas pretenden «llegar tanto al corazón como a la mente» y que se han escrito tanto para mayores como para pequeños. Y aquí es donde quiero incidir. En muchas ocasiones, los adultos se enfrentan a la lectura de la Biblia con un prejuicio, la dificultad que les ocasionará la lectura de la misma. Quieren leer el libro, por curiosidad, por creencia o por la razón que sea pero no es tan sencillo enfrentarse a todos esos diversos libros que conforman la Biblia. No es tarea fácil. Por eso, cada vez más, los adultos con curiosidad por la lectura de la misma, recurren a ediciones juveniles e incluso infantiles, y para todos estos va dirigido el post de hoy. Ya que esta es, como apuntaba antes, una de las mejores adaptaciones literarias que he encontrado. Y por tanto, su lectura es amena y sencilla.

Yo, que estudié diez años en un colegio de monjas, me enfrenté, muchas tardes a sus textos, por obligación, claro está. El Nuevo Testamento es sencillo pero el Antiguo Testamento puede ser más complicado. Y una lectura por capítulos, como si de una novela se tratase, es tarea que no les recomiendo. Todos conocemos algún que otro pasaje de la Biblia, pero apostaría a decir que para muchos nos sería muy complicado hacer un resumen de un libro tan complejo, y más aún destacar los relatos que nos parecieron más interesantes. Todo esto lo hace Delval en su adaptación, con ilustraciones de Ulises Wensell, de una manera excepcional.

El libro cuenta con un apartado muy interesante titulado «Cómo leer este libro con los niños», donde la propia autora explica  que se recogen los relatos bíblicos «más susceptibles de dejar huella en la memoria y la imaginación del niño, debido a las emociones, las imágenes, los símbolos y el misterio que encierran.» «Los niños guardarán en la memoria pasajes, que luego volverán a escuchar con ocasión de las fiestas de Pascua o Navidad, de la eucaristía del domingo o de alguna boda o bautizo. Las palabras que oyeron la primera vez les parecerán entonces familiares y podrán utilizarlas como referencias si desearan más adelante adentrarse con mayor profundidad en el conocimiento de la Biblia.»

La escritora francesa recalca la dificultad de la lectura de una Biblia clásica. «Es un libro difícil de leer, porque está formado por muchas y diversas partes: relatos, oraciones, profecías, proverbios, textos de moral y de leyes, aparte de que en ellos se mezclan todos los géneros literarios. (…) También por esta razón los evangelios deben leerse no como reportajes, sino como testimonios que no excluyen los relatos de tipo simbólico, como es el de la adoración de los Magos.»

Y para los lectores que quieran hacer de este libro un libro para leer a sus hijos, Delval se hace una pregunta y se la traslada a todos ustedes. «Los niños van a preguntar sin duda: ¿todo esto es verdad? Y es una buena pregunta. Porque la Biblia recoge indiscutiblemente muchos acontecimientos que no pueden ser más reales. Pero no todos los relatos que contiene son páginas de historia. Así, por ejemplo, hoy todos lo sabemos, e incluso los niños lo saben, que el universo tal como lo conocemos no se formó en siete días, y que Adán y Eva no han existido nunca. En este sentido, pues, no es «verdad».»

Y por eso, quizás, también me guste bastante esta adaptación, por su libertad. Por la libertad con la que se presenta. Porque, en mi opinión, en caso de que el niño sienta curiosidad por este libro, que en principio lo dudo, si es que los padres no se lo presentan, pero si una vez presentado sienten curiosidad, se debería, repito, desde mi opinión, llevarlo hasta el niño como un cuento más. Y dejar así la puerta abierta a la «investigación» por parte de ellos. Quizás les interese saber aún más sobre «ese cuento», quizás no. Pero nunca presentarlo como una verdad absoluta coartando así sus propias opiniones y aplastando con metáforas la verdad científica de algunos hechos que aquí se describen como realidades y que nunca hubiesen podido ser tales.

Así es que invito a los mayores a abrir este libro si ustedes quieren tener una visión conjunta y muy rápida de lo que les espera en la lectura de la Biblia. Esbozos de las historias que allí se recogen y que si ustedes creen interesantes trasladaran a sus hijos. Los niños conocerán a través de estos relatos a personajes del Antiguo Testamento como Noé, Jonás, David, Moisés o Salomón y en los relatos del Nuevo Testamento escucharan las «aventuras» de Jesús y aquello que quiso transmitir al mundo a través de sus palabras.

Aquí les dejo con un relato del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento. Del primero me quedo con «La historia de Jonás»  y del segundo con el titulado «Unos magos venidos de muy lejos»,  por ser ambas mis preferidas de este libro ya que me remiten a esos pasajes de la Biblia que leía en el colegio de niña y que ya entonces eran, también y entre muchos otros, mis preferidos.

«La historia de Jonás»

«Existía en aquel tiempo una ciudad tan grande que se necesitaban tres días para cruzarla de parte a parte. Se llamaba Nínive y la maldad de sus habitantes llegó a ser tal que Dios decidió destruirla.

Dios habló a Jonás y le dijo:

-Ve a Nínive, la gran ciudad, y anuncia a todos sus habitantes que su maldad ha colmado mi paciencia.

Pero Jonás tuvo miedo y se embarcó en una nava para huir lejos de Dios. Entonces Dios hizo que soplara sobre el mar un viento tan terrible que parecía que el barco iba a romperse.

Jonas dijo a los marineros;

-Es culpa mía si se ha levantado esta tempestad, porque he huido delante de Dios, mi Señor. Pero tiradme al mar y se calmará la cólera de las olas.

Los marineros tiraron a Jonás al mar y de inmediato se calmó la tempestad. Dios hizo entonces que viniese un gran pez para que se tragara a Jonás.

Durante tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del gran pez, y entretanto le rezaba así al Señor (…)

Entonces Dios habló al gran pez y éste vomitó a Jonás en una playa. Jonas se levantó y se encaminó hacia Nínive, la gran ciudad. Y, llegado a ella, fue recorriendo las calles y anunciando:

-¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruída!

(…) todos se cubrieron de cenizas para mostrar su arrepentimiento y prometieron que nunca más harían el mal.

Entonces Dios se arrepintió también de la maldición que había lanzado sobre los habitantes de Nínive. Y no mandó sobre ellos el mal que había previsto para castigarlos.»

«Unos magos venidos de muy lejos»

«Por aquel tiempo, Herodes era el rey de los judíos. Y desde Oriente llegaron a Jerusalén unos magos. Y preguntaron:

-¿Dónde está el rey de los judíos, el que acaba de nacer? Hemos visto aparecer y brillar en el cielo su estrella y venimos a adorarle.

Herodes sintió una gran inquietud. Reunió a los sumos sacerdotes y a los sabios de su reino y les preguntó si sabían dónde debía nacer el Mesías.

Ellos contestaron:

-En Belén, de Judea, como anunció el profeta.

Herodes mandó llamar a los magos en secreto y les dijo:

-Id a Belén y encontrad a ese niño. (…)

Los magos emprendieron la marcha. Y mientras caminaban, la estrella que habían visto en Oriente avanzaba delante de ellos mostrándoles el camino. Hasta que se detuvo justo encima del lugar en el que se encontraba el niño recién nacido. Los magos sintieron una gran alegría en sus corazones. Entraron en la casa y vieron al niño en los brazos de María, su madre.

Se arrodillaron ante él y le ofrecieron oro, incienso y mirra.»

Carmen Posadas, autora a la que admiro enormemente, ha declarado en varias ocasiones, que entre sus libros predilectos se encuentra La Biblia. Según ella es el libro más completo y con los más bellos pasajes que se han escrito. Y me gusta con que naturalidad aclara que dentro de esta obra hay poesía, crónica, novela de aventuras, ciencia ficción y hasta novela negra. Razón no le falta.

 

 

12Mar/16

EL FIN DE ALGO. UN RELATO DE ERNEST HEMINGWAY. NICK ADAMS

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Pocos personajes ha dado la literatura tan misteriosos e interesantes, a mi parecer, como Nick Adams. Adoro los relatos donde él aparece y cuando aparece, Hemingway se me presenta en toda su esencia. Su literatura es, simplemente, insuperable. Los relatos de Hemingway (Illinois 1899, Idaho 1961) son perfectos. Es imposible elegir uno entre tantos, por eso les invito a abrir aquellos que tienen a Adams como protagonista. Son increíbles, sorprendentes tanto por su «engañosa» sencillez como por su perfecta redacción.

Y entre los de Adams, también es tarea difícil elegir uno, pero quiero presentarle a ustedes uno de los más conmovedores. Se titula  «El fin de algo». Guarda muchísimo dentro. Comienza el escritor presentándonos el pueblo de Hortons Bay.

«Antes, Hortons Bay era un pueblo de madereros y leñadores. Ninguno de sus habitantes se salvaba del ruido de las grandes máquinas de un aserradero que había junto al lago. Pero un año se acabaron los troncos para aserrar. Entonces las goletas de los madereros anclaron en la bahía y cargaron y se llevaron toda la madera amontonada en el corral. (…)

Una vez henchidas las velas, el barco empezó a navegar por el lago, llevándose todo lo que había hecho del aserradero, un aserradero, y de Hortons Bay, un pueblo.

(…)

Diez años más tarde no quedaba nada del aserradero, excepto los cimientos de piedra caliza que Nick y Marjorie vieron a través del bosque renacido, mientras remaban muy cerca de la costa. Estaban pescando en bote al borde del banco que se cortaba repentinamente en bajíos arenosos de doce pies de profundidad. Se dirigían al promontorio, que era el lugar más apropiado para colocar los sedales nocturnos que atacan a las truchas californianas.»

Así comienza el relato. Sabemos que estamos en Hortons Bay, un pueblo ruinoso y que una pareja formada por los protagonistas, Nick y Marjorie están disfrutando de un día de pesca. Pero, no por casualidad la conversación entre ellos comienza así:

«-He aquí nuestras viejas ruinas, Nick, dijo Marjorie.»

Mientras remaba, Nick miró hacia las piedras blancas que se veían entre los árboles verdes.

-Allí está, expresó.

-¿Recuerdas cuando estaba el aserradero?, preguntó Marjorie.

-Sí, recuerdo.

-Parece más bien un castillo, opinó la muchacha.

El no dijo nada. Remaron hasta perder de vista los restos del aserradero, siguiendo la costa. Luego, Nick atravesó la bahía.

-¿No pican?

-No, respondió Marjorie, absorta en la caña mientras remaban.

No se distraía ni siquiera para hablar. Le gustaba ese deporte. Le gustaba mucho pescar. Le gustaba muchísimo pescar con Nick.»

El agua en calma, la quietud del ambiente, el baile lento de la barca, el silencio. Nick no dice mucho, no sabemos qué le ocurre. Pero sabemos que Marjorie está disfrutando, hasta que se da cuenta de que Nick no está como acostumbra. Está extraño. Hemingway nos introduce en una situación que cada vez se va haciendo más intrigante, pero en una situación que transcurre en un lugar idílico, hermoso.

«-¿Qué te pasa, Nick?

-No sé, contestó éste mientras juntaba leña para el fuego.

Encendieron el fuego con la madera que el agua había llevado a la costa. Marjorie fue al bote en busca de una manta. La brisa nocturna impulsaba el humo hacia el promontorio, y por eso ella extendió la manta entre el fuego y el lago.

Después se sentó sobre la manta, de espaldas al fuego, y esperó a Nick. Este volvió en seguida y se sentó a su lado. Detrás de ellos estaba el bosque renacido, en el promontorio, y enfrente, la bahía con la desembocadura del arroyo de Hortons. La oscuridad no era completa. La luz de la fogata iluminaba el agua. Ambos pudieron ver las dos cañas de pescar de acero, inclinadas sobre el lago. El fuego provocaba destellos en los carretes.

Marjorie abrió la cesta de la cena.

-No tengo hambre, dijo Nick.

-Vamos, Nick. Come.

-Bueno.

Comieron sin decir nada, observando la dos cañas y el fuego reflejado en el agua.

-Esta noche va a hacer luna, expresó Nick, que miraba hacia el otro lado de la bahía.

Las colinas se recortaban ya contra el cielo. Y él se dio cuenta de que la luna estaba ya por asomarse, más allá de las colina.

-Ya lo sé, dijo Marjorie con alegría.

-Tú lo sabes todo.

-¡Oh! ¡Cállate, Nick! Te lo ruego. ¡No seas así, por favor!

-No puedo evitarlo. Tú tienes la culpa. Lo sabes todo. Eso es lo malo, y también lo sabes.

La muchacha no dijo nada.»

Nick ha contado a Bill, personaje que aparecerá al final del relato, el plan que tenía trazado para ese día y que, por supuesto, Marjorie desconocía. Pero no les puedo contar el desenlace, claro está. Ni siquiera cuando lean el relato lo podrán saber. Porque, como antes les he adelantado, hay varias historias de Nick y quizás en una de ellas sepan, cuando las lean, que sucedió con Marjorie y Nick. Son todos relatos magníficos que les invito a leer: «Campamento indio» (aquí conocemos a Nick con cinco años), «El médico y su mujer», «El vendaval de tres días», «El luchador», «Un día de espera» (en este Nick ya es padre). Si las leen todas como una lectura continuada les sorprenderá, aún más, la belleza de los relatos y la profundidad de su personaje, Nick Adams. Personaje, que por cierto, nunca fue invitado a ninguna de las novelas del escritor pero que, según muchos estudiosos del novelista americano, comparte muchos rasgos con Hemingway. Los cuentos de Nick están dispersos en diversos volúmenes, porque los fue escribiendo a lo largo se su vida, de su carrera literaria.

«-¿Ya no te divierte el amor?, preguntó Marjorie.

-No.

Ella se puso de pie. Nick permaneció sentado, con la cabeza entre las manos.

-Voy a usar el bote, le gritó Marjorie. Tú puedes volver a pie por el promontorio.

-Bueno, dijo Nick. Espera, que iré a desatracar el bote.

-No hace falta, cuando dijo esto, Marjorie estaba ya dentro de la embarcación, en el agua, bajo la luz de la luna.»

Y parece que, al fina, tanto el amor como el pueblo se quedaron solos.

Hemingway fue el gran maestro del relato. Para la creación de estos se basaba en una modalidad que el mismo bautizó como «Teoría del iceberg». Según esta teoría el relato era, únicamente, la parte visible de una profunda masa sumergida, como un iceberg, en el que todo está debajo de la superficie. Y esa es la sensación que uno tiene cuando lee sus cuentos.

Cuando Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura en 1954 (un año antes había conseguido el Premio Pulitzer por «El viejo y el mar») se destacó su «maestría del arte de la narración y la influencia ejercida sobre el estilo contemporáneo».

Su primera novela la publicó en 1926 y se titula «Fiesta». Mi primera lectura de Hemingway fue «París era una fiesta» y quedé fascinada. Después vinieron los relatos y sus novelas. «París era una fiesta» fue escrita en Cuba entre 1958-59, un cuarto de siglo después de su estancia allí.

Yo les invito a leerla también, antes o después de estos magníficos relatos. Es una novela exquisita. Quizás alguna vez le dedique un post, pero antes les dejo con una preciosa frase que en ella se recoge y que les sugerirá muchas cosas y les traerá muchos deseos.

«Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.»