NAO / CAPÍTULO II. LA NAVIDAD

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<< Capítulo I. Los tres regalos mágicos

Llegó el mes de diciembre muy rápido y cargado de nieve. En un par de días celebrarían la Navidad. Nao, que no había olvidado a su amigo Teo, recordó una mañana, mientras desayunaba, las palabras que el pececillo le había dicho.
Sus padres también lo recordaban pero no querían ni siquiera hablar del tema, porque aún pensaban que todo aquello eran simples imaginaciones de Nao. Bueno, no lo pensaban, estaban seguros de ello.
Cuando el día de Navidad el muchacho se levantó, ni siquiera pensó en si había algo al pie de la cama, aunque si lo había, un precioso jersey de lana rojo que su madre había tejido para él. Lo único en lo que pensaba era en ir al río, donde un año atrás se había despedido de su pez, de Teo. Se puso el jersey de su madre muy contento y corrió al parque bien abrigado. Estaba impaciente. ¿Sería verdad lo que Teo le había prometido? ¿Volvería a ver a su amigo?.
Estas eran preguntas que el muchacho no podía apartar de su pensamiento. Por el camino al parque, Nao sentía cierto miedo. Mientras caminaba entre la nieve, pensaba en que, quizás, su amigo se habría olvidado de él, o peor aún, que todo había sido un sueño, y hoy era el día en que debía despertar.
El muchacho llegó a la orilla del río. Además de la fina capa de nieve que cubría la ciudad, el día estaba algo nublado. Nao no podía ver el fondo del río. Esperó pacientemente dando pequeños paseos por la orilla para no quedarse frío. Frotaba sus manos, levantaba su bufanda a la altura de la nariz y tapaba sus orejas con el gorro de lana. Al de pocos minutos, oyó un ruido entre las aguas, y al acercarse vio cuatro preciosos pececillos de varios colores que jugueteaban mientras miraban a Nao sonrientes. Al lado de ellos, apareció un hermoso pez de color morado y al lado de éste un enorme pez de color naranja. ¡Era Teo!. La alegría que sentía Nao era infinita. Tal y como le había prometido, Teo había vuelto.

-¡Querido amigo! exclamó Teo. Te dije que volvería y aquí estoy. He formado una familia y soy feliz. Todo esto sólo lo he podido hacer ya que tú, hace un año, me diste la libertad que yo tanto ansiaba y necesitaba.
Nao estaba tan contento de ver a Teo feliz rodeado de sus hijos y su mujer…
-¿Dónde vives ahora Teo?, le preguntó Nao impaciente.
-Ahora vivo en los estanques dorados de los jardines del palacio del rey Xao. En otra realidad. En un mundo mágico.
-¿De verdad? ¡Oh, cuanto me alegro!, dijo Nao de corazón. El palacio del emperador Xao está en el archipiélago de los elementos, ¿no es así?, preguntó el muchacho. He oído hablar de ese lugar mágico. ¿Existe de verdad?
-Así es mi querido amigo, respondió Teo. Existe. El palacio del rey Xao está en el archipiélago de los cuatro elementos. El rey Xao vive en la isla Tierra, rodeado de las montañas más bonitas que jamás se han visto en el mundo. En cada una de las cuatro islas que forman el archipiélago hay un reino. La isla Agua está sumergida en el mar, y todos allí son mitad hombres, mitad peces o anfibios. La isla Aire se encuentra suspendida en la atmósfera. Cualquiera puede visitarla subiendo por algunas de las mil escaleras de seda que la rodean, y la isla Fuego, que también es de una belleza impresionante, recalcó Teo, está rodeada de llamas. Allí además de personas viven cien dragones que se encargan de avivar el fuego que rodea al territorio.
Nao escuchaba a Teo con alegría y cierta envidia. El vivía allí, en aquella ciudad llena de humo y ruido, y lo que aún era peor, en aquel sótano húmedo y frío. Por un momento imaginó cómo sería poder vivir en alguna de aquella cuatro islas fantásticas.
Teo sonreía al niño. También se alegraba mucho de verle y más de la sorpresa que para él tenía reservada.
-Si, ciertamente he tenido mucha suerte Nao. Nadé y nadé durante meses buscando una ruta sin descanso y llegué a ese lugar mágico. Allí vivo rodeado de otras familias de peces. Tenemos deliciosa comida en los estanques dorados y somos felices.
Nao le sonrió intentado imaginar todo aquello. El archipiélago de los elementos, según se contaba, era de una gran belleza y tranquilidad. Los cuatro reyes que gobernaban cada una de las islas vivían en perfecta armonía unos con otros.
Teo miraba a Nao con cariño. Estaba ansioso por darle la noticia que para él había traído.
-Tengo una noticia para ti, le dijo Teo al muchacho.
-¿De verdad? ¿Más sorpresas?, preguntó el niño, porque el simple hecho de volver a ver a su amigo ya le había llenado de felicidad.
-¡Claro! ¿Cómo que más sorpresas? No sólo he venido a visitarte, aclaró el pez. He venido para devolverte lo que tú me diste un día. He venido para llevarte a ti y a toda tu familia hasta el palacio del rey.
Los ojos de Nao se abrieron como platos. Ya ni siquiera sentía frío, sino que un calor casi sofocante recorrió en ese momento todo su cuerpo.
-¿Al palacio del rey Xao? ¿Qué significa esto Teo?
-Ve a por tu familia, coged vuestras cosas y venid al parque. Cuando lleguéis estaremos aquí. Haremos un viaje por el río hasta el mar de las islas. Esta noche de Navidad os presentareis ante el rey.
-Pero…pero…, balbuceó Nao. No podía articular palabra alguna. No podía creer lo que estaba escuchando.
-Pero…¿Qué haremos allí Teo?, preguntó sorprendido y con cierto temor.
-¡Ah! es cierto querido amigo, perdona por no aclararte las cosas. Está todo arreglado, no te preocupes. Esta noche, el rey, como acostumbra a hacer cada año en la noche de Navidad, recibe a las gentes que han sido capaces de acercarse hasta el archipiélago. Las gentes que aún creen en la magia y nunca dudaron de que este lugar mágico existía. Ya se sabe que los mares que rodean a las islas son duros y bravos, de olas de cientos de metros, y que sólo algunos elegidos logran llegar. Todos llevan algún regalo especial a la familia real. La familia que sea capaz de regalarle al rey la cosa más fantástica, más original, más rara, en definitiva, más sorprendente, tendrá la suerte de vivir para siempre en el palacio al servicio de él y de su familia, la reina y el joven príncipe. Estoy seguro de que vosotros seréis la familia elegida.
-¡¿Nosotros?! Nosotros no tenemos nada que llevarle al rey, explicó Nao con tristeza y contrariado.
-¡Claro que tienes algo que ofrecerle al rey!, parece mentira que digas estas cosas, dijo Teo con ironía. Al parecer, el frío afecta mucho a tu inteligencia querido amigo. ¿Acaso te has olvidado de que los peces no hablan?
Nao no entendía nada. La emoción y el frío no le dejaban pensar.
-Yo soy el presente que tú y tu familia otorgareis al rey, le aclaró el pez al muchacho. ¿Entiendes ahora? Un pez que puede hablar. ¿Te das cuenta? Yo vivo desde hace un año en sus estanques. Sé que el rey siente delirio por las cosas extrañas. No podrá resistirse a tener un pez que pueda comunicarse con él cuando lo desee. Tener un pez que hable en su reino le hará especial entre los otros reinos de las islas. El no sabe que tiene un pez en su estanque que habla.
Cuando Nao reaccionó, no podía contener su alegría.
-¡Que generoso eres Teo!. exclamó el niño. No puedo creer que vayas a hacer todo esto por mí. Sacarme a mí y a mi familia de la ciudad. Es el sueño que tenemos todos.
-Me alegro porque se va a hacer realidad al fin, contestó el pez.
Nao prometió volver en media hora con toda su familia.
-¡Teo espérame!. Regresaré con mi familia ahora mismo, lo prometo, explicó el chico nervioso y lleno de alegría a la vez.
-Aquí estaremos encantados de llevaos ante el rey.

Después de mucho insistir y ante la incredulidad de todos, Nao logró que sus padres empaquetaran las pocas pertenencias que tenían, y abandonaran aquel sótano para siempre. La niebla no les dejaba ver muy bien la orilla del río, pero cuando estuvieron más cerca y vieron a Teo y a los otros peces de su familia, no podían creerlo. De la profundidad del río emergió una barquita de oro. La familia se montó y Teo, su esposa y sus hijos se ataron unos hilos de seda a las colas para tirar de aquella barquita que les conduciría hasta el palacio del rey Xao en la isla Tierra.
-Comienza nuestro viaje, dijo Teo. No puede ocurrir nada ya que esta barquita de oro es mágica y aunque el mar esté innavegable, nosotros podremos alcanzar la orilla de la isla. No hay nada de lo que preocuparse, apuntó el pez.
Los padres de Nao, Di y los gemelos se miraban los unos a los otros. Después de un año, comprendían que el niño tenía razón. Aquel pececillo de color naranja, ahora convertido en un gran pez, estaba hablándoles, y pensaba conducirles nada más y nada menos que hasta el archipiélago de los cuatro elementos, un lugar mágico, con el que muy pocos mortales podían incluso soñar. La isla Tierra era conocida por sus hermosas montañas y sus campos cargados de flores. El sueño de volver a vivir en el campo estaba cada vez más cerca, aunque lo cierto es que nunca hubieran podido imaginar que sería en un lugar tan hermoso, casi inaccesible.

El viaje duró varias horas. Cuando Nao y su familia llegaron a la orilla, lloraron de la emoción. Todos se preguntaban si tendrían la suerte de quedarse allí para siempre, al servicio del rey. Hasta ahora todo seguía siendo sólo un sueño.
Teo les dio las instrucciones de lo que debían hacer. Nao vio una fila de otras familias humildes que, como ellos, esperaban a las puertas de palacio para ofrecerle al rey sus más preciados regalos. Todos soñaban con ser aceptados, soñaban con poder sorprender al rey con sus presentes.
El pez mandó a Nao coger una pecera de plata que había en la barca.
-Ahora iré con vosotros, explicó Teo. Nao, dijo dirigiéndose al niño, tú debes meterme en la pecera y ,cuando estés ante el rey, me presentarás como “El pez hablador“.
La familia entendió lo que debía hacer y esperaron su turno. En aquella fila de gente, las familias se explicaban las unas a las otras los regalos que habían traído para los monarcas. Había cosas raras y extravagantes. Todos tenía miedo de no estar a la altura de los exquisitos y excéntricos gustos del rey.
Una de las familias llevaba una rosa que nunca se marchitaba, otra una vaca que daba la leche más exquisita del país, y otra unas semillas mágicas, que, según explicaron, guardaban las más ricas frutas que jamás el rey podría comer en toda su vida.
Después de casi tres horas de espera, llegó el turno de Nao y su familia. Todos se inclinaron haciendo la correspondiente reverencia. El rey les sonrió y les pidió, por favor, que procedieran a presentar su regalo.
-Majestad, en esta pecera de plata, mi familia y yo portamos para usted, la reina y el príncipe “El pez hablador”, dijo Nao con solemnidad aguantándose los nervios que le recorrían todo el cuerpo.
El rey se acarició su barba, frunció el ceño y después dijo:
-¿Un pez que habla?, preguntó con impaciencia. ¡Eso es imposible! ¡Es algo que se sale de lo natural!, exclamó algo asustado.
Era muy raro que el rey dijera esto después de estar rodeado de cosas que se salían de lo natural, su propia isla era mágica, las islas que la rodeaban igualmente, y muchas otras cosas más.
-Por ese motivo estamos aquí majestad, explicó Nao ahora con más seguridad en sí mismo. Sabemos que merece el presente más original. Nuestro deseo es vivir en palacio y prestarle nuestros servicios. Necesitamos sacar nuestra familia adelante. Este pez es el presente que le damos a cambio de todo eso.
El rey se volvió a atusar su barba. No tenía fuerzas ni para responder. Pasaron unos minutos. El monarca hablaba con la reina y su hijo. Nao sintió miedo ya que pensaba que, tal vez el rey, les tomase por locos y ni siquiera diera la oportunidad de hablar a Teo.
Por suerte, ocurrió todo lo contrario. El rey aseguró sentirse impaciente por escuchar hablar a aquel pez.
-Pequeño joven, dijo el rey dirigiéndose a Nao. Estoy deseoso por oír al pez hablador que dices guardar en esa pecera de plata. ¡Adelante!, le ordenó el monarca.
En ese instante, Teo asomó su cabeza y se dirigió al rey con estas palabras.
-Distinguida majestad. Yo mismo me sorprendo cada día de este don que la naturaleza me ha otorgado, pero así es, soy una pez que posee la facultad de hablar y así lo haré tantas veces como usted quiera. Ante usted, ante su familia y ante todas aquellas otras personas que usted lo desee. Podremos charlar sobre el futuro político de la isla y en caso de necesidad le serviré de gran ayuda, se lo prometo.
El rey no daba crédito a lo que en esos momentos estaba viviendo. El pez hablaba e incluso se atrevía a ofrecerle consejo en los asuntos de estado. Aquello podía ser maravilloso. Esto es lo que pensaba el monarca para sus adentros.
El rey comprendía que, en muchos años, no volvería a tener tan sorprendente regalo entre sus manos. Sabía que si poseía aquel pez sería la envidia de todo el resto de reyes del archipiélago. ¿Alguno de ellos tenía algo tan sorprendente? ¡Nadie!, ni siquiera en la isla Agua, donde ninguno de los animales acuáticos que allí había tenían la capacidad de hablar. Simplemente aquello era magnífico para el monarca. Esto de repente le embriagó de orgullo y felicidad. Además, tanto la reina como el joven príncipe, que miraba ya más a Di que al pez, quedaron igualmente sorprendidos con el regalo.
El rey agarró su báculo, lo acercó a la cabeza de Nao. El niño se arrodilló y escuchó atentamente lo que el rey le decía.
-Desde esta noche, noche mágica de la Navidad, tú y toda tu familia quedáis al servicio del rey. Se te concede este regalo en recompensa del magnífico presente que has puesto delante de mis ojos. Seáis bienvenidos y bienaventurados a la isla Tierra en el archipiélago de los cuatro elementos, donde reina la paz, la armonía y la felicidad.
No hubo más oportunidades para el resto de familias que esperaban en la fila. El rey había quedado tan asombrado, que ya no quiso ver más regalos. Nao sintió pena por todas aquellas gentes humildes, que como ellos ansiaban un futuro mejor, pero, a la vez, no podía ocultar la alegría que le producía saber que, desde ese momento, habían acabado las penurias para ellos, que la felicidad completa había llegado, que al fin podían vivir lejos de aquella ciudad gris y triste que ya tanto a él como a sus padres y hermanos les quedaba tan lejos en la memoria.

Asimilar tantas alegrías les costó a la familia varios días. La bondad de Nao les había hecho poder cumplir el sueño de volver a vivir rodeados de montañas. Ahora trabajarían en aquel reino, nada más y nada menos que en la isla Tierra. Estaban en el archipiélago de los cuatro elementos donde solo el futuro podía ser mejor de lo que nunca podrían haber imaginado.
Un criado del rey les enseñó sus aposentos. El niño y su familia se instalaron en el ala izquierda del palacio. Desde palacio, el rey podía divisar todas las extensiones de su reino, los poblados de sus gentes, y perder su mirada en las lejanas montañas ahora llenas de nieve. Sin duda , la isla Tierra era muy hermosa. Nao ya se preguntaba como serían las demás. Estaba ansioso por conocerlas y visitarlas cuando fuese más mayor. Poder trepar por alguna de aquellas escaleras de seda que rodeaban la isla Aire, o conocer a alguna de las sirenas de la isla Agua, o calentarse al lado de un pequeño dragón de la isla Fuego. Todo esto le parecía algo increíble y nada „insignificante“ como decían aquellos chicos del barrio. Si le pudieran ver ahora….

>> Capítulo III. Di y el príncipe

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