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20Dic/19

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA (PRIMERA PARTE). JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS

Descubrir a autores como José Mauro de Vasconcelos (Rio de Janeiro 1920, Sao Paulo 1984), me recuerda que amo la literatura porque nunca deja de sorprenderme. Guarda joyas literarias, autores increíbles, historias fascinantes, que tenemos fácilmente al alcance de nuestra mano. ¿Se puede pedir más?

«Mi planta de naranja-lima» llegó a mi un día cualquiera en el que entré, como muchas otras veces, en una tienda de libros de segunda mano para ver que había. En una estantería olvidada, sobresalía un libro con un título en español, cosa poco frecuente aquí en Alemania. Lo saqué, le sacudí el polvo y, confieso, que la portada tan poco atractiva, me hizo, sin darle una segunda oportunidad, volver a colocarlo donde estaba. Seguí curioseando otros libros de autores clásicos alemanes, pero algo me hizo volver a aquel libro al que había, injustamente, rechazado por su antiestética portada. Esta vez, lo abrí y topé con una pequeña foto del autor. Un hombre con semblante resignado que me produjo mucha ternura. Después, ya dispuesta a perdonar la portada, me centré en el título. Ese título tan sencillo y tan «exótico» en un día triste y gris muniqués, me hizo darle esa oportunidad que merecía. Lo compré finalmente. No podía abandonar a ese libro a su suerte. Sentí que tenía que sacarlo de allí y rescatarlo. ¿Quién se iba a fijar en él? Tenía pocas oportunidades de tener una vida mejor. Una vez limpio, podría convivir con otros libros en español en mis estanterías. Se sentiría más arropado y cómodo entre «colegas», que allí olvidado y triste entre clásicos alemanes que siempre le mirarían con cierto aire de superioridad. Y yo, dándome toda la importancia del mundo, lo metí en mi bolso, creyendo que había hecho algo grande por la novela, sin saber minutos después que la novela había estado esperándome en esa tienda, para regalarme a mi grandes momentos de lectura. Cuando, días después terminé de leerla, la coloqué en la estantería, junto con mis otros libros, la acerqué a mi, como dándole un abrazo y agradeciéndole que me estuvo esperando hasta que aquella mañana triste y gris. Sin duda, había tenido mucha suerte de haberla conocido.

Aquella mañana, entré a un Café, y la abrí. Mi orgullo de lectora quería darle «una oportunidad». Sólo fueron necesarias las cinco primeras frases de lectura para darme cuenta de que estaba ante un obra maestra de la literatura brasileña.

La novela comenzaba así:

«Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo.»

Y ya no pude parar de leer. Tres días seguidos que me sumergieron en el mundo de Zezé, el niño protagonista de cinco años, pobre, como su familia. Zezé, ese niño que con cinco años ha aprendido a leer solo, para asombro de toda su familia, sobre todo de su tío Edmundo. Ese tío que le enseña la cultura, que le engrandece sus logros. Zezé, que por ese logro irá a la escuela, que será un ángel en el aula mientras en casa creen que es el mismísimo diablo, aunque lo único que sucede es que es travieso y nada más. Zezé, el niño que tiene  muchos hermanos: Totoca, de nueve años, su hermano mayor que le enseña cosas de la vida, de fuera, cruzar carreteras por ejemplo, que sabe silbar incluso, pero que no tiene la suficiente sensibilidad para entender que también es posible «cantar para adentro», Jandira, la mayor, de 22 años, Lalá, que ya trabaja en la misma fábrica donde han echado a su padre, Gloria, de 15 años, la única que le defiende del maltrato que sufre en casa por parte de sus padres y sus otros hermanos y el pequeño Luis, al que Zezé llama cariñosamente «El Rey Luis» y al que adora.

Por supuesto Zezé tiene a su papá y a su mamá e incluso a su abuela Dindinha. Su papá, Paulo Vasconcelos, ha perdido el empleo por una pelea con el gerente de la fábrica de su pueblo. Su mamá Estefanía Pinagé, esa mujer que canta mientras tiende la ropa y que está muy orgullosa de ser hija de indios, trabaja en un telar para sacar a su familia adelante, la familia pobre.

Para buscar un futuro mejor, la familia debe mudarse a otro pueblo, y allí en esa casa nueva que les espera, Zezé va a encontrar un amigo, un amigo al que le irá contando su vida, una planta de naranja-lima que está en el jardín y al que el niño pondrá el nombre de Minguito.

«-¿Pero tú hablas de verdad?

-¿No me estás escuchando?

Y se rió bajito. Casi salí gritando por la quinta. Pero me sujetaba la curiosidad.

-¿Por dónde hablas?

-Los árboles hablan por todas partes. Por las hojas, por las ramas, por las raíces. ¿Quieres ver’ Apoya tu oído aquí en mi tronco y vas a escuchar palpitar mi corazón.

Me quedé medio indeciso, pero viendo su tamaño perdí el miedo. Apoyé la oreja y una cosa lejana hacía tic…tac…tic…tac

-¿Viste?

-Pero, dime, ¿todo el mundo sabe que hablas?

-No. Solamente tú.

-¿De verdad?

-Puedo jurarlo. Un hada me dijo que cuando un niño igual a ti se hiciera amigo mío, yo podría hablar y ser muy feliz.»

Zezé tiene sueños, como cualquier niño. «Cuando yo crezca quiero ser sabio y poeta y usar corbata de moño». Cuando demostró que podía leer, Jandira se quedó boquiabierta oyéndole leer la oración que pedía a los ciegos la bendición y protección para la casa, y que ahuyentaran los malos espíritus. El tío Edmundo asombrado fue a llamar a la abuela para explicarle que incluso leía bien la palabra farmacia. «La abuela rezongó que el mundo estaba perdido» Pero el tío le tomó de la barbilla y le dijo emocionado: «Vas a ir lejos tunante. No por nada te llamas José. Vas a ser el Sol, y las estrellas brillarán a tu alrededor.»

José Mauro de Vasconcelos recrea en este libro sus recuerdos de infancia en el barrio carioca de Bangú con una ternura, un colorido y unos diálogos prodigiosos. Les invito a abrir este libro cautivador, uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea. Este volumen forma parte de una tetralogía autobiográfica, no ordenada cronológicamente, formada por tres novelas más:

«Vamos a calentar el sol» (1974), trata sobre su traslado a Natal.

«Doidao» (1963), en el que se recogen sus vivencias de adolescente.

«Confesiones de Fray Calabaza» (1966), trata sobre su vida adulta.

«Mi planta de naranja-lima» fue publicada por primera vez en 1968, y presentada al público como la historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente. Quizás tenían razón, pero el libro presenta a un niño de principio a fin, con sus sueños, sus inquietudes, su inocencia, su ilusión por la Navidad, por los regalos. Sufre cuando su hermano Luis no tiene regalos, sufre porque su padre no tiene trabajo, sufre porque sabe que su madre no sabe ni leer ni escribir, pero en su inocencia de niño sigue siendo un niño que sueña con solventar todos esos problemas que le hacen daño en su corazón, cuando se haga mayor. Es consciente de su pobreza y no entiende que el Niño Jesús no se acuerde de él.

Un pasaje especialmente duro es de la cena de Nochebuena y la víspera de Navidad. Aunque Totoca advierte a Zezé que es mejor no esperar nada para no decepcionarse, aunque la cena ha sido un desastre, en la que todos estaban tristes y aunque año tras año nunca ha recibido nada Zezé no se da por vencido. Es la ilusión que un niño nunca pierde.

«-Voy a poner mis zapatillas al otro lado de la puerta.

-No las pongas. Es mejor.

-Las voy a poner, sí. A lo mejor sucede un milagro. ¿Sabes una cosa Totoca? Quisiera un regalo. Uno solo. Pero que fuese algo nuevo. Sólo para mí…

(…)

Abrí la puerta del dormitorio y, para decepción mía, las zapatillas estaban vacías. Totoca se acercó, limpiándose los ojos.

-¿No te lo había dicho?

Diversas sensaciones, entremezcladas, se acumularon en mi alma. Era odio, rebelión y tristeza. Sin poder contenerme exclamé:

-¡Qué desgracia es tener un padre pobre!…

(…)

Papá se hallaba de pie, mirándonos. La tristeza había hecho enorme sus ojos. (…) Había en sus ojos una tristeza dolorida, tan fuerte, que aún queriendo llorar no lo hubiera logrado. Se quedó un minuto, que no acababa nunca, mirándonos, después pasó a nuestro lado, en silencio. Estábamos paralizados, sin poder decir nada. Tomó el sombrero que estaba sobre la cómoda y se fue de nuevo para la calle.»

Totoca le tacha de malvado a Zezé. Pero Zezé no se había dado cuenta de que el padre les estaba mirando.

«Tuve ganas de salir corriendo por la calle y agarrarme llorando a las piernas de papá. Decirle que había sido muy malo, realmente malo. Pero continuaba quieto, sin saber qué hacer. Necesité sentarme en la cama. Y desde allí miraba mis zapatillas, siempre en el mismo rincón, vacías. Vacías como mi corazón, que fluctuaba sin gobierno.»

La vida en la escuela cambia a Zezé. La profesora, Cecilia Paim, le tiene en alta estima, le dice que es él el que mejor lee de clase. Zezé está orgulloso de si mismo. Su mamá trabajará horas extras para comprarle un traje, un traje que el llama de poeta. Paim está viendo toda la bondad que guarda dentro el chiquillo. Y eso refuerza al niño, su autoestima, aunque le cuesta creérselo aún.

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