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20Ago/19

ANA, SOROR… MARGUERITE YOURCENAR

«-Pase lo que pase, no lleguéis nunca a odiaros.

-Nos amamos, dijo Ana.

Doña Valentina cerró los ojos. Luego, muy dulcemente añadió:

-Eso ya lo sé.»

Marguerite Yourcenar ( Bruselas, Bélgica, 1903, Maine, Estados Unidos, 1987) fue una mujer extremadamente culta, una gran viajera, que entendió la literatura más que como una profesión, como una forma de vida, como la búsqueda de un presente a través de un pasado que ella conocía a la perfección. Huérfana de madre desde su nacimiento, la escritora belga, viajó con su padre en numerosas ocasiones y fue éste un aristócrata francés, el que se preocupó de darle a su hija una educación exquisita. Tanto es así, que a la temprana edad de 12 años, Yourcenar ya poseía bastos conocimientos de griego y latín. Siempre se mostró atraída por la cultura clásica, por eso no es de extrañar que su obra «Memorias de Adriano» (1951), fue el trabajo literario que le valió su mayor popularidad, una obra maestra donde, en cartas dirigidas por el anciano emperador a su sucesor Marco Aurelio, Adriano repasa su vida. Así, se nos ofrece una reconstrucción del mundo romano de la primera mitad del siglo II después de Cristo.

Yourcenar fue la primera mujer elegida miembro de la Academia Francesa, en 1980. Sobresalió siempre por sus novelas históricas siempre escritas con gran tono poético y gran erudición.

Marguerite pasó los últimos años de su vida en la isla de Maine, se había nacionalizado como ciudadana de Estados Unidos, sin perder su nacionalidad francesa, en 1948. Allí amasaba pan, vivía en soledad y cuidaba de sus perros y pájaros.

Pienso que una buena manera de introducir esta escritora a los lectores que aún no hayan gozado de su literatura es valiéndome de este precioso relato que aquí les quiero presentar titulado «Ana, soror…» cuyo título original es «Anna Soror…, de Comme l’ eau qui coule». Otra obra maestra de la autora que con gran valentía expone el tema del incesto como reflejo de la libertad del ser humano. La trama se desarrolla a finales del siglo XVI y principios del XVII en Nápoles y la región de Calabria, dominadas por los españoles hasta 1713. Hay que advertir que es una época represiva, donde se tiene miedo al pecado, donde se viven la mayoría de situaciones en lugares herméticos (castillos, iglesias,..) y que esto contrasta con la fantasía de los hermanos, de los sentimientos de ambos, porque el amor puede derribar todos esos muros. Esta obra es una claro ejemplo de que no se necesitan muchas páginas para crear una gran obra literaria.

En el Fuerte de San Telmo vive la familia del gobernador conformada por Álvaro de la Cerna, el gobernador, su mujer Valentina, mujer culta que lee a Platón, de gran sensibilidad, y los hijos de ambos, Ana y Miguel. Estos están muy unidos a su madre. Ella es la que se ocupa de ellos y sobre todo la que les transmite esa basta cultura, leyéndoles historias de griegos y romanos, Séneca, Platón,…

«Desde su infancia, ella les había enseñado a leer a Cicerón y a Séneca: mientras ambos escuchaban aquella voz cariñosa explicarles un argumento o una máxima, sus cabellos se entremezclaban sobre las páginas.»

Valentina muere a la temprana edad de 39 años y deja a sus hijos sumidos en la tristeza y cierto desamparo. Con la muerte de la madre aflora aún más el cariño que se tienen los hermanos, y al fin admiten que se sienten atraídos.

«Los dos niños, que se amaban, callaban con frecuencia, no necesitaban palabras para gozar del hecho de estar juntos.»

«Miguel vislumbraba a veces la sombra de Ana, yendo y viniendo a la luz de una lámpara pequeña. Se quitaba horquilla tras horquilla para deshacerse del peinado y luego tendía el pie a una sirvienta para que le quitase el zapato. Don Miguel, por pudor, corría las cortinas.»

«Doña Ana estaba arrodillada en su reclinatorio. Miguel, al empinarse, creyó ver, entre el camisón y el raso de la zapatilla, la palidez dorada de un pie descalzo. Ana le saludó con una sonrisa.»

«Ambos comulgaron. Los labios de Ana se adelantaron para recibir la hostia consagrada y Miguel pensó que aquel movimiento les daba la forma de un beso; rechazó la idea inmediatamente, como si fuera un sacrilegio.»

Cuando, años después, Don Miguel anuncia que tiene la intención de embarcar en una de las galeras armadas que daban, por aquel entonces, caza a los piratas que cruzaban de Malta a Tánger, Doña Ana se siente muy contrariada. Y así de dice:

«Doña Ana, en tensión por tanto sufrimiento, le dijo por fin:

-¿Por qué no me habéis matado, hermano?

-Pensé en ello, contestó él. Pero creo que seguiría amándoos aún después de muerta.

Sólo entonces se dio la vuelta. Ella entrevió, en la penumbra, su rostro deshecho al que parecían corroer las lágrimas. Las palabras que había preparado murieron en sus labios. Se inclinó sobre él con desolada compasión. Cayeron uno en brazos del otro.»

Ana sueña con el amor aunque se refugie en la religión para apartarse de sus propios sentimientos:

«Ana aborrecía el mal, pero algunas veces, en el pequeño oratorio, ante la imagen de la Magdalena desfallecida a los pies de Cristo, pensaba que debía ser muy dulce abrazar a quien se ama y que tal vez la Santa ardiera en deseos de ser levantada por Jesús.»

Mientras, Miguel vive su tormento luchando contra si mismo. Se intenta justificar a través de la Biblia y a la vez comienza a darse a la mala vida, visitando burdeles. Donde, por cierto se encuentra con su padre, ese padre que vive ajeno a todo lo que ocurre, que no ve lo que ocurre en la familia, que vive su vida sin importarle lo demás. Con el nacimiento de Miguel ya no volvió a tener relaciones con Valentina.

«Absorbido por la ambición y las crisis de hipocondría religiosa, su marido, que le hacía poco caso, no volvió a acercarse a ella partir del nacimiento de su segundo hijo, que fue un varón. No le impuso rivales, ni tuvo más aventuras galantes, en la corte de Nápoles, que las precisas para dejar asentada una reputación de gentilhombre. Bajo la máscara, en las horas de abatimiento en que uno se entrega a si mismo, don Álvaro pasaba por preferir a las prostitutas moriscas, cuyos favores se regatean en el barrio del puerto a las encargadas de los burdeles, sentadas en cuclillas bajo una lámpara humeante o al lado del brasero.»

Cuando Miguel decide embarcar y se lo hace saber al padre, el hijo quiere hablarle, sincerarse, pero don Álvaro, en una muestra más de despreocupación y egoísmo, no quiere escuchar.

«Su padre lo detuvo con un ademán:

-No, le dijo. Supongo que Dios os envía alguna prueba. No tengo por qué conocerla. Nadie tiene derecho a entremeterse entre una conciencia y Dios. Haced lo que mejor os plazca. Para cargarme con vuestros pecados, pesan ya demasiado los míos.»

Los acontecimientos se desarrollarán de una manera sorpresiva después de la muerte de don Miguel, y Ana emprenderá una nueva vida, llena de sorpresas para ella. Para vivir las aventuras de Ana les invito a abrir el libro y disfrutar de la bonita historia y de esta gran autora.

Sólo les puedo adelantar su muerte, pero antes de ésta ocurren hechos muy interesantes que ni ella misma hubiera podido imaginar, hecho inesperados.

«El sacerdote, aunque ella ya no veía, continuaba presentándole un crucifijo. Al final, el rostro atormentado de Ana se sosegó; cerró poco a poco los ojos. La oyeron murmurar:

-Mi amado…

Pensaron que hablaba con Dios. Acaso estuviera hablándole a Dios…»

«